F. GONZÁLEZ DÍAZ ^ifueías JSK UQ/" ^^ animafes (DEFINICIONES HUMORÍSTICAS) v, "z LAS PALMAS Tip. del "Diarlo", Buenos Aires 36 1915 Í BIBLIOTECA 8AUL0 TORON Siluetas de Animales (!2)efiQiciones humorísticas) BIBLIOTECA UNIVERSITARIA US PALMAS ímQj:MtMK N.*Oopia—*?^«2t2 •* *-. J f ^ífc. •^ •-* '*- •»'*'* •' h *'• '''" ''^ .,. ^ Es propiedad '^- • ' * I FRANCISCO GONZÁLEZ DÍAZ .Siluetas de íinimales ' (definiciones humorísticas) LAS PALMAS Tip. dol "Diario", Buenoa Aires 1015 DOS PALABRAS STE libro es un libro de humorismo; ó ||lo que es igual, un libro para "pasare! Tato". Como otros anteriores, lo he compuesto uniendo lo's retazos de mi copiosa producción periodística y añadiendo después otras piezas hasta formar un mediano mosaico donde se destacan concisa, pero enérgicamente, ideas y figuras. La mayor parte de de él, sin embargo, ha sido tarea posterior á la de los hilos ó estambres que forman el fondo. Y debía ser así. Escritas unas cuantas semblanzas zoológicas, díme á calcular que podía aumentar indefinidamente la serie. La aumenté, en efecto, cuanto pude. Pensé luego que todo ello, ligado y relacionado, tendría cierta coordinación, y aún cierta fuerza expresiva, ó trascendencia ó significación crítica, El que sepa leer, hará las aplicaciones en cada Dos palabras caso; trasladará los símbolos y los caracteres específicos desde el mundo de la irracionalidad al de la racionalidad. Los animales le ayudarán á ver y comprender al hombre. En el hombre está el resumen de todos los animales. La complicación humana abarca toda la animalidad inferior. Merced á este proceso ha surgido este libro. Hablan en él los instintos y los apetitos; se determina en caricatura lo cómico inconsciente que en nuestra familia se revela también bajo el aspecto de lo instintivo y lo bestial. El hombre resulta más divertido, más burlesco, más jocosamente explotable, cuanto más animalizado, cuanto más bestia. Y cuanto menos sometido al gobierno de la inteligencia y la razón, igualmente más animal. Los prójimos nuestros que no se racionalizan y sensibilizan, dejan de ser prójimos para có-. locarse entre las filas de una mánageñe gesticulante y desordenada. Entonces surgen el mico, el carnero, el loro, el lobo, el oso, el asno... Entonces nos hacen reir como esos subprójimos. Querríamos darles, en lugar de ideas.una alimentación adecuada, un alojamiento y m VI Dos palabras tratamiento en armonía con su especialización dentro de la especie, ó mejor dicho, con su valor zoológico fuera de la especie. Y para uno pediríamos la caseta, para otro la jaula, para otro la percha, el gallinero, la estepa ó el corral. Para el de índole pacífica recomendaríamos la clausura doméstica y el régimen alimentario cereal ó frugívoro, para el de naturaleza carnívora la carne fresca ó, en nombre de nuestro propio instinto de conservación, el exterminio ineludible, saludable. En estas páginas á cada uno se le da lo suyo... vn Los animales Me escriben una amable carta pidiéndome que haga una campaña en favor de los animales, tan cruelmente maltratados en nuestro paíS;, y que gestione la fundación de una Sociedad Protectora de \ó§ mismos. Es este un asunto acerca del cuál he escrito repetidamente, sin lograr ningún resultado; como he escrito también á propósito de la repoblación arbórea, del turismo, del fomento de la ensefianza, sin consecuencias. No hay aquí eco para esta clase de propagandas, y al cabo me he convencido de que se pierde por completo el tiempo que se dedica á mantenerlas. Si de animales se trata, las gentes ríen cuando alguien se toma la molestia de defenderlos contra las brutalidades humanas, y reconocen un principio de chifladura en el animalismo más ó menos literario. La cosa sólo se presta á chanzas y chistes: los que están muy cerca de la irracionalidad, los F. González Díaz que actúan como verdugos de nuestros hermanos menores, no se dan por aludidos. Ellos son irracionales, hasta un límite máximo que casi los confunde con sus víctimas, y verdaderamente es una lucha de clases la que se desarrolla entre los unos y los otros. En vano hablar en nombre de la razón á aquellos que no piensan ni proceden como seres razonables. La falta de cultura les incapacita para comprender. Por lo que toca á las personas cultas, hábitos inveterados de indolencia y de apatía les hacen considerar baladí, y aún ridículo, todo lo que hay más allá del círculo de los intereses personales y de las preocupaciones materiales. No se ríen ante la afirmación de que un caballo ó un aáno merecen ser protegidos; pero se encogen de hombros. Existió en Las Palmas una Sociedad protectora. No encontró ambiente propicio y á los pocos meses desapareció señalando un nuevo fracaso de nuestras iniciativas sociales. No pudo hacer nada práctico, nada eficaz para cumplir sus fines, que en los países adelantados constituyen parte de la educación común. ¿Vale la pena insistir, con la certidumbre de un nuevo fiasco? Yo no estoy dispuesto ¿gastar papel y tinta en empeños estériles aunque me interesa la suerte de los pobres animales. Lamento la bestialidad con que se les trata, deploro el prejuicio que por ella forman los ex- Siluetas de Animales tranjeros de nuestras condiciones de pueblo civilizado; pero me inhibo .. Esperamos tiempos mejores que los presentes para los animales y para las personas. Los días que ahora corren son días en que nadie está seguro. Menudean las coces y los palos; no pasan veinticuatro horas sin que un mulo derribe á un hombre de una patada y un hombre desencuaderne á un mulo de una paliza. ¿Lee la prensa frecuentemente mi estimado corresponsal? Pues si la lee, ha de haber reparado en la frecuencia lamentable dt; estos accidentes entre la humanidad y la íisiimalidad. Diríase que los hermanos inferiores toman desquite atroz y anuncian un movimiento revolucionario. Cierto que les pegan duro, pero ellos no se quedan cortos, y saben donde les aprietan las erraduras. Como no los protegemos, han aprendido á defenderse y á vengarse. Barrunto que ya tienen una idea vaga de su derecho á la vida y que ponen su ley en sus cascos. Cada día caen tres ó cuatro hombres á los pies de los caballos. Nunca hubo tantos descalabramientos, revolcones y costalazos como actualmente. ¿Por qué, mi apreciable corresponsal? Porque los animales principian á defenderse á si propios.' Las acémilas de hoy no son como las de an- F. González Dfaz. taño, ni tampoco los burros. Hasta los torpes y pesados cerdos aligeran el paso. Dfgole á usted que apuntan señales alarmantes en ese mundo de la inconsciencia y del instinto, tiranizado por la perversidad humana. Nuestras caballerías son cada vez más difíciles de montar, porque las ha aleccionado la desgracia. Donde quiera que veo cuatro patas, veo un peligro para el porvenir. :1! Los asrjos Propóngome escribir una serie de artículos zoológicos, que serán—por lo menos yo quiero que lo sean—brillantes panegíricos de los más distinguidos y útiles animales. Tengo debilidad, resuelta predileceión porlos asnos: por los asnos, en consecuencia, comenzará este pintoresco desfile de figuras irracionales, (no me atreveré á llamarlas ininteligentes). Había pensado dedicar á algún bípedo implume este artículo en que salen á plaza los borricos; pero he desistido de mi primer pensamiento, temeroso de que alguien viera en la dedicatoria una alusión. ¡DioS;,me libre de alusiones! Hablaremos sucesivamente de los burros, de los caballos, de los cerdos, de los perros, de les loros, de los zorros, de los cocodrilos. ¿Quién sabe hasta donde se prolongará la escala? Lo que desde luego afirmo es que estarán en mayoría los cuadrúpedos. ¡Cómo nos vamos á divertir! f. Oonzález Diaz El asno es un animal eminentemente bíblico, histórico y literario, mis queridos amigos. Acordaos del pollino sobre cuyos lomos entró Cristo en la ingrata Jerusalén. Acordaos de la burrg de Balaam, burra elocuentísima, y del burro de Buridán... Acordaos del Asno de oro de Apuleyo y del Asno muerto, de Julio Janin. ¡Cuántos asnos de oro hay por esas tierras y por esos trigos! ¡Cuántos asnos muertos, con la cebada al rabo! El asno, complemento precioso de la figura de Sancho Panza, representa en las letras universales el principio de la democracia, no sólo porque sirvió de montura al insigne escudero, sino además porque fué siempre manso, siempre sumiso y siempre libre, en definitiva. Cuando el mal penco de Rocinante se estaba quedo y permanecía cabizbajo y rendido, como un noble decadente, el rucio sancho pancesco coceaba á más y mejor, en son de protesta. Tiraba decididamente al prado y había en el movimiento nervioso de su cabeza, nunca humillada, un conato de rebelión popular, un aviso de las invasiones, las osadías y los triunfos del estada llano. Nunca se humilló del todo, cual Rocinante se humillara; cierto que Rocinante llevaba sobre su decadencia y su endeblez mucho más peso que el rucio, pues Don Quijote, flaco, pesaba harto más que Sancho, gordo. En conclusión, Don Quijote valía más que Sancho, pero el 6 siluetas de Animales rucio valía más que Rocinante. Iba ia noble pareja, Sancho y Don Quijote, Rocinante y el rucio, pasito á pasito hacia la gloria eterna, pero Don Quijote iba con mejor paso que su escudero y el bueno del burro de Panza con mejor andadura que el caballo del caballero. El destino de Rocinante era morir entre la caballería degenerada de una plaza de toros: el destino del rucio era soportar con mansedumbre la carga humana hasta la hora en que sus congéneres, todos los asnos del mundo, se sintieran hombres para vencer al destino. ¿No lo veis? ¿No veis de una parte las aristocracias venidas á menos y de la otra la democracia subiendo á más? La historia, es decir,Ia tiranía, ha sido cargada sobre lomos de asnos, y lastevoíuciones han sido actos de toma de posesión en que los burros se han descargado sintiéndose primero caballos de batalla, de formidables cascos, y luego y al fin hombres. Políticamente, el asno también ha tenido en el curso agitado de los tiempos el decoro heroico de protagonista. Cargó pacientemente; después se descargó. Las caídas de burro son caídas peligrosas porque se cae mal, y sólo están seguros y están firmes aquéllos que pueden decir que jamás se han caído de su burro. La terquedad y la consecuencia sirven para mantener una especie de equilibrio que en el fondo es una renuncia á los incidentes del galope. Yo 7 f. González Díaz prefiero un asno que hace corcovos y rae derri' ba, aunque me rompa el bautismo, á un rocín que permanece impávido con las patas trabadas, en la actitud de un filósofo que medita. El asno va despacio, pero va sereno, como si tuviera conciencia de su propia personalidad y de la personalidad que lleva á cuestas. El caballo es un poco loco, con la locura de la soberbia que nada vé más allá de sí misma. Cuando yo entre en ganas de hacerme conquistador, montaré en un burro. El asno nació para la filosofía práctica. Digan lo que quieran es un profundo pensador que, mientras mira la tierra con la cabeza baja, con ojos melancólicos, rumia sus ideícas. ¡Vaya si piensa\ El pienso le despabila las entendederas. El asno es el modelo de los hombres graves con cabeza alta y pensamiento bajo. Ellos imitan sin saber lo que imitan; no saben lo que se oculta en la gravedad del jumento. Más de fiar me parece un burro grave que no un hombre serio de los que dan cabezadas para no dar coces. Pero del burro el rebuzno. ¿No se os ha ocu8 Silletas da Animales rrido nunca reflexionar acerca del poder y valer sinfónicos del rebuzno? Et asno es un gran músico espontáneo. Aquella expansión ó más bien explosión acústica que se inicia pianfsimo y va creciendo, creciendo, redoblando, trompeteando, simulando voces cavernosas y estampidos y desgarramiehtos de trueno, aquella maravilla no se remeda ni se reproduce, amigos míos, si no es que se nació con una facultad especialísima. Hay quien rompe á rebuznar un buen día y lo hace desde el comienzo tan concienzudamente como el más concienzudo pollino. Ejemplo, los Alcaldes del Qvdjote y... otros Alcaldes. Hay, en cambio, quien se destroza la garganta y no rebuzna, ni con la perspectiva de un premia de mil libras esterlinas. Yo no he aprendido á rebuznar, y conste que no me han faltado ganas sino aptitudes. Rebuznan á mi lado con maestría prodigiosa, y cuando me pongo á rebuznar se me queda el rebuzno dentro. No soy bastante asno. Lo deploro. Tengo, sí, grande resistencia para aguantar coces, quizás por que no me olvido en ningún momento de que las coces asnales, cómo las manos blancas, no ofenden. Visito á menudo los pesebres de los asnos y aprendo muchas cosas aprovechables. El mo9 2 M*^ fc-* F. González Díaz vimtento poderoso y el ruido de las quijadas me atestiguan la importancia de la magna función de comer. Los establos me recuerdan muchos comedores en que el estruendo de la rumiación todo lo llena, y los burros me recuerdan á muchos ciudadanos borriqueros. El lento abaniqueo de las orejas y los rabos me entretiene deliciosamente. Tirar de los rabos y medir las orejas, sería una descansada ocupación de entre-horas para los que trabajen mucho con el cerebro. Cuando los pollinos descansan y comen á mandíbula batiente, después de haber penado el día entero recibiendo acaso crueles palizas, asomémonos al pesebre... Lo único que hay que temer andando entre asnos, y, en general entre animales, es que al cabo se canse uno de vivir y exclame con el titánico Flaubert: ¡qué fatiga, qué inmensa fatiga! 10 Los caballos Recordemos la descripción clásica: Brioso el alto cuerpo y enarcado, con la cabeza descarnada y viva... ^ \ \ t i", I Estas señas «personales» corresponden al caballo andaluz que representa, con el árabe, la aristocracia de la raza equina; pero están lejos de convenir al perdieron, al argentino, ó al norfnando. No distingamos, pues,—y será lo mejor— entre las diversas castas caballares. Lo que nos importa es la entidad «caballo», simpática y gloriosa más que otra ninguna de las que constituyen el mundo zoológiqo y la población irra- I cional. Donde quiera que vemos un caballo, aunque 8ea sobre un tablero de ajedrez ó formando parte de una baraja, vemos al mejor amigo del hombre. Opinamos como Buffon. El caballo, lo mismo qué el perro, encarna supremamente la virtud de la fidelidad. A lomos n F. González Diaz de corceles, los héroes guerreros han corrido hacia la victoria ó hacia la muerte. Los héroes amorosos han cabalgado en alazanes de sangre pura hacia el jardin de los ensueños que siembra de pétalos de rosa el desierto de la vU da. Los caballeros andantes formaban, nuevos centauros, un solo cuerpo con sus rocines. No concebimos á Don Quijote sin Rocinante, ni al Cid sin Babieca. No hay aventura de alta caballería sin bridón inquieto ni andanza de baja estofa sin jamelgo cojo. El caballo nos habla de guerra, de valor, de gloria, de patria. Reviste la grandeza de un símbolo. Al caballo se sube siempre con gallardía y del caballo se cae con dignidad, porque con él se enlazan mil ideas elevadas y nobles. Sus cascos han pisado los senderos por donde avanza, magestuosamente, la Historia. Se derivan del caballo palabras que expresan cualidades eminentísimas: «caballerosidad, caballero...» Los pueblos conquistadores han vivido fá caballo» y, después del tránsito mortal, á caballo se nos aparecen, inmortalizados por el arte, los caudillos. Son los compañeros del valor heroico. Elegantes, fogosos, duros y bravoS; sus relinchos remedan las agudas sonoridades del clarín en medio de las batallas, y sus gambetas y caracoleos en las fiestas cívicas, en las fiestas de la paz, marcan el ritmo del entusiasmo á las multitudes. Sus grupas in12 Siluetas de Animales vitan á los raptos de amor y á las escapatorias y las evasiones. Sus ojos llenos de fuego, sus patas nerviosas y sus orejas finas,dan la impresión de la fuerza en consorcio con la gracia. Tiran del carro del sol en uno de los más bellos mitos: compendian en los frisos del Parthenon de Atenas el poder del arte helénico. Excluyen la idea de esclavitud, que el asno evoca con su humillación y sometimiento serviles. El caballo, al revés, significa la arrogancia y la libertad. Arrogante, libre, jamás se somete ni se anula bajo la imposición del amo. Soporta su carga, como el hombre la suya, pero mantiene su decoro. Desde que emprende su primera carrera, dá á entender con energía que no cederá á ningún yugo. En los combates, en las paradas, en los paseos, en el uncimiento deprimente de los coches y los carros, hasta en el matadero de las plazas de toros, levanta la cabeza con orgullo. Es que el caballo por encima de todo, indica y sugiere el concepto de orgullo. Ensangrentado al golpe de la espuela, fustigado por la tralla, extenuado de correr y de arrastrar, vencido, exánime, moribundo, su actitud no se descompone ni se degrada nunca. En esto son los caballos más consecuentes que los caballeros; no se pueden señalar excepciones á tan 13 F. González Díaz magnífica regla. El gesto tiene la misma soberana bizarría. No todos los caballeros mueren con altivez patricia; pero todos los caballos saben morir. Y la caballería es inmortal porqu2 la conservan los caballos. Cuando pasan las grandes cabalgatas, sabemos de sobra que los caballos no tiemblan... A veces arrojan y derriban á los jinetes, por indignos; mas ellos ni matan, ni tropiezan, ni desfallecen... Siguen corriendo arrebatados cómo una tromba de heroísmo sublime, levantando luminosa polvareda, llevándose hacia el horizonte encendido las eternas amazonas, las eternas Walkyrias: las ideas... Ningún animal, en efecto, dice tantas cosas! imperativas, esenciales, á nuestra razón, á nuestra sensibilidad, á nuestra fantasía. Nos acompaña á amar, á luchar y á pensar. El hombre no se duerme del todo junto al caballo, como se duerme al lado del burro, que es, por su parte, uii incorregible durmiente. 14 El caballo de Gali^ula Pocos días ha, sentí grandes aclamaciones en la calle; gritos de entusiasmo, de admiración y de triunfo. Pasaba, agitada, la marea del pueblo; resonaban vítores estruendosos. Salí al balcón, lleno de curioáidad, dispuesto á entusiasmarme también; acudí á ver si llegaba el héroe queliace tanto tiempo esperamos, y no viene. Miré, y vi una cosa magnífica... Pasaba Incitatus. Detrás de un caballo arrogantísimo, iba una muchedumbre lanzando gritos ensordecedores. El caballo popular, el vencedor de cien combates, digo, de cien carreras, arrastraba á la muchedumbre. Aquella manifestación parecía celebrar y festejar la entrada de un caudillo victorioso. Pasaba un corcel, un soberbio bruto. ¿Era que lo habían nombrado Cónsul, como al caballo de Calfgula? ¿Era que venía de la guerra, como el caballo del Cid, ó que marchaba á la guerra como el caballo de Boulanger? 16 F. González Dfaz Era, sencillamente, un admirable trotón que corre sin saber porqué corre, ni para que corre. Así corren ios políticos, pero con la diferencia de que ellos saben porqué y para qué. Y me dije: iVtuy desengañada de los hombres tiene que estar esa multitud cuando tanta fé y tanta devoción pone en un caballo. Quizás le apasiona el perfeccionamiento de la raza equina por haberse convencido de que degenera y cae sin remedio posible la raza humana. Alguien dirá qué estamos á los pies de los caballos. Yo, por mi parte, doy el carácter revelador de un síntoma, de un símbolo, á esos hurrahs que exaltan la energía, la agilidad y la resistencia de cuatro patas maravillosas. Los caballos avanzan; los hombres retroceden. Los tiempos actuales son de paz armada y de paz ecuestre. Apenas hay ya quien sepa montar á caballo, manejar la espuela y correr. hacia la conquista. La nobleza de los caballos, compañeros heroicos de los viejos campeones, no ha decaído; pero se encuentra ociosa. Campeones es lo que falta. Los héroes, desmontados, equivocan los senderos y se fatigan de caminar á pie, sin la compañía de ningún ideal. 16 Siluetas de Animales Los caballos, desenganchados de los coches, desuncidos de los carros, sustituidos por el automóvil y la máquina agrícola é industrial, sólo conservan el valor representativo de la unidad mecánica. Pronto no utilizaremos más que el caballo de vapor. Los caballos, sin embargo, no degeneran. Aunque se los degrade materialmente atándolos á las norias, guardan su dignidad específica. Aunque los humillemos en el sacrificio cruento y bárbaro de las plazas de toros, no conseguimos encanallarlos, y saben morir con la actitud de los romanos de la gran época. Evocan siempre la caballería. Un pueblo que aclama á un caballo, es que desea montar á caballo é ir á alguna parte. Es que se ha cansado de esperar á sus héroes y se siente héroe. ¡Buen síntoma! ¡Fortificante símbolo! Que corra el alazán para que nos recuerde la gloriosa función guerrera. Los pueblos no deben olvidar tampoco el consulado del caballo de Calígula. 17 Una 'Mnterviú" íranscendcnfal Quise celebrar una interviú con el caballo d"?! día, el héroe del momento, y aquel hermoso cuadrúpedo me recibió amablemente; con tanta amabilidad como si fuera un diplomático. Ya se sabe de antiguo que en la diplomacia se disfrazan á la perfección las malas intenciones con las buenas formas. Los caballos que corren mucho hablan poco, pero dicen á su manera gran^ des cosas.El toque está en saber comprender lo que dicen; en saber mirarles los ojos y las patas mientras se explican. Nuestros simpáticos amigos no gastan el tiempo en floreos retóricos, quizás porque no estén á sus alcances, quizás porque los desdeñan. Una entrevista informativa al modo de las que se lleoan ahora, resulta empeño bastante fácil de cumplir. El interrogador se adelanta á adivinar los pensamientos del interrogado, y se los sugiere, y luego los revisa, completa y glosa con espíritu sutil. El que pregunta es el que se 19 F. González Díaz confiesa. Estas confesiones sin confesonario preocupan á la gente; la fórmula empleada, muy sencilla, consiste en poner una serie de puntos interrogativos y tras ellos, como respuestas, lo que vaya urdiendo el propio magín. Después, al pie del escrito pintoresco, se firma, se lee todo y se reconoce que está bien. ¡Pero admirablemente bien! El caballo del día no me opuso el menor reparo cuando le manifesté que quería confesarle. Las personas suelen oponer en casos de tanta incomodidad algunos repudios ó prudentes reservas; pero los caballos, no. Lo cual significa que los caballos siéntense más seguros de sí mismos que los hombres. Ya lo habia sospechado; ayer lo comprobé. El bruto noble — obsérvese que no digo noble bruto, pues hay que distinguir,—dio una patada vigorosa por repuesta á mi primera pregunta. Tradúzcaseme el propósito en la interrogante (permitida la versión libre); yo traduciré las manifestaciones sobrias y enérgicas del magnífico animal, modelo de ciudadanos, conforme veréis: -¿...? —Sí, señor; corro con mucho gusto. ¿No vé usted que yo para correr he nacido? Sólo que, 20 Siluetas de Animales en realidad,rae corren; llevo sobre mí un gínete que me hostiga y me espolea. Mi derecho individual sería emprender carrera á mi arbitrio, en el momento en que me diese la gana. Se me niega el derecho, y callo porque el amor propio me obliga á galopar con todas mis fuerzas. La cuestión es que ningún camarada se me adelante. Tengo entendido que tampoco la mayoría de los hombres pueden seguir carrera á su gusto y medida. Es un consuelo. -¿...? —¡Ah! Dice usted que las carreras de caballos son una forma de la lucha por la vida en nuestra especie, y que la Qspecie humana corre del propio modo. Lo sabía. Oí decir hace tiempo que entre ustedes el que menos corre vuela. -¿...? —Sí, señor, sí; tenemos nuestro patriotismo hípico. Sé que estas patas tan ágiles, tan resistentes, no me pertenecen en último término; pertenecen á mi partido, y mi partido pertenece á mi patria. Con que, saque usted la consecuencia. -¿...? —¿Pensar?... ¡ya lo creo que pienso!... ¿Pues que se habían ustedes figurado? Mientras corro, pensando voy en que sí gano la carrera, gano la gloria, y esa gloria tampoco me pertenecerá. Mi partido, mi patria... 21 f. donzález DlaZ -é...? —Gracias, gracias... Es usted truy amable; los caballos nos parecemos algo á las personas racionales, pero vivimos una vida diferente. Siempre llevamos encima al hombre. Necesitamos un redentor y ahora hay gran agitación revolucionaria en las caballerizas. Queremos correr por nuestra cuenta y riesgo; El socialismo apunta en nuestra raza infeliz. Ignoro sí los caballos valemos más que los hombres, como usted afirma, ó si valemos menos; lo que le digo es que nosotros somos nosotros... -¿...? —Esa pregunta me parece indiscreta y me permitirá usted que no la conteste. La conciencia es sagrada... -¿...? — Los caballos canarios fueron siempre mansos y sufridos; pero, estimado señor, ya no podemos más... Al llegar aquí, el héroe del día dio, impaciente, una gran patada. No quise seguir el interrogatorio. Sabía demasiado... 22 Los elefantas El elefante inspira la idea de fuerza enorme y de mansedumbre á la vez. Sólo sale de su calma habitual para derribar las mayores resistencias y vencer los mayores obstáculos, en raptos de cólera que semejan tempestades. Cuando esto ocurre, el animal se transforma; su masa, animada por un impulso de acometividad terrible, pulveriza las cosas. No hay enemigo que no le resulte débil,porque él es demasiado fuerte. Asf como carga á sus lomos los más grandes pesos, descarga los más grandes golpes. Arroja las torres ebúrneas que llevaba por lujo sobre sí, y las destroza cual si fueran juguetes. Su domesticidad humilde se trueca en ferocidad inaudita; su trompa desgaja los árboles centenarios, bajo sus patas sin articulaciones la vida perece. Su furia parece revolucionar la naturaleza. Esencialmente pacifista, nadie le supera en 23 P. 6onzález Díaz la guerra cuando le obligan á hacer uso de sus armas. Está fortificado, acorazado; sus defensas tienen un poder inmenso, pero no las utili-' za sino en casos excepcionales. Permanece en un estado de paz armada. Es, por su índole, patriarcal. Es, también, prestigioso y venerable: surge en las últimas lejanías de la historia, allá en los orígenes del mundo, uniendo su silueta imponente á las figuras de los primeros caudillos en las primeras peregrinaciones y en las primeras correrías. Iba á la cabeza de los ejércitos; cargaba la impedimenta; transportaba los pueblos y las civilizaciones. En más de una campaña, él decidió la victoria. Obtuvo honores sagrados. Y, no obstante, sigue siendo sencillo, modesto, manso; en sus miradas hay un desprecio tranquilo para los hombres. Los conoce bien, sin duda; sabe que es superior á todo lo humano, que su energía contenida puede, cuando se desenfrena, arrasarlo todo. Come mucho, en proporción de su corpulencia, duerme en pie, y sabe dominar las pasiones. Practica como un dogma de su raza la fidelidad conyugal, y se muestra poco menos que insensible á las sugestiones de la carne. Buen sujeto, como suele serlo los colosos en todas las especies zoológicas. Éntrelas monstruosidades del Oriente, el elefante se yergue impávido como un Ídolo des24 siluetas de Animales comunal en una montaña mágica. Recibe los tributos de la superstición y la tradición.Proyecta su sombra en los ríos caudalosos como mares. Y levanta, columna formidable, el peso de la historia antigua. Nosotros, comerciantes modernos, sólo lo apreciamos por los colmillos. 25 Los Catr\ztoÉ ^ ¡Ah! Los carneros son terribles por su gre' garismo, por su instinto de afinidad y adhesión K corporativas. Los carneros abdican la personalidad para hacerse fuertes en las grandes agre\ gaciones. Un carnero aislado no es nadie; pero [ cuando forman multitud constituyen un ejército temible á pesar de su mansedumbre. Entonces, apelotonados, todo lo atropellan. Los veréis avanzar como una masa Impol nente, esparcirse para volver á juntarse bajo el [ cayado del pastor que los guía hacia los mejores pastos. Sumadas las cabezas, las patas y i los cuernos resulta una agrupación poderosa. Y los carneros, entonces, parecen tener un alma \ colectiva, aunque tomados individualmente ninguno tenga otro valor que el material. Apacií* bles y cobardes, unidos se dan cuenta de que t integran un pueblo. I Y deliberan y discuten sin duda entre sí. [ Los ganados son, á su modo, asambleas delibe27 F. González Díaz rantes; al mismo modo que nuestros acarnerados Parlamentos. Practican el sistema político de las mayorías. ¿Balan? Sienten hambre. ¿Se agitan débilmente en conjunto? Piden el poder. ¿Trepan en desorden por una montaña? Se sublevan. Débiles, nunca dejan de serlo, ni siquiera cuando estrechan sus filas; pero producen la impresión de la fuerza arrebatada é Impetuosa. Necesitan un perro que les guarde, buen orador. Los perros de los ganados ladran en un tono que se diferencia mucho del de los otros perros. Esos perros parlamentarios, con mal humor de gendarmes en ejercicio, garantizan la disciplina carneril. Guardan el orden y defienden á la familia. Los carneros saben adonde van, porque van en compactos pelotones; creen que la tierra les pertenece, porque la cubren con el magnífico manto blanco de sus lanas tendidas y revueltas en las fugas que unen los cuerpos y confunden las cornamentas amenazadoras. ¡Perfecta imagen de ciertas asociaciones humanas! ¡Gráfica representación de los partidos! Sobre los carneros en asamblea reina Panurgo y, en una ó en otra forma, reciben la visita del Espíritu Santo. Al dejar de ser corderos, no dejan de ser bíblicos; siguen condenados al 28 Siluetas da Animales sacrificio cruento, amenazados de lobos, defendidos insuficientemente por pastores y mastines. V Ni aun reunidos, pierden el sentimiento de su debilidad congénita, el temblor del miedo; pero al verse protegidos llegan á creerse invencibles. Y hay carneros que alcanzan horas de gloria y de triunfo; nada más que horas. Su final destino, de uno ú otro modo, es ser devorados. Cuando balan, quieren gritar: ¡que viene el lobo! 29 Lo^ lobos • «Del lobo un pelo», dice el refrán. Y aún es mucho. Los pelos de los lobos son pelos de Luzbel; arden levantando una llama azulada, sulfúrea. Se erizan en la soledad de la estepa con la rigidez amenazadora de un hambre atroz. Los lobos siempre están hambrientos. En sus bocas abiertas la batería de sus colmillos amenaza eternamente nuestra carne. Los lobos no distinguen entre hombres y corderos. Los vellones de lana virgen no conjuran el frenesí de su voracidad, ni la ternura de los niños blandos y sonrosados desarma su apetito. Piden con aullidos siniestros; toman lo que cae, sea lo que sea, si es alimento adecuado á su condición de carnívoros. La naturaleza los condenó al suplicio de vivir en regiones inhospitalarias, en alturas abruptas, donde la caza escasea. Por eso los lobos corren que se pierden de vista y bostezan que se desencajan. Su patas escriben febrilmente 81 F. González Díaz en los senderos solitarios, en las cumbres, en medio de la nieve, el drama del hambre. Re^ presentan la cuestión social en el mundo de la irracionalidad. Son los struggle forlífeursÚR la selva. Cuando abandonan las montañas y descienden al llano, llevan con ellos la guerra primitiva. Reproducen el estrago de las hordas famélicas que deooraron el mundo antiguo. Atila, Qengiscán, Nemrod, fueron grandes lobos seguidos de muchedumbres lobunas. Se comieron á los pueblos que intentaron contener su ímpetu invasor. La historia, en ciertas épocas bárbaras,está llena de aullidos. Las manadas, al pasar, dejaron rastros de exterminio que no se borran. Venían como azotes de Dios, según los supersticiosos, y en sus festines monstruos, apuraban las víctimas hasta los hpesos. La sangre era el vino de aquel los banquetes antropofágicos. Contra los lobos no hay razón ni lógica ni elocuencia que valgan. Ellos se colocan más allá de todo eso, inventado por el hombre para enfrenar su bestia, en lo alto de la corriente. Si un cordero se para á beber, se negarán á oirle ninguna clase de argumentos y lo sentenciarán y sacrificarán sin formarle proceso ordinario. El hecho de ser cordero basta para su perdición, aunque el infeliz no les enturbie el agua, aun32 Siluetas de Animales que sea inofensivo. La razón de debilidad nada puede contra la razón de fuerza. —Te digo que la enturbias—dirá el lobo, como en la fábula, y seguirá análogo procedimiento. Su derecho es el hambre, y el hambre se hará rabia, y la rabia se calmará comiendo. En el terreno de las luchas sociales, en la esfera de la concurrencia vital, ocurre exactamente lo mismo. Los corderos que se sitúan en lo bajo de la corriente, serán devorados contra lógica,pero con todos los honores de la ley que impone el más fuerte. ¿Para matar y comer en nombre de esa ley, se necesitan escrúpulos ló gicos? Lo que se necesita es tener apetito. Los lobos son malos dialécticos, pero buenos cazadores. Cuando persiguen un convoy al través de las sábanas heladas de Siberia, se niegan redondamente á escuchar razonamientos sentimentales, desprecian los discursos mejor construidos, y hay que echarles una presa, y otra, y otra, hasta aplacarlos. Si les hablan de caridad, enseñan los dientes. Y continúan sus galopes desesperados en pos de los trineos,cada vez más furiosos y menos convencidos. Lo propio que acontece en la humana selva. Los hombres-lobos no razonan ni quieren oir razonar. Salen de las sombras empujados por la tjecesidad, extenuados y coléricos; avanzan por unidades, por parejas, ó por pelotones, y tiran mordiscos en busca de bocados. Los entrena 33 F. González Díaz en la cacería loca el más tiránico de los imperativos categóricos. Si no se quiere que tomen la carne, déseles el pan que es la alimentación natural y apropiada á esos otros lobos; el pan que humaniza, el pan que robustece, el pan que salva... El pan, en suma, que figura el sacrificio y el sacramento, el cuerpo de Jesucristo. No hay más que una manera de apaciguar á los lobos: matarles el hambre. Y es necesario recordar á la continua que el hambre ha sido una gran trágica, una admirable autora y actora de tragedias. 34 Los loros En los loros la palabra es una imperfección, porque sólo les sirve para repetir mecánicamente las necedades que escuchan de labios de los hombres. Los loros no spben nunca lo que dicen, lo mismo que muchos seres humanos en quienes la palabra articulada suena pero no tiene significado alguno. De otros animales se podría suponer, y se supone, que poseen una lengua con la cual se comunican y se hablan. No pocos sabios han pretendido haber descubierto el lenguaje de los monos, desentrañando el sentido de esa algarabía confusa. Y será verdad, yo no lo dudo, que los simios lujuriosos y malvados se entienden maravillosamente entre sí. Su idioma ó su dialecto les permitirá organizar, aliados, inteligenciados, sus inacabables fechorías. Esa ralea vil y asquerosa se nos aparece demasiado humana para que deje de poseer el privilegio diabólico del habla, la clave del mal. No causarían 86 F. González Díaz tanto daño si no hablaran, aunque á nosotros se nos escape la significación de lo que dicen. Dirán pornografías é infamias, como las realizan, traerán del bosque la mancha del pecado primitivo, el estigma de la caída y de la pena, sin redención posible. Allí debió haber un mono y una mona que, por culpa de orgullo y de ambición, perdieran á su raza. Allí debió engendrarse el primer mico. Y el instrumento de la pérdida no sería una manzana; sería una nuez. Por eso los monos han alcanzado en la faena de partir nueces tan grande maestría. Por eso son tan hábiles trepadores: aprendieron á huir de las tentaciones y á consumar las más graciosas travesuras. En sus rabos se enreda el demonio, que suele mostrarnos cara de mico. En resumen, los monos sacan utilidad de su lenguaje; utilidad para ellos, redomados tunos, y perjuicio para el hombre. Con su jerga obscura se trasmiten en la obscura selva los planes malignos que luego desarrollan en nuestros hogares. Su sociabilidad, reflejo exacto de la nuestra, se funda indiscutiblemente en la palabra. Y yo no diré que sean hombres degenerados, ni que nosotros seamos perfeccionados monos; lo que digo es que son gente de saber, de experiencia y de fina mundanidad. Ignoro si son individualista ó socialistas; inclinóme á pensar lo primero, que son individualistas rabiosos. 36 siluetas de Animales Todos sus actos lo prueban. Ignoro si son monárquicos ó republicanos; sospecho que practican el parlamentarismo y que entre ellos, como entre nosotros,el parlamentarismo ha fracasado. No me lo ha dicho Darwin; pero yo lo barrunto. En cuanto á los loros, me parecen tan insignificantes que los desprecio profundamente. Se me han eclipsado en presencia de los micos. No tienen historia ni dan asunto á la crítica. Pobres diablos que nos roban nuestra lengua para echarla á perder, que hablan sin saber lo que hablan, que visten uniforme académico y ostenten empaque diplomático, siendo unos perfectísimos tontos, viven nbnimados por un inmenso ridículo. Animales parlantes encaramados sobre sus perchas, solemnes y estúpidos, con ojos de gula y vestido de Carnestolendas, nos provocan á ratos la risa, pero casi siempre nos fastidian y encocoran. Lo peor es que cuando nos reímos de ellos, nos reímos de nosotros mismos, porque en ellos está nuestra caricatura. Y no es cierto que todos los loros vengan de Portugal. Lo que sí tengo por averiguado es que hablan en portugués. 37 Las gruttas Parecen insignificantes estos animalitos y, sin embargo, no lo son; poseen una habilidad gimnástica que los especializa en la escala zoológica. Saben guardar perfectamente el equilbrio sobre un pie. Se mantienen firmes con una sola columna de sostenimiento y se están así horas y horas, como artistas de circo, como acróbatas burlones. Las grullas nos dan también una leccioncita en su singular posición unfpeda. ¿No os parece un mérito digno de ser tomado en cuenta? A la mayor parte de los hombres no les basta los dos pies para caminar ni, mucho menos, para emprender una rápida carrera, y se buscan cuatro, y se los encuentran en no pocas ocasiones. Gran número de bípedos se inclinan inevitablemente tendiendo á hacerse cuadrúpedos. Si les examináis las extremidades superiores, veréis que por el desarrollo y por la forma apenas se les distinguen de las inferióse F. González Díaz res. Son patas pequeñas, patas aprehensoras, ó tal vez garras incipientes. De todos modos, no hay duda de que muchos prójimos nuestros, hermanos en Cristo, guardan difícilmente la actitud erguida que les permite mirar al cielo levantando la cabeza. Diríase que la tierra les atrae; que, para tocarla y besarla, van á colocarse de un momento á otro, en cuatro pies. Y las grullas se sostienen en uno, aunque no son capaces de mirar al cielo levantando la cabeza. Conocemos por excepción peregrina, algunos hombres-grullas que se pasan la vida sobre un pie; pero esos, al fin, se caen, y sus modelos permanecen inconmovibles. Es difícil imitar á la grulla. Bl hombre necesita, por lo bajo, dos pies. Ya hemos dicho que la mayoría ha menester cuatro. Los cojos van por el mundo como grullas malogradas que no saben guardar el equilibrio, aunque lleven un pie artificial suplementario. Su malicia y su travesura características, se debe á eso, á que han perdido un miembro indispensable, un pie ó ana pata. Y nunca, en los casos de mayor urgencia, podrán encontrar cuatro, como los buscan y los encuentran tantísimos prójimos nuestros, hermanos en Cristo... 40 Los zorro^ No me gustan nada, pero nada los señores zorros. Entre los irracionales ellos forman la secta de los fariseos; son hipócritas, taimados, astutos, tienen dobles intenciones y doble fondo. No van nunca de cara sino de través; se deslizan con cautela en vez de caminar con franqueza y desembarazo. Buenos políticos, ocultan sus fines cuidadosamente marchando en zig-zags tortuosos. El paso de zorro no tiene semejanza con el paso de lobo; es más seguro, más firme. Mientras los lobos se precipitan llenos de furor sobre la presa codiciada, los zorros se hacen invencibles con el disimulo y no llegan tan pronto, pero llegan con exactitud, á la hora precisa, y realizan sin riesgo alguno su obra de pillaje. Entran en los gallineros como conquistadores silenciosos y pacíficos; pero desde que han en trado, ya no hay manera de resistir su imperio 41 4 F. González Díaz ni de esquivar su arremetida. La serpiente triunfa á fuerza de arrastrarse, el zorro á fuerza de disimularse. En la sociedad de los hombres el zorro-cloco se lleva siempre la palma. Sabe esperar y sabe maniobrar. Recorre los caminos desviados que por una serie de circunvoluciones le conducen infaliblemente á la meta; no le gustan los senderos rectos, prefiere las grandes curvas que alargan el recorrido pero permiten resguardar el cuerpo y burlar la sospecha, la acechanza y la persecución. La «zorrería», como táctica, es maravillosa. No se presenta jamás el flanco descubierto al enemigo; se avanza por sorpresa, en jomadas lentas y sucesivas, procurando que los observadores se despisten. En la esfera de las luchas vitales abundan mucho más los zorros que los lobos. Si queréis conocer el secreto de muchos éxitos y de muchas fortunas al parecer inexplicables, seguid el rastro humano y encontraréis la huella fugitiva del zorro, marcada por un reguero de plumas y por tal cual gota de sangre... El zorro no es sanguinario; pero si se hace preciso, también asesina, también desgarra, de dos ó tres golpes, mesuradamente... La mesura constituye su cualidad principal. Nada de escándalos inútiles ni de comprometedores tumultos. Callado y tenaz, va hacia la 42 Siluetas de Animales víctima, que no lo siente aproximarse. Sabe esperar su hora y aprovecharla. Los zorros poseen muy buenas facultades policiacas. La paciencia, el fino olfato, la rápida observación y la sagacidad maliciosa,los capacitan en gran manera para agentes de investigaciones. Olfatean el misterio, llegan sin que nada les anuncie y férreamente se prenden á la garganta del criminal y realizan su captura. Cuando cogen no sueltan: sus dientes rasgan la piel y se incrustan en la carne del prójimo. Los zorros pertenecen á la escuela de Maquiavelo; ó quizás deba decirse que fué Maquiavelo quién perteneció á la escuela de los zorros. El autor de El Príncipe lo declara y lo aconseja: «Un jefe de pueblos necesita ser, para asegurarse el triunfo, algo zorro y algo león». De un lado, la fuerza y la valentía; del otro el sigilo, la marrullería y la astucia engañadora. Efectivamente, con el ejercicio de estas dotes opuestas se escalan los alturas del poder. Por el camino se coge alguna caza pequeña para abrir el apetito y, cuando se está arriba, los pueblos dominados aparecen como inmensos gallineros. La zorrería se erige en sistema político, en programa social y en «modus vivendl> religioso. Los subditos se empequeñecen hasta adquirir el tamaño y la forma de gallinas. Los zorros-hombres asoman sus hocicos puntiagudos y abren sus ojos traicioneros en per48 F. González Díaz petuo atisbo por todas partes. La filosofía zorruna se entroniza victoriosa. La gobernación se convierte en un «comedido» despiumamiento. Las coronas de estos hábiles héroes, de estos maestros en iniquidades decorosas, se fabrican con plumas ensangrentadas. Contra los zorros tenemos menos defensa que contra los lobos, porque al zorro nunca lo sentimos venir. Nos coge desprevenidos. Nadie puede darnos la voz de alerta, nadie grita: «¡qué viene el zorro!», como gritaba el pastor: «¡qué viene el lobo!» Los zorros son temibles enmascarados y perfectos histriones que visten la túnica de la hipocresía. Su pellejo es un disfraz y un saco de malicias guardadas muy en lo hondo. Su maestría estriba en insinuarse sin definirse, y nos pillan al fin desarmados. Por último, los zorros no comprenden el feminismo. Siendo, como son, tan malos esposos, desprecian profundamente á «las zorras». 44 ,os osos ¿Habrá nada más estúpidamente cómico y grotesco que un oso bailarín? Enderezado sobre las patas traseras, el animalote realiza movimientos absurdos, se contorsiona, se mueve, se estira y se encoje, se amansa y se niega á sí mismo. Hay en su juego bestial un esfuerzo doloroso que, antes que risa, provoca compasión en los espectadores. La masa se achica y se torna dúctil ablandándose de un modo violento. Es una degradación abyecta. Los osos no conocen el término medio de las actitudes serenas: ó se conducen como bestias salvajes ó se transforman en bestias de placer y se ponen en ridículo. O atacan ó se someten. O se muestran intratables, ó se tornan serviles. Tienen su extrema derecha y su extrema izquierda; son conservadores ó radicales. El radicalismo nos los presenta en cuatro patas; el conservadurismo, en dos. Si se sienten revolucionarios, es decir si obran conforme á 16 F. González Díaz su naturaleza, embisten y ahogan; si se desnaturalizan ó lo que tanto vale, si se domestican, obedecen al palo y bailan. Un oso que baila, lo repito, no nos produce hilaridad, sino pena. En vez de divertirnos, nos aflige, porque echamos de ver al punto que se envilece en vano. Jamás logrará aparecer ligero ni gracioso. Su raza es una raza sentenciada á farsa perpetua, y farsa ineficaz. Los osos no han nacido para la coreografía, que requiere agilidad de piernas, y, sin embargo, bailan pesadamente cuando no caminan paso á paso, entre las sombras, como siniestros conspiradores. Los niños piamonteses y saboyanos se ganan la vida con las danzas de los osos. Les tocan el pandero y, para obligarlos á avivar el ritmo, les atizan puntapiés. No cabe mayor encanallamiento. Imaginaos un gigante ocupado en mover domésticamente una rueca, un atleta de los juegos olímpicos empeñado en regocijar con cabriolas de clown á una muchedumbre infantil. Pues una imagen parecida nos sugiere el oso que danza sin lograr desarrugarnos el entrecejo. Quiere alegrarnos, y nos agua la fiesta. En la sociedad y en la política, los hombres osos nos brindan el espectáculo abominable de 46 siluetas de Animales ta degradación de la fuerza. Los fuertes, por flaqueza moral, se olvidan de que no sólo deben serlo, sino parecerlo; se enyugan y se amengua!. En lugar de exhibirnos el dorso hercúleo, los puños poderosos, bailan unagavota. Y trasudaí, y se fatigan y se perniquiebran, en el rudc meneo que para los débiles sería un ejercicio siave. Los oos no comprenden ninguna delicadeza ni son (apaces de ningún entusiasmo. Danzan por di)ilidad y por necesidad. No sienten las compilaciones conmovedoras de la música, las inefablts delicias de la orquesta. Les basta un garrotecomo batuta, una pandereta y un tambor coro instrumentos. Tampoco experimentan la! nostalgias del destierro. Buenos montañese, pronto se hacen sumisos y ejemplares ciuddanos.. Los 0S6, en fin, tienen mucho de mayoría parlamentáa si se considera el modo como bailan y la;ausj por que bailan al son monótono que l6 toquen. Carece de instintos de raza. Son demasiado brutos jnada sentimentales. Cada uno de ellos está espuesto á ir adonde lo lleven. Cada uno de ello es un judío errante andariego y danzarín qe va por los pueblos hecho un mamarracho, 'ierde su personalidad original y deja que lehoraden las narices y que lo arrastren tirándie de una cuerda, cual si fuese un 47 F. González'Díaz faldero. De la misma manera que encanalla su condición bravia, dulcifica y apiana su ifruñldo hasta cambiarlo en gemido impotente. Todo en los osos es negativo. Su aspecto no nos inspira idea alguna elevada ó roble. Ni siquiera sirven para hacernos reir: son malos payasos. No tienen historia, su má: insigne proeza se reduce á un regicidio: la mierte del pobre rey Favila, estrangulado por m oso anti-dinástico. La aristocracia de la esfecie, los osos blancos, orgullosos compañerosde la nie-' ve, ha venido á menos y se halla pró:ima á desaparecer, como todas las aristocracis. Los osos comunes, velludos, degarbados, disformes, horribles, nos dan el térmio extre- , mo de comparación de la fealdad. Aemejarse á un oso es ser feo con insolencia, on provocación temeraria. Ser torpe como un)So es dejar de ser persona y trocarse en besta. «Hacer el oso» es traducir en caricatura el aior, cosa no comprendida ni sentida jamás pollos osos. Los osos, cuando aman, se vueven más feos que nunca y no hacen más que;ruñir desesperados sin que las señoras osasíntiendan, lo que quieren decirles. 48 Los oso^ blancos En esta aristocracia de los osos se dan las características de todas las aristocracias. Hay en ellos una selección de formas y una elegancia de costumbres que los constituye como grupo aparte. Habitan un medio superior, tienen el -prestigio de la leyenda y, por último, se acaban. Aristocracia que no se acabe, no es aristocracia verdadera, porque las clases y las razas escogidas representan una minoría menguante. Desde que surgen, empiezan á venir á menos: el ejercicio del privilegio las gasta. Vida especial quiere decir limitación de vida. Los osos blancos, tienen la belleza fría de la nieve virgen. Vagan como fantasmas corpulentos sobre un fondo espectral y parecen concreciones animadas del hielo. Allá en el silencio hiperbóreo, casi fuera de la tierra, tan lejanos de las montañas bravas donde viven sus congéneres plebeyos, caminan sin hacer ruido. En 49 F. González Diaz aquel limbo inmaculado, son figuras de poema que se funden en la blanca uniformldaddel contorno, aterido por el desvío del sol. Se pasean como reyes destronados ó como aparecidos. Recorren magestuosamente su tumba y vitalizan levemente las muertas soledades. Inaccesibles y quiméricos, dicen de cosas que pasaron, de ensueños que se disiparon, de maravillosas y aéreas hermosuras que al contacto con la realidad, se desvanecieron. Son el alma de la nieve, y la nieve es una flor de belleza sobrenatural que en esas privilegiadas bestias resplandece con nimbo de poesía. Su más grande prestigio consiste en que están muy lejos de la mano del hombre y en que su blancura incontaminada los hace hermanos de los témpanos cristalinos, de los cisnes y las estrellas. Ser blanco es ser aristócrata, con prescindencia de las formas. Así los osos polares, altos y pesados, no obstante su tosquedad y su pesadez, nos producen el deslumbramiento del armiño. Algo heroico, patriarcal y feudal, los singulariza. Un lujo patricio y heráldico los enaltece. La blancura los torna ligeros, pues blancura y ligereza se nos imponen como dos Ideas complementarias. Lo que es blanco nos resulta siempre ligero. Los osos blancos, emperadores de la nieve, 60 Siluetas de Animales no resisten la prueba del destierro en las tierras oscuras, bajo ios soles inhospitalarios. La transplantación les resulta una humillación intolerable. Fuera de sus dominios sagrados, limpios de humana huella, ni sus pupilas ven, ni sus patas, semejantes á columnas de alabastro, encuentran punto de apoyo. Nos traen la visión de la nieve, de la pureza, pero rechazan con desdén regio todas nuestras suntuosidades, inclusive la opulencia solar de los países mediterráneos, reputándolas inferiores á los cristales y los brillantes del Polo recóndito. Así los últimos gentiles-hombres, seres preciosos por lo raros, se empequeñecen y se desmayan fuera de la blancura de la tradición de su casta. Seres espectaculares y decorativos, la vida activa, la vida intensa,la vida plena, los diluye con la energía de un ácido. Son espadas que no admiten más que una vaina y que sólo conservan su decoro y su temple en el arca de las reliquias. Por eso se acaban los caballeros andantes y se acaban los osos blatic os. Bl Los camellos Los camellos, disformes y magestuosos, tienen una grandeza bíblica. Cargan sobre sus jorobas una leyenda tierna é infantil que á todos nos ha sonreído. En el horizonte de la niñez, horizonte sin nubes, puro como la aurora, los camellos recortan sus siluetas desmesuradas, irregulares; invitan al ensueño y prometen un tesoro de ilusiones. Nuestra fantasía se despierta para pedirles que nos den la felicidad; inconscientemente seguimos sus pasos, y en su ruta vemos abrirse la flor de la esperanza, rosa mágica cuajada del rocío de nuestras primeras lágrimas, dulces y consoladoras. Las cabalgaduras de los tres reyes de Oriente llegan entre las sombras de una poética noche, la más poética de las noches, y se van antes que el día apunte, el más luminoso de los días... El don que nos traen, no se puede valorar en cifras ni en frases. Pasan junto á las cunas 63 P. 6onzález Díaz silenciosamente y, dormidos, contemplamos su llegada y su lento desfile. Nos deápertamos febriles, ¡dichosa fiebre!; tendemos los brazos y asimos la vida, porque anticipaciones, adivinaciones de la vida, son los regalos que los monarcas orientales dejan en nuestra cabecera. Y es la vida misma quién viene con ellos á despertarnos. En las lontananzas del pensamiento, débil y gracioso como un pájaro recién nacido, hay luminosidades arrobadoras. Nos sonríe Ella, la gran musa embustera, engalanada de rayos de sol, para engañarnos y llevarnos tras sí. Con su primera mirada, nos hace víctimas de su primera impostura. Luego, muy pronto, la perspectiva fantasmagórica se desvanece; el tesoro de los Reyes Magos va al desván de la imaginación, allí donse adormecen los recuerdos melancólicos, allí donde enterramos los pajarillos muertos en el amanecer de nuestra infancia, los que nos cantaron en las horas matinales y, muertos y enterrados, siguen cantándonos en la memoria que los resucita... Y los camellos vuelven con su preciosa carga, pero no vuelven para nosotros. Pasan de largo; en vez de darnos muñecos y golosinas, los augustos enigmáticos ginetes se nos llevan cada año un don de los que tuvimos, una gracia ó una virtud de las que nos dieron... Tornan á sus países miliunanochescos por 54 Siluetas de Animales los mismos caminos sembrados de flores. De las flores sólo podemos recoger las espinas que nos ensangrientan las manos. Y esa caravana, salida del fondo del Evangelio, acaba de deshojar la flor mustia de nuestro corazón. Y todo camello que pasa nos entristece, porque se nos figura que lo monta y lo guía la Muerte... Para los hombres cuando recuerdan que fueron niflos, cuando recuerdan la visión deslumbradora de los Reyes Magos, el camello es la cabalgadura de la Muerte. 66 Lo^ pavos Todos los pavipollos con su madre se fueron... ¿Pero cual es la madre de los pavipollos? Esa gran pava gorda y torpe que llamamos estupidez. Los pavos tienen un triste destino en el mundo: ser cebados y devorados. No nacen para vivir, como la mayor parte de los demás seres; nacen para morir pronto en un sacrificio ofrecido al vientre del hombre. Nacen para que los trufen y para marchar en manadas bajo las suaves insinuaciones de una caña conductora, al matadero de las cocinas. Desde el corral á la cazuela, sus ojos de idiotas no aciertan á ver la vida. Feos, desairados, vanidosos, dicen con su cloqueo que el vivir es cosa buena,y no bien han acabado de decirlo, cuando ya sus cadáveres nos pertenecen. Se entregan sin luchar, sin resistirse, sin comprender nada de nada. 67 5 P. González Ólai La incomprensión, la inconsciencia y la imbecilidad hállanse elocuentemente representadas en el moco del pavo. La pavocracia constituye una mayoría y reviste la fuerza envolvente del número; pero esas grandes agregaciones de los pavos, ese gregarismos, no alcanza valor de asociación ni de suma. Mil pavos valen lo mismo que tres pavos. Como pueblo, carecen en absoluto de sentido político y jamás supieron darse una constitución viable. Como milicia, no tienen jefes ni jerarquías organizadas;todos son unos, y cualquier chiquillo, constituido en presidente de su república, los arrea. Al sentir el cañazo, cloquean lastimeramente, pero obedecen. Gracias que se permitan hacer la rueda y enderezar la grotesca cabecita roja, erizada de granulaciones... Los pavos en su montón, en su tropel, resultan efímeros como los infusorios en la gota de agua. Por donde va uno, van á ciegas los otros. Su pedantesco empaque de diplomáticos no nos engaña, ni su disciplina nos infunde respeto. En los tontos sólo echamos de ver la tontería, aunque pongan «cara feroce al enemigo.» Son animales que nada dicen al cerebro, como los cerdos, como los capones. Hablan ai estómago cloqueando é irritan la animalidad del apetito. En presencia de un pavo, no se nos ocurre más que comérnoslo. 58 áiluetas de Áhimaies Pudiera tomárseles por demagogos «á nativitate»; en vista de las insignias encarnadas que les dio Naturaleza. Pero son reaccionarios inconscientes de lo que significa !a reacción. Llevan un paso solemne, procesional, y nunca corren. ¿Cómo habían de correr si la carrera les impediría mostrarse graves? Para mostrar una gravedad ridicula nacieron. Lo mismo que tantos ciudadanos que sé pavonean. Mirad pasar la pavocracia En las primeras filas, lo propio que en las últimas, la «pose» mantiene una acartonada rigidez. Los pavos se deslizan magestuosamente con la apostura de finchados hidalgos. Súbito, se oye un golpe seco y uno de la partida se ensancha y redondea, se dilata en una expansión de vanidad. La banda entera se desdobla en cómicas arrogancias y ocupa un doble espacio. Pero, en rigor, el espacio que llenan está vacío. Todos aquellos pavos multiplicados por la hinchazón, coronados de movibles carnosidades bermejas, continúan reducidos á una sola unidad. Todos caben en una sola olla; para cegarles el cuello á todos bastará un solo cuchillo. Algo semejante ocurre con las agrupaciones humanas desprovistas de energía anímica, interior. Multiplicadas tanto como queráis, hinchadlas, dilatadlas. Siempre cubrirán la misma extensión de terreno, porque serán un agregado 59 F. González Dfaz de cuerpos «sin espíritu». Las cabecitas rojas con los colgantes de los mocos, se moverán cual mariscos en un cesto, sin poderse salir del cesto. Es inútil que los pavos digan que «no». Las negativas de los pavos llegan demasiado tarde, después de la ceba, enfrente del mandil del matarife ó la cuchilla del cocinero, cuando van irremediablemente á degollarlos ó extranguiarlos. Antes, en su cloquear quejumbroso, siempre habían dicho «que sí, que sí...» Nuestra Pascua es al mismo tiempo Pascua de los pavos, mas nos toca á nosotros comer y á ellos ser comidos. Entonces la pavocracia vé claro por primera y última vez; vé el abismo, iluminado por una tardía revelación, y comprende que, mientras perdía el tiempo en pavonearse, en esponjarse, en erizarse de orgullo, irritaba al monstruo de la gula que avanzaba abriendo la boca. Debajo de sus plumas,su carne florecía para tentamos, y cada pavo atraía un deseo, y todos los pavos de la tierra reunidos provocaban una fie'bre humana de concupiscencia. Suena el grito: «¡matedlos!» Principia la matanza de los inocentes, que no inspira el odio,sino el lujo del hambre. Los pavos sienten de vaga manera, antes de sucumbir, que han sido unos imbéciles, que lo serán hasta el fin, 60 Siluetas de Animales que no habrá remedio para la idiotez de su raza. Lanzan un postrer cloqueo en que ya no se discierne si dicen que sf ó dicen que no. Se les desmaya el moco, se les petrifican las carúnculas, se les traba la lengua... «iConsummatum est!» He ahí como mueren, ni más ni menos, todas las pavocracias. He ahí como mueren los hombres-pavos,con la diferencia de que su carne sólo servirá para alimentar á la gusanera, porque, gracias á la civilización, no somos antropófagos. 61 Los cocodrilos El cocodrilo es un monstruo; cuando se dice monstruo, ya no se puede decir más. Hemos designado con esa palabra aterradora el summum de maldad y de perfidia. Si algo añadimos á la definición sintética, nos excedemos, nos extralimitamos. Hay nombres que rechazan los adjetivos por inútiles. Basta escribirlos sencillamente: ellos dicen cuanto nosotros no sabríamos decir para explicar su significado, ellos comportan una suprema injuria. Eres un cocodrilo, le dice un yerno á su suegra, y la agraciada comprende y traduce: Eres un monstruo. La condición anfibia, el arte de arrastrarse, la voracidad, la crueldad, las lágrimas hipócritas sobre la presa, el acecho, la captura y el drama final, todo ha sido expresado en una sola voz. Ño es preciso añadir términos explicativos de ninguna clase; sabemos bien á que atenernos. El mayor monstruo, con su cabeza disfor63 F. González Dfaz me, sus fauces de abismo, su cuerpo de piedra, sus ojos de infierno, surge como en el fondo de una pesadilla. Y, ante la evocación, volvemos á sentir, cuando somos hombres, el miedo al coco que sentíamos cuando éramos niños. Nos asustamos y nos empequeñecemos. La impresión que nos posee es la de una gran sima abierta á nuestras plantas. • Los egipcios, que profesaban el culto de las monstruosidades, hicieron del cocodrilo un animal sagrado. El terror religioso lo agigantaba, y lo veían dispuesto á devorar el país de los Faraones; pero como el padre Nilo era más grande aún, y más poderoso, en nombre del río inmenso lo conjuraban. En nombre de Dios y su ley, conjuramos á los humanos cocodrilos, que lloran llanto de hipocresía por las riberas del gran río social mientras se aperciben á devorarnos. Su piel impenetrable, sus siniestras escamas, su deslizamiento silencioso entre las espesuras, á dos pasos del agua corriente y turbia, medio encallados en la arena, siempre prontos al ataque y la matanza, nos obsesionan. Ese peligro indeterminado pero seguro, no nos deja vivir en sosiego. El cocodrilo no tiene propiamente nombre; no es pez, ni reptil, es monstruo. Su característica son sus lágrimas indefinibles, un líquido diabólico que vierte co64 Siluetas da Animales mo una ponzoña... Su dureza absoluta le da la invulnerabilídad. Los disparos no le alcanzan, ni siquiera le conmueven. Sólo queda contra ellos un recurso: huir hacia arriba, poner distancia en altara. 66 Los patos Los patos andan torpemente y se ladean. Cuando quieren volar, sólo logran levantarse unos palmos sobre el suelo, cayendo con pesadez. La pesadez forma su nota distintiva. Su cuerpo voluminoso y graso, sus patas cortas, su pico disforme y desproporcionado, su cabeza pequeña, su ojo inexpresivo é inmóvil, dan una total sensación de incapacidad. En efecto, son incapaces. Un pato no sabe caminar, ni cazar, ni casi nadar. No vuela, ni tampoco se afirma en tierra. Sus alas no le sirven más que para darse aire, para abanicarse lentamente. No ve el espacio, ni aún el agua, por cuya superficie se pasea como un burgués ocioso que se aburre. Coge los gusanillos en el fondo del estanque y apresa las moscas al paso entre las duras láminas oseas de su apéndice bucal, parecido á un estuche. Se arrastra y se contonea por las orillas con movimientos 67 F. González Díaz tardos, difíciles, penosos. Es melancólico, tiende á la soledad y dirfase que siente las condiciones inferiores de su naturaleza. El pato se reconoce inepto para la lucha de las especies. Rodea la vida, sin entrar en ella positivamente, como si la materia y la carne le pesaran demasiado Recorre las márgenes con aspecto de anima! indolente, asustado, y toma al día una porción de baños higiénicos. Es limpio, porque su pluma es impermeable. Pasa inadvertido. En esto consiste su felicidad. Ausentarse, desviarse, eclipsarse, inhibirse: he aquí la única política de los patos, política práctica que suprime toda arriesgada contingencia. Los patos flaneurs son entre los hombres legión. Los patos miran á los cisnes como hermanos superiores y les envidian la elegancia, la gracia y la grácil finura. Les envidian también el nimbo legendario, la belleza poética que los ha hecho protagonistas aristocráticos de numerosos cantos líricos. Pero los patos nos resultan más ütiles que los cisnes, porque son comestibles. El cisne es una figura simbólica que pasa por nuestros ensueños, bañado en reflejos lunares, con el alabastrino cuello erguido como una airosísima in68 siluetas de Animales terrogante sobre el azul. Tiene el prestigio de la leyenda y nos canta al morir la inmortalidad. Representamos en él las más puras ansias del espíritu y lo elevamos á la categoría de símbolo animado. Los mitos helénicos nos lo idealizan. Leda lo mima y Lohengrin lo toma de cabalgadura. Es el ave heráldica de los viejos caballeros. En cambio, el pato tosco, el pato plebeyo, el pato aburrido é incapaz, no nos despierta la inspiración con un aletazo. Ningún poeta lo cantó, ninguna diosa ni ningún héroe lo tomó por confidente ó por emblema de sus empresas. Los nifios le echan migas, los pihuelos lo persiguen á pedradas. Y él se arrastra á la orilla del agua, ni acuático ni terrestre, entre cielo y tierra, como un vencido. Para que volara, fué necesario inventar el ca/iarrf norte-americano, una variedad imaginativa dentro de la especie, una familia que atraviesa el océano trasportando el bluff yanqui, la blague especial del pueblo donde Roosevelt impera tartarinescamente. Sin embargo, nadie negará el carácter útil de los patos. Sin ellos e\foiegras no existiría. Nos dan el hígado, y á quién nos da el hígado ¿podemos pedirle que nos dé otra cosa? Los patos no tienen buena figura, eso salta á la vista, pero tienen buenas entrañas 69 GhanUdcr Diez años hace que Edmundo de Rostand viene empollando su nueva obra Cfianteclery todavía no le ha dado el último toque. Si se juzga por la tardanza, pon los anuncios y por ios reclamos de la prensa universa], Chantecler hará raya en los fastos teatrales. La gallina clueca que figura en la comedia animalista anunciada con tanto refuerzo de bombo y platillos, es el símbolo del propio Rostand que, durante una década, ha empollado ese trabajo escénico- Larga ha sido la gestación, pero el éxito se considera seguro. Pocos artistas tan laboriosos como Rostand, ninguno tan concienzudo ni tan refinado. Sólo le iguala y aún le excede en estas condiciones Arrigo Boito, cuya ópera Crístophoro Colombo lleva más de quince años de preparación. ¡Ambos talentos tienen el parto difícil! El autor de Cyrano, lo mismo que el de Mefistófele, laboran para la posteridad, no para 71 f. González Díaz el momento histórico. Boito, poeta y músico libretista y operista, se rompe la cabeza antes* de coronar sus producciones. Rostand perfecciona el lenguaje poético y se atormenta en la búsqueda de aigumentos originales que renueven por completo la mecánica y la técnica del teatro. Original hasta la extravagancia dicen que resulta su nueva creación, ya en ensayos en la Porte Saint-Martín. No se parece á nada de lo conocido en literatura, como no sea á las fábulas del viejo Lafontaine. Pero se trata de una inmensa fábula representada, de una gran comedia de discreteos y finas ironías en que los animales reproducen maravillosamente la farsa humana. Hay en ella un gallo que encarna el tipo del struggle for lifeur, hay una faisana que se deja robar por el gallo, y un gran número de polluelos recien salidos del cascarón, y un perro,y un mirlo, y una paloma, y una muchedumbre de pajarracos parlanchines, visiblemente volterianos y burlones. Será de ver, será de oir... Los animales, en posesión del arma del verbo que constituye el signo expresivo de la inteligencia y la superioridad del hombre, dirán cosas importantísimas. Tendrán piquitos de oro. Hablarán como filósofos, como psicólogos, como sociólogos, entre el batir de las alas y el mover de las patas. Cantará el gallo y su canto tendrá el valor de 72 Siluetas de Animales una sentencia ó de un aforismo incontrastable; silbará el mirlo, y su silbido ronco entrañará una verdad como un templo. Cloaqueará la gallina, y su cloqueo recordará el tono de los coloquios de las bas bleus en auge, madame Seí^. verine por ejemplo. Cada animalito será la ca•osricatura de un conocido personaje y lo parodiará en versos deslumbradores. Rostand imita la conducta de Moliere; il prend son bien oü il le trome. Y esta vez ha encontrado su negocio en un gallinero. ¿No es el mundo, en resumidas cuentas, un gallinero grande? Pero los actores encargados de interpretar Chantecter, no atinan á animalizarse conveientemente. El perro no sabe andar en cuatro patas, ni el gallo cantar como cantó el de San Pedro, ni el mirlo silbar con gracia, ni la paloina ¡ay! simular la inocencia y la pureza. Todas estas dificultades prácticas han ocasionado un serio conflicto entre animales. Rostand, el divino poeta/ se va animalizando rápidamente sin conseguir que se animalice su tro,pa. Todos silban, se arrullan, ladran, mugen, y allí no se entiende nadie. Las damas protestan de que las obliguen á echarse para adelante y los caballeros de que les obliguen á echarse para atrás. Al perro le vienen cortas las extre78 6 F. donzález D(az midades, al gallo le queda largo el pico. La clueca abandona su empolladura y declara no sentirse capaz de una maternidad semejante. El mirlo manifiesta que no quiere ser mirlo negro, sino mirlo blanco. Se comprende... Para actuar de animal se necesita vocación. La obra fracasará porque Rostand no ha sabido escoger sus animales. Era preciso escogerlos, no formarlos. (1) (1) Escrito en vísperas del estreno de CHanteder 74 E( gallo de I^ostand El gallo de Rostand no canta claro, y aunque recita muy gallardos y armoniosos versos, ni tiene elocuencia ni tiene-gracia para seducir á las gallinas. Por consecuencia, tampoco seduce al público. No es brutal como lo fuera el gallo Bonaparte, y aparece harto preocupado de decir buenas sentencias filosóficas. Resulta en este sentido un gallo socrático. Pedantesco, evaporado, especulativo con exceso, los espectadores no lo pueden resistir y sienten ganas de gritarle: ¡Eh, amigo, ocúpese del corral, que es lo que le importa! Efectivamente, si los sefíores gallos no saben mandar en sus corrales, están perdidos. Tan difícil ciencia de gobierno la supo y la practicó á maravilla Napoleón, gallo francés que parecía gallo inglés. En materia de amor, no admitía réplica. Cuando se enamoraba de 75 F. González Díaz una gallina y la gallina andaba con remilgos, haciéndose la interesante, aquel- cantaclaro glorioso daba un golpe de espuela, con la misma soltura con que daba un golpe de Estado. Pero el tímido, el casuístico, el académico gallito de Rostand, se detiene perplejo ante las grandes vías de acción. En vez de cortarse la cresta metafísica, pretende enseñar el ars amandi á su dulcinea y, como no canta claro, ella se fatiga de iniciar sin éxito sus cacareos amatorios. Chantecler no la comprende; ella no comprende á Chantecler. En esta vida picara todo depende de cantar claro y de cantar á tiempo. Hay que ser gallos, pero hay que serlo plenamente con la arrogancia y soberanía napoleónicas. El gallo de Rostand fracasa por indefinido, por incoloro, por débil, por lírico. Viene de un corral romántico diciendo estrofas un poco abélardescas. No es eso, amigo, lo que se necesitaba. La Paisana dista mucho de ser una Eloísa y no entiende de amores quitaesenciados, no admite la alianza de la pasión amorosa con la poesía. Usted es un mediano stmggle for tifeur; pero consuélese. ¡Cómo usted, existen tantos gallos en el mundo! NI cantan claro, ni saben hacer uso de las espuelas. Tocan su clarín anunciando el alba, y se dejan robar todas las gallinas. Para eso, no valía la pena ser gallo. 76 Siluetas de Animales Rostand nos ha regalado un gallo antiguo, marca Cyrano, marca Dotí Quijote. En cambio, Lafontaine presintió y caracterizó admirablemente al gallo moderno en su deliciosa fábula El gallo y la perla: «Un día un gallo robó una perla, y la llevó á un lapidario; diciéndole:—Creo que sea fina, pero un grano de millo me convendría muchísimo más...» Así deben hablar los gallos, y dejarse de lirismos tontos. Así deben hablar los animales, si quieren imitar á los hombres... 77 La^ riña^ de gallos Durante las peripecias de las riñas hay que ver la cara que ponen los exaltados. Unos se entierran el sombrero hasta el cogote, otros se tiran nerviosamente de las barbas; aquéllos golpean en las espaldas del vecino inmediato inferior como en una caja de guerra; éstos se desgañitan gritando. Todos miran al redondel con los ojos fijos, absortos, cual si estuviesen bajo el influjo de Onofrof; y cada vez que el favorito da un buen golpe ó lo recibe malo, allí es de oir la gritería infernal que del uno y el otro bando se levanta. Corre por los tendidos un estremecimiento brutal que sacude el maderamen. Al mismo tiempo óyense las llamadas y las ofertas, la porfía excitante de las apuestas y las pujas, el tintineo del dinero que pasa de una mano á otra, según las alternativas de juego tan inseguro. Clamor monótono que va repi79 F. González Díaz tiendo: ¡dos duros al colorado! ¡cuatro! ¡veinte! ¡al gaiiino! ¡vengan! ¡doy tres más! Algunos individuos, desatinados y febriles, patalean en sus asientos, y al fin de la fiesta, cuando el último campeón está á punto de caer, ciego, cubierto de sangre, con cien heridas del espolón del contrarió que le tienen acribillado el cuerpo pero todavÍH le permiten revolverse y acometer, lanzan con todas sus fuerzas un postrer reto en honor del valiente desgraciado. Lo más admirable es que muchas veces no se equivocan: el que parecía definitivamente vencido, se endereza de pronto con atroz empuje, y ultima de una puntillada al otro,al queja mayoría tuvo por vencedor. Desarróllase en la arena un drama pequeño por la pequenez de los actores, pero intensísimo por la feroz terquedad con que se atacan. Nada iguala al valor resistente del gallo de lidia, esa fierecilla con plumas. No se le creería hermano del gallo de corral, enamorado y pacífico, como no se nos figura hermano dal buey de labor el temible toro de las corridas. Los gallos peleadores de buena casta riñen mientras conservan un soplo vital. No se retiran vivos; es necesario retirarlos muertos, hechos una masa informe. Vaciados los ojos, abierto el cuello, despanzurrados y cojos, aún 80 Siluetas de Animales contienden y se dan casos, como llevo dicho, en que en tal estado triunfan del enemigo. Si la lucha que mantienen esos animalejos, ocurriera entre corpulentos animales, causaría pavor; si en vez de tener los gallos por defensa única su pico y sus espuelas, tuviesen afilados colmillos y garras, ni los huesos quedarían. Además ¡cosa extraordinaria! en ellos no se manifiesta el instinto de raza, no impera la ley de unidad y amor á la especie. En vez de reconocerse hermanos en la naturaleza, tiran á matarse. Para los gallitos ingleses, mucho más que para el hombre, vivires pelear. Trasladado al género humano su furor bélico, en poco tiempo la humanidad masculina desaparecería. Homo hotnini lupus. Gallo para gallo, tigre. Pero esos gallos no son todos los gallos. Son los bárbaros, una raza desnaturalizada quie tiende á destruirse á sí propia. Rebeldes, indómitos, incapaces de someterse á la dulce cautividad del gallinero, nacen de la guerra y en la guerra perecen. ¡Si Jes hubiera caído bajo los picos el gallo Cachazudo de San Pedro, cuya misión no era otra que advertir, cantando, sus traiciones al discípulo infiel! 81 Mi gato r\igro Tengo yo un gato negro que es una oreciosidad (la única cosa preciosa que poseo). Si hubiera para ios animales irracionales un Plutarco que les escribiese Vidas paralelas,^.] gato mío, por lo excepcional de sus caracteres dentro de la gatuna raza, merecería un capítulo, una semblanza semejante á las que en el famoso libro han perpetuado las más altas figuras de la antigüedad. Yo se la haré, aunque estoy seguro de que no sabré hacérsela. Mi gato es tímido, huraño y cariñoso á un tiempo. En algunos detalles se asemeja á su amo, modestia aparte. Parecerse á un minino de esas condiciones, téngolo por muy grande honor y, en cambio, muchas veces me pongo á considerar lo que podría perder mi gato si se trocara de pronto en persona. Ser una mala persona, ¿no es mucho peor que ser un buen gato? El de mi pertenencia merece tratamiento de 83 F. González Dfaz Excelentísimo, y se lo doy. El, en correspondencia, me da á mí, pródigo, sus felinas gra-¡ cias y sus cariños constantes. Cuando me vé triste, cosa harto frecuente en mí, con la cola me dice que me anime y me alegre, que la vida no vale la pena de tomarla en serio. Y me ofrece el ejemplo de su fortaleza aceptando con resignación las contrariedades de su estado y empleo, que no son flojas. Cierta vez, por circunstancias que no juzgo necesario puntualizar, el pobre animalito estúvose veinte y dos días emparedado. Al término de esta temporada, oímos su maullido quejumbroso, y salió, ó más bien dicho, le sacamos del duro encierro. Salió triunfante, y me tendió una pata delantera con su gesto expresivo de siempre. ¿Cómo había vivido ese tiempo? Ello fué que vivió. ¡Señores, esto no lo hace Succhi, esto no lo hace Papus, esto no lo hace nadie! Por donde se advierte que en todos terrenos un gato puede valer más que un hombre. Silvio Pellico en los piombi no mostró mansedumbre tan extremada y, sobre todo. Pellico no ayunó veinte y dos días. Sigo la relación de las buenas cualidades de mi gato negro. Es limpio, sano, bien criado, solícito y afectuoso. De su probidad no hablemos. Jamás tomará nada que no le ofrezcan, y aún hay que insistir mucho en el ofrecimiento para que acepte. Esto tratándose de una raza 84 siluetas de Animales rapaz, golosa y descomedida, pide un punto de alabanza. No caza los ratones,sino que los desprecia. No importuna ni asedia,sino que aguarda y recoge pulquérrimamente lo que le brindan. Se está quietecito en su rincón, igual que su dueño, en espera de que le lleven la comida. Maya á horas fijas con suavidad y discreción, como 8¡ comunicara órdenes, formulara quejas ó expresara consejos. Su silencio cortado por estos maullidos declamatorios, mucho me inquieta. ¡Quién sabe lo que querrá decir! El silencio de los animales es tan misterioso, y cuando se interrumpe,tan alarmante!;Quién sabe lo que callan y lo que se proponen manifestar y no manifiestan, porque nosotros no llegamos á establecer con ellos comunicación! Yo creo que mi gato tiene mucho talento... Los varios movimientos de su cola me intrigan. Lleva en esta especialidad ventaja al perro de Alcibiades que, aunque quisiera hablar con la suya, no podía, porque su propietario se la cortó para satisfacer su propia soberbia á costa de la mutilación de su can. Mi gato habla con la cola, ó yo me imagino que habla. Y hasta me hago la ilusión de que entiendo su lenguaje. ¡Es una cola más elocuente que muchas lenguas humanas y, por de contado, menos dañina! Es honradísimo, ya lo dije, mi micifuz. Habría sido buen empleado en Filipinas. Niega la ir. Óonzález biaí casta, porque no roba ni escamotea, singular condición en un gato y, por añadidura, castizo. Pienso que hubiera sido muy otra la suerte de nuestras colonias, y nuestra suerte, si en vez de enviar á nuestras posesiones ultramarinas tantas ratas voraces, hubiéramos mandado unos cuantos gatos cazadores tan circunspectos, honrados y concienzudos como mi gato. No hay pero que ponerle al animal. Para que ninguna virtud le falte, hasta es semi-casto. Sólo de tarde en tarde, escapa al tejado en demanda ó seguimiento de alguna complaciente Zapaquilda. Convengamos en que merecida tenía esta semblanza, por ser tan buena persona, así como no la han merecido y, sin embargo, la disfrutan muchas personas que no alcanzan la categoría de malísimos gatos. 86 El león y el pavo real Un león preso en una jaula nos sugiere la Idea de una Magestad caída.pero digna y noble en la desgracia. Un pavo real paseándose al aire libre nos sugiere el pensamiento de la vanidad huera y ostentosa que en contemplarse y admirarse estúpidamente halla su único placer. Él pavón es Narciso entre las bestias. Su cola irisada, policroma, fastuosa, ábrese como un abanico de reina. El magnífico animal tiene una cabeza casi imperceptible, una cabeza cuya pequenez se eclipsa por completo ante el lujo asiático de la cauda imponderable. El gran bajá,el gran vanidoso, se pavonea con el empaque de los necios que ponen su ufanía en el brillo de las joyas y van enseñando los dedos para que les vean las sortijas. Toda esa posterioridad maravillosa es, de veras, un ornamento exterior; pero la cola es todo el pavo real. En ella lleva los ojos que só87 P. 6onz¿lez Díaz lo ven el plumaje mirífico. El pavo real se absorbe, se desvanece y se anula.en su propia admiración. Como en su cola están todos los colores, cree haber aprisionado el iris; piensa que el mundo se reduce á una impresión visual, á una orgía cromática, y nada percibe fuera de sí mismo, nada de los espectáculos eternamente diversos de la naturaleza. Junto á este personaje infatuado é inepto, la horda de los pavos vulgares, también presumidos pero humildes en su presunción, nos resultan simpáticos. Por lo menos, son plebe. La idiotez entronizada parece doblemente idioteS:. Un rey imbécil hace pesar su imbecilidad como una tiranía: un ministro bolonio hace pesar su tontería como una autoridad. La estupidez colectiva, repartida y difusa entre las masas, pesa poco. Se esparce en el ambiente; pero no puede, aunque se lo proponga, imponernos su ley. ¿Concíbese algo más irrisorio é intolerable que un pueblo inteligente gobernado por un monarca tonto ó por ministros estultos? ¿La necedad gravitando en las alturas y la inteligencia sufriendo esa pesadumbre sin lograr sacudírsela?... El pavón libre, todo lleno del fausto de su cola, no vale lo que el león en cadenas y en prisiones... 88 Siluetas de Animales La enorme cabeza del león, rey á nativitate, concentra tanta vida, tanto poder, que trueca una jaula en un palacio. Además, el león tiene garras. Es un ser completo, armado para la lucha. En cambio, el pavón se oculta y se disipa debajo de su apéndice caudal vistosísimo, como \m bajas de Oriente debajo de sus brillantes colas. El pavón se pasea en el corral, sin poder fundar un sultanato ni poseer un serrallo. Es la belleza, la vanidad y el ocio femeninos sin aspiraciones de reivindicación feminista. * Mientras se mira extático la cola, el gallo en su presencia seduce y posee á las gallinas. Le da lecciones de energía viril, que el emperador de opereta no comprende. La naturaleza ha puesto en caricatura á la monarquía creando el pavo real. Quitadle al pavón engreído las plumas multicolores, y entre las manos se os quedará toda la realeza convertida en materia prima para los espanta-moscas del Papa. Quitadles el cetro, el manto y la corona á los reyes sin personalidad propia y tendréis que llevarlos á la guardarropía monárquica, junto con los inútiles chirimbolos del oficio de reinar. Solamente quedarán /as plumas. 89 7 La paloma mensajera La paloma es el símbolo de la candidez y de la Inocencia. Cuando cruza el espacio lo purifica; cuando desciende sobre nuestras miserias, sobre nuestros tormentos^ parece que nos trae en e! pico un mensaje de amor y de paz. Es noble, es simpática; debiera ser sagrada porque algo divino la acompaña. El Espíritu Santo se representa en forma de paloma blanca, envuelta en resplandores. Las almas de los justos son palomas que revolotean en el Empíreo. A Santa Teresa la llamamos paloma mística. Las* Hermanas de la Caridad se nos aparecen como palomas mensajeras llevando á los ; campamentos y á los hospitales bálsamo para I el dolor. Mansedumbre, dulzura, pureza, pie! dad, cuantas cualidades enaltecen al género huí niano.en la paloma están simbolizadas. Destruir í por «sport» á esas buenas avecillas, es un de; lito. En cambio, lanzarlas como correos á través I de la inmensidad, es una hermosa empresa que i 91 F. González Díaz convierte la gracia en fuerza, la timidez en bravura. Sobre aquellas débiles alitas cabalga el pensamiento. Las alitas débiles baten el aire con vigor portentoso, atraviesan enormes extensiones de tierra y de mar, llevan muy lejos la palabra como una simiente de la que no se sabe si caerá en bueno ó en mal terreno, si fructificará ó se perderá, si será beneficiosa ó maléfica.Esas alitas, en su quebradiza pequenez, son más potentes que las alas gigantescas del cóndor, rey de los Andes. La gracia puede convertirse en fuerza; pero la fuerza no se puede hunca convertir en gracia. La paloma, comunicando á los pueblos, vuela inconsciente del mensaje que lleVa. Abate el vuelo y cumple su misión. A los hombres la responsabilidad. Ella, que es símbolo de grandes virtudes, si tuviera discernimiento, tan sólo conduciría mensajes de paz, de dicha y de amor. Aunque lleve bajo sus alas frágiles la guerra, no manchará el espacio. 92 La langosta —Con tal que no venga el cólera, bien venida sea la langosta,—ha dicho don Sofanor tranquila y gravemente, como quien formula una sentencia inapelable. Tiene razón el buen hombre. En el reparto equitativo de calamidades, alguna ha de tocarnos de vez en vez, y debemos dar gracias á la Providencia que no nos sienta la mano con dureza; que, misericordiosa, se limita á amenazarnos pero, no nos pega. Tratándose de cosas calamitosas, don Sofanor sabe lo que piensa y lo que dice, por que él es, por su parte, una calamidad. Ahora nos ha tocado en desgracia la langosta; peor sería el cólera, y ante esta consideración debemos resignarnos. I Yo estoy resignado. Con un poco de filosofía práctica, no hay mal que nos desazone ni malaventura que nos desespere. Peor sería el cólera... Peor estón en Bombay. 93 F. González Díaz La langosta nos viene de África, como todas nuestras desdichas. Por culpa de nuestra posición geográfica nos faltan al respeto llamándonos africanos, que ya es llamar y faltar. Por culpa de la vecindad africana sentimos estos odios propiamente abisinios en que nos abrasamos, y suele (.'nviarnos el Simdn su soplo de fragua en una lluvia de arenas feermejas que llenan nuestra atmósfera y se nos introducen en los pulmones. Por culpa déla cercanía del continente negro, nos volvemos rojos. Hasta los marineros isleños regresan de la costa enrojecidos, hechos unos diablos. El África nos quema, nos sofoca, nos humilla y rio nos permite vivir en paz. La langosta es un re^alito que lá madrastra nos envía; un presente africano, niás temible que el famoso presente griego. Llegan esos insectos voraces en masas enormes, después de haber atravesado el mar en columnas cerradas, y allí donde caen no dejan ni rastró de siembra, ni vestigio de vegetación. Cada Uno aparte y todos en conjunto poseen la fuerzd destructora del caballo de Atila. Sobre los campos celebran colosales, pantagruélicos festines; reprodiicense al infinito y por cada ejemplar que sé destruye, salen de la tierra mil que brincan y comen desaforadamente. Figuró la langosta con gran dignidkd entre las plagas egipcias, y fué comida y saboreada 94 Siluetas de Animales por los hebreos. Remotos autores aseguran que se la contó en el número de los castigos bíblicos, / hay historiador de seso y peso que afirma que el maná llovido sobre el pueblo de Dios no pido ser sino una regular manga de cigarra alimeiticia. Los marroquíes y los argelinos se la conen para no ser comidos por ella, fuertes en la jráctica de este sabio principio: devora si no queres ser devorado. En la República Argentintse comienza á utilizarla con mucho éxito, en Jase de abono. Ya 'éis cuan ilustre abolengo ostenta el noble huéped con cuya presencia nos horripilamos. Están antiguo como Moisés; compite en potenciadevoradora con los judíos desde las épocas patriarcales; no reconoce el derecho de propieda!, y se lo asimila todo, absolutamente todo. Segúi noticias fidedignas, la langosta en general s; ha civilizado. Ya el ruido no lo asusta; ya es inútil para ahuyentarla el procedimiento dt tambor batiente, ó del cacharro sacudido ó el almirez repiqueteado. El amigo cigarrón h¿)ituóse á la buena música y no hay murga qie le entre. Será en vano que envíen contrf él a orquesta de Durante. L< quí ha de hacerse es aplicarle la ley del strugle for Ufe: comerlo antes que coma, para que p coma. Dn Sofanor está en lo cierto. Entre la lan96 F. González Díaz gosta y el cólera, prefiramos la langosta. Además, se trata de una calamidad que se transforma, pero que siempre vive entre nosotros Tenemos tomadas desde antiguo nuestras medidas contra el azote. ¿Sabéis como se llaman esas bandas humanas, esas asociaciones constitiídas para comer, bajo mentirosas enseñas de abnegación y de civismo, bajo una hipócrita irvocación á las ideas? ¿Habéis visto como caendesde las alturas, como devoran y como se levtntan? Conocemos langostas que no son as de África; conocemos carneros que no sonlos de los apriscos; conocemos asnos que noson los de los pesebres; conocemos cerdos que no son los de las pocilgas; conocemos sapos que no son los de las charcas; conocemos zoras que no son las que rondan los gallineros, 'oda especie de animales tiene dentro de nuesta humamana especie su equivalente moral. Í30 Los insectos Este título aristofanesco expresa la impresión de la realidad en que vivimos. Los insectos son nuestros héroes del día; los insectos sospechosos y dañosos, adversos y perversos, que transmiten al hombre el veneno fatal de los grandes contagios. Desconfiemos de ellos: siempre fueron nuestros enemigos, hoy amenazan seriamente nuestra vida. ¡Mísera vida nuestra! ¡miseria riostra, como diría Ótelo! Nos libramos del poder de los insectos para caer en poder de los gusanos que son insectos también: vivos, los insectos nos atormentan; muertos, los gusanos nos devoran. El primer beso nos lo da una mosca, y un gusano nos da el último... Así marcha desde la cuna á la tumba el homo sapiens, hijo de Dios según unos, descendiente y heredero del pithecantropus de Java, según otros! Muchas veces nos hemos preguntado qué fin cumplen en la Creación los mosquitos, esos 97 F. González Díaz famosos sangradores y trompeteros. Nos chupan la sangre y nos tocan la trompeta infatigablemente; nos exasperan con su aérea música, y nos introducen en la piel sus sutilísimas lancetas. ¿Nada más? Algo más, mucho más todavía. Propagadores del germen de ciertas epidemias, conducen á distancia la muerte bajo sus tenues alas. En su pequenez desempeñan una función terrible: la de preparar el campo á la gran segadora y morir para que ella nos mate. Respetemos los designios de la Providencia, - dirán los providencialistas. Usemos mosquitero, aplastemos, quememos sin descanso á los mosquitos, dirán los simples hombres prácticos, los precavidos. ¿Y las moscas, «la volatería de SM. el Rey de Prusia,» como dijo Enrique Heine? ¡Oh, las moscas, mirémolas con muchísimo respeto, aún cuando parezcan mosquitas muertas...\ Ellas también ejercen un ministerio fúnebre: cooperan eficazmente á la obra de la destrucción universal, trasmiten fatales virus, corrompen y emponzoñan. Acosonas, molestas, impertinentes, insoportables, son, además, malvadas. Nos asesinan como quién no quiere la cosa. Nos meten su rejoncillo y con él el principio de una infección, de una contaminación. ¡Guerra, pues, á las moscas! Comprad papeles mosquicidas, prendedlas por las patas y 98 siluetas de Animales dejadlas agitarse en convulsiones hasta que sucumban. Tened á la continua cerrada la boca, lectores, para que no se os cuelen dentro. Aconsejadles á los bobos que la cierren, y sí persisten en abridla, poned entre ellos y vosotros el mayor espacio posible. Las moscas forman un ejército de bandidos en los aires; desde lo alto nos espían con sus millones de ojos y vienen hacia nosotros para hacernos la guerra. Nos la hacen vandálicamente, sin respetar cosa ningun^ que esté bajo nuestro dominio. Son golosas y voraces en grande extremo. Son un castigo, un azotedeDlos. Caen sobre nuestia despensa, sobre nuestra cocina, sobre nuestra alcoba; nos persiguen encarnizadas y nos inoculan el veneno de los contagios. Invencibles por el número, como los ejércitos rusos en la presente guerra europea, oíro azote de Dios. Y nos preguntamos al considerar la tarea destructiva de las moscas, lo mismo que al analizar la de otras dañinas especies:~¿Para qué?... ¿Para que andan en torno nuestro, y van y vienen, y nos molestan de mil modos esos fastidiosos insectos? ¿Tienen que vengar del hombre alguna ofensa imperdonable? ¿Cumplen un plan providencial cuando propagan las pestes, cuany9 F. González Díaz do ejercen su función destructora? ¿Quién las envía contra el género humano? Ociosas preguntas: no vemos más que el hecho, ignoramos su significación y su finalidad transcendente dentro de! orden de la Creación. Pero el hecho es que las moscas están ahí. en todas partes, y no nos dejan vivir. He ahí el enemigo. En nombre de la ciencia, se ha dado la consigna de exterminar á las exterminadoras. Se las persigue con tanta saña como nos persiguen ellas. ¡Empeño vano! Sería preciso agotar la atmósfera y, para matarlas, consumar nuestra propia muerte. Las moscas no mueren, porque las inoscas son infinitas. Las moscas dominan completamente el mundo. Van á la calva del sabio y á la boca del tonto. Se levantan de los basureros, de las carnes muertas, y vienen á caer en nuestra sopa. Buscan la miel sin desdeñar los excrementos. Hay un pueblo que se les asemeja en muchedumbre y en capacidades acomodaticias: los chinos. ¿Cómo acabar con los chinos ni con las moscas? Ya podéis matar moscas, ya podéis matar chinos... Las dos plagas fatales, los dos peligros numéricos. 100 Siluetas de Animales No menos que las moscas y los mosquitos, son peligrosas las pulgas, repugnantes animalilíos vistos al microscopio. Pican, chupan, se encarnizan en nuestro daño como los mosquitos y—detalle característico,—brincan prodigiosamente. Con relación á su cuerpo minúsculo y feo, sus saltos resultan mortales, gigantescos. Sirven con celo singular al genio destructor de nuestra especie en circunstancias extraordinarias. Hay que exterminarlas sin misericordia, sin reparar en medios. No empleéis el procedimiento del italiano tan conocido, pero buscad y aplicad unos buenos polvos de la madre Celestina, algún pulguicida eficaz. Y vosotras, oh mujeres, sacudid, sacudid vuestras faldas. Las pulgas simpatizan demasiado con vuestro sexo porque son femeninas; su feminidad os amenaza muy de veras. Por último, llevemos feroces combates contra las ratas que, aún no siendo insectos, representan un riesgo mayor, desde el punto de vista epidémico, que todos los insectos reunidos. Guardaos de los vivarachos ratoncillos, esos graciosos roedores. Su voracidad iguala á su receptividad funesta para los contagios. Muriéndose nos anuncian la muerte. ¡Mueran los ratones! No haya piedad para ellos, ni para las pulgas, ni para las moscas ni para los mosquitos. Tengamos el valor de destruirlos sin formación de proceso, sin más ave101 P. donzález DtA2 riguaciones. Al fin y al cabo, por mucho que arreciemos en su persecución, ellos serán en definitiva los que nos destruyan á nosotros. Les pertenecemos. Los ratones roen nuestra cuna y los gusanos no nos dejan más que los huesos. 102 iVivan los gatos! Tal es el grito que acaba de resonar en Chicago con ecos de revolución. La ciudad de los cerdos ha visto salir de sus casillas á las viejas damas, á las solitarias solteronas que sienten irresistible simpatía por los gatos. Porcópolis femenina se ha convulsionado ante la guerra municipal hecha inexorablemente á la raza gatuna. No comprenden esas señoras que se persiga á los mininos por ninguna causa, ni siquiera por el riesgo que, según los doctores chicaguenses, llevan consigo aquellos animalejos de propagar entre los niños el germen de la difteria. Dicen que perseguir á los gatos equivale á proteger á las ratas, y tienen mucha razón. Añaden que, habiendo en Chicago tantas tocinerías y salchicherías, conviene sostener la especie exterminadora contra la especie exterminada. Por manera que, cuando las furibundas manifestantes gritaban ¡vivan los gatos!, debía enten103 f. donzález Díaz derse que voceaban también ¡mueran los ratones! En el fondo, las ha movido y excitado un impulso sentimental. No defienden al gato simplemente, defienden al señorito de compañía. El gato, para muchas mujeres defraudadas por la existencia, es el compañero de soledad, el escudero, el rodrigón; les ayuda á llevar la cruz de la soltería forzosa y perpetua. Por eso lo aman, aunque suela sacar las uñas. El gato disfruta una mala fama, acaso inmerecida. Cierto que es glotón, voraz, rapaz, infiel, pérfido y lujurioso; pero también posee buenas prendas. Lo peor que de él cabe decir es que se asemeja al hombre, inclusive en lo de gastar bigotes. Sin embargo, le lleva ventaja: sus rasguños no matan, su lengua no destroza, su vigilancia no se deja corromper. Es un filósofo gruñón y malhumorado que monta la guardia en el hogar doméstico y busca el calor de las faldas amigas. No cuenta, naturalmente, con tantos partidarios entusiastas como el caballo y el perro; pero ha encontrado panegiristas. Yo he conocido ejemplares dignos de grandísima estimación que arañaban la mano que les daba de comer, pero no pasaban de eso. El hombre va mucho más allá: muerde la mano protectora y 104 Siluetas de Animaled hunde el puñal en el pecho de su hermano. EJ gato, degeneración del tigre, no tiene nobleza pero tiene dignidad. Roba pero no asesina, y dice claramente en su mirada lo que es, lo que quiere... Transparenta sus malas intenciones; muestra en sus ojos su avaricia, su glotonería, su deslealtad y su lujuria. Con todas estas cualidades se formará, tiempo adelante, el super-gato, que ha de ser mejor que el super-hombre. En la literatura para animales, ha habido una gatomaquia. Dicho se está que las damas de Chicago han hecho bien en arriesgar la libertad y la vida por sus gatos, como no las hubieran arriesgado por sus maridos. lOB La^ hormigas Cuando quiero llenarme de impresiones y emociones inmensas, contemplo la república de las hormigas. El orden, el espíritu laborioso, el sentido solidario y la disciplina política que reinan entre esos diminutos insectos, me llenan de asombro. Aquel mundo minúsculo es más perfecto que el mundo de los hombres; aquellos seres casi imperceptibles nos dan admirables lecciones. En cambio, ¿qué podemos enseñarles nosotros á las hormigas? Ellas todo lo saben y todo lo pueden, mientras nuestros pies no las aplastan. Ayer celebraron en mi jardín un entierro ó manifestación pública; no era fácil precisar la índole del acto. Iban en muchedumbre enorme, llevando delante un como carro fúnebre ó como carro de triunfo. Parecíanme á veces jubilosas, á veces consternadas; pero, jqué comedimien107 F. González Díaz to, qué dignidad, qué buena policía en el espectáculo! De pronto, unos niños que jugaban angelicalmente pasaron sobre el pueblo formícloa, y ocurrió una catástrofe espantosa. No quedó vivo un ciudadano, ni una ciudadana. Bajo los pies infantiles pereció la industriosa república. Y no se conmovió ningún hormiguero. Así acaban los mundos en lo infinitamente pequeño y en lo infinitamente grande. 108 Los conejos Mansos, humildes é inquietos en grado sumo, estos lepóridos se encuentran siempre bajo la amenaza del cazador. Buen bocado, aunque no di cardinale. Pasarían inadvertidos si no fuera por lo mucho que se mueven y por el apetito que excitan. En agilidad y en resistencia para correr sólo les sobrepuja su hermana, la liebre. Con sus orejaS; inverosímilmente movibles, diríase que sin cesar nos hacen señas; nos hablan, nos piden que les perdonemos la vida, nos suplican misericordia, á veces nos retan y nos burlan. Por las orejas los cojemos. En las orejas tienen una elocuencia singular: la elocuencia del movimiento expresivo. Acostumbrados á esquivar la guerra y el ataque de los perros, su raza perseguida, su raza infeliz, se ha hecho admirablemente apta para la fuga. Practican una táctica y una estrategia maravillosas. Emprenden retiradas por masas nu109 F. González Díaz tridas, en desorden ordenado, hacia los matorrales. Los ejércitos de conejos, en la dispersión del pánico que los precipita como un torrente, rinden á sus perseguidores. No hfiy perro que les alcance; jugando al escondite, desesperan al cazador. Pero les delatan las orejas, esas orejas con las cuales parecen llamarnos y saludarnos. El conejo oculto, sin poderlo remediar, las saca afuera, como si un instinto obscuro, forma de fatalidad orgánica superior al miedo, superior á todo, le ordenara entregarse y perderse. Por mucho que corran, acaban por caer en la cazuela. Seres tímidos y débiles, domésticos y asombrosamente prolíficos, andan á salto de mata como el pueblo hebreo, sin encontrar en ninguna parte albergue ni reposo. En ios llanos y en los montes, su destino cruel les sale al paso. Son demasiado apetitosos. Suelen tomar actitudes de víctimas que esperan resignadas el sacrificio y, aliquando, se enciende en sus ojos dulces, dulces como los del cordero, como los de la paloma, una chispa de inteligencia. Tal vez comprenden que han de morir pronto, que mientras más engorden más presto morirán, y se ponen á dieta. Pero sus orejas delatoras, comprometedoras, siguen invitándonos á cogerlos y á comerlo'. !La fábula nos les presenta enredados en una lio Siluetas de Animales discusión casuística sobre si son podencos ó galgos los perros que les persiguen, mientras los perros llegan y el desastre de los discutidores se consuma. Así procedieron los últimos bizantinos, los últimos sofistas. Y la famosa risita conejil es una risa de decadencia. Ese pueblo condenado ¡i muerte se ríe no sabemos porqué: él tampoco lo sabe. En cambio, los cocodrilos, astutos bandidos y piratas, saben por qué lloran cuando lloran. 111 Los buhos Estos pájaros de la obscuridad, tan bien hallados con las titiieblas, son inquietantes, repulsivos y atormentadores. Nos hacen pensar en la muerte. Fúnebres en su negrura, enigmáticos en sus actitudes trágicas, vienen en medio de la noche, como hijos de ella, volando hacia los cementerios, y nos dicen que hemos de morir: memento mori... Nos recuerdan á los frailes cartujos. Aunque todos los seres vivos representan, naturalmente, la vitalidad universal, ha querido la naturaleza figurar en algunos la muerte, más bien que la vida. En vez de afirmar que viven, podemos afirmar que mueren. No están viviendo; están muriendo. Así los buhos, los murciélagos, las lechuzas, huéspedes de las ruinas, frecuentadores de las tumbas. Son filósofos que meditan sobre la vanidad de las cosas humanas. Son misoneistas y retardatarios porque permanecer entre las sombras 113 F. González Díaz equivale á permanecer en el pasado muerto. Vuelan peto no avanzan; ni suben ni van adelante; se ciernen en un mismo punto del espacio como una amenaza, como una maldición para la humanidad. Por eso causan terror á los supersticiosos. Desde el principio de los tiempos, los pajarracos nocturnos han sido mirados como enemigos del género hutnaiio, á pesar de ser inofensivos completamente. Lo que ofende en ellos es su apariencia misteriosa y dramática, su suspensión fatídica en la noche amedrentadora y profunda, sus ojos fríos y crueles como un mal augurio. Agoreros de catástrofes, ante ellos, coino ante el destino, retrocedió César; retrocedieron todos los grandes hombres de acción, todos los grandes conquistadores, soberbios anitnales de presa... Los más fuertes se sintieron débiles en presencia de ese enigma tétrico. Creyeron en el maleficio de los buhos. Un buho sobre una tumba nos da la impresión máxima de lo terrorífico y lo funerario. Vemos nuestra horrenda pesadilla tnaterializada; la angustia negra, la Muerte, entra en nuestro corazón. 114 .as mariposas Lindas florccillas que vuelan... En los jcirdines, las mariposas semejan pétalos llevados por el aire. Entre ellas y las flores hay parentesco: una mariposa es una flor animada. Esos pequeños seres ingrávidos, delicadísimos, elegantes y graciosos, son encanto de la vista, capricho pictórico de la naturaleza, poesía... Una maiiposa sobre una rosa es una flor sobre otra flor; dijérase el alma de la flor... Por eso vive también el espacio de una mañana; por eso, si queremos cogerla, se nos convierte en polvo multicolor ó dorado, se nos disipa, se nos huye. No parece materia, sino espíritu. La Naturaleza ha logrado con las mariposas el triunfo celestial de la gracia. Las pinta deliciosamente, y algunas son como paletas volantes, como iris en movimiento. El lujo de sus alas polícromas nos da una suave y espléndida fiesta visual. La mariposa busca una flor para complementarse ó una cabeza de mujer en que 115 F. González D(az posarse y adornarla; porque sólo se la concibe, igual que á la flor, como un adorno femenino. Flores, mariposas, mujeres: he ahí tres manifestaciones equivalentes de lo bello. No podemos contemplarlas sin asociarlas en una triple ideación simbólica, ni podemos tampoco dejar de sentir inquietud ante su esbeltez, su ligereza y su elegancia. Las adoramos pero tememos perderlas en seguida; el culto que les tributamos, un sentimiento estético, se depura y adquiere un triste matiz psicológico de congoja en la consideración de su fugacidad irremediable. La belleza natural está siempre diluyéndose en lo infinito. iMaripos^is, flores, mujeres, presto se nos van. Lo que queda es el mariposeo, otra cosa femenina que se ha masculinizado en muchas almas de varones modernos tocados del mal del siglo; en muchas inteligencias que, como mariposas, divagan de floren flor, de idea en idea... El dilettantismo, mariposeando, ha hecho del arte una fantasía suntuaria, un recreo demasiado mundano y terreno, un juego polleromico, una cola de pavo real matizada de mil colores... Para muchos pensar es mariposear, mariposear... 116 La^ avispas ¡He tenido tanto que temer y que sufrir de las avispas! Siempre viví junto á terribles avisperos; como un avispero terrible se me presentó desde muy temprano la sociedad, y en mi carne débil se han clavado "innumerables aguijones. Para vivir entre las avispas, necesitaba hacerme avispa; no lo he conseguido, y me han acribillado sin que pudiera devolver las picaduras. Me pican, me pican; pero no por donde había más pecado. Me pican en todas partes, en el cuerpo y en el alma, en la cabeza y en los pies, en el pecho y en la espalda; me pican fuera y dentro, en la superficie y en las honduras entrañables; en el amor propio, en la reputación, en las intenciones y en las obras, en los afectos y en las ideas, en todo. Entre un pinchazo sutil que se insinúa á flor de piel y un mordisco que arranca bocados, prefiero el mordisco porque el que muerde 117 P. Óonzález Úla2 causa un dolor y el que punza causa una irritación dolorosa. Prefiero, sí, que me muerdan á que me piquen. En el primer caso nos defendemos mejor. La picadura produce un encono físico que difícilmente engendra el odio; la mordida cruel y franca provoca una cólera vengativa. La cólera y la venganza fortalecen. El desprecio con que respondemos á la pequenez del ataque, nos permite conservar intacta nuestra fuerza, pero no nos alivia. Sentimos las agujas que nos van infiltrando la ponzoña; pero el veneno en dosis tan ínfimas sólo consigue irritarnos la piel. Y entonces desearíamos ser mordidos, no picados. Desearíamos que la molestia se trocara en verdadero sufrimiento; echamos de menos el zarpazo para ponernos á prueba, para ver si realmente somos fuertes. Nos dejamos acribillar con desdeñoso desasosiego: no nos dejaríamos devorar. En la guerra que nos hacen las avispas, lo pequeño es un insulto; en la guerra que nos hacen las bestias feroces, lo grande es un homenaje. ¡Muérdanme, no me piquen! Por fortuna, yo también he sido mordido, y de firme. Y cuando me mordieron, siempre me supe defender... 118 Las ranas Como soy republicano^ es natural que no me gusten las ranas. No les perdono la tontería de haber pedido un rey, en lugar de pedir un presidente de República, cuando quisieron constituirse en nación. Ese monarquismo espontaneo me las hace antipáticas y sospechosas. Como viven en aguas sucias y forman muchedumbres y gritan desesperadamente, me recuerdan ciertos Parlamentos modernos. (1) Me imagino que han menester un golpe de Estado á la inversa del de Pavía: un caudillo audaz que disuelva su congreso proclamando la República, federal ó unitaria (fuera mejor unitaria (i) Observad como el concepto ác parlamentarismo se relaciona con el de diversas clases de animales: pavos, borregos, monos, loros y ranas, singularmente. 119 F. (González Díaz porque el cantonalismo entre esos batracios turbulentos me parece peligroso; quizás necesitan una mano de hierro y una dictadura.) • Las ranas desde el cieno en que se encuentran á gusto nos dicen que no quieren redención. Su discorde y estridente vocerío al caer la noche, es como un motín sin consecuencias. Es la desbandada de una demagogia inepta y cobarde ante las sombras, ante la interrogación del destino, impotentes y desorientadas, nunca han podido organizarse. Claman por un amo, sea rey ó magistrado popular. Tienen instinto social, pero Íes falta sentido político; lo propio que les ocurre á la mayor parte de las plebes humanas. Las ranas, verdes como el limo de los estanques, con él se confunden; son una verdura movible, repulsiva y viscosa entre el verdín. Pero tienen también sus fastos, su tradición clásica, su Batracomiomaquia. Esa historia de las ranas no podía ser sino una parodia, una historia para reir. Nunca llegarán á pueblo: se quedarán en tribu hundida en el lodo pidiendo un monarca y contentándose con un leño que las llena de pavor y las pone en fuga... La rana nos da asco, nos infunde desprecio. Por nada de este mundo diría yo, ni creo que lo dijera San Francisco, á pesar de sus grandes tragaderas místicas: Hermana rana... Pero una vez me comí una rana sin saberlo 120 Siluetas de Animaieá y me gustó. Lo cual prueba que los chinos no se equivocan al comérselas como se comen las ratas, los lagartos y los nidos de golondrina; lo cual, en resumen, prueba que todo es comestible. Para comer sin distinguir se requiere tan sólo estómago: el paladar sobra. 121 Los tiburones ¡Qué vienen los tiburones! Tal es el grito de susto y prevención lanzado estos días por las gentes, al saber que en aguas del Puerto había sido muerto y capturado un ejemplar de esa terrible especie déla fauna marina. Tuve el disgusto de verlo tendido en el último peldaño de la escalera del Club Náutico. ¡Qué tipo tan repugnante y tan indecente! Lívido, espantoso, con una ancha herida en la piel coriácea, con los redaños fuera, allí estaba el monstruo esperando un puntapié que volviera á echario al agua. Me acerqué valerosamente, poseído de un heroico valor á posteriori, diciendo: Tibaroncitosá mí!... Pronto se formó un grupo en derredor del cadáver. Le abrieron la boca, y se vio que era un sumidero enorme, una cloaca. Le abrieron el estómago, y rodaron en un montón viscoso las entrañas. Le sacaron el corazón y advertimos que tenía las dimensiones de una nuez ó 123 Ir. González Ólai poco más. La delicada viscera aún se agitaba en leves movimientos vitales. Junto á aquella bocaza y aquella cavidad abdominal, el grande órgano de la vida resultaba de una pequenez inverosímil. Así son los tiburones humanos, los tiburones de tierra adentro: tragaderas inmensas, corazón tamañito como una avellana, Todo en ellos cede á la tiranía fisiológica de la voracidad; comen pero no piensan ni sienten. El corazón les sobra, parece que se les achica y se les encoge á medida que viven y que devoran^ ¿Vienen los tiburones? ¡Bah! no hay que acobardarse: los peces no se salen del mar y, Sí nosotros no vamos á buscarlos ellos no vendrán en nuestra persecución. Temamos más razonablemente á los otros que habitan en nuestro propio elemento con apariencia de hombres y con hábitos é instintos de animales piratas. Libres del peso del corazón, sus mandíbulas se desencajan en una amenaza perpetua. Sus ojos, abiertos á flor de rostro, expresan la Imbécil beatitud del apetito satisfechoTriunfadores en las porfías del struggte for Ufe, no los envidio, sin embargo. Me encuentro bien hallado con la clasificación que por naturaleza me corresponde: pájaro cantor, pájaro inofensivo. Proporcionalidad orgánica, predominio de la afectividad. 124 La^ á^uila^ Las águilas son la magestad y el imperio; están siempre en lo más alto, desde donde ven pequeñas todas las cosas del mundo. Cuando, para reposar, se posan en las cimas, su mirada cae como un rayo sobre los hombres. ¡La mirada del águila es un dardo que nos hiere y nos atraviesa! Lo aquilino es lo supremo en fuerza, en altura, en dominación. No se concibe nada más allá, nada más arriba, sino lo infinito. Perdidas en.el azul, nos invitan á subir y nos amenazan con sus alas potentes. No encuentran ambiente ni base de sustentación en la tierra, que las rechaza porque no las reconoce suyas. Si alguna vez descienden experimentan el vértigo de lo bajo, y pronto tornan á subir vertiginosamente. Un águila, en la tierra, necesita un pedestal; es demasiado 126 F. González Dfaz grande para andar por el suelo como una doméstica gallina, arrastrándose, cogiendo lodo. Por eso, en sus descensiones, se queda en las alturas, y allí afirma su soberanía y conserva su actitud olímpica. Ha bajado, pero no ha abdicado. Siempre es la reina de los aires que pone su trono en las excelsitudes y mira al sol desafiándolo con los rayos agudos de sus ojos. Soberbios pájaros de la heráldica, representamos en su vuelo serenísimo el vuelo del ideal; en su reposo, la afirmación de la energía que se reconcentra y toma alientos para volver á desplegarse en la inmensidad. El aristocraticismo del águila, cual el del león y el del cisne, se expresa en un gesto de desprecio seiíoril y tranquilo. Saben lo que pueden y lo que significan; pero en sus movimientos hay una calma augusta, la calma de los dioses nunca interrumpida, ni aún cuando la cólera en tormenta fugaz les arranca gritos. Ni el águila ni el león se descomponen ó se degradan al aparecer coléricosSus tempestades son como las de la naturaleza, desahogos; son, como las borrascas del océano, especialmente, que alteran la superficie y dejan el fondo inalterable. Un águila, al clavar la garra olímpica en un punto elevado, parece que se posesiona. Coronada y triunfante, nos desprecia desde la altura; es «na orgullosa y guerrera emperatriz. 126 siluetas de Animales Desciende, pero no baja. Se aproxima á nosotros pero no nos otorga jamás el honor de miramos frente á frente. Para ella somos lo que no se oé. Somos, si acaso, la sombra; y en el espacio inmenso, busca el águila la luz. 127 La^ vacas Grandes ojos mansos y humildes, actitud modesta, como reflexiva, andar reposado .. A menudo las vacas se paran y miran soñolientamente el paisaje; luego tornan á ponerse en marcha con mayor pachorra, paso entre paso. Jamás dejan de estar tristes. Las vacas no conocen la alegría. A estos animales tan corpulentos les exige el hombre un exceso de actividad y de labor; los empuja, los acicatea sin descanso. La vaca, si se lo permitiesen, no abandonaría nunca la posición horizontal. En el pesebre ó en el campo, estaría echada, rumiando tranquilamente y sacudiéndose las moscas con el rabo. Profesa la vaca un pesimismo sereno, un dulce conformismo. ¿Qué voy á hacer?—se dice sin duda para sus adentros: ¿cómo voy á contrarrestar los rigores del destino aciago? Sigue 129 F. González Díaz • la ley de su nativa mansedumbre, y se somete. Aquellas astas terribles no son sino el adorno de una testa. Con ellas, podía imponer su derecho á la holganza y el sueño, pero no se atreve... Su timidez malogra sus ansias legítimas de reivindicación y de libertad. Lo propio ocurre con todos los animales de mucha masa: osos, camellos, elefantes... A cambio de la fuerza que poseen, les falta la energía del carácter, y tan sólo á ratos... A ratos se interrumpe su calma, se quiebra su equilibrio temperamental con agitaciones verdaderamente tempestuosas.. Y hay también vacas guerreras y bravias, negación de los caracteres generales específicos... Esas saben donde les aprietan los cuernos; protestan contundentemente en representación de toda la familia y vienen á pedir en resumen, como se piden ciertas cosas, que no se abuse de las vacas cobardes, que se las deje echar la siesta. Porque las vacas, por su índole, son sedentarias, refractarias al movimiento. La ahijada las mueve, pero no las convence de que les traería provecho la vida activa. Trabajan á pinr chazos, á puntapiés, como los esclavos, como los negros. Saben que el trabajo es penitencia demasiado dura. En su desencanto filosófico rumian la conocida máxima: «Mejor que en pie sentado; mejor que sentado tendido; mejor que tendido, 180 Siluetas de Animales muerto...» Esto es: buscan la horizontalidad, la posición inalterable de Id muerte. Y de seguro piensan como Shakespeare, pero sin sombra alguna de dubitación: «Morir, indudablemente dormir...» 131 Las arañas Una araña en un rincón parece una siniestra conspiradora. ¿Contra quién conspira? De seguro contra el hombre. Tiene una táctica misteriosa para liacer sus cacerías, para cazar sus presas; tiene una^habilidad humana para tejer sus redes. Y luego pacienzuda, impasible en la espera, aguarda envuelta en los hilos de su urdimbre á la víctima que vendrá y caerá. Esos hilos son débiles y grises como cabellos de anciano. La araña los entrecruza con un arte sutil; pone en su labor siniestra toda la energía de su voluntad. Su industria recuerda mucho las artes diplomáticas. Hilanderos y tejedores, los arácnidos realizan un esfuerzo que los agota completamente; pero no montan la guardia ni ejercen el espionaje en vano. Su instinto constructivo sólo da de sí la suciedad y la repugnancia de esas hebras tenues que tanto nos estorban. Otras especies industriosas—la ^beja y la hormiga, por ejemplo— 133 P. Óenzáiez Dla2 ofrecen á nuestra admiración perfectas organizaciones monárquicas ó democráticas, imperialistas ó socialistas, que comportan el triunfo de un ideal político en las esferas inferiores zoológicas. Los insectos saben vivir mejor que nosotros, aunque vivan á merced de nuestra misericordia. Podemos aplastarlos,pero no destruirlos, porque supervive el genio de la raza; se reproducen indefinidamente insistiendo en su obra. Y esta obra, en fin de cuentas, es aleccionadora y fecunda. Desde los limbos irracionales donde nuestro orgullo jerárquico dictamina que no hay conciencia, los insectos constituidos en colonias nos alumbran el camino. Van delante, socializados y civilizados de un modo supremo. Allí, en reducción, se ven anticipadas las ideas y las formas que en las sociedades de los hombres flotan aún indecisas. Allí revisten la fijeza de lo firmemente asimilado, de lo social orgánico. Las instituciones no caen... Jamás ha habido movimientos revolucionarios en la república de las hormigas ni en la monarquía absoluta de las abejas. Pero la araña, anárquica, poseída de un individualismo feroz, malhechora y aventurera, permanece emboscada en la esquina. Urde su tela con la constancia de un monje, con el rigor de un geómetra. Suele fabricar dos, una telahabitación y una tela-red; ambas se comunican y se completan. En la primera vive; emplea la m Silueta* de Anlmalet segunda para su juego corsario. No nos enseña nada, sino un sistema de lucha pasiva y un tow de forcé cinegético. Eso, lo sabíamos: sabíamos que una vida acaba por caer fatalmente en la red de otra vida. 136 Los gorriones ' De estos animalitos no puede decirse que se andan por las ramas, sino que van decididamente al grano. Prácticos, aprovechados, positivistas, son los enemigos de la cosecha. La tierra y el labrador trabajan para ellos; ellos, en,cambio, no trabajan para nadie, no trabajan nunca. Ni aún tienen noticia de lo que quiere decirla palabra trabajo. Pasean su avidez sobre las mieses y se introducen como ladrones en los graneros haciendo grandes razzias. Si su holgazanería y su voracidad guardaran relación con su fuerza y •su afán adquisitivo, saquearían completamente los campos. No tienen vergüenza ni temen á los guardianes de la propiedad y de la ley. Su instinto rapaz les conduce sin desvío adonde se almacena y se amasa el pan ajeno. Han establecido una especie de comunismo tan radical é insolente como el de los zánganos. Practican á maravilla el sistema de vivir 137 10 F. donzález Díaz sin laborar. Se apropian el trigo de las eras con una despreocupación admirable que en el orden social encuentra muchos imitadores. Saben esquivar diestramente la persecución y proteger sus latrocinios como si se tratara de adquisiciones legítimas. Se remontan en vuelos sesgados, fuera del alcance de los pilludos cazadores. A veces caen entre las manos de sus pequeños enemigos, pero siempre mueren ahitos, con arrogancia de héroes que desprecian las instituciones. Su facultad de acaparación es enorme; su maestría burladora, indescriptible. Son emancipados, rebeldes, irónicos, un poco epicúreos, y, por contera de todas esas malas cualidades, carecen en absoluto de sentido moral. Los hombres que pertenecen á la escuela de los gorriones van al grano de la misma manera y vuelan del propio modo. Esta escuela gorrionesca suprime desvergozamente el concepto de tuyo y mío. DiviUe la sociedad en dos categorías: gentes que producen y gentes que usurpan sin vacilaciones ni miramientos el fruto de la producción en que no han tenido arte ni parte. Los primeros se afanan para que coman los segundos. Estos informan su código en la audacia de su egoísmo y agitan sus alas de gorriones con toda la des138 Siluetas de Animales envoltura, con toda la impudencia facciosa de les descamisados sin dios ni rey. Los gorriones son espíritus fuertes entre los pájaros, porque llevan el uso de su libertad hasta el exceso. No les reconocen á los demás derecho alguno, pero todos se los atribuyen... y los practican tomando lo que les falta. Proudhon hubo de pensar sin duda en los gorriones cuando explanó su famosa teoría, y en los gorriones piensan los novísimos proudhonianos y comunistas cuando se sienten granívoros. Hagámonos gorriones, pues con el oficio de pájaros canarios no llegaremos á ninguna parte. Cansados de cantar, tomemos nuestro grano. Agucemos nuestra vista y nuestra picardía á la sombra de los árboles, que nos dan techo pero no nos dan pan. Y, bien amaestrados, busquemos el trigo sin predicar la abstinencia. 180 Un mono en monoplano No es un juego de palabras el que acabo de escribir, sino una noticia que ha circulado por los periódicos entre las risas de los lectores. Un aviador tuvo la humorada de invitar á un mono á que se diera un paseo por los aires; el mono, naturalmente, aceptó ó, lo que vale lo mismo, le metieron en el aparato y no hizo ninguna protesta. Sin duda sentía una muy lógica curiosidad. El recorrido fué desde Strasburgo á Metz. El extraño pasajero se condujo con la más perfecta corrección; no dijo esta boca es mía, no lanzó un grito ni esbozó uno de esos gestos indescifrables característicos de su raza. Como un hombrecito bien educado y valiente se dejó llevar en la ascención wírtiginosa. El piloto asegura que su compañero parecía un ser humano; faltábale tan solo la palabra, mas los hombres también suelen perderla en los grandes momentos á presencia de los grandes peligros. 141 F. González Dfaz No chistaba; miraba con fijeza hipnótica el espacio, mostraba un continente severo y misterioso, de sabio entregado á la preocupación científica. A medida que subían, aumentaba la rigidez del simpático mico, y ni por un momento dio á entender con su actitud, mucho menos con su lenguaje, que le daban el Ídem. Pero los aeroplanos no se han hecho para los monos, ni tampoco para los moros, que allá se andan desde ciertos puntos de vista. Los marroquíes sienten sagrado terror ante esas invenciones diabólicas del cristiano, y los simios se quedan petrificados á la vuelta de un viaje aéreo. Aunque no pronuncian una sílaba, cogen \ina jindama atroz, y es el miedo lo que les obliga á permanecer mudos. El mico de esta divertida historia, cuando se efectuó felizmente el aterrizaje, quedóse en su lugar descanso; quietecito. Creyérasele muerto, tan extrema era su inmovilidad; sufría la parálisis del espanto. Le sacudieron, le friccionaron, le dieron golpes en la cabezíj, y el animal siempre patitieso. Como no tenía familia conocida, y ninguna mona le esperaba, para despabilarle le aplicaron un par de palos. AI fin saltó fuera.dando agudos chillidos y rompió á correr por aquellos campos con tal compás de pies que no le alcanzara el viento. Y entonces sí se afirmaron de modo bien perceptible las impresiones del mico: se había 143 Siluetas de Animales llevado un canguelo archi-superior Aunque le ofrezcan una cesta de nueces no querrá repetir la aventura. Esas alegres bestias, acostumbradas á travesear en los bosques, guardan el equilibrio sobre las ramas de los árboles; pero en las exelsitudes de la atmósfera pierden la cabeza y el pulso. Se ha visto que un mono en suspensión resulta un bicho inútil. Lo que aparentaba ser dominio de sí propio, entere» y dignidad, era una cobardía exagerada hasb el anonadamiento. No haya, pues, temor poi parte del hombre de que los simios le usurpcnel aeroplano y vuelvan contra él esa maravilh. Podía temerse, porque ya le han usurpaos muchísimas cosas, en términos que cada ve: los monos se asemejan más á los hombres y l«s hombres, como es natural, á los monos. El h(roe de este episodio cómico-trágico se habrá iró á contar á los suyos sus emociones. ¡Tendríi que oir! Esos diablos, que tanto se nos pancen,—les diría-han inventado una máquina pira subir á las nubes. Estemos en guardia; no subamos en tales armatostes, aunque se nos irometa el reino de las alturas. Dejemos subir á los hombres y aprovechémonos de la ausenci. Por milagro estoy aquí vivo, pero ellos precerán. Ellos locos, nosotros cuerdos; nosotrG tenemos la ventaja. 148 La guerrcí y ios animales Si bajo la evocación del numen del viejo Esopo convocáramos hoy un congreso de animales para saber lo que piensan y lo que sienten ante el espectáculo de la guerra europea, todos ellos, en su lenguaje respectivo, incomprensible para nosotros, maldecirían al hombre, que la ha desatado Supongamos que en todos, por unas horas el instinto se hiciera inteligencia. Dirían:-¿Es ese, oh rey de todo lo creado, UPO de los frutos de tu razón? En nuestra irracionalidad, en nuestra brutalidad, que tú pregonas como el título de la soberanía que te atribuyes, nunca hubiéramos concebido horror tan grande. Nuestras guerras no pasan de ser simples disensiones de familia, ó, á lo sumo, persecución y matanza de enemigas especies. Los gatos se van tras los ratones, porque obedecen á una fuerza instintiva. Eso ha ocurrido siempre y no poüríamos llamarlo guerra sin 145 F. González Dfaz aplicarle una palabra impropia. Guerra significa odio, y los animales no odiamos... Corresponde al homo sapiens el privilegio diabólico de odiar. Cultiva artificialmente ese sentimiento insano, ese sentimiento salvaje, y desde el seno de la más refinada civilización retrocede y cae en las tinieblas cavernarias. Por eso el hombre no conoce las beatitudes de la paz, que reina perpetuamente en muchas especies zoológicas. Los pájaros, las palomas, las gacelas, los corderos, son pacíficos. Sus ojos tienen siempre una expresión amorosa, serenísima, como la de los niños en la cuna; nada masque en la cuna, porque después, á medida que van viviendo van depravándose y envenenándose. La inteligencia ilumina los abismos del mal; pero no salva al hombre, nuestro enemigo, de caer en ellos. La razón no le libra de ser rencoroso é iracundo, dígase guerrero. Nosotros, irracionales, parecemos mil veces más razonables. Nosotros, seres inferiores, seres instiritivos, no acabamos de ver claro para qué le sifven á nuestro famoso rey la facultad de razonar y la facultad de comprender. Así hablarían, de alto abajo de la escala, nuestros subditos', pero si hablaran así, dejarían de serlo. Habrían adquirido las preeminencias sagradaá, misteriosas, por virtud de las cuales el hombre,razonable é inteligentemente, se destruye en guerras tan espantosas como la actual. 146 Siluetas de Animales En esta contienda no sólo fracasa la cultura acumulada en larga serie de siglos, evolución psicológica de nuestra especie; naufragan también la razón y la inteligencia humanas. Y cuando tornen á lucir, ¿cómo renovaremos nuestra fé en ellas? Yo, por mi parte, creeré en mi perro, fraternal, manso y humilde, mucho más que en mí mismo. Ya en su tiempo el poeta Villon, un artista bandolero, expresó un juicio semejante. Despreciaba á los hombres, y amaba á los perros. Sin embargo, el can es un animal perfectible, se acerca demasiado á la humanidad, corre el peligro de malearse. La agudeza de su instinto nos le hace considerar como un prójimo retardado en su desarrollo. Aunque le apuntan la razón y la inteligencia, tiene todavía la inocencia del niño en la cuna. Su especie privilegiada va despacio hacia lo humano; despacio, pero con avance seguro. El perro es el único animal que sirve para la guerra. Ayuda al hombre en sus maldades, y hasta se ha hecho polizonte. Se ha dejado corromper. Cuando decimos de un perro: ¡qué listo!, le insultamos. Eso significa que se halla próximo á dejar de ser perro... • En el perro inteligente vemos un cómplice posible. El hombre se ensaya en la guerra haciéndosela á los animales irracionales. La cinegética 147 F. González Diaz es una guerra con cobardía en que el rey mata á los subditos indefensos, por entretenerse. Luego continúa la cacería en esfera superior, entre iguales, y surge el heroísmo. El odio se refugia, se autoriza bajo las banderas. Ennoblece el asesinato; comprende que la civilización le manda matar, como se lo ordenó al hombre primitivo la barbarie absoluta. Y los animales, que nunca fueron bárbaros ni serán cultos, protestan en nombre del decoro del género humano. 148 IMDICE PAGINA. Dos palabras Los animales Los asnos . . . . . . . . . Los caballos E l caballo do Caligula Una «interviú* trascendental . . . Los elefantes Los carneros Los lobos Los loros Las grnllas Los zorros Los osos Los osos blancos Los camellos Los pavos Les cocodrilos Los patos Chantoclor E l gallo de Eostand Las riñas de gallos Mi gato negro E l león y el pavo real L a paloma mensajera L a langosta Los insectos ¡Vivan los gatos! 149 1 5 11 16 19 28 27 31 36 39 41 46 49 53 57 63 67 71 7B 79 83 87 91 93 97 103 »Aá,titk Las hormigas Los conejos Los buhos. . Las mariposas Las avispas Las ranas. . . . , Los tiburones Las águilas Las vacas Las arañas Los gorriones Un mono en monoplano La guerra y los animales índice Fé de erratas 160 107 109 114 > • • 116 lió 119 123 125 129 133 137 141 146 149 151 Fé de erratas Se lee Debe leerae Página 58, línea 6, gregarismos Id. 59, Ifnea 28, multiplicadas Id. 106, línea 4, formícloa Y otras menos importantes. Gregarismo Multiplicadlas Formícola Obras del mismo autor Niños Y árboles (folleto). Arboles. A través de Tenerife. Cultura y turismo. Especies, El viaje de la vtda. Próxima á publicarse: Un canario en Cuba. En preparación: Marea alta, y La gran guerra. 161 1^ ,¿ » « r. , * •l m ' " ^ * ^^^^^^^ IÉ> f * #» * , 4 t. * •f f ULPGC.Biblioteca Universitaria *552219* BIG 860-7 GON sil