ELOGIO DE LA INEFICIENCIA Antonio Argandoña Comentarios de la Cátedra “la Caixa” Diciembre de 2011 Cuando hablamos de empresas, la eficiencia aparece en primer lugar. Ellas son las administradoras de muchos de los recursos escasos de nuestra sociedad, de modo que esperamos que los usen de manera sensata. Por eso este artículo debería titularse “Elogio de la eficiencia”. Pero, una vez aclarado esto, me reafirmo en el título elegido. ¿Por qué? Siempre me ha dejado un cierto regusto en la boca la insistencia que algunos de mis colegas economistas ponen en la eficiencia. Entiéndaseme bien: hay que ser eficientes, claro, porque los recursos de que disponemos son limitados, y no podemos tomarnos el lujo de desperdiciarlos. Sí, son limitados, incluso para los muy ricos, que siempre se ven limitados, al menos, por el recurso tiempo. Pero, sobre todo, hay que usarlos bien porque hay muchos millones de personas que no pueden llegar a un nivel de vida digno porque, ellos y nosotros, no somos capaces de utilizar los formidables y superabundantes recursos de que nos ha dotado la naturaleza. Empecemos por una razón práctica: cualquiera que haya puesto el pie en una empresa, aunque solo hayan sido diez minutos, habrá llegado a la conclusión de que las ineficiencias aparecen por doquier, desde empleados que pierden el tiempo en cosas que no son su trabajo hasta ventanas por donde se escapa el calor de la calefacción o luces encendidas cuando no hacen falta. Primera conclusión: las ineficiencias son frecuentes. Hace años llevé a unos amigos a comer a un restaurante popular en la playa de la Barceloneta (ya ha desaparecido, como consecuencia de la Ley de Costas). Al llegar, nos paró el camarero de un restaurante vecino, instándonos a entrar en él: “pagarán menos”, nos dijo, “y la comida será tan buena como en el otro establecimiento”. Le di las gracias, pero no acepté su oferta; probablemente no quería quedar como menos rumboso ante mis amigos. Desde el punto de vista económico, fui ineficiente: no usé mis recursos escasos de la mejor manera posible. ¿O sí? Porque yo quería ofrecer a mis invitados una buena comida en un buen restaurante, no la mejor relación calidad/precio, que eso hubiese sido lo eficiente. O sea, yo perseguía varios objetivos con mi invitación, y la eficiencia no era el primero de ellos, aunque sí una condición que ponía un límite a lo que yo estaba dispuesto a gastar. Segunda conclusión: las ineficiencias son frecuentes, probablemente, porque luchar contra ellas sería ineficiente. Porque a veces el remedio es peor que la enfermedad. Por razones económicas. Y humanas. Y esto me lleva a la tercera conclusión: lo que llamamos ineficiencias pueden ser formas muy humanas de vivir en una organización productiva. No siempre, claro. Ya he explicado en otros Comentarios qué es una empresa. No es el conjunto de activos o de derechos de propiedad de que habla la economía, sino una comunidad de personas. Parémonos por un momento a pensar qué buscan esas personas, los trabajadores, por ejemplo, en una empresa. Salario, claro. Y oportunidades de carrera. Y aprendizajes: 1 Comentarios de la Cátedra “la Caixa” Diciembre de 2011 Bueno, a lo que iba. Señor director general de la empresa: acabamos de comentar las características de la primera materia humana de que dispone usted para conseguir los resultados que le pide su profesión. ¿Qué resultados? Unos clientes satisfechos: por tanto, productos buenos, bonitos y baratos… y eficientes. Unos proveedores satisfechos: eficiencia, pues, porque, si no, no les podrá pagar a tiempo. Unos propietarios satisfechos: eficiencia económica, de nuevo, que se mide por los beneficios. Y unos trabajadores satisfechos: eficiencia, porque hay que pagarles el salario cada mes, pero… mucho más que eficiencia, porque tiene que proporcionarles aquellas otras cosas que ellos buscan en la empresa como comunidad de personas: oportunidades, aprendizajes, desarrollo profesional, el calor humano de sus congéneres, la posibilidad de realizarse… (fíjese en que no le digo que usted le proporcione un puesto de trabajo que le realice, sino que el puesto de trabajo que usted le proporcione debe permitirle a él encontrar un sentido que le permita realizarse como persona precisamente ahí). de conocimientos, de capacidades, de habilidades y de actitudes. Y relaciones sociales. Y a eso iba: porque trabajar no es apretar tuercas en una máquina gigantesca, como Charlot en Tiempos modernos. Es una actividad humana, en que unas personas se relacionan con otras para conseguir unos resultados conjuntos, que interesan a todos, pero por razones distintas, porque buscan cosas distintas –las que he dicho: salario, carrera, conocimientos, capacidades, relaciones sociales…– y muchas más. Lo que llamamos a menudo ineficiencias pueden ser esas otras “cosas” que las personas buscan en esa comunidad humana que llamamos la empresa: el tiempo dedicado a preguntar al compañero por su familia, o a hablar de lo que hicieron el fin de semana pasado, o a comentar los resultados de la liga de fútbol… Porque somos seres complejos, que buscamos muchas cosas y necesitamos de mucho más que de un sueldo y unos ascensos futuros. Y eso, para rendir en nuestro trabajo, y para prosperar como personas, y para ser felices… Dicho con otras palabras: el directivo debe tener en cuenta la pluralidad de motivaciones, intereses e ilusiones de las personas que se acercan a la organización, al tiempo que consigue unos resultados comunes, entre los que aparece, en primer lugar, la eficiencia. Y al considerar la necesidad de la eficiencia, debe entender también la necesidad de algunas ineficiencias, que no son tales, y la indeseabilidad de otras ineficiencias, que no solo no generan beneficios, sino que producen “maleficios” para los empleados, la empresa, los clientes y la sociedad. Viva la eficiencia, pues. Pero entendamos que las “ineficiencias” pueden ser no solo inevitables, sino incluso necesarias. Si juzgamos la actividad en la empresa como un mero juego de recursos escasos y resultados económicos, estamos olvidando algo importante. “Bien –me dirá el lector– pero, ¿no hay otras ineficiencias que son claramente ineficientes, es decir, que no contribuyen a aquel desarrollo personal?” Sí, claro. Ya he dicho que somos humanos, y esta palabra puede entenderse de dos modos. Uno: humano es lo que nos desarrolla como personas, lo que nos hace aspirar a lo mejor en nuestra vida: el esfuerzo, la virtud, el heroísmo... Pero hay otro sentido: algo es humano también cuando muestra todo lo que somos y lo que hacemos los humanos, incluyendo lo más rastrero. Porque humano es traicionar a un amigo, mentir a la esposa o al marido o vender droga al adolescente inexperto. ¿Que es difícil? Claro: ¿quién ha dicho que el generoso sueldo de un buen gerente se gana dormitando en su despacho? ¡Ah! Y, cuando reflexione sobre todo esto, piense si no estará ahí su responsabilidad social como directivo. 2