Siluetas de Animales (Definiciones Humorísticas)

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F. GONZÁLEZ DÍAZ
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(DEFINICIONES HUMORÍSTICAS)
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LAS PALMAS
Tip.
del "Diarlo", Buenos Aires 36
1915
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Siluetas de Animales
(!2)efiQiciones humorísticas)
BIBLIOTECA UNIVERSITARIA
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FRANCISCO GONZÁLEZ DÍAZ
.Siluetas de íinimales
' (definiciones humorísticas)
LAS PALMAS
Tip. dol "Diario", Buenoa Aires
1015
DOS PALABRAS
STE libro es un libro de humorismo; ó
||lo que es igual, un libro para "pasare!
Tato". Como otros anteriores, lo he compuesto uniendo lo's retazos de mi copiosa producción periodística y añadiendo después
otras piezas hasta formar un mediano mosaico donde se destacan concisa, pero enérgicamente, ideas y figuras. La mayor parte de
de él, sin embargo, ha sido tarea posterior á
la de los hilos ó estambres que forman el
fondo.
Y debía ser así. Escritas unas cuantas
semblanzas zoológicas, díme á calcular que
podía aumentar indefinidamente la serie. La
aumenté, en efecto, cuanto pude. Pensé luego que todo ello, ligado y relacionado, tendría
cierta coordinación, y aún cierta fuerza expresiva, ó trascendencia ó significación crítica,
El que sepa leer, hará las aplicaciones en cada
Dos palabras
caso; trasladará los símbolos y los caracteres
específicos desde el mundo de la irracionalidad al de la racionalidad. Los animales le
ayudarán á ver y comprender al hombre. En
el hombre está el resumen de todos los animales. La complicación humana abarca toda
la animalidad inferior.
Merced á este proceso ha surgido este
libro.
Hablan en él los instintos y los apetitos;
se determina en caricatura lo cómico inconsciente que en nuestra familia se revela también bajo el aspecto de lo instintivo y lo bestial. El hombre resulta más divertido, más burlesco, más jocosamente explotable, cuanto
más animalizado, cuanto más bestia. Y cuanto menos sometido al gobierno de la inteligencia y la razón, igualmente más animal.
Los prójimos nuestros que no se racionalizan
y sensibilizan, dejan de ser prójimos para có-.
locarse entre las filas de una mánageñe gesticulante y desordenada. Entonces surgen el
mico, el carnero, el loro, el lobo, el oso, el asno... Entonces nos hacen reir como esos subprójimos.
Querríamos darles, en lugar de ideas.una
alimentación adecuada, un alojamiento y m
VI
Dos palabras
tratamiento en armonía con su especialización dentro de la especie, ó mejor dicho, con
su valor zoológico fuera de la especie. Y para uno pediríamos la caseta, para otro la jaula, para otro la percha, el gallinero, la estepa
ó el corral. Para el de índole pacífica recomendaríamos la clausura doméstica y el régimen alimentario cereal ó frugívoro, para el
de naturaleza carnívora la carne fresca ó, en
nombre de nuestro propio instinto de conservación, el exterminio ineludible, saludable.
En estas páginas á cada uno se le da lo
suyo...
vn
Los animales
Me escriben una amable carta pidiéndome
que haga una campaña en favor de los animales, tan cruelmente maltratados en nuestro paíS;,
y que gestione la fundación de una Sociedad
Protectora de \ó§ mismos.
Es este un asunto acerca del cuál he escrito
repetidamente, sin lograr ningún resultado; como he escrito también á propósito de la repoblación arbórea, del turismo, del fomento de la
ensefianza, sin consecuencias. No hay aquí eco
para esta clase de propagandas, y al cabo me
he convencido de que se pierde por completo
el tiempo que se dedica á mantenerlas. Si de
animales se trata, las gentes ríen cuando alguien se toma la molestia de defenderlos contra
las brutalidades humanas, y reconocen un principio de chifladura en el animalismo más ó menos literario.
La cosa sólo se presta á chanzas y chistes:
los que están muy cerca de la irracionalidad, los
F. González Díaz
que actúan como verdugos de nuestros hermanos menores, no se dan por aludidos. Ellos son
irracionales, hasta un límite máximo que casi
los confunde con sus víctimas, y verdaderamente es una lucha de clases la que se desarrolla entre los unos y los otros. En vano hablar en
nombre de la razón á aquellos que no piensan
ni proceden como seres razonables. La falta de
cultura les incapacita para comprender.
Por lo que toca á las personas cultas, hábitos inveterados de indolencia y de apatía les
hacen considerar baladí, y aún ridículo, todo lo
que hay más allá del círculo de los intereses
personales y de las preocupaciones materiales.
No se ríen ante la afirmación de que un caballo ó un aáno merecen ser protegidos; pero se
encogen de hombros.
Existió en Las Palmas una Sociedad protectora. No encontró ambiente propicio y á los
pocos meses desapareció señalando un nuevo
fracaso de nuestras iniciativas sociales. No pudo hacer nada práctico, nada eficaz para cumplir sus fines, que en los países adelantados
constituyen parte de la educación común.
¿Vale la pena insistir, con la certidumbre de
un nuevo fiasco? Yo no estoy dispuesto ¿gastar papel y tinta en empeños estériles aunque
me interesa la suerte de los pobres animales.
Lamento la bestialidad con que se les trata,
deploro el prejuicio que por ella forman los ex-
Siluetas de Animales
tranjeros de nuestras condiciones de pueblo civilizado; pero me inhibo ..
Esperamos tiempos mejores que los presentes para los animales y para las personas. Los
días que ahora corren son días en que nadie está seguro. Menudean las coces y los palos; no
pasan veinticuatro horas sin que un mulo derribe á un hombre de una patada y un hombre desencuaderne á un mulo de una paliza. ¿Lee la
prensa frecuentemente mi estimado corresponsal?
Pues si la lee, ha de haber reparado en la
frecuencia lamentable dt; estos accidentes entre
la humanidad y la íisiimalidad. Diríase que los
hermanos inferiores toman desquite atroz y
anuncian un movimiento revolucionario. Cierto
que les pegan duro, pero ellos no se quedan
cortos, y saben donde les aprietan las erraduras.
Como no los protegemos, han aprendido á
defenderse y á vengarse. Barrunto que ya tienen una idea vaga de su derecho á la vida y
que ponen su ley en sus cascos.
Cada día caen tres ó cuatro hombres á los
pies de los caballos. Nunca hubo tantos descalabramientos, revolcones y costalazos como actualmente. ¿Por qué, mi apreciable corresponsal? Porque los animales principian á defenderse á si propios.'
Las acémilas de hoy no son como las de an-
F. González Dfaz.
taño, ni tampoco los burros. Hasta los torpes y
pesados cerdos aligeran el paso. Dfgole á usted que apuntan señales alarmantes en ese mundo de la inconsciencia y del instinto, tiranizado
por la perversidad humana.
Nuestras caballerías son cada vez más difíciles de montar, porque las ha aleccionado la
desgracia. Donde quiera que veo cuatro patas,
veo un peligro para el porvenir.
:1!
Los asrjos
Propóngome escribir una serie de artículos
zoológicos, que serán—por lo menos yo quiero
que lo sean—brillantes panegíricos de los más
distinguidos y útiles animales. Tengo debilidad,
resuelta predileceión porlos asnos: por los asnos, en consecuencia, comenzará este pintoresco desfile de figuras irracionales, (no me atreveré á llamarlas ininteligentes).
Había pensado dedicar á algún bípedo implume este artículo en que salen á plaza los borricos; pero he desistido de mi primer pensamiento, temeroso de que alguien viera en la dedicatoria una alusión. ¡DioS;,me libre de alusiones!
Hablaremos sucesivamente de los burros,
de los caballos, de los cerdos, de los perros, de
les loros, de los zorros, de los cocodrilos.
¿Quién sabe hasta donde se prolongará la escala? Lo que desde luego afirmo es que estarán
en mayoría los cuadrúpedos.
¡Cómo nos vamos á divertir!
f. Oonzález Diaz
El asno es un animal eminentemente bíblico, histórico y literario, mis queridos amigos.
Acordaos del pollino sobre cuyos lomos entró
Cristo en la ingrata Jerusalén. Acordaos de la
burrg de Balaam, burra elocuentísima, y del burro de Buridán... Acordaos del Asno de oro
de Apuleyo y del Asno muerto, de Julio Janin.
¡Cuántos asnos de oro hay por esas tierras y
por esos trigos! ¡Cuántos asnos muertos, con la
cebada al rabo!
El asno, complemento precioso de la figura
de Sancho Panza, representa en las letras universales el principio de la democracia, no sólo
porque sirvió de montura al insigne escudero,
sino además porque fué siempre manso, siempre sumiso y siempre libre, en definitiva. Cuando el mal penco de Rocinante se estaba quedo y
permanecía cabizbajo y rendido, como un noble decadente, el rucio sancho pancesco coceaba á más y mejor, en son de protesta. Tiraba
decididamente al prado y había en el movimiento nervioso de su cabeza, nunca humillada, un
conato de rebelión popular, un aviso de las invasiones, las osadías y los triunfos del estada
llano. Nunca se humilló del todo, cual Rocinante se humillara; cierto que Rocinante llevaba
sobre su decadencia y su endeblez mucho más
peso que el rucio, pues Don Quijote, flaco, pesaba harto más que Sancho, gordo. En conclusión, Don Quijote valía más que Sancho, pero el
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siluetas de Animales
rucio valía más que Rocinante. Iba ia noble pareja, Sancho y Don Quijote, Rocinante y el rucio, pasito á pasito hacia la gloria eterna, pero
Don Quijote iba con mejor paso que su escudero
y el bueno del burro de Panza con mejor andadura que el caballo del caballero. El destino de
Rocinante era morir entre la caballería degenerada de una plaza de toros: el destino del rucio
era soportar con mansedumbre la carga humana
hasta la hora en que sus congéneres, todos los
asnos del mundo, se sintieran hombres para
vencer al destino.
¿No lo veis? ¿No veis de una parte las aristocracias venidas á menos y de la otra la democracia subiendo á más? La historia, es decir,Ia tiranía, ha sido cargada sobre lomos de asnos, y
lastevoíuciones han sido actos de toma de posesión en que los burros se han descargado sintiéndose primero caballos de batalla, de formidables cascos, y luego y al fin hombres.
Políticamente, el asno también ha tenido en
el curso agitado de los tiempos el decoro heroico de protagonista. Cargó pacientemente; después se descargó. Las caídas de burro son caídas peligrosas porque se cae mal, y sólo están
seguros y están firmes aquéllos que pueden decir que jamás se han caído de su burro. La terquedad y la consecuencia sirven para mantener
una especie de equilibrio que en el fondo es
una renuncia á los incidentes del galope. Yo
7
f. González Díaz
prefiero un asno que hace corcovos y rae derri'
ba, aunque me rompa el bautismo, á un rocín
que permanece impávido con las patas trabadas, en la actitud de un filósofo que medita.
El asno va despacio, pero va sereno, como
si tuviera conciencia de su propia personalidad
y de la personalidad que lleva á cuestas. El caballo es un poco loco, con la locura de la soberbia que nada vé más allá de sí misma.
Cuando yo entre en ganas de hacerme conquistador, montaré en un burro.
El asno nació para la filosofía práctica. Digan lo que quieran es un profundo pensador
que, mientras mira la tierra con la cabeza baja,
con ojos melancólicos, rumia sus ideícas. ¡Vaya si piensa\ El pienso le despabila las entendederas.
El asno es el modelo de los hombres graves
con cabeza alta y pensamiento bajo. Ellos imitan sin saber lo que imitan; no saben lo que se
oculta en la gravedad del jumento.
Más de fiar me parece un burro grave que
no un hombre serio de los que dan cabezadas
para no dar coces.
Pero del burro el rebuzno. ¿No se os ha ocu8
Silletas da Animales
rrido nunca reflexionar acerca del poder y valer
sinfónicos del rebuzno?
Et asno es un gran músico espontáneo.
Aquella expansión ó más bien explosión acústica que se inicia pianfsimo y va creciendo, creciendo, redoblando, trompeteando, simulando
voces cavernosas y estampidos y desgarramiehtos de trueno, aquella maravilla no se remeda ni se reproduce, amigos míos, si no es que
se nació con una facultad especialísima.
Hay quien rompe á rebuznar un buen día y
lo hace desde el comienzo tan concienzudamente como el más concienzudo pollino. Ejemplo,
los Alcaldes del Qvdjote y... otros Alcaldes.
Hay, en cambio, quien se destroza la garganta
y no rebuzna, ni con la perspectiva de un premia de mil libras esterlinas.
Yo no he aprendido á rebuznar, y conste
que no me han faltado ganas sino aptitudes. Rebuznan á mi lado con maestría prodigiosa, y
cuando me pongo á rebuznar se me queda el rebuzno dentro.
No soy bastante asno. Lo deploro.
Tengo, sí, grande resistencia para aguantar
coces, quizás por que no me olvido en ningún
momento de que las coces asnales, cómo las
manos blancas, no ofenden.
Visito á menudo los pesebres de los asnos y
aprendo muchas cosas aprovechables. El mo9
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F. González Díaz
vimtento poderoso y el ruido de las quijadas me
atestiguan la importancia de la magna función
de comer. Los establos me recuerdan muchos
comedores en que el estruendo de la rumiación
todo lo llena, y los burros me recuerdan á muchos ciudadanos borriqueros.
El lento abaniqueo de las orejas y los rabos
me entretiene deliciosamente. Tirar de los rabos y medir las orejas, sería una descansada
ocupación de entre-horas para los que trabajen
mucho con el cerebro. Cuando los pollinos descansan y comen á mandíbula batiente, después
de haber penado el día entero recibiendo acaso
crueles palizas, asomémonos al pesebre...
Lo único que hay que temer andando entre
asnos, y, en general entre animales, es que al
cabo se canse uno de vivir y exclame con el titánico Flaubert: ¡qué fatiga, qué inmensa fatiga!
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Los caballos
Recordemos la descripción clásica:
Brioso el alto cuerpo y enarcado,
con la cabeza descarnada y viva...
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I
Estas señas «personales» corresponden al
caballo andaluz que representa, con el árabe, la
aristocracia de la raza equina; pero están lejos
de convenir al perdieron, al argentino, ó al norfnando.
No distingamos, pues,—y será lo mejor—
entre las diversas castas caballares. Lo que nos
importa es la entidad «caballo», simpática y
gloriosa más que otra ninguna de las que constituyen el mundo zoológiqo y la población irra-
I
cional.
Donde quiera que vemos un caballo, aunque
8ea sobre un tablero de ajedrez ó formando parte de una baraja, vemos al mejor amigo del
hombre. Opinamos como Buffon.
El caballo, lo mismo qué el perro, encarna
supremamente la virtud de la fidelidad. A lomos
n
F. González Diaz
de corceles, los héroes guerreros han corrido
hacia la victoria ó hacia la muerte. Los héroes
amorosos han cabalgado en alazanes de sangre pura hacia el jardin de los ensueños que
siembra de pétalos de rosa el desierto de la vU
da. Los caballeros andantes formaban, nuevos
centauros, un solo cuerpo con sus rocines. No
concebimos á Don Quijote sin Rocinante, ni al
Cid sin Babieca. No hay aventura de alta caballería sin bridón inquieto ni andanza de baja estofa sin jamelgo cojo.
El caballo nos habla de guerra, de valor, de
gloria, de patria. Reviste la grandeza de un
símbolo. Al caballo se sube siempre con gallardía y del caballo se cae con dignidad, porque
con él se enlazan mil ideas elevadas y nobles.
Sus cascos han pisado los senderos por donde
avanza, magestuosamente, la Historia.
Se derivan del caballo palabras que expresan cualidades eminentísimas: «caballerosidad,
caballero...» Los pueblos conquistadores han
vivido fá caballo» y, después del tránsito mortal, á caballo se nos aparecen, inmortalizados
por el arte, los caudillos. Son los compañeros
del valor heroico. Elegantes, fogosos, duros y
bravoS; sus relinchos remedan las agudas sonoridades del clarín en medio de las batallas, y
sus gambetas y caracoleos en las fiestas cívicas, en las fiestas de la paz, marcan el ritmo
del entusiasmo á las multitudes. Sus grupas in12
Siluetas de Animales
vitan á los raptos de amor y á las escapatorias
y las evasiones. Sus ojos llenos de fuego, sus
patas nerviosas y sus orejas finas,dan la impresión de la fuerza en consorcio con la gracia.
Tiran del carro del sol en uno de los más
bellos mitos: compendian en los frisos del Parthenon de Atenas el poder del arte helénico.
Excluyen la idea de esclavitud, que el asno
evoca con su humillación y sometimiento serviles. El caballo, al revés, significa la arrogancia
y la libertad.
Arrogante, libre, jamás se somete ni se anula bajo la imposición del amo. Soporta su carga, como el hombre la suya, pero mantiene
su decoro. Desde que emprende su primera carrera, dá á entender con energía que no cederá
á ningún yugo.
En los combates, en las paradas, en los paseos, en el uncimiento deprimente de los coches
y los carros, hasta en el matadero de las plazas
de toros, levanta la cabeza con orgullo.
Es que el caballo por encima de todo, indica
y sugiere el concepto de orgullo. Ensangrentado al golpe de la espuela, fustigado por la tralla, extenuado de correr y de arrastrar, vencido, exánime, moribundo, su actitud no se descompone ni se degrada nunca. En esto son
los caballos más consecuentes que los caballeros; no se pueden señalar excepciones á tan
13
F. González Díaz
magnífica regla. El gesto tiene la misma soberana bizarría.
No todos los caballeros mueren con altivez
patricia; pero todos los caballos saben morir.
Y la caballería es inmortal porqu2 la conservan los caballos.
Cuando pasan las grandes cabalgatas, sabemos de sobra que los caballos no tiemblan... A
veces arrojan y derriban á los jinetes, por indignos; mas ellos ni matan, ni tropiezan, ni desfallecen... Siguen corriendo arrebatados cómo
una tromba de heroísmo sublime, levantando
luminosa polvareda, llevándose hacia el horizonte encendido las eternas amazonas, las eternas Walkyrias: las ideas...
Ningún animal, en efecto, dice tantas cosas!
imperativas, esenciales, á nuestra razón, á nuestra sensibilidad, á nuestra fantasía. Nos acompaña á amar, á luchar y á pensar. El hombre no
se duerme del todo junto al caballo, como se
duerme al lado del burro, que es, por su parte,
uii incorregible durmiente.
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El caballo de Gali^ula
Pocos días ha, sentí grandes aclamaciones en
la calle; gritos de entusiasmo, de admiración y
de triunfo. Pasaba, agitada, la marea del pueblo; resonaban vítores estruendosos. Salí al balcón, lleno de curioáidad, dispuesto á entusiasmarme también; acudí á ver si llegaba el héroe
queliace tanto tiempo esperamos, y no viene.
Miré, y vi una cosa magnífica...
Pasaba Incitatus. Detrás de un caballo arrogantísimo, iba una muchedumbre lanzando gritos ensordecedores. El caballo popular, el vencedor de cien combates, digo, de cien carreras,
arrastraba á la muchedumbre. Aquella manifestación parecía celebrar y festejar la entrada de
un caudillo victorioso.
Pasaba un corcel, un soberbio bruto. ¿Era
que lo habían nombrado Cónsul, como al caballo de Calfgula? ¿Era que venía de la guerra, como el caballo del Cid, ó que marchaba á la guerra como el caballo de Boulanger?
16
F. González Dfaz
Era, sencillamente, un admirable trotón que
corre sin saber porqué corre, ni para que corre.
Así corren ios políticos, pero con la diferencia
de que ellos saben porqué y para qué.
Y me dije: iVtuy desengañada de los hombres
tiene que estar esa multitud cuando tanta fé y
tanta devoción pone en un caballo. Quizás le
apasiona el perfeccionamiento de la raza equina por haberse convencido de que degenera y
cae sin remedio posible la raza humana.
Alguien dirá qué estamos á los pies de los caballos. Yo, por mi parte, doy el carácter revelador de un síntoma, de un símbolo, á esos hurrahs que exaltan la energía, la agilidad y la resistencia de cuatro patas maravillosas.
Los caballos avanzan; los hombres retroceden. Los tiempos actuales son de paz armada y
de paz ecuestre. Apenas hay ya quien sepa
montar á caballo, manejar la espuela y correr.
hacia la conquista.
La nobleza de los caballos, compañeros heroicos de los viejos campeones, no ha decaído;
pero se encuentra ociosa. Campeones es lo
que falta. Los héroes, desmontados, equivocan
los senderos y se fatigan de caminar á pie, sin
la compañía de ningún ideal.
16
Siluetas de Animales
Los caballos, desenganchados de los coches,
desuncidos de los carros, sustituidos por el automóvil y la máquina agrícola é industrial, sólo
conservan el valor representativo de la unidad
mecánica. Pronto no utilizaremos más que el caballo de vapor.
Los caballos, sin embargo, no degeneran.
Aunque se los degrade materialmente atándolos
á las norias, guardan su dignidad específica.
Aunque los humillemos en el sacrificio cruento
y bárbaro de las plazas de toros, no conseguimos encanallarlos, y saben morir con la actitud
de los romanos de la gran época. Evocan siempre la caballería.
Un pueblo que aclama á un caballo, es que
desea montar á caballo é ir á alguna parte. Es
que se ha cansado de esperar á sus héroes y se
siente héroe.
¡Buen síntoma! ¡Fortificante símbolo! Que
corra el alazán para que nos recuerde la gloriosa función guerrera.
Los pueblos no deben olvidar tampoco el
consulado del caballo de Calígula.
17
Una 'Mnterviú" íranscendcnfal
Quise celebrar una interviú con el caballo
d"?! día, el héroe del momento, y aquel hermoso
cuadrúpedo me recibió amablemente; con tanta
amabilidad como si fuera un diplomático. Ya se
sabe de antiguo que en la diplomacia se disfrazan á la perfección las malas intenciones con
las buenas formas. Los caballos que corren mucho hablan poco, pero dicen á su manera gran^
des cosas.El toque está en saber comprender lo
que dicen; en saber mirarles los ojos y las patas mientras se explican. Nuestros simpáticos
amigos no gastan el tiempo en floreos retóricos,
quizás porque no estén á sus alcances, quizás
porque los desdeñan.
Una entrevista informativa al modo de las
que se lleoan ahora, resulta empeño bastante
fácil de cumplir. El interrogador se adelanta á
adivinar los pensamientos del interrogado, y se
los sugiere, y luego los revisa, completa y glosa
con espíritu sutil. El que pregunta es el que se
19
F. González Díaz
confiesa. Estas confesiones sin confesonario
preocupan á la gente; la fórmula empleada, muy
sencilla, consiste en poner una serie de puntos
interrogativos y tras ellos, como respuestas, lo
que vaya urdiendo el propio magín. Después,
al pie del escrito pintoresco, se firma, se lee todo y se reconoce que está bien.
¡Pero admirablemente bien!
El caballo del día no me opuso el menor reparo cuando le manifesté que quería confesarle.
Las personas suelen oponer en casos de tanta incomodidad algunos repudios ó prudentes
reservas; pero los caballos, no. Lo cual significa que los caballos siéntense más seguros de sí
mismos que los hombres. Ya lo habia sospechado; ayer lo comprobé.
El bruto noble — obsérvese que no digo noble bruto, pues hay que distinguir,—dio una patada vigorosa por repuesta á mi primera pregunta.
Tradúzcaseme el propósito en la interrogante (permitida la versión libre); yo traduciré las
manifestaciones sobrias y enérgicas del magnífico animal, modelo de ciudadanos, conforme
veréis:
-¿...?
—Sí, señor; corro con mucho gusto. ¿No vé
usted que yo para correr he nacido? Sólo que,
20
Siluetas de Animales
en realidad,rae corren; llevo sobre mí un gínete
que me hostiga y me espolea. Mi derecho individual sería emprender carrera á mi arbitrio, en
el momento en que me diese la gana. Se me
niega el derecho, y callo porque el amor propio
me obliga á galopar con todas mis fuerzas. La
cuestión es que ningún camarada se me adelante. Tengo entendido que tampoco la mayoría
de los hombres pueden seguir carrera á su gusto y medida. Es un consuelo.
-¿...?
—¡Ah! Dice usted que las carreras de caballos son una forma de la lucha por la vida en
nuestra especie, y que la Qspecie humana corre
del propio modo. Lo sabía. Oí decir hace tiempo que entre ustedes el que menos corre vuela.
-¿...?
—Sí, señor, sí; tenemos nuestro patriotismo
hípico. Sé que estas patas tan ágiles, tan resistentes, no me pertenecen en último término;
pertenecen á mi partido, y mi partido pertenece
á mi patria. Con que, saque usted la consecuencia.
-¿...?
—¿Pensar?... ¡ya lo creo que pienso!...
¿Pues que se habían ustedes figurado? Mientras
corro, pensando voy en que sí gano la carrera,
gano la gloria, y esa gloria tampoco me pertenecerá. Mi partido, mi patria...
21
f. donzález DlaZ
-é...?
—Gracias, gracias... Es usted truy amable;
los caballos nos parecemos algo á las personas
racionales, pero vivimos una vida diferente.
Siempre llevamos encima al hombre. Necesitamos un redentor y ahora hay gran agitación revolucionaria en las caballerizas. Queremos correr por nuestra cuenta y riesgo; El socialismo
apunta en nuestra raza infeliz. Ignoro sí los caballos valemos más que los hombres, como usted afirma, ó si valemos menos; lo que le digo
es que nosotros somos nosotros...
-¿...?
—Esa pregunta me parece indiscreta y me
permitirá usted que no la conteste. La conciencia es sagrada...
-¿...?
— Los caballos canarios fueron siempre mansos y sufridos; pero, estimado señor, ya no podemos más...
Al llegar aquí, el héroe del día dio, impaciente, una gran patada.
No quise seguir el interrogatorio. Sabía demasiado...
22
Los elefantas
El elefante inspira la idea de fuerza enorme
y de mansedumbre á la vez. Sólo sale de su
calma habitual para derribar las mayores resistencias y vencer los mayores obstáculos, en
raptos de cólera que semejan tempestades.
Cuando esto ocurre, el animal se transforma; su masa, animada por un impulso de acometividad terrible, pulveriza las cosas. No hay
enemigo que no le resulte débil,porque él es demasiado fuerte. Asf como carga á sus lomos los
más grandes pesos, descarga los más grandes
golpes. Arroja las torres ebúrneas que llevaba
por lujo sobre sí, y las destroza cual si fueran
juguetes.
Su domesticidad humilde se trueca en ferocidad inaudita; su trompa desgaja los árboles
centenarios, bajo sus patas sin articulaciones la
vida perece. Su furia parece revolucionar la naturaleza.
Esencialmente pacifista, nadie le supera en
23
P. 6onzález Díaz
la guerra cuando le obligan á hacer uso de sus
armas. Está fortificado, acorazado; sus defensas tienen un poder inmenso, pero no las utili-'
za sino en casos excepcionales. Permanece en
un estado de paz armada. Es, por su índole,
patriarcal.
Es, también, prestigioso y venerable: surge
en las últimas lejanías de la historia, allá en los
orígenes del mundo, uniendo su silueta imponente á las figuras de los primeros caudillos en
las primeras peregrinaciones y en las primeras
correrías. Iba á la cabeza de los ejércitos; cargaba la impedimenta; transportaba los pueblos
y las civilizaciones. En más de una campaña, él
decidió la victoria. Obtuvo honores sagrados.
Y, no obstante, sigue siendo sencillo, modesto, manso; en sus miradas hay un desprecio
tranquilo para los hombres. Los conoce bien,
sin duda; sabe que es superior á todo lo humano, que su energía contenida puede, cuando se
desenfrena, arrasarlo todo.
Come mucho, en proporción de su corpulencia,
duerme en pie, y sabe dominar las pasiones.
Practica como un dogma de su raza la fidelidad
conyugal, y se muestra poco menos que insensible á las sugestiones de la carne. Buen sujeto,
como suele serlo los colosos en todas las especies zoológicas.
Éntrelas monstruosidades del Oriente, el
elefante se yergue impávido como un Ídolo des24
siluetas de Animales
comunal en una montaña mágica. Recibe los
tributos de la superstición y la tradición.Proyecta su sombra en los ríos caudalosos como mares. Y levanta, columna formidable, el peso de
la historia antigua. Nosotros, comerciantes modernos, sólo lo apreciamos por los colmillos.
25
Los Catr\ztoÉ
^
¡Ah! Los carneros son terribles por su gre' garismo, por su instinto de afinidad y adhesión
K corporativas. Los carneros abdican la personalidad para hacerse fuertes en las grandes agre\ gaciones. Un carnero aislado no es nadie; pero
[ cuando forman multitud constituyen un ejército
temible á pesar de su mansedumbre. Entonces,
apelotonados, todo lo atropellan.
Los veréis avanzar como una masa Impol nente, esparcirse para volver á juntarse bajo el
[ cayado del pastor que los guía hacia los mejores pastos. Sumadas las cabezas, las patas y
i los cuernos resulta una agrupación poderosa. Y
los carneros, entonces, parecen tener un alma
\ colectiva, aunque tomados individualmente ninguno tenga otro valor que el material. Apacií* bles y cobardes, unidos se dan cuenta de que
t integran un pueblo.
I
Y deliberan y discuten sin duda entre sí.
[ Los ganados son, á su modo, asambleas delibe27
F. González Díaz
rantes; al mismo modo que nuestros acarnerados Parlamentos. Practican el sistema político
de las mayorías. ¿Balan? Sienten hambre. ¿Se
agitan débilmente en conjunto? Piden el poder.
¿Trepan en desorden por una montaña? Se sublevan.
Débiles, nunca dejan de serlo, ni siquiera
cuando estrechan sus filas; pero producen la
impresión de la fuerza arrebatada é Impetuosa.
Necesitan un perro que les guarde, buen orador.
Los perros de los ganados ladran en un tono
que se diferencia mucho del de los otros perros.
Esos perros parlamentarios, con mal humor de
gendarmes en ejercicio, garantizan la disciplina
carneril. Guardan el orden y defienden á la familia.
Los carneros saben adonde van, porque van
en compactos pelotones; creen que la tierra les
pertenece, porque la cubren con el magnífico
manto blanco de sus lanas tendidas y revueltas
en las fugas que unen los cuerpos y confunden
las cornamentas amenazadoras.
¡Perfecta imagen de ciertas asociaciones
humanas! ¡Gráfica representación de los partidos!
Sobre los carneros en asamblea reina Panurgo y, en una ó en otra forma, reciben la visita
del Espíritu Santo. Al dejar de ser corderos, no
dejan de ser bíblicos; siguen condenados al
28
Siluetas da Animales
sacrificio cruento, amenazados de lobos, defendidos insuficientemente por pastores y mastines.
V
Ni aun reunidos, pierden el sentimiento de
su debilidad congénita, el temblor del miedo;
pero al verse protegidos llegan á creerse invencibles. Y hay carneros que alcanzan horas de
gloria y de triunfo; nada más que horas. Su final destino, de uno ú otro modo, es ser devorados.
Cuando balan, quieren gritar: ¡que viene el
lobo!
29
Lo^ lobos •
«Del lobo un pelo», dice el refrán. Y aún es
mucho. Los pelos de los lobos son pelos de
Luzbel; arden levantando una llama azulada,
sulfúrea. Se erizan en la soledad de la estepa
con la rigidez amenazadora de un hambre atroz.
Los lobos siempre están hambrientos. En
sus bocas abiertas la batería de sus colmillos
amenaza eternamente nuestra carne. Los lobos
no distinguen entre hombres y corderos. Los
vellones de lana virgen no conjuran el frenesí
de su voracidad, ni la ternura de los niños blandos y sonrosados desarma su apetito. Piden con
aullidos siniestros; toman lo que cae, sea lo que
sea, si es alimento adecuado á su condición de
carnívoros.
La naturaleza los condenó al suplicio de vivir en regiones inhospitalarias, en alturas abruptas, donde la caza escasea. Por eso los lobos
corren que se pierden de vista y bostezan que
se desencajan. Su patas escriben febrilmente
81
F. González Díaz
en los senderos solitarios, en las cumbres, en
medio de la nieve, el drama del hambre. Re^
presentan la cuestión social en el mundo de la
irracionalidad. Son los struggle forlífeursÚR
la selva. Cuando abandonan las montañas y
descienden al llano, llevan con ellos la guerra
primitiva. Reproducen el estrago de las hordas
famélicas que deooraron el mundo antiguo.
Atila, Qengiscán, Nemrod, fueron grandes
lobos seguidos de muchedumbres lobunas. Se
comieron á los pueblos que intentaron contener su ímpetu invasor. La historia, en ciertas
épocas bárbaras,está llena de aullidos. Las manadas, al pasar, dejaron rastros de exterminio
que no se borran. Venían como azotes de Dios,
según los supersticiosos, y en sus festines monstruos, apuraban las víctimas hasta los hpesos.
La sangre era el vino de aquel los banquetes
antropofágicos.
Contra los lobos no hay razón ni lógica ni
elocuencia que valgan. Ellos se colocan más
allá de todo eso, inventado por el hombre para
enfrenar su bestia, en lo alto de la corriente. Si
un cordero se para á beber, se negarán á oirle
ninguna clase de argumentos y lo sentenciarán
y sacrificarán sin formarle proceso ordinario. El
hecho de ser cordero basta para su perdición,
aunque el infeliz no les enturbie el agua, aun32
Siluetas de Animales
que sea inofensivo. La razón de debilidad nada
puede contra la razón de fuerza.
—Te digo que la enturbias—dirá el lobo,
como en la fábula, y seguirá análogo procedimiento. Su derecho es el hambre, y el hambre
se hará rabia, y la rabia se calmará comiendo.
En el terreno de las luchas sociales, en la
esfera de la concurrencia vital, ocurre exactamente lo mismo. Los corderos que se sitúan en
lo bajo de la corriente, serán devorados contra
lógica,pero con todos los honores de la ley que
impone el más fuerte. ¿Para matar y comer en
nombre de esa ley, se necesitan escrúpulos ló
gicos? Lo que se necesita es tener apetito.
Los lobos son malos dialécticos, pero buenos cazadores. Cuando persiguen un convoy al
través de las sábanas heladas de Siberia, se niegan redondamente á escuchar razonamientos
sentimentales, desprecian los discursos mejor
construidos, y hay que echarles una presa, y
otra, y otra, hasta aplacarlos. Si les hablan de
caridad, enseñan los dientes. Y continúan sus
galopes desesperados en pos de los trineos,cada vez más furiosos y menos convencidos.
Lo propio que acontece en la humana selva.
Los hombres-lobos no razonan ni quieren oir
razonar. Salen de las sombras empujados por la
tjecesidad, extenuados y coléricos; avanzan por
unidades, por parejas, ó por pelotones, y tiran
mordiscos en busca de bocados. Los entrena
33
F. González Díaz
en la cacería loca el más tiránico de los imperativos categóricos.
Si no se quiere que tomen la carne, déseles
el pan que es la alimentación natural y apropiada á esos otros lobos; el pan que humaniza, el
pan que robustece, el pan que salva... El pan,
en suma, que figura el sacrificio y el sacramento, el cuerpo de Jesucristo.
No hay más que una manera de apaciguar á
los lobos: matarles el hambre. Y es necesario
recordar á la continua que el hambre ha sido
una gran trágica, una admirable autora y actora de tragedias.
34
Los loros
En los loros la palabra es una imperfección,
porque sólo les sirve para repetir mecánicamente las necedades que escuchan de labios de los
hombres. Los loros no spben nunca lo que dicen, lo mismo que muchos seres humanos en
quienes la palabra articulada suena pero no tiene significado alguno.
De otros animales se podría suponer, y se
supone, que poseen una lengua con la cual se
comunican y se hablan. No pocos sabios han
pretendido haber descubierto el lenguaje de los
monos, desentrañando el sentido de esa algarabía confusa. Y será verdad, yo no lo dudo,
que los simios lujuriosos y malvados se entienden maravillosamente entre sí. Su idioma ó su
dialecto les permitirá organizar, aliados, inteligenciados, sus inacabables fechorías. Esa ralea
vil y asquerosa se nos aparece demasiado humana para que deje de poseer el privilegio diabólico del habla, la clave del mal. No causarían
86
F. González Díaz
tanto daño si no hablaran, aunque á nosotros se
nos escape la significación de lo que dicen.
Dirán pornografías é infamias, como las realizan, traerán del bosque la mancha del pecado
primitivo, el estigma de la caída y de la pena,
sin redención posible. Allí debió haber un mono y una mona que, por culpa de orgullo y de
ambición, perdieran á su raza. Allí debió engendrarse el primer mico. Y el instrumento de la
pérdida no sería una manzana; sería una nuez.
Por eso los monos han alcanzado en la faena de
partir nueces tan grande maestría. Por eso son
tan hábiles trepadores: aprendieron á huir de las
tentaciones y á consumar las más graciosas travesuras. En sus rabos se enreda el demonio,
que suele mostrarnos cara de mico.
En resumen, los monos sacan utilidad de su
lenguaje; utilidad para ellos, redomados tunos,
y perjuicio para el hombre. Con su jerga obscura se trasmiten en la obscura selva los planes
malignos que luego desarrollan en nuestros hogares. Su sociabilidad, reflejo exacto de la
nuestra, se funda indiscutiblemente en la palabra.
Y yo no diré que sean hombres degenerados, ni que nosotros seamos perfeccionados monos; lo que digo es que son gente de saber, de
experiencia y de fina mundanidad. Ignoro si son
individualista ó socialistas; inclinóme á pensar
lo primero, que son individualistas rabiosos.
36
siluetas de Animales
Todos sus actos lo prueban. Ignoro si son monárquicos ó republicanos; sospecho que practican el parlamentarismo y que entre ellos, como
entre nosotros,el parlamentarismo ha fracasado.
No me lo ha dicho Darwin; pero yo lo barrunto.
En cuanto á los loros, me parecen tan insignificantes que los desprecio profundamente. Se
me han eclipsado en presencia de los micos. No
tienen historia ni dan asunto á la crítica. Pobres
diablos que nos roban nuestra lengua para
echarla á perder, que hablan sin saber lo que
hablan, que visten uniforme académico y ostenten empaque diplomático, siendo unos perfectísimos tontos, viven nbnimados por un inmenso
ridículo. Animales parlantes encaramados sobre sus perchas, solemnes y estúpidos, con ojos
de gula y vestido de Carnestolendas, nos provocan á ratos la risa, pero casi siempre nos fastidian y encocoran. Lo peor es que cuando nos
reímos de ellos, nos reímos de nosotros mismos,
porque en ellos está nuestra caricatura.
Y no es cierto que todos los loros vengan
de Portugal. Lo que sí tengo por averiguado es
que hablan en portugués.
37
Las gruttas
Parecen insignificantes estos animalitos y,
sin embargo, no lo son; poseen una habilidad
gimnástica que los especializa en la escala zoológica.
Saben guardar perfectamente el equilbrio
sobre un pie. Se mantienen firmes con una sola columna de sostenimiento y se están así horas y horas, como artistas de circo, como acróbatas burlones. Las grullas nos dan también
una leccioncita en su singular posición unfpeda.
¿No os parece un mérito digno de ser tomado en cuenta? A la mayor parte de los hombres
no les basta los dos pies para caminar ni, mucho menos, para emprender una rápida carrera,
y se buscan cuatro, y se los encuentran en no
pocas ocasiones. Gran número de bípedos se
inclinan inevitablemente tendiendo á hacerse
cuadrúpedos. Si les examináis las extremidades
superiores, veréis que por el desarrollo y por la
forma apenas se les distinguen de las inferióse
F. González Díaz
res. Son patas pequeñas, patas aprehensoras, ó
tal vez garras incipientes.
De todos modos, no hay duda de que muchos prójimos nuestros, hermanos en Cristo,
guardan difícilmente la actitud erguida que les
permite mirar al cielo levantando la cabeza. Diríase que la tierra les atrae; que, para tocarla y
besarla, van á colocarse de un momento á otro,
en cuatro pies.
Y las grullas se sostienen en uno, aunque
no son capaces de mirar al cielo levantando la
cabeza.
Conocemos por excepción peregrina, algunos hombres-grullas que se pasan la vida sobre un pie; pero esos, al fin, se caen, y sus modelos permanecen inconmovibles.
Es difícil imitar á la grulla. Bl hombre necesita, por lo bajo, dos pies. Ya hemos dicho
que la mayoría ha menester cuatro. Los cojos
van por el mundo como grullas malogradas que
no saben guardar el equilibrio, aunque lleven
un pie artificial suplementario. Su malicia y su
travesura características, se debe á eso, á que
han perdido un miembro indispensable, un pie
ó ana pata. Y nunca, en los casos de mayor
urgencia, podrán encontrar cuatro, como los
buscan y los encuentran tantísimos prójimos
nuestros, hermanos en Cristo...
40
Los zorro^
No me gustan nada, pero nada los señores
zorros. Entre los irracionales ellos forman la
secta de los fariseos; son hipócritas, taimados,
astutos, tienen dobles intenciones y doble fondo. No van nunca de cara sino de través; se
deslizan con cautela en vez de caminar con franqueza y desembarazo. Buenos políticos, ocultan sus fines cuidadosamente marchando en
zig-zags tortuosos.
El paso de zorro no tiene semejanza con el
paso de lobo; es más seguro, más firme. Mientras los lobos se precipitan llenos de furor sobre
la presa codiciada, los zorros se hacen invencibles con el disimulo y no llegan tan pronto, pero llegan con exactitud, á la hora precisa, y realizan sin riesgo alguno su obra de pillaje. Entran en los gallineros como conquistadores silenciosos y pacíficos; pero desde que han en
trado, ya no hay manera de resistir su imperio
41
4
F. González Díaz
ni de esquivar su arremetida. La serpiente triunfa á fuerza de arrastrarse, el zorro á fuerza de
disimularse.
En la sociedad de los hombres el zorro-cloco
se lleva siempre la palma. Sabe esperar y sabe
maniobrar. Recorre los caminos desviados que
por una serie de circunvoluciones le conducen
infaliblemente á la meta; no le gustan los senderos rectos, prefiere las grandes curvas que
alargan el recorrido pero permiten resguardar
el cuerpo y burlar la sospecha, la acechanza y
la persecución.
La «zorrería», como táctica, es maravillosa.
No se presenta jamás el flanco descubierto al
enemigo; se avanza por sorpresa, en jomadas
lentas y sucesivas, procurando que los observadores se despisten. En la esfera de las luchas
vitales abundan mucho más los zorros que los
lobos.
Si queréis conocer el secreto de muchos éxitos y de muchas fortunas al parecer inexplicables, seguid el rastro humano y encontraréis la
huella fugitiva del zorro, marcada por un reguero de plumas y por tal cual gota de sangre... El
zorro no es sanguinario; pero si se hace preciso,
también asesina, también desgarra, de dos ó
tres golpes, mesuradamente...
La mesura constituye su cualidad principal.
Nada de escándalos inútiles ni de comprometedores tumultos. Callado y tenaz, va hacia la
42
Siluetas de Animales
víctima, que no lo siente aproximarse. Sabe esperar su hora y aprovecharla.
Los zorros poseen muy buenas facultades
policiacas. La paciencia, el fino olfato, la rápida observación y la sagacidad maliciosa,los capacitan en gran manera para agentes de investigaciones. Olfatean el misterio, llegan sin que
nada les anuncie y férreamente se prenden á la
garganta del criminal y realizan su captura.
Cuando cogen no sueltan: sus dientes rasgan
la piel y se incrustan en la carne del prójimo.
Los zorros pertenecen á la escuela de Maquiavelo; ó quizás deba decirse que fué Maquiavelo
quién perteneció á la escuela de los zorros. El
autor de El Príncipe lo declara y lo aconseja:
«Un jefe de pueblos necesita ser, para asegurarse el triunfo, algo zorro y algo león». De un
lado, la fuerza y la valentía; del otro el sigilo,
la marrullería y la astucia engañadora.
Efectivamente, con el ejercicio de estas dotes opuestas se escalan los alturas del poder.
Por el camino se coge alguna caza pequeña para abrir el apetito y, cuando se está arriba, los
pueblos dominados aparecen como inmensos
gallineros. La zorrería se erige en sistema político, en programa social y en «modus vivendl> religioso. Los subditos se empequeñecen
hasta adquirir el tamaño y la forma de gallinas.
Los zorros-hombres asoman sus hocicos puntiagudos y abren sus ojos traicioneros en per48
F. González Díaz
petuo atisbo por todas partes. La filosofía zorruna se entroniza victoriosa. La gobernación
se convierte en un «comedido» despiumamiento. Las coronas de estos hábiles héroes, de estos maestros en iniquidades decorosas, se fabrican con plumas ensangrentadas.
Contra los zorros tenemos menos defensa
que contra los lobos, porque al zorro nunca lo
sentimos venir. Nos coge desprevenidos. Nadie puede darnos la voz de alerta, nadie grita:
«¡qué viene el zorro!», como gritaba el pastor:
«¡qué viene el lobo!» Los zorros son temibles
enmascarados y perfectos histriones que visten
la túnica de la hipocresía. Su pellejo es un disfraz y un saco de malicias guardadas muy en lo
hondo. Su maestría estriba en insinuarse sin definirse, y nos pillan al fin desarmados.
Por último, los zorros no comprenden el feminismo. Siendo, como son, tan malos esposos, desprecian profundamente á «las zorras».
44
,os osos
¿Habrá nada más estúpidamente cómico y
grotesco que un oso bailarín? Enderezado sobre las patas traseras, el animalote realiza movimientos absurdos, se contorsiona, se mueve,
se estira y se encoje, se amansa y se niega á
sí mismo. Hay en su juego bestial un esfuerzo
doloroso que, antes que risa, provoca compasión en los espectadores. La masa se achica y
se torna dúctil ablandándose de un modo violento. Es una degradación abyecta.
Los osos no conocen el término medio de
las actitudes serenas: ó se conducen como bestias salvajes ó se transforman en bestias de
placer y se ponen en ridículo. O atacan ó se someten. O se muestran intratables, ó se tornan
serviles. Tienen su extrema derecha y su extrema izquierda; son conservadores ó radicales. El radicalismo nos los presenta en cuatro
patas; el conservadurismo, en dos. Si se sienten
revolucionarios, es decir si obran conforme á
16
F. González Díaz
su naturaleza, embisten y ahogan; si se desnaturalizan ó lo que tanto vale, si se domestican,
obedecen al palo y bailan.
Un oso que baila, lo repito, no nos produce
hilaridad, sino pena. En vez de divertirnos,
nos aflige, porque echamos de ver al punto que
se envilece en vano. Jamás logrará aparecer
ligero ni gracioso.
Su raza es una raza sentenciada á farsa perpetua, y farsa ineficaz. Los osos no han nacido
para la coreografía, que requiere agilidad de
piernas, y, sin embargo, bailan pesadamente
cuando no caminan paso á paso, entre las sombras, como siniestros conspiradores. Los niños
piamonteses y saboyanos se ganan la vida con
las danzas de los osos. Les tocan el pandero y,
para obligarlos á avivar el ritmo, les atizan puntapiés.
No cabe mayor encanallamiento. Imaginaos
un gigante ocupado en mover domésticamente
una rueca, un atleta de los juegos olímpicos
empeñado en regocijar con cabriolas de clown
á una muchedumbre infantil. Pues una imagen
parecida nos sugiere el oso que danza sin lograr desarrugarnos el entrecejo. Quiere alegrarnos, y nos agua la fiesta.
En la sociedad y en la política, los hombres
osos nos brindan el espectáculo abominable de
46
siluetas de Animales
ta degradación de la fuerza. Los fuertes, por
flaqueza moral, se olvidan de que no sólo deben serlo, sino parecerlo; se enyugan y se
amengua!. En lugar de exhibirnos el dorso hercúleo, los puños poderosos, bailan unagavota.
Y trasudaí, y se fatigan y se perniquiebran,
en el rudc meneo que para los débiles sería un
ejercicio siave.
Los oos no comprenden ninguna delicadeza ni son (apaces de ningún entusiasmo. Danzan por di)ilidad y por necesidad. No sienten
las compilaciones conmovedoras de la música,
las inefablts delicias de la orquesta. Les basta
un garrotecomo batuta, una pandereta y un
tambor coro instrumentos. Tampoco experimentan la! nostalgias del destierro. Buenos
montañese, pronto se hacen sumisos y ejemplares ciuddanos..
Los 0S6, en fin, tienen mucho de mayoría
parlamentáa si se considera el modo como
bailan y la;ausj por que bailan al son monótono que l6 toquen.
Carece de instintos de raza. Son demasiado brutos jnada sentimentales. Cada uno de
ellos está espuesto á ir adonde lo lleven. Cada
uno de ello es un judío errante andariego y
danzarín qe va por los pueblos hecho un mamarracho, 'ierde su personalidad original y
deja que lehoraden las narices y que lo arrastren tirándie de una cuerda, cual si fuese un
47
F. González'Díaz
faldero. De la misma manera que encanalla su
condición bravia, dulcifica y apiana su ifruñldo
hasta cambiarlo en gemido impotente.
Todo en los osos es negativo. Su aspecto
no nos inspira idea alguna elevada ó roble. Ni
siquiera sirven para hacernos reir: son malos
payasos. No tienen historia, su má: insigne
proeza se reduce á un regicidio: la mierte del
pobre rey Favila, estrangulado por m oso anti-dinástico. La aristocracia de la esfecie, los
osos blancos, orgullosos compañerosde la nie-'
ve, ha venido á menos y se halla pró:ima á desaparecer, como todas las aristocracis.
Los osos comunes, velludos, degarbados,
disformes, horribles, nos dan el térmio extre- ,
mo de comparación de la fealdad. Aemejarse
á un oso es ser feo con insolencia, on provocación temeraria. Ser torpe como un)So es dejar de ser persona y trocarse en besta. «Hacer
el oso» es traducir en caricatura el aior, cosa
no comprendida ni sentida jamás pollos osos.
Los osos, cuando aman, se vueven más
feos que nunca y no hacen más que;ruñir desesperados sin que las señoras osasíntiendan,
lo que quieren decirles.
48
Los oso^ blancos
En esta aristocracia de los osos se dan las
características de todas las aristocracias. Hay
en ellos una selección de formas y una elegancia de costumbres que los constituye como grupo aparte. Habitan un medio superior, tienen el
-prestigio de la leyenda y, por último, se acaban.
Aristocracia que no se acabe, no es aristocracia verdadera, porque las clases y las razas
escogidas representan una minoría menguante.
Desde que surgen, empiezan á venir á menos:
el ejercicio del privilegio las gasta. Vida especial quiere decir limitación de vida.
Los osos blancos, tienen la belleza fría de
la nieve virgen. Vagan como fantasmas corpulentos sobre un fondo espectral y parecen concreciones animadas del hielo. Allá en el silencio
hiperbóreo, casi fuera de la tierra, tan lejanos
de las montañas bravas donde viven sus congéneres plebeyos, caminan sin hacer ruido. En
49
F. González Diaz
aquel limbo inmaculado, son figuras de poema
que se funden en la blanca uniformldaddel contorno, aterido por el desvío del sol. Se pasean
como reyes destronados ó como aparecidos.
Recorren magestuosamente su tumba y vitalizan levemente las muertas soledades.
Inaccesibles y quiméricos, dicen de cosas
que pasaron, de ensueños que se disiparon, de
maravillosas y aéreas hermosuras que al contacto con la realidad, se desvanecieron. Son el
alma de la nieve, y la nieve es una flor de belleza sobrenatural que en esas privilegiadas
bestias resplandece con nimbo de poesía.
Su más grande prestigio consiste en que están muy lejos de la mano del hombre y en que
su blancura incontaminada los hace hermanos
de los témpanos cristalinos, de los cisnes y las
estrellas.
Ser blanco es ser aristócrata, con prescindencia de las formas. Así los osos polares, altos y pesados, no obstante su tosquedad y su
pesadez, nos producen el deslumbramiento del
armiño. Algo heroico, patriarcal y feudal, los
singulariza. Un lujo patricio y heráldico los enaltece. La blancura los torna ligeros, pues blancura y ligereza se nos imponen como dos Ideas
complementarias.
Lo que es blanco nos resulta siempre ligero.
Los osos blancos, emperadores de la nieve,
60
Siluetas de Animales
no resisten la prueba del destierro en las tierras
oscuras, bajo ios soles inhospitalarios. La transplantación les resulta una humillación intolerable. Fuera de sus dominios sagrados, limpios
de humana huella, ni sus pupilas ven, ni sus patas, semejantes á columnas de alabastro, encuentran punto de apoyo. Nos traen la visión
de la nieve, de la pureza, pero rechazan con
desdén regio todas nuestras suntuosidades, inclusive la opulencia solar de los países mediterráneos, reputándolas inferiores á los cristales
y los brillantes del Polo recóndito.
Así los últimos gentiles-hombres, seres preciosos por lo raros, se empequeñecen y se desmayan fuera de la blancura de la tradición de
su casta. Seres espectaculares y decorativos,
la vida activa, la vida intensa,la vida plena, los
diluye con la energía de un ácido. Son espadas
que no admiten más que una vaina y que sólo
conservan su decoro y su temple en el arca de
las reliquias.
Por eso se acaban los caballeros andantes y
se acaban los osos blatic os.
Bl
Los camellos
Los camellos, disformes y magestuosos, tienen una grandeza bíblica. Cargan sobre sus jorobas una leyenda tierna é infantil que á todos
nos ha sonreído. En el horizonte de la niñez,
horizonte sin nubes, puro como la aurora, los
camellos recortan sus siluetas desmesuradas,
irregulares; invitan al ensueño y prometen un
tesoro de ilusiones.
Nuestra fantasía se despierta para pedirles
que nos den la felicidad; inconscientemente seguimos sus pasos, y en su ruta vemos abrirse
la flor de la esperanza, rosa mágica cuajada del
rocío de nuestras primeras lágrimas, dulces y
consoladoras. Las cabalgaduras de los tres reyes de Oriente llegan entre las sombras de una
poética noche, la más poética de las noches, y
se van antes que el día apunte, el más luminoso
de los días...
El don que nos traen, no se puede valorar
en cifras ni en frases. Pasan junto á las cunas
63
P. 6onzález Díaz
silenciosamente y, dormidos, contemplamos su
llegada y su lento desfile. Nos deápertamos febriles, ¡dichosa fiebre!; tendemos los brazos y
asimos la vida, porque anticipaciones, adivinaciones de la vida, son los regalos que los monarcas orientales dejan en nuestra cabecera.
Y es la vida misma quién viene con ellos á
despertarnos. En las lontananzas del pensamiento, débil y gracioso como un pájaro recién
nacido, hay luminosidades arrobadoras. Nos
sonríe Ella, la gran musa embustera, engalanada de rayos de sol, para engañarnos y llevarnos tras sí. Con su primera mirada, nos hace víctimas de su primera impostura.
Luego, muy pronto, la perspectiva fantasmagórica se desvanece; el tesoro de los Reyes
Magos va al desván de la imaginación, allí donse adormecen los recuerdos melancólicos, allí
donde enterramos los pajarillos muertos en el
amanecer de nuestra infancia, los que nos cantaron en las horas matinales y, muertos y enterrados, siguen cantándonos en la memoria que
los resucita...
Y los camellos vuelven con su preciosa carga, pero no vuelven para nosotros. Pasan de
largo; en vez de darnos muñecos y golosinas,
los augustos enigmáticos ginetes se nos llevan
cada año un don de los que tuvimos, una gracia
ó una virtud de las que nos dieron...
Tornan á sus países miliunanochescos por
54
Siluetas de Animales
los mismos caminos sembrados de flores. De
las flores sólo podemos recoger las espinas que
nos ensangrientan las manos. Y esa caravana,
salida del fondo del Evangelio, acaba de deshojar la flor mustia de nuestro corazón.
Y todo camello que pasa nos entristece,
porque se nos figura que lo monta y lo guía la
Muerte... Para los hombres cuando recuerdan
que fueron niflos, cuando recuerdan la visión
deslumbradora de los Reyes Magos, el camello es la cabalgadura de la Muerte.
66
Lo^ pavos
Todos los pavipollos con su
madre se fueron...
¿Pero cual es la madre de los pavipollos? Esa
gran pava gorda y torpe que llamamos estupidez. Los pavos tienen un triste destino en el
mundo: ser cebados y devorados.
No nacen para vivir, como la mayor parte de
los demás seres; nacen para morir pronto en un
sacrificio ofrecido al vientre del hombre. Nacen
para que los trufen y para marchar en manadas
bajo las suaves insinuaciones de una caña conductora, al matadero de las cocinas. Desde el
corral á la cazuela, sus ojos de idiotas no aciertan á ver la vida. Feos, desairados, vanidosos,
dicen con su cloqueo que el vivir es cosa buena,y no bien han acabado de decirlo, cuando ya
sus cadáveres nos pertenecen. Se entregan sin
luchar, sin resistirse, sin comprender nada de
nada.
67
5
P. González Ólai
La incomprensión, la inconsciencia y la imbecilidad hállanse elocuentemente representadas en el moco del pavo. La pavocracia constituye una mayoría y reviste la fuerza envolvente del número; pero esas grandes agregaciones de los pavos, ese gregarismos, no alcanza valor de asociación ni de suma. Mil pavos
valen lo mismo que tres pavos. Como pueblo,
carecen en absoluto de sentido político y jamás
supieron darse una constitución viable. Como
milicia, no tienen jefes ni jerarquías organizadas;todos son unos, y cualquier chiquillo, constituido en presidente de su república, los arrea.
Al sentir el cañazo, cloquean lastimeramente,
pero obedecen. Gracias que se permitan hacer
la rueda y enderezar la grotesca cabecita roja,
erizada de granulaciones... Los pavos en su
montón, en su tropel, resultan efímeros como
los infusorios en la gota de agua.
Por donde va uno, van á ciegas los otros.
Su pedantesco empaque de diplomáticos no
nos engaña, ni su disciplina nos infunde respeto. En los tontos sólo echamos de ver la tontería, aunque pongan «cara feroce al enemigo.»
Son animales que nada dicen al cerebro,
como los cerdos, como los capones. Hablan ai
estómago cloqueando é irritan la animalidad del
apetito. En presencia de un pavo, no se nos
ocurre más que comérnoslo.
58
áiluetas de Áhimaies
Pudiera tomárseles por demagogos «á nativitate»; en vista de las insignias encarnadas
que les dio Naturaleza. Pero son reaccionarios
inconscientes de lo que significa !a reacción.
Llevan un paso solemne, procesional, y nunca
corren. ¿Cómo habían de correr si la carrera
les impediría mostrarse graves? Para mostrar
una gravedad ridicula nacieron.
Lo mismo que tantos ciudadanos que sé pavonean.
Mirad pasar la pavocracia En las primeras
filas, lo propio que en las últimas, la «pose»
mantiene una acartonada rigidez. Los pavos se
deslizan magestuosamente con la apostura de
finchados hidalgos. Súbito, se oye un golpe seco y uno de la partida se ensancha y redondea,
se dilata en una expansión de vanidad. La banda entera se desdobla en cómicas arrogancias y ocupa un doble espacio. Pero, en rigor,
el espacio que llenan está vacío. Todos aquellos pavos multiplicados por la hinchazón, coronados de movibles carnosidades bermejas, continúan reducidos á una sola unidad. Todos caben en una sola olla; para cegarles el cuello á
todos bastará un solo cuchillo.
Algo semejante ocurre con las agrupaciones
humanas desprovistas de energía anímica, interior. Multiplicadas tanto como queráis, hinchadlas, dilatadlas. Siempre cubrirán la misma extensión de terreno, porque serán un agregado
59
F. González Dfaz
de cuerpos «sin espíritu». Las cabecitas rojas
con los colgantes de los mocos, se moverán
cual mariscos en un cesto, sin poderse salir del
cesto. Es inútil que los pavos digan que «no».
Las negativas de los pavos llegan demasiado tarde, después de la ceba, enfrente del mandil del matarife ó la cuchilla del cocinero, cuando van irremediablemente á degollarlos ó extranguiarlos. Antes, en su cloquear quejumbroso, siempre habían dicho «que sí, que sí...»
Nuestra Pascua es al mismo tiempo Pascua
de los pavos, mas nos toca á nosotros comer y
á ellos ser comidos.
Entonces la pavocracia vé claro por primera y última vez; vé el abismo, iluminado por una
tardía revelación, y comprende que, mientras
perdía el tiempo en pavonearse, en esponjarse,
en erizarse de orgullo, irritaba al monstruo de
la gula que avanzaba abriendo la boca. Debajo
de sus plumas,su carne florecía para tentamos,
y cada pavo atraía un deseo, y todos los pavos
de la tierra reunidos provocaban una fie'bre humana de concupiscencia.
Suena el grito: «¡matedlos!» Principia la
matanza de los inocentes, que no inspira el
odio,sino el lujo del hambre. Los pavos sienten
de vaga manera, antes de sucumbir, que han
sido unos imbéciles, que lo serán hasta el fin,
60
Siluetas de Animales
que no habrá remedio para la idiotez de su raza. Lanzan un postrer cloqueo en que ya no se
discierne si dicen que sf ó dicen que no. Se les
desmaya el moco, se les petrifican las carúnculas, se les traba la lengua...
«iConsummatum est!» He ahí como mueren,
ni más ni menos, todas las pavocracias. He ahí
como mueren los hombres-pavos,con la diferencia de que su carne sólo servirá para alimentar
á la gusanera, porque, gracias á la civilización,
no somos antropófagos.
61
Los cocodrilos
El cocodrilo es un monstruo; cuando se dice monstruo, ya no se puede decir más. Hemos designado con esa palabra aterradora el
summum de maldad y de perfidia. Si algo
añadimos á la definición sintética, nos excedemos, nos extralimitamos. Hay nombres que rechazan los adjetivos por inútiles. Basta escribirlos sencillamente: ellos dicen cuanto nosotros no sabríamos decir para explicar su significado, ellos comportan una suprema injuria.
Eres un cocodrilo, le dice un yerno á su
suegra, y la agraciada comprende y traduce:
Eres un monstruo. La condición anfibia, el arte
de arrastrarse, la voracidad, la crueldad, las lágrimas hipócritas sobre la presa, el acecho, la
captura y el drama final, todo ha sido expresado en una sola voz.
Ño es preciso añadir términos explicativos
de ninguna clase; sabemos bien á que atenernos. El mayor monstruo, con su cabeza disfor63
F. González Dfaz
me, sus fauces de abismo, su cuerpo de piedra,
sus ojos de infierno, surge como en el fondo
de una pesadilla.
Y, ante la evocación, volvemos á sentir,
cuando somos hombres, el miedo al coco que
sentíamos cuando éramos niños. Nos asustamos y nos empequeñecemos. La impresión que
nos posee es la de una gran sima abierta á
nuestras plantas. •
Los egipcios, que profesaban el culto de
las monstruosidades, hicieron del cocodrilo un
animal sagrado. El terror religioso lo agigantaba, y lo veían dispuesto á devorar el país de los
Faraones; pero como el padre Nilo era más
grande aún, y más poderoso, en nombre del
río inmenso lo conjuraban.
En nombre de Dios y su ley, conjuramos á
los humanos cocodrilos, que lloran llanto de
hipocresía por las riberas del gran río social
mientras se aperciben á devorarnos. Su piel
impenetrable, sus siniestras escamas, su deslizamiento silencioso entre las espesuras, á dos
pasos del agua corriente y turbia, medio encallados en la arena, siempre prontos al ataque y
la matanza, nos obsesionan.
Ese peligro indeterminado pero seguro, no
nos deja vivir en sosiego. El cocodrilo no tiene
propiamente nombre; no es pez, ni reptil, es
monstruo. Su característica son sus lágrimas
indefinibles, un líquido diabólico que vierte co64
Siluetas da Animales
mo una ponzoña... Su dureza absoluta le da la
invulnerabilídad. Los disparos no le alcanzan,
ni siquiera le conmueven.
Sólo queda contra ellos un recurso: huir hacia arriba, poner distancia en altara.
66
Los patos
Los patos andan torpemente y se ladean.
Cuando quieren volar, sólo logran levantarse
unos palmos sobre el suelo, cayendo con pesadez.
La pesadez forma su nota distintiva. Su
cuerpo voluminoso y graso, sus patas cortas,
su pico disforme y desproporcionado, su cabeza pequeña, su ojo inexpresivo é inmóvil, dan
una total sensación de incapacidad.
En efecto, son incapaces. Un pato no sabe
caminar, ni cazar, ni casi nadar. No vuela, ni
tampoco se afirma en tierra. Sus alas no le sirven más que para darse aire, para abanicarse
lentamente. No ve el espacio, ni aún el agua,
por cuya superficie se pasea como un burgués
ocioso que se aburre. Coge los gusanillos en el
fondo del estanque y apresa las moscas al paso entre las duras láminas oseas de su apéndice bucal, parecido á un estuche. Se arrastra y
se contonea por las orillas con movimientos
67
F. González Díaz
tardos, difíciles, penosos. Es melancólico, tiende á la soledad y dirfase que siente las condiciones inferiores de su naturaleza.
El pato se reconoce inepto para la lucha de
las especies. Rodea la vida, sin entrar en ella
positivamente, como si la materia y la carne le
pesaran demasiado Recorre las márgenes con
aspecto de anima! indolente, asustado, y toma
al día una porción de baños higiénicos. Es limpio, porque su pluma es impermeable.
Pasa inadvertido. En esto consiste su felicidad. Ausentarse, desviarse, eclipsarse, inhibirse: he aquí la única política de los patos,
política práctica que suprime toda arriesgada
contingencia.
Los patos flaneurs son entre los hombres
legión.
Los patos miran á los cisnes como hermanos superiores y les envidian la elegancia, la
gracia y la grácil finura. Les envidian también
el nimbo legendario, la belleza poética que los
ha hecho protagonistas aristocráticos de numerosos cantos líricos.
Pero los patos nos resultan más ütiles que
los cisnes, porque son comestibles. El cisne es
una figura simbólica que pasa por nuestros ensueños, bañado en reflejos lunares, con el alabastrino cuello erguido como una airosísima in68
siluetas de Animales
terrogante sobre el azul. Tiene el prestigio de
la leyenda y nos canta al morir la inmortalidad.
Representamos en él las más puras ansias del
espíritu y lo elevamos á la categoría de símbolo animado. Los mitos helénicos nos lo idealizan. Leda lo mima y Lohengrin lo toma de cabalgadura. Es el ave heráldica de los viejos caballeros.
En cambio, el pato tosco, el pato plebeyo,
el pato aburrido é incapaz, no nos despierta la
inspiración con un aletazo. Ningún poeta lo
cantó, ninguna diosa ni ningún héroe lo tomó
por confidente ó por emblema de sus empresas.
Los nifios le echan migas, los pihuelos lo
persiguen á pedradas. Y él se arrastra á la
orilla del agua, ni acuático ni terrestre, entre
cielo y tierra, como un vencido.
Para que volara, fué necesario inventar el
ca/iarrf norte-americano, una variedad imaginativa dentro de la especie, una familia que
atraviesa el océano trasportando el bluff yanqui, la blague especial del pueblo donde Roosevelt impera tartarinescamente.
Sin embargo, nadie negará el carácter útil
de los patos. Sin ellos e\foiegras no existiría.
Nos dan el hígado, y á quién nos da el hígado
¿podemos pedirle que nos dé otra cosa?
Los patos no tienen buena figura, eso salta á la vista, pero tienen buenas entrañas
69
GhanUdcr
Diez años hace que Edmundo de Rostand
viene empollando su nueva obra Cfianteclery
todavía no le ha dado el último toque. Si se
juzga por la tardanza, pon los anuncios y por
ios reclamos de la prensa universa], Chantecler
hará raya en los fastos teatrales. La gallina
clueca que figura en la comedia animalista
anunciada con tanto refuerzo de bombo y platillos, es el símbolo del propio Rostand que, durante una década, ha empollado ese trabajo escénico- Larga ha sido la gestación, pero el éxito
se considera seguro.
Pocos artistas tan laboriosos como Rostand,
ninguno tan concienzudo ni tan refinado. Sólo
le iguala y aún le excede en estas condiciones
Arrigo Boito, cuya ópera Crístophoro Colombo lleva más de quince años de preparación.
¡Ambos talentos tienen el parto difícil!
El autor de Cyrano, lo mismo que el de
Mefistófele, laboran para la posteridad, no para
71
f. González Díaz
el momento histórico. Boito, poeta y músico
libretista y operista, se rompe la cabeza antes*
de coronar sus producciones. Rostand perfecciona el lenguaje poético y se atormenta en la
búsqueda de aigumentos originales que renueven por completo la mecánica y la técnica del
teatro.
Original hasta la extravagancia dicen que
resulta su nueva creación, ya en ensayos en la
Porte Saint-Martín. No se parece á nada de lo
conocido en literatura, como no sea á las fábulas del viejo Lafontaine. Pero se trata de una
inmensa fábula representada, de una gran comedia de discreteos y finas ironías en que los
animales reproducen maravillosamente la farsa
humana. Hay en ella un gallo que encarna el tipo del struggle for lifeur, hay una faisana que
se deja robar por el gallo, y un gran número de
polluelos recien salidos del cascarón, y un perro,y un mirlo, y una paloma, y una muchedumbre de pajarracos parlanchines, visiblemente
volterianos y burlones.
Será de ver, será de oir... Los animales, en
posesión del arma del verbo que constituye el
signo expresivo de la inteligencia y la superioridad del hombre, dirán cosas importantísimas.
Tendrán piquitos de oro. Hablarán como filósofos, como psicólogos, como sociólogos, entre
el batir de las alas y el mover de las patas.
Cantará el gallo y su canto tendrá el valor de
72
Siluetas de Animales
una sentencia ó de un aforismo incontrastable;
silbará el mirlo, y su silbido ronco entrañará
una verdad como un templo. Cloaqueará la gallina, y su cloqueo recordará el tono de los coloquios de las bas bleus en auge, madame Seí^. verine por ejemplo. Cada animalito será la ca•osricatura de un conocido personaje y lo parodiará en versos deslumbradores.
Rostand imita la conducta de Moliere; il
prend son bien oü il le trome. Y esta vez ha
encontrado su negocio en un gallinero. ¿No es
el mundo, en resumidas cuentas, un gallinero
grande?
Pero los actores encargados de interpretar
Chantecter, no atinan á animalizarse conveientemente. El perro no sabe andar en cuatro
patas, ni el gallo cantar como cantó el de San
Pedro, ni el mirlo silbar con gracia, ni la paloina ¡ay! simular la inocencia y la pureza.
Todas estas dificultades prácticas han ocasionado un serio conflicto entre animales. Rostand, el divino poeta/ se va animalizando rápidamente sin conseguir que se animalice su tro,pa. Todos silban, se arrullan, ladran, mugen, y
allí no se entiende nadie. Las damas protestan
de que las obliguen á echarse para adelante y
los caballeros de que les obliguen á echarse
para atrás. Al perro le vienen cortas las extre78
6
F. donzález D(az
midades, al gallo le queda largo el pico. La
clueca abandona su empolladura y declara no
sentirse capaz de una maternidad semejante.
El mirlo manifiesta que no quiere ser mirlo negro, sino mirlo blanco.
Se comprende... Para actuar de animal se
necesita vocación. La obra fracasará porque
Rostand no ha sabido escoger sus animales.
Era preciso escogerlos, no formarlos. (1)
(1) Escrito en vísperas del estreno de CHanteder
74
E( gallo de I^ostand
El gallo de Rostand no canta claro, y aunque recita muy gallardos y armoniosos versos,
ni tiene elocuencia ni tiene-gracia para seducir
á las gallinas. Por consecuencia, tampoco seduce al público.
No es brutal como lo fuera el gallo Bonaparte, y aparece harto preocupado de decir
buenas sentencias filosóficas. Resulta en este
sentido un gallo socrático. Pedantesco, evaporado, especulativo con exceso, los espectadores no lo pueden resistir y sienten ganas de
gritarle: ¡Eh, amigo, ocúpese del corral, que es
lo que le importa!
Efectivamente, si los sefíores gallos no saben mandar en sus corrales, están perdidos.
Tan difícil ciencia de gobierno la supo y la
practicó á maravilla Napoleón, gallo francés
que parecía gallo inglés. En materia de amor,
no admitía réplica. Cuando se enamoraba de
75
F. González Díaz
una gallina y la gallina andaba con remilgos,
haciéndose la interesante, aquel- cantaclaro
glorioso daba un golpe de espuela, con la misma soltura con que daba un golpe de Estado.
Pero el tímido, el casuístico, el académico
gallito de Rostand, se detiene perplejo ante las
grandes vías de acción. En vez de cortarse la
cresta metafísica, pretende enseñar el ars
amandi á su dulcinea y, como no canta claro,
ella se fatiga de iniciar sin éxito sus cacareos
amatorios. Chantecler no la comprende; ella no
comprende á Chantecler.
En esta vida picara todo depende de cantar
claro y de cantar á tiempo. Hay que ser gallos,
pero hay que serlo plenamente con la arrogancia y soberanía napoleónicas.
El gallo de Rostand fracasa por indefinido,
por incoloro, por débil, por lírico. Viene de un
corral romántico diciendo estrofas un poco abélardescas. No es eso, amigo, lo que se necesitaba. La Paisana dista mucho de ser una Eloísa
y no entiende de amores quitaesenciados, no
admite la alianza de la pasión amorosa con la
poesía.
Usted es un mediano stmggle for tifeur; pero consuélese. ¡Cómo usted, existen tantos gallos en el mundo! NI cantan claro, ni saben hacer
uso de las espuelas. Tocan su clarín anunciando
el alba, y se dejan robar todas las gallinas.
Para eso, no valía la pena ser gallo.
76
Siluetas de Animales
Rostand nos ha regalado un gallo antiguo,
marca Cyrano, marca Dotí Quijote.
En cambio, Lafontaine presintió y caracterizó admirablemente al gallo moderno en su deliciosa fábula El gallo y la perla:
«Un día un gallo robó una perla, y la llevó
á un lapidario; diciéndole:—Creo que sea fina,
pero un grano de millo me convendría muchísimo más...»
Así deben hablar los gallos, y dejarse de lirismos tontos. Así deben hablar los animales,
si quieren imitar á los hombres...
77
La^ riña^ de gallos
Durante las peripecias de las riñas hay que
ver la cara que ponen los exaltados. Unos se
entierran el sombrero hasta el cogote, otros se
tiran nerviosamente de las barbas; aquéllos golpean en las espaldas del vecino inmediato inferior como en una caja de guerra; éstos se
desgañitan gritando. Todos miran al redondel
con los ojos fijos, absortos, cual si estuviesen
bajo el influjo de Onofrof; y cada vez que el
favorito da un buen golpe ó lo recibe malo, allí
es de oir la gritería infernal que del uno y el otro
bando se levanta. Corre por los tendidos un estremecimiento brutal que sacude el maderamen.
Al mismo tiempo óyense las llamadas y las
ofertas, la porfía excitante de las apuestas y
las pujas, el tintineo del dinero que pasa de una
mano á otra, según las alternativas de juego
tan inseguro. Clamor monótono que va repi79
F. González Díaz
tiendo: ¡dos duros al colorado! ¡cuatro! ¡veinte! ¡al gaiiino! ¡vengan! ¡doy tres más!
Algunos individuos, desatinados y febriles,
patalean en sus asientos, y al fin de la fiesta,
cuando el último campeón está á punto de caer,
ciego, cubierto de sangre, con cien heridas del
espolón del contrarió que le tienen acribillado
el cuerpo pero todavÍH le permiten revolverse
y acometer, lanzan con todas sus fuerzas un
postrer reto en honor del valiente desgraciado.
Lo más admirable es que muchas veces no se
equivocan: el que parecía definitivamente vencido, se endereza de pronto con atroz empuje,
y ultima de una puntillada al otro,al queja mayoría tuvo por vencedor.
Desarróllase en la arena un drama pequeño por la pequenez de los actores, pero intensísimo por la feroz terquedad con que se
atacan. Nada iguala al valor resistente del gallo
de lidia, esa fierecilla con plumas. No se le
creería hermano del gallo de corral, enamorado
y pacífico, como no se nos figura hermano dal
buey de labor el temible toro de las corridas.
Los gallos peleadores de buena casta riñen
mientras conservan un soplo vital. No se retiran vivos; es necesario retirarlos muertos, hechos una masa informe. Vaciados los ojos,
abierto el cuello, despanzurrados y cojos, aún
80
Siluetas de Animales
contienden y se dan casos, como llevo dicho,
en que en tal estado triunfan del enemigo. Si la
lucha que mantienen esos animalejos, ocurriera
entre corpulentos animales, causaría pavor; si
en vez de tener los gallos por defensa única su
pico y sus espuelas, tuviesen afilados colmillos
y garras, ni los huesos quedarían. Además ¡cosa extraordinaria! en ellos no se manifiesta el
instinto de raza, no impera la ley de unidad y
amor á la especie. En vez de reconocerse hermanos en la naturaleza, tiran á matarse.
Para los gallitos ingleses, mucho más que
para el hombre, vivires pelear. Trasladado al
género humano su furor bélico, en poco tiempo
la humanidad masculina desaparecería. Homo
hotnini lupus. Gallo para gallo, tigre.
Pero esos gallos no son todos los gallos.
Son los bárbaros, una raza desnaturalizada
quie tiende á destruirse á sí propia. Rebeldes,
indómitos, incapaces de someterse á la dulce
cautividad del gallinero, nacen de la guerra y
en la guerra perecen.
¡Si Jes hubiera caído bajo los picos el gallo
Cachazudo de San Pedro, cuya misión no era
otra que advertir, cantando, sus traiciones al
discípulo infiel!
81
Mi gato r\igro
Tengo yo un gato negro que es una oreciosidad (la única cosa preciosa que poseo). Si
hubiera para ios animales irracionales un Plutarco que les escribiese Vidas paralelas,^.] gato mío, por lo excepcional de sus caracteres
dentro de la gatuna raza, merecería un capítulo, una semblanza semejante á las que en el
famoso libro han perpetuado las más altas figuras de la antigüedad.
Yo se la haré, aunque estoy seguro de que
no sabré hacérsela. Mi gato es tímido, huraño
y cariñoso á un tiempo. En algunos detalles se
asemeja á su amo, modestia aparte. Parecerse
á un minino de esas condiciones, téngolo por
muy grande honor y, en cambio, muchas veces
me pongo á considerar lo que podría perder mi
gato si se trocara de pronto en persona. Ser
una mala persona, ¿no es mucho peor que ser
un buen gato?
El de mi pertenencia merece tratamiento de
83
F. González Dfaz
Excelentísimo, y se lo doy. El, en correspondencia, me da á mí, pródigo, sus felinas gra-¡
cias y sus cariños constantes. Cuando me vé
triste, cosa harto frecuente en mí, con la cola
me dice que me anime y me alegre, que la vida no vale la pena de tomarla en serio. Y me
ofrece el ejemplo de su fortaleza aceptando
con resignación las contrariedades de su estado y empleo, que no son flojas. Cierta vez,
por circunstancias que no juzgo necesario puntualizar, el pobre animalito estúvose veinte y
dos días emparedado. Al término de esta temporada, oímos su maullido quejumbroso, y salió, ó más bien dicho, le sacamos del duro encierro. Salió triunfante, y me tendió una pata
delantera con su gesto expresivo de siempre.
¿Cómo había vivido ese tiempo? Ello fué que
vivió. ¡Señores, esto no lo hace Succhi, esto
no lo hace Papus, esto no lo hace nadie! Por
donde se advierte que en todos terrenos un gato puede valer más que un hombre. Silvio Pellico en los piombi no mostró mansedumbre tan
extremada y, sobre todo. Pellico no ayunó veinte y dos días.
Sigo la relación de las buenas cualidades
de mi gato negro. Es limpio, sano, bien criado,
solícito y afectuoso. De su probidad no hablemos. Jamás tomará nada que no le ofrezcan, y
aún hay que insistir mucho en el ofrecimiento
para que acepte. Esto tratándose de una raza
84
siluetas de Animales
rapaz, golosa y descomedida, pide un punto de
alabanza. No caza los ratones,sino que los desprecia. No importuna ni asedia,sino que aguarda y recoge pulquérrimamente lo que le brindan. Se está quietecito en su rincón, igual que
su dueño, en espera de que le lleven la comida.
Maya á horas fijas con suavidad y discreción,
como 8¡ comunicara órdenes, formulara quejas
ó expresara consejos. Su silencio cortado por
estos maullidos declamatorios, mucho me inquieta. ¡Quién sabe lo que querrá decir! El silencio de los animales es tan misterioso, y cuando se interrumpe,tan alarmante!;Quién sabe lo
que callan y lo que se proponen manifestar y
no manifiestan, porque nosotros no llegamos á
establecer con ellos comunicación! Yo creo que
mi gato tiene mucho talento...
Los varios movimientos de su cola me intrigan. Lleva en esta especialidad ventaja al
perro de Alcibiades que, aunque quisiera hablar con la suya, no podía, porque su propietario se la cortó para satisfacer su propia soberbia á costa de la mutilación de su can. Mi gato
habla con la cola, ó yo me imagino que habla.
Y hasta me hago la ilusión de que entiendo su
lenguaje. ¡Es una cola más elocuente que muchas lenguas humanas y, por de contado, menos dañina!
Es honradísimo, ya lo dije, mi micifuz. Habría sido buen empleado en Filipinas. Niega la
ir. Óonzález biaí
casta, porque no roba ni escamotea, singular
condición en un gato y, por añadidura, castizo.
Pienso que hubiera sido muy otra la suerte de
nuestras colonias, y nuestra suerte, si en vez de
enviar á nuestras posesiones ultramarinas tantas ratas voraces, hubiéramos mandado unos
cuantos gatos cazadores tan circunspectos, honrados y concienzudos como mi gato.
No hay pero que ponerle al animal. Para
que ninguna virtud le falte, hasta es semi-casto. Sólo de tarde en tarde, escapa al tejado en
demanda ó seguimiento de alguna complaciente Zapaquilda.
Convengamos en que merecida tenía esta
semblanza, por ser tan buena persona, así como
no la han merecido y, sin embargo, la disfrutan
muchas personas que no alcanzan la categoría
de malísimos gatos.
86
El león y el pavo real
Un león preso en una jaula nos sugiere la
Idea de una Magestad caída.pero digna y noble
en la desgracia. Un pavo real paseándose al aire libre nos sugiere el pensamiento de la vanidad huera y ostentosa que en contemplarse y
admirarse estúpidamente halla su único placer.
Él pavón es Narciso entre las bestias.
Su cola irisada, policroma, fastuosa, ábrese
como un abanico de reina. El magnífico animal
tiene una cabeza casi imperceptible, una cabeza
cuya pequenez se eclipsa por completo ante el
lujo asiático de la cauda imponderable. El gran
bajá,el gran vanidoso, se pavonea con el empaque de los necios que ponen su ufanía en el brillo de las joyas y van enseñando los dedos para que les vean las sortijas.
Toda esa posterioridad maravillosa es, de
veras, un ornamento exterior; pero la cola es
todo el pavo real. En ella lleva los ojos que só87
P. 6onz¿lez Díaz
lo ven el plumaje mirífico. El pavo real se absorbe, se desvanece y se anula.en su propia admiración. Como en su cola están todos los colores, cree haber aprisionado el iris; piensa que
el mundo se reduce á una impresión visual, á
una orgía cromática, y nada percibe fuera de sí
mismo, nada de los espectáculos eternamente
diversos de la naturaleza.
Junto á este personaje infatuado é inepto,
la horda de los pavos vulgares, también presumidos pero humildes en su presunción, nos resultan simpáticos. Por lo menos, son plebe. La
idiotez entronizada parece doblemente idioteS:.
Un rey imbécil hace pesar su imbecilidad como una tiranía: un ministro bolonio hace pesar
su tontería como una autoridad. La estupidez
colectiva, repartida y difusa entre las masas,
pesa poco.
Se esparce en el ambiente; pero no puede,
aunque se lo proponga, imponernos su ley.
¿Concíbese algo más irrisorio é intolerable
que un pueblo inteligente gobernado por un monarca tonto ó por ministros estultos? ¿La necedad gravitando en las alturas y la inteligencia
sufriendo esa pesadumbre sin lograr sacudírsela?...
El pavón libre, todo lleno del fausto de su
cola, no vale lo que el león en cadenas y en prisiones...
88
Siluetas de Animales
La enorme cabeza del león, rey á nativitate, concentra tanta vida, tanto poder, que trueca una jaula en un palacio. Además, el león tiene garras. Es un ser completo, armado para la
lucha.
En cambio, el pavón se oculta y se disipa
debajo de su apéndice caudal vistosísimo, como
\m bajas de Oriente debajo de sus brillantes
colas.
El pavón se pasea en el corral, sin poder
fundar un sultanato ni poseer un serrallo. Es la
belleza, la vanidad y el ocio femeninos sin aspiraciones de reivindicación feminista.
* Mientras se mira extático la cola, el gallo en
su presencia seduce y posee á las gallinas. Le
da lecciones de energía viril, que el emperador
de opereta no comprende.
La naturaleza ha puesto en caricatura á la
monarquía creando el pavo real.
Quitadle al pavón engreído las plumas multicolores, y entre las manos se os quedará toda la realeza convertida en materia prima para
los espanta-moscas del Papa.
Quitadles el cetro, el manto y la corona á
los reyes sin personalidad propia y tendréis que
llevarlos á la guardarropía monárquica, junto
con los inútiles chirimbolos del oficio de reinar.
Solamente quedarán /as plumas.
89
7
La paloma mensajera
La paloma es el símbolo de la candidez y
de la Inocencia. Cuando cruza el espacio lo purifica; cuando desciende sobre nuestras miserias, sobre nuestros tormentos^ parece que nos
trae en e! pico un mensaje de amor y de paz.
Es noble, es simpática; debiera ser sagrada porque algo divino la acompaña. El Espíritu Santo se representa en forma de paloma blanca,
envuelta en resplandores. Las almas de los justos son palomas que revolotean en el Empíreo.
A Santa Teresa la llamamos paloma mística. Las* Hermanas de la Caridad se nos aparecen como palomas mensajeras llevando á los
; campamentos y á los hospitales bálsamo para
I el dolor. Mansedumbre, dulzura, pureza, pie! dad, cuantas cualidades enaltecen al género huí niano.en la paloma están simbolizadas. Destruir
í por «sport» á esas buenas avecillas, es un de; lito. En cambio, lanzarlas como correos á través
I de la inmensidad, es una hermosa empresa que
i
91
F. González Díaz
convierte la gracia en fuerza, la timidez en bravura. Sobre aquellas débiles alitas cabalga el
pensamiento.
Las alitas débiles baten el aire con vigor
portentoso, atraviesan enormes extensiones de
tierra y de mar, llevan muy lejos la palabra como una simiente de la que no se sabe si caerá
en bueno ó en mal terreno, si fructificará ó se
perderá, si será beneficiosa ó maléfica.Esas alitas, en su quebradiza pequenez, son más potentes que las alas gigantescas del cóndor, rey
de los Andes. La gracia puede convertirse en
fuerza; pero la fuerza no se puede hunca convertir en gracia.
La paloma, comunicando á los pueblos, vuela inconsciente del mensaje que lleVa. Abate el
vuelo y cumple su misión. A los hombres la
responsabilidad. Ella, que es símbolo de grandes virtudes, si tuviera discernimiento, tan sólo
conduciría mensajes de paz, de dicha y de amor.
Aunque lleve bajo sus alas frágiles la guerra,
no manchará el espacio.
92
La langosta
—Con tal que no venga el cólera, bien venida sea la langosta,—ha dicho don Sofanor
tranquila y gravemente, como quien formula
una sentencia inapelable.
Tiene razón el buen hombre. En el reparto
equitativo de calamidades, alguna ha de tocarnos de vez en vez, y debemos dar gracias á la
Providencia que no nos sienta la mano con dureza; que, misericordiosa, se limita á amenazarnos pero, no nos pega. Tratándose de cosas calamitosas, don Sofanor sabe lo que piensa y lo
que dice, por que él es, por su parte, una calamidad. Ahora nos ha tocado en desgracia la
langosta; peor sería el cólera, y ante esta consideración debemos resignarnos.
I
Yo estoy resignado. Con un poco de filosofía práctica, no hay mal que nos desazone ni
malaventura que nos desespere.
Peor sería el cólera... Peor estón en Bombay.
93
F. González Díaz
La langosta nos viene de África, como todas nuestras desdichas. Por culpa de nuestra
posición geográfica nos faltan al respeto llamándonos africanos, que ya es llamar y faltar.
Por culpa de la vecindad africana sentimos estos odios propiamente abisinios en que nos
abrasamos, y suele (.'nviarnos el Simdn su soplo de fragua en una lluvia de arenas feermejas
que llenan nuestra atmósfera y se nos introducen en los pulmones. Por culpa déla cercanía
del continente negro, nos volvemos rojos. Hasta los marineros isleños regresan de la costa
enrojecidos, hechos unos diablos. El África nos
quema, nos sofoca, nos humilla y rio nos permite vivir en paz.
La langosta es un re^alito que lá madrastra
nos envía; un presente africano, niás temible
que el famoso presente griego. Llegan esos insectos voraces en masas enormes, después de
haber atravesado el mar en columnas cerradas,
y allí donde caen no dejan ni rastró de siembra,
ni vestigio de vegetación. Cada Uno aparte y
todos en conjunto poseen la fuerzd destructora
del caballo de Atila. Sobre los campos celebran
colosales, pantagruélicos festines; reprodiicense al infinito y por cada ejemplar que sé destruye, salen de la tierra mil que brincan y comen
desaforadamente.
Figuró la langosta con gran dignidkd entre
las plagas egipcias, y fué comida y saboreada
94
Siluetas de Animales
por los hebreos. Remotos autores aseguran que
se la contó en el número de los castigos bíblicos, / hay historiador de seso y peso que afirma que el maná llovido sobre el pueblo de Dios
no pido ser sino una regular manga de cigarra
alimeiticia. Los marroquíes y los argelinos se
la conen para no ser comidos por ella, fuertes
en la jráctica de este sabio principio: devora si
no queres ser devorado. En la República Argentintse comienza á utilizarla con mucho éxito, en Jase de abono.
Ya 'éis cuan ilustre abolengo ostenta el noble huéped con cuya presencia nos horripilamos. Están antiguo como Moisés; compite en
potenciadevoradora con los judíos desde las
épocas patriarcales; no reconoce el derecho de
propieda!, y se lo asimila todo, absolutamente todo.
Segúi noticias fidedignas, la langosta en
general s; ha civilizado. Ya el ruido no lo asusta; ya es inútil para ahuyentarla el procedimiento dt tambor batiente, ó del cacharro sacudido ó el almirez repiqueteado. El amigo cigarrón h¿)ituóse á la buena música y no hay
murga qie le entre. Será en vano que envíen
contrf él a orquesta de Durante.
L< quí ha de hacerse es aplicarle la ley del
strugle for Ufe: comerlo antes que coma, para
que p coma.
Dn Sofanor está en lo cierto. Entre la lan96
F. González Díaz
gosta y el cólera, prefiramos la langosta. Además, se trata de una calamidad que se transforma, pero que siempre vive entre nosotros Tenemos tomadas desde antiguo nuestras medidas
contra el azote. ¿Sabéis como se llaman esas
bandas humanas, esas asociaciones constitiídas
para comer, bajo mentirosas enseñas de abnegación y de civismo, bajo una hipócrita irvocación á las ideas? ¿Habéis visto como caendesde
las alturas, como devoran y como se levtntan?
Conocemos langostas que no son as de
África; conocemos carneros que no sonlos de
los apriscos; conocemos asnos que noson los
de los pesebres; conocemos cerdos que no son
los de las pocilgas; conocemos sapos que no
son los de las charcas; conocemos zoras que
no son las que rondan los gallineros, 'oda especie de animales tiene dentro de nuesta humamana especie su equivalente moral.
Í30
Los insectos
Este título aristofanesco expresa la impresión de la realidad en que vivimos. Los insectos son nuestros héroes del día; los insectos
sospechosos y dañosos, adversos y perversos,
que transmiten al hombre el veneno fatal de los
grandes contagios. Desconfiemos de ellos: siempre fueron nuestros enemigos, hoy amenazan
seriamente nuestra vida.
¡Mísera vida nuestra! ¡miseria riostra, como
diría Ótelo! Nos libramos del poder de los insectos para caer en poder de los gusanos que
son insectos también: vivos, los insectos nos
atormentan; muertos, los gusanos nos devoran.
El primer beso nos lo da una mosca, y un gusano nos da el último... Así marcha desde la
cuna á la tumba el homo sapiens, hijo de Dios
según unos, descendiente y heredero del pithecantropus de Java, según otros!
Muchas veces nos hemos preguntado qué
fin cumplen en la Creación los mosquitos, esos
97
F. González Díaz
famosos sangradores y trompeteros. Nos chupan la sangre y nos tocan la trompeta infatigablemente; nos exasperan con su aérea música,
y nos introducen en la piel sus sutilísimas lancetas. ¿Nada más? Algo más, mucho más todavía. Propagadores del germen de ciertas epidemias, conducen á distancia la muerte bajo
sus tenues alas. En su pequenez desempeñan
una función terrible: la de preparar el campo á
la gran segadora y morir para que ella nos
mate.
Respetemos los designios de la Providencia, - dirán los providencialistas. Usemos mosquitero, aplastemos, quememos sin descanso
á los mosquitos, dirán los simples hombres
prácticos, los precavidos.
¿Y las moscas, «la volatería de SM. el Rey
de Prusia,» como dijo Enrique Heine? ¡Oh, las
moscas, mirémolas con muchísimo respeto, aún
cuando parezcan mosquitas muertas...\ Ellas
también ejercen un ministerio fúnebre: cooperan eficazmente á la obra de la destrucción universal, trasmiten fatales virus, corrompen y emponzoñan. Acosonas, molestas, impertinentes,
insoportables, son, además, malvadas. Nos asesinan como quién no quiere la cosa. Nos meten su rejoncillo y con él el principio de una infección, de una contaminación.
¡Guerra, pues, á las moscas! Comprad papeles mosquicidas, prendedlas por las patas y
98
siluetas de Animales
dejadlas agitarse en convulsiones hasta que sucumban. Tened á la continua cerrada la boca,
lectores, para que no se os cuelen dentro.
Aconsejadles á los bobos que la cierren, y sí
persisten en abridla, poned entre ellos y vosotros el mayor espacio posible.
Las moscas forman un ejército de bandidos
en los aires; desde lo alto nos espían con sus millones de ojos y vienen hacia nosotros para hacernos la guerra. Nos la hacen vandálicamente,
sin respetar cosa ningun^ que esté bajo nuestro
dominio. Son golosas y voraces en grande extremo. Son un castigo, un azotedeDlos. Caen
sobre nuestia despensa, sobre nuestra cocina,
sobre nuestra alcoba; nos persiguen encarnizadas y nos inoculan el veneno de los contagios.
Invencibles por el número, como los ejércitos
rusos en la presente guerra europea, oíro azote
de Dios.
Y nos preguntamos al considerar la tarea
destructiva de las moscas, lo mismo que al analizar la de otras dañinas especies:~¿Para qué?...
¿Para que andan en torno nuestro, y van y vienen, y nos molestan de mil modos esos fastidiosos insectos? ¿Tienen que vengar del hombre
alguna ofensa imperdonable? ¿Cumplen un plan
providencial cuando propagan las pestes, cuany9
F. González Díaz
do ejercen su función destructora? ¿Quién las
envía contra el género humano?
Ociosas preguntas: no vemos más que el hecho, ignoramos su significación y su finalidad
transcendente dentro de! orden de la Creación.
Pero el hecho es que las moscas están ahí. en
todas partes, y no nos dejan vivir. He ahí el
enemigo.
En nombre de la ciencia, se ha dado la consigna de exterminar á las exterminadoras. Se
las persigue con tanta saña como nos persiguen
ellas. ¡Empeño vano! Sería preciso agotar la atmósfera y, para matarlas, consumar nuestra propia muerte.
Las moscas no mueren, porque las inoscas
son infinitas.
Las moscas dominan completamente el mundo. Van á la calva del sabio y á la boca del tonto. Se levantan de los basureros, de las carnes
muertas, y vienen á caer en nuestra sopa. Buscan la miel sin desdeñar los excrementos. Hay
un pueblo que se les asemeja en muchedumbre
y en capacidades acomodaticias: los chinos.
¿Cómo acabar con los chinos ni con las moscas? Ya podéis matar moscas, ya podéis matar
chinos...
Las dos plagas fatales, los dos peligros numéricos.
100
Siluetas de Animales
No menos que las moscas y los mosquitos,
son peligrosas las pulgas, repugnantes animalilíos vistos al microscopio. Pican, chupan, se
encarnizan en nuestro daño como los mosquitos y—detalle característico,—brincan prodigiosamente. Con relación á su cuerpo minúsculo y feo, sus saltos resultan mortales, gigantescos. Sirven con celo singular al genio destructor de nuestra especie en circunstancias extraordinarias. Hay que exterminarlas sin misericordia, sin reparar en medios. No empleéis el
procedimiento del italiano tan conocido, pero
buscad y aplicad unos buenos polvos de la madre Celestina, algún pulguicida eficaz.
Y vosotras, oh mujeres, sacudid, sacudid
vuestras faldas. Las pulgas simpatizan demasiado con vuestro sexo porque son femeninas;
su feminidad os amenaza muy de veras.
Por último, llevemos feroces combates contra las ratas que, aún no siendo insectos, representan un riesgo mayor, desde el punto de vista epidémico, que todos los insectos reunidos.
Guardaos de los vivarachos ratoncillos, esos
graciosos roedores. Su voracidad iguala á su
receptividad funesta para los contagios. Muriéndose nos anuncian la muerte.
¡Mueran los ratones! No haya piedad para
ellos, ni para las pulgas, ni para las moscas ni
para los mosquitos. Tengamos el valor de destruirlos sin formación de proceso, sin más ave101
P. donzález DtA2
riguaciones. Al fin y al cabo, por mucho que
arreciemos en su persecución, ellos serán en definitiva los que nos destruyan á nosotros.
Les pertenecemos. Los ratones roen nuestra cuna y los gusanos no nos dejan más que los
huesos.
102
iVivan los gatos!
Tal es el grito que acaba de resonar en Chicago con ecos de revolución. La ciudad de los
cerdos ha visto salir de sus casillas á las viejas
damas, á las solitarias solteronas que sienten
irresistible simpatía por los gatos. Porcópolis
femenina se ha convulsionado ante la guerra
municipal hecha inexorablemente á la raza gatuna.
No comprenden esas señoras que se persiga á los mininos por ninguna causa, ni siquiera
por el riesgo que, según los doctores chicaguenses, llevan consigo aquellos animalejos de propagar entre los niños el germen de la difteria.
Dicen que perseguir á los gatos equivale á proteger á las ratas, y tienen mucha razón. Añaden que, habiendo en Chicago tantas tocinerías
y salchicherías, conviene sostener la especie
exterminadora contra la especie exterminada.
Por manera que, cuando las furibundas manifestantes gritaban ¡vivan los gatos!, debía enten103
f. donzález Díaz
derse que voceaban también ¡mueran los ratones!
En el fondo, las ha movido y excitado un
impulso sentimental. No defienden al gato simplemente, defienden al señorito de compañía.
El gato, para muchas mujeres defraudadas por
la existencia, es el compañero de soledad, el
escudero, el rodrigón; les ayuda á llevar la
cruz de la soltería forzosa y perpetua. Por eso
lo aman, aunque suela sacar las uñas.
El gato disfruta una mala fama, acaso inmerecida. Cierto que es glotón, voraz, rapaz,
infiel, pérfido y lujurioso; pero también posee
buenas prendas. Lo peor que de él cabe decir
es que se asemeja al hombre, inclusive en lo
de gastar bigotes. Sin embargo, le lleva ventaja: sus rasguños no matan, su lengua no destroza, su vigilancia no se deja corromper. Es
un filósofo gruñón y malhumorado que monta
la guardia en el hogar doméstico y busca el calor de las faldas amigas.
No cuenta, naturalmente, con tantos partidarios entusiastas como el caballo y el perro;
pero ha encontrado panegiristas. Yo he conocido ejemplares dignos de grandísima estimación que arañaban la mano que les daba de comer, pero no pasaban de eso. El hombre va
mucho más allá: muerde la mano protectora y
104
Siluetas de Animaled
hunde el puñal en el pecho de su hermano.
EJ gato, degeneración del tigre, no tiene
nobleza pero tiene dignidad. Roba pero no asesina, y dice claramente en su mirada lo que es,
lo que quiere... Transparenta sus malas intenciones; muestra en sus ojos su avaricia, su glotonería, su deslealtad y su lujuria.
Con todas estas cualidades se formará,
tiempo adelante, el super-gato, que ha de ser
mejor que el super-hombre.
En la literatura para animales, ha habido
una gatomaquia.
Dicho se está que las damas de Chicago
han hecho bien en arriesgar la libertad y la vida por sus gatos, como no las hubieran arriesgado por sus maridos.
lOB
La^ hormigas
Cuando quiero llenarme de impresiones y
emociones inmensas, contemplo la república de
las hormigas.
El orden, el espíritu laborioso, el sentido
solidario y la disciplina política que reinan entre esos diminutos insectos, me llenan de asombro. Aquel mundo minúsculo es más perfecto
que el mundo de los hombres; aquellos seres
casi imperceptibles nos dan admirables lecciones.
En cambio, ¿qué podemos enseñarles nosotros á las hormigas? Ellas todo lo saben y todo lo pueden, mientras nuestros pies no las
aplastan.
Ayer celebraron en mi jardín un entierro ó
manifestación pública; no era fácil precisar la
índole del acto. Iban en muchedumbre enorme,
llevando delante un como carro fúnebre ó como
carro de triunfo. Parecíanme á veces jubilosas,
á veces consternadas; pero, jqué comedimien107
F. González Díaz
to, qué dignidad, qué buena policía en el espectáculo!
De pronto, unos niños que jugaban angelicalmente pasaron sobre el pueblo formícloa, y
ocurrió una catástrofe espantosa. No quedó vivo un ciudadano, ni una ciudadana.
Bajo los pies infantiles pereció la industriosa república. Y no se conmovió ningún hormiguero. Así acaban los mundos en lo infinitamente pequeño y en lo infinitamente grande.
108
Los conejos
Mansos, humildes é inquietos en grado sumo, estos lepóridos se encuentran siempre bajo la amenaza del cazador. Buen bocado, aunque no di cardinale. Pasarían inadvertidos si
no fuera por lo mucho que se mueven y por el
apetito que excitan. En agilidad y en resistencia
para correr sólo les sobrepuja su hermana, la
liebre.
Con sus orejaS; inverosímilmente movibles,
diríase que sin cesar nos hacen señas; nos hablan, nos piden que les perdonemos la vida, nos
suplican misericordia, á veces nos retan y nos
burlan. Por las orejas los cojemos.
En las orejas tienen una elocuencia singular: la elocuencia del movimiento expresivo.
Acostumbrados á esquivar la guerra y el ataque de los perros, su raza perseguida, su raza
infeliz, se ha hecho admirablemente apta para la
fuga. Practican una táctica y una estrategia maravillosas. Emprenden retiradas por masas nu109
F. González Díaz
tridas, en desorden ordenado, hacia los matorrales.
Los ejércitos de conejos, en la dispersión
del pánico que los precipita como un torrente,
rinden á sus perseguidores. No hfiy perro que
les alcance; jugando al escondite, desesperan
al cazador.
Pero les delatan las orejas, esas orejas con
las cuales parecen llamarnos y saludarnos. El
conejo oculto, sin poderlo remediar, las saca
afuera, como si un instinto obscuro, forma de
fatalidad orgánica superior al miedo, superior á
todo, le ordenara entregarse y perderse.
Por mucho que corran, acaban por caer en la
cazuela. Seres tímidos y débiles, domésticos y
asombrosamente prolíficos, andan á salto de
mata como el pueblo hebreo, sin encontrar en
ninguna parte albergue ni reposo. En ios llanos
y en los montes, su destino cruel les sale al paso. Son demasiado apetitosos.
Suelen tomar actitudes de víctimas que esperan resignadas el sacrificio y, aliquando, se
enciende en sus ojos dulces, dulces como los del
cordero, como los de la paloma, una chispa de
inteligencia. Tal vez comprenden que han de
morir pronto, que mientras más engorden más
presto morirán, y se ponen á dieta. Pero sus
orejas delatoras, comprometedoras, siguen invitándonos á cogerlos y á comerlo'.
!La fábula nos les presenta enredados en una
lio
Siluetas de Animales
discusión casuística sobre si son podencos ó
galgos los perros que les persiguen, mientras
los perros llegan y el desastre de los discutidores se consuma. Así procedieron los últimos bizantinos, los últimos sofistas.
Y la famosa risita conejil es una risa de decadencia. Ese pueblo condenado ¡i muerte se
ríe no sabemos porqué: él tampoco lo sabe. En
cambio, los cocodrilos, astutos bandidos y piratas, saben por qué lloran cuando lloran.
111
Los buhos
Estos pájaros de la obscuridad, tan bien hallados con las titiieblas, son inquietantes, repulsivos y atormentadores. Nos hacen pensar en la
muerte. Fúnebres en su negrura, enigmáticos
en sus actitudes trágicas, vienen en medio de
la noche, como hijos de ella, volando hacia los
cementerios, y nos dicen que hemos de morir:
memento mori... Nos recuerdan á los frailes
cartujos.
Aunque todos los seres vivos representan,
naturalmente, la vitalidad universal, ha querido
la naturaleza figurar en algunos la muerte, más
bien que la vida. En vez de afirmar que viven,
podemos afirmar que mueren. No están viviendo; están muriendo. Así los buhos, los murciélagos, las lechuzas, huéspedes de las ruinas,
frecuentadores de las tumbas.
Son filósofos que meditan sobre la vanidad
de las cosas humanas. Son misoneistas y retardatarios porque permanecer entre las sombras
113
F. González Díaz
equivale á permanecer en el pasado muerto.
Vuelan peto no avanzan; ni suben ni van adelante; se ciernen en un mismo punto del espacio como una amenaza, como una maldición
para la humanidad. Por eso causan terror á los
supersticiosos.
Desde el principio de los tiempos, los pajarracos nocturnos han sido mirados como enemigos del género hutnaiio, á pesar de ser inofensivos completamente. Lo que ofende en
ellos es su apariencia misteriosa y dramática,
su suspensión fatídica en la noche amedrentadora y profunda, sus ojos fríos y crueles como
un mal augurio. Agoreros de catástrofes, ante
ellos, coino ante el destino, retrocedió César;
retrocedieron todos los grandes hombres de acción, todos los grandes conquistadores, soberbios anitnales de presa... Los más fuertes se
sintieron débiles en presencia de ese enigma tétrico. Creyeron en el maleficio de los buhos.
Un buho sobre una tumba nos da la impresión máxima de lo terrorífico y lo funerario. Vemos nuestra horrenda pesadilla tnaterializada;
la angustia negra, la Muerte, entra en nuestro
corazón.
114
.as mariposas
Lindas florccillas que vuelan... En los jcirdines, las mariposas semejan pétalos llevados por
el aire. Entre ellas y las flores hay parentesco:
una mariposa es una flor animada.
Esos pequeños seres ingrávidos, delicadísimos, elegantes y graciosos, son encanto de la
vista, capricho pictórico de la naturaleza, poesía... Una maiiposa sobre una rosa es una flor
sobre otra flor; dijérase el alma de la flor... Por
eso vive también el espacio de una mañana;
por eso, si queremos cogerla, se nos convierte
en polvo multicolor ó dorado, se nos disipa, se
nos huye. No parece materia, sino espíritu.
La Naturaleza ha logrado con las mariposas
el triunfo celestial de la gracia. Las pinta deliciosamente, y algunas son como paletas volantes, como iris en movimiento. El lujo de sus
alas polícromas nos da una suave y espléndida
fiesta visual. La mariposa busca una flor para
complementarse ó una cabeza de mujer en que
115
F. González D(az
posarse y adornarla; porque sólo se la concibe,
igual que á la flor, como un adorno femenino.
Flores, mariposas, mujeres: he ahí tres manifestaciones equivalentes de lo bello.
No podemos contemplarlas sin asociarlas en
una triple ideación simbólica, ni podemos tampoco dejar de sentir inquietud ante su esbeltez,
su ligereza y su elegancia. Las adoramos pero
tememos perderlas en seguida; el culto que les
tributamos, un sentimiento estético, se depura
y adquiere un triste matiz psicológico de congoja en la consideración de su fugacidad irremediable. La belleza natural está siempre diluyéndose en lo infinito. iMaripos^is, flores, mujeres,
presto se nos van.
Lo que queda es el mariposeo, otra cosa femenina que se ha masculinizado en muchas almas de varones modernos tocados del mal del
siglo; en muchas inteligencias que, como mariposas, divagan de floren flor, de idea en idea...
El dilettantismo, mariposeando, ha hecho
del arte una fantasía suntuaria, un recreo demasiado mundano y terreno, un juego polleromico, una cola de pavo real matizada de mil
colores...
Para muchos pensar es mariposear, mariposear...
116
La^ avispas
¡He tenido tanto que temer y que sufrir de
las avispas! Siempre viví junto á terribles avisperos; como un avispero terrible se me presentó desde muy temprano la sociedad, y en mi
carne débil se han clavado "innumerables aguijones. Para vivir entre las avispas, necesitaba
hacerme avispa; no lo he conseguido, y me han
acribillado sin que pudiera devolver las picaduras.
Me pican, me pican; pero no por donde había más pecado. Me pican en todas partes, en
el cuerpo y en el alma, en la cabeza y en los
pies, en el pecho y en la espalda; me pican fuera y dentro, en la superficie y en las honduras
entrañables; en el amor propio, en la reputación, en las intenciones y en las obras, en los
afectos y en las ideas, en todo.
Entre un pinchazo sutil que se insinúa á flor
de piel y un mordisco que arranca bocados,
prefiero el mordisco porque el que muerde
117
P. Óonzález Úla2
causa un dolor y el que punza causa una irritación dolorosa. Prefiero, sí, que me muerdan
á que me piquen. En el primer caso nos defendemos mejor. La picadura produce un encono
físico que difícilmente engendra el odio; la mordida cruel y franca provoca una cólera vengativa. La cólera y la venganza fortalecen. El desprecio con que respondemos á la pequenez del
ataque, nos permite conservar intacta nuestra
fuerza, pero no nos alivia. Sentimos las agujas
que nos van infiltrando la ponzoña; pero el veneno en dosis tan ínfimas sólo consigue irritarnos la piel. Y entonces desearíamos ser mordidos, no picados. Desearíamos que la molestia
se trocara en verdadero sufrimiento; echamos
de menos el zarpazo para ponernos á prueba,
para ver si realmente somos fuertes. Nos dejamos acribillar con desdeñoso desasosiego: no
nos dejaríamos devorar.
En la guerra que nos hacen las avispas, lo
pequeño es un insulto; en la guerra que nos hacen las bestias feroces, lo grande es un homenaje. ¡Muérdanme, no me piquen!
Por fortuna, yo también he sido mordido, y
de firme. Y cuando me mordieron, siempre me
supe defender...
118
Las ranas
Como soy republicano^ es natural que no
me gusten las ranas. No les perdono la tontería de haber pedido un rey, en lugar de pedir
un presidente de República, cuando quisieron
constituirse en nación. Ese monarquismo espontaneo me las hace antipáticas y sospechosas.
Como viven en aguas sucias y forman muchedumbres y gritan desesperadamente, me recuerdan ciertos Parlamentos modernos. (1) Me
imagino que han menester un golpe de Estado
á la inversa del de Pavía: un caudillo audaz
que disuelva su congreso proclamando la República, federal ó unitaria (fuera mejor unitaria
(i) Observad como el concepto ác
parlamentarismo
se relaciona con el de diversas clases de animales: pavos,
borregos, monos, loros y ranas, singularmente.
119
F. (González Díaz
porque el cantonalismo entre esos batracios
turbulentos me parece peligroso; quizás necesitan una mano de hierro y una dictadura.) •
Las ranas desde el cieno en que se encuentran á gusto nos dicen que no quieren redención. Su discorde y estridente vocerío al caer
la noche, es como un motín sin consecuencias.
Es la desbandada de una demagogia inepta y
cobarde ante las sombras, ante la interrogación
del destino, impotentes y desorientadas, nunca
han podido organizarse. Claman por un amo,
sea rey ó magistrado popular. Tienen instinto
social, pero Íes falta sentido político; lo propio
que les ocurre á la mayor parte de las plebes
humanas.
Las ranas, verdes como el limo de los estanques, con él se confunden; son una verdura movible, repulsiva y viscosa entre el verdín. Pero tienen también sus fastos, su tradición clásica, su Batracomiomaquia. Esa historia de las
ranas no podía ser sino una parodia, una historia para reir. Nunca llegarán á pueblo: se quedarán en tribu hundida en el lodo pidiendo un
monarca y contentándose con un leño que las
llena de pavor y las pone en fuga...
La rana nos da asco, nos infunde desprecio.
Por nada de este mundo diría yo, ni creo que
lo dijera San Francisco, á pesar de sus grandes tragaderas místicas: Hermana rana...
Pero una vez me comí una rana sin saberlo
120
Siluetas de Animaieá
y me gustó. Lo cual prueba que los chinos no
se equivocan al comérselas como se comen las
ratas, los lagartos y los nidos de golondrina; lo
cual, en resumen, prueba que todo es comestible. Para comer sin distinguir se requiere tan
sólo estómago: el paladar sobra.
121
Los tiburones
¡Qué vienen los tiburones! Tal es el grito
de susto y prevención lanzado estos días por
las gentes, al saber que en aguas del Puerto había sido muerto y capturado un ejemplar de esa
terrible especie déla fauna marina.
Tuve el disgusto de verlo tendido en el último peldaño de la escalera del Club Náutico.
¡Qué tipo tan repugnante y tan indecente! Lívido, espantoso, con una ancha herida en la
piel coriácea, con los redaños fuera, allí estaba
el monstruo esperando un puntapié que volviera á echario al agua. Me acerqué valerosamente, poseído de un heroico valor á posteriori,
diciendo: Tibaroncitosá mí!...
Pronto se formó un grupo en derredor del
cadáver. Le abrieron la boca, y se vio que era
un sumidero enorme, una cloaca. Le abrieron
el estómago, y rodaron en un montón viscoso
las entrañas. Le sacaron el corazón y advertimos que tenía las dimensiones de una nuez ó
123
Ir. González Ólai
poco más. La delicada viscera aún se agitaba
en leves movimientos vitales. Junto á aquella
bocaza y aquella cavidad abdominal, el grande
órgano de la vida resultaba de una pequenez
inverosímil.
Así son los tiburones humanos, los tiburones de tierra adentro: tragaderas inmensas, corazón tamañito como una avellana, Todo en
ellos cede á la tiranía fisiológica de la voracidad; comen pero no piensan ni sienten. El corazón les sobra, parece que se les achica y se
les encoge á medida que viven y que devoran^
¿Vienen los tiburones? ¡Bah! no hay que
acobardarse: los peces no se salen del mar y, Sí
nosotros no vamos á buscarlos ellos no vendrán en nuestra persecución. Temamos más razonablemente á los otros que habitan en nuestro propio elemento con apariencia de hombres
y con hábitos é instintos de animales piratas.
Libres del peso del corazón, sus mandíbulas
se desencajan en una amenaza perpetua. Sus
ojos, abiertos á flor de rostro, expresan la Imbécil beatitud del apetito satisfechoTriunfadores en las porfías del struggte for
Ufe, no los envidio, sin embargo. Me encuentro
bien hallado con la clasificación que por naturaleza me corresponde: pájaro cantor, pájaro
inofensivo. Proporcionalidad orgánica, predominio de la afectividad.
124
La^ á^uila^
Las águilas son la magestad y el imperio;
están siempre en lo más alto, desde donde ven
pequeñas todas las cosas del mundo. Cuando,
para reposar, se posan en las cimas, su mirada
cae como un rayo sobre los hombres. ¡La mirada del águila es un dardo que nos hiere y nos
atraviesa!
Lo aquilino es lo supremo en fuerza, en altura, en dominación. No se concibe nada más
allá, nada más arriba, sino lo infinito. Perdidas
en.el azul, nos invitan á subir y nos amenazan
con sus alas potentes.
No encuentran ambiente ni base de sustentación en la tierra, que las rechaza porque no
las reconoce suyas. Si alguna vez descienden
experimentan el vértigo de lo bajo, y pronto
tornan á subir vertiginosamente. Un águila, en
la tierra, necesita un pedestal; es demasiado
126
F. González Dfaz
grande para andar por el suelo como una doméstica gallina, arrastrándose, cogiendo lodo.
Por eso, en sus descensiones, se queda en las
alturas, y allí afirma su soberanía y conserva
su actitud olímpica. Ha bajado, pero no ha abdicado. Siempre es la reina de los aires que
pone su trono en las excelsitudes y mira al
sol desafiándolo con los rayos agudos de sus
ojos.
Soberbios pájaros de la heráldica, representamos en su vuelo serenísimo el vuelo del ideal;
en su reposo, la afirmación de la energía que
se reconcentra y toma alientos para volver á
desplegarse en la inmensidad. El aristocraticismo del águila, cual el del león y el del cisne, se
expresa en un gesto de desprecio seiíoril y tranquilo. Saben lo que pueden y lo que significan;
pero en sus movimientos hay una calma augusta, la calma de los dioses nunca interrumpida,
ni aún cuando la cólera en tormenta fugaz les
arranca gritos. Ni el águila ni el león se descomponen ó se degradan al aparecer coléricosSus tempestades son como las de la naturaleza, desahogos; son, como las borrascas del
océano, especialmente, que alteran la superficie y dejan el fondo inalterable.
Un águila, al clavar la garra olímpica en un
punto elevado, parece que se posesiona. Coronada y triunfante, nos desprecia desde la altura; es «na orgullosa y guerrera emperatriz.
126
siluetas de Animales
Desciende, pero no baja. Se aproxima á
nosotros pero no nos otorga jamás el honor de
miramos frente á frente. Para ella somos lo
que no se oé. Somos, si acaso, la sombra; y en
el espacio inmenso, busca el águila la luz.
127
La^ vacas
Grandes ojos mansos y humildes, actitud
modesta, como reflexiva, andar reposado .. A
menudo las vacas se paran y miran soñolientamente el paisaje; luego tornan á ponerse en
marcha con mayor pachorra, paso entre paso.
Jamás dejan de estar tristes. Las vacas no conocen la alegría.
A estos animales tan corpulentos les exige
el hombre un exceso de actividad y de labor;
los empuja, los acicatea sin descanso. La vaca,
si se lo permitiesen, no abandonaría nunca la
posición horizontal. En el pesebre ó en el campo, estaría echada, rumiando tranquilamente y
sacudiéndose las moscas con el rabo.
Profesa la vaca un pesimismo sereno, un
dulce conformismo. ¿Qué voy á hacer?—se dice
sin duda para sus adentros: ¿cómo voy á contrarrestar los rigores del destino aciago? Sigue
129
F. González Díaz •
la ley de su nativa mansedumbre, y se somete.
Aquellas astas terribles no son sino el adorno
de una testa. Con ellas, podía imponer su derecho á la holganza y el sueño, pero no se atreve... Su timidez malogra sus ansias legítimas
de reivindicación y de libertad. Lo propio ocurre con todos los animales de mucha masa: osos,
camellos, elefantes... A cambio de la fuerza
que poseen, les falta la energía del carácter, y
tan sólo á ratos... A ratos se interrumpe su calma, se quiebra su equilibrio temperamental con
agitaciones verdaderamente tempestuosas..
Y hay también vacas guerreras y bravias,
negación de los caracteres generales específicos... Esas saben donde les aprietan los cuernos; protestan contundentemente en representación de toda la familia y vienen á pedir en
resumen, como se piden ciertas cosas, que no
se abuse de las vacas cobardes, que se las deje echar la siesta.
Porque las vacas, por su índole, son sedentarias, refractarias al movimiento. La ahijada
las mueve, pero no las convence de que les
traería provecho la vida activa. Trabajan á pinr
chazos, á puntapiés, como los esclavos, como
los negros. Saben que el trabajo es penitencia
demasiado dura.
En su desencanto filosófico rumian la conocida máxima: «Mejor que en pie sentado; mejor que sentado tendido; mejor que tendido,
180
Siluetas de Animales
muerto...» Esto es: buscan la horizontalidad, la
posición inalterable de Id muerte.
Y de seguro piensan como Shakespeare, pero sin sombra alguna de dubitación: «Morir, indudablemente dormir...»
131
Las arañas
Una araña en un rincón parece una siniestra conspiradora. ¿Contra quién conspira? De
seguro contra el hombre. Tiene una táctica misteriosa para liacer sus cacerías, para cazar sus
presas; tiene una^habilidad humana para tejer
sus redes. Y luego pacienzuda, impasible en la
espera, aguarda envuelta en los hilos de su urdimbre á la víctima que vendrá y caerá.
Esos hilos son débiles y grises como cabellos de anciano. La araña los entrecruza con
un arte sutil; pone en su labor siniestra toda la
energía de su voluntad. Su industria recuerda
mucho las artes diplomáticas. Hilanderos y tejedores, los arácnidos realizan un esfuerzo que
los agota completamente; pero no montan la
guardia ni ejercen el espionaje en vano.
Su instinto constructivo sólo da de sí la suciedad y la repugnancia de esas hebras tenues
que tanto nos estorban. Otras especies industriosas—la ^beja y la hormiga, por ejemplo—
133
P. Óenzáiez Dla2
ofrecen á nuestra admiración perfectas organizaciones monárquicas ó democráticas, imperialistas ó socialistas, que comportan el triunfo de
un ideal político en las esferas inferiores zoológicas. Los insectos saben vivir mejor que nosotros, aunque vivan á merced de nuestra misericordia. Podemos aplastarlos,pero no destruirlos, porque supervive el genio de la raza; se
reproducen indefinidamente insistiendo en su
obra. Y esta obra, en fin de cuentas, es aleccionadora y fecunda. Desde los limbos irracionales donde nuestro orgullo jerárquico dictamina que no hay conciencia, los insectos constituidos en colonias nos alumbran el camino. Van
delante, socializados y civilizados de un modo
supremo. Allí, en reducción, se ven anticipadas
las ideas y las formas que en las sociedades de
los hombres flotan aún indecisas. Allí revisten
la fijeza de lo firmemente asimilado, de lo social orgánico. Las instituciones no caen... Jamás ha habido movimientos revolucionarios en
la república de las hormigas ni en la monarquía
absoluta de las abejas.
Pero la araña, anárquica, poseída de un individualismo feroz, malhechora y aventurera,
permanece emboscada en la esquina. Urde su
tela con la constancia de un monje, con el rigor
de un geómetra. Suele fabricar dos, una telahabitación y una tela-red; ambas se comunican
y se completan. En la primera vive; emplea la
m
Silueta* de Anlmalet
segunda para su juego corsario. No nos enseña nada, sino un sistema de lucha pasiva y un
tow de forcé cinegético.
Eso, lo sabíamos: sabíamos que una vida
acaba por caer fatalmente en la red de otra
vida.
136
Los gorriones
' De estos animalitos no puede decirse que
se andan por las ramas, sino que van decididamente al grano. Prácticos, aprovechados, positivistas, son los enemigos de la cosecha. La
tierra y el labrador trabajan para ellos; ellos,
en,cambio, no trabajan para nadie, no trabajan
nunca. Ni aún tienen noticia de lo que quiere
decirla palabra trabajo.
Pasean su avidez sobre las mieses y se introducen como ladrones en los graneros haciendo grandes razzias. Si su holgazanería y su
voracidad guardaran relación con su fuerza y
•su afán adquisitivo, saquearían completamente
los campos. No tienen vergüenza ni temen á los
guardianes de la propiedad y de la ley. Su instinto rapaz les conduce sin desvío adonde se
almacena y se amasa el pan ajeno.
Han establecido una especie de comunismo
tan radical é insolente como el de los zánganos. Practican á maravilla el sistema de vivir
137
10
F. donzález Díaz
sin laborar. Se apropian el trigo de las eras con
una despreocupación admirable que en el orden
social encuentra muchos imitadores.
Saben esquivar diestramente la persecución
y proteger sus latrocinios como si se tratara de
adquisiciones legítimas. Se remontan en vuelos
sesgados, fuera del alcance de los pilludos cazadores. A veces caen entre las manos de sus
pequeños enemigos, pero siempre mueren ahitos, con arrogancia de héroes que desprecian
las instituciones.
Su facultad de acaparación es enorme; su
maestría burladora, indescriptible. Son emancipados, rebeldes, irónicos, un poco epicúreos,
y, por contera de todas esas malas cualidades,
carecen en absoluto de sentido moral.
Los hombres que pertenecen á la escuela
de los gorriones van al grano de la misma manera y vuelan del propio modo.
Esta escuela gorrionesca suprime desvergozamente el concepto de tuyo y mío. DiviUe
la sociedad en dos categorías: gentes que producen y gentes que usurpan sin vacilaciones ni
miramientos el fruto de la producción en que
no han tenido arte ni parte. Los primeros se
afanan para que coman los segundos. Estos informan su código en la audacia de su egoísmo
y agitan sus alas de gorriones con toda la des138
Siluetas de Animales
envoltura, con toda la impudencia facciosa de
les descamisados sin dios ni rey.
Los gorriones son espíritus fuertes entre los
pájaros, porque llevan el uso de su libertad
hasta el exceso. No les reconocen á los demás
derecho alguno, pero todos se los atribuyen...
y los practican tomando lo que les falta.
Proudhon hubo de pensar sin duda en los
gorriones cuando explanó su famosa teoría, y
en los gorriones piensan los novísimos proudhonianos y comunistas cuando se sienten granívoros.
Hagámonos gorriones, pues con el oficio de
pájaros canarios no llegaremos á ninguna parte. Cansados de cantar, tomemos nuestro grano. Agucemos nuestra vista y nuestra picardía
á la sombra de los árboles, que nos dan techo
pero no nos dan pan. Y, bien amaestrados, busquemos el trigo sin predicar la abstinencia.
180
Un mono en monoplano
No es un juego de palabras el que acabo de
escribir, sino una noticia que ha circulado por
los periódicos entre las risas de los lectores. Un
aviador tuvo la humorada de invitar á un mono
á que se diera un paseo por los aires; el mono,
naturalmente, aceptó ó, lo que vale lo mismo,
le metieron en el aparato y no hizo ninguna
protesta. Sin duda sentía una muy lógica curiosidad.
El recorrido fué desde Strasburgo á Metz.
El extraño pasajero se condujo con la más perfecta corrección; no dijo esta boca es mía, no
lanzó un grito ni esbozó uno de esos gestos indescifrables característicos de su raza. Como
un hombrecito bien educado y valiente se dejó
llevar en la ascención wírtiginosa. El piloto asegura que su compañero parecía un ser humano; faltábale tan solo la palabra, mas los hombres también suelen perderla en los grandes
momentos á presencia de los grandes peligros.
141
F. González Dfaz
No chistaba; miraba con fijeza hipnótica el
espacio, mostraba un continente severo y misterioso, de sabio entregado á la preocupación
científica. A medida que subían, aumentaba la
rigidez del simpático mico, y ni por un momento dio á entender con su actitud, mucho menos
con su lenguaje, que le daban el Ídem.
Pero los aeroplanos no se han hecho para
los monos, ni tampoco para los moros, que allá
se andan desde ciertos puntos de vista. Los
marroquíes sienten sagrado terror ante esas invenciones diabólicas del cristiano, y los simios
se quedan petrificados á la vuelta de un viaje
aéreo. Aunque no pronuncian una sílaba, cogen \ina jindama atroz, y es el miedo lo que les
obliga á permanecer mudos.
El mico de esta divertida historia, cuando
se efectuó felizmente el aterrizaje, quedóse en
su lugar descanso; quietecito. Creyérasele
muerto, tan extrema era su inmovilidad; sufría
la parálisis del espanto. Le sacudieron, le friccionaron, le dieron golpes en la cabezíj, y el
animal siempre patitieso. Como no tenía familia conocida, y ninguna mona le esperaba, para despabilarle le aplicaron un par de palos. AI
fin saltó fuera.dando agudos chillidos y rompió
á correr por aquellos campos con tal compás
de pies que no le alcanzara el viento.
Y entonces sí se afirmaron de modo bien
perceptible las impresiones del mico: se había
143
Siluetas de Animales
llevado un canguelo archi-superior Aunque le
ofrezcan una cesta de nueces no querrá repetir
la aventura. Esas alegres bestias, acostumbradas á travesear en los bosques, guardan el equilibrio sobre las ramas de los árboles; pero en
las exelsitudes de la atmósfera pierden la cabeza y el pulso. Se ha visto que un mono en
suspensión resulta un bicho inútil.
Lo que aparentaba ser dominio de sí propio,
entere» y dignidad, era una cobardía exagerada hasb el anonadamiento. No haya, pues, temor poi parte del hombre de que los simios le
usurpcnel aeroplano y vuelvan contra él esa
maravilh. Podía temerse, porque ya le han
usurpaos muchísimas cosas, en términos que
cada ve: los monos se asemejan más á los hombres y l«s hombres, como es natural, á los monos.
El h(roe de este episodio cómico-trágico se
habrá iró á contar á los suyos sus emociones.
¡Tendríi que oir! Esos diablos, que tanto se
nos pancen,—les diría-han inventado una máquina pira subir á las nubes. Estemos en guardia; no subamos en tales armatostes, aunque
se nos irometa el reino de las alturas. Dejemos
subir á los hombres y aprovechémonos de la
ausenci. Por milagro estoy aquí vivo, pero
ellos precerán. Ellos locos, nosotros cuerdos;
nosotrG tenemos la ventaja.
148
La guerrcí y ios animales
Si bajo la evocación del numen del viejo
Esopo convocáramos hoy un congreso de animales para saber lo que piensan y lo que sienten ante el espectáculo de la guerra europea,
todos ellos, en su lenguaje respectivo, incomprensible para nosotros, maldecirían al hombre,
que la ha desatado Supongamos que en todos,
por unas horas el instinto se hiciera inteligencia.
Dirían:-¿Es ese, oh rey de todo lo creado, UPO de los frutos de tu razón? En nuestra
irracionalidad, en nuestra brutalidad, que tú
pregonas como el título de la soberanía que te
atribuyes, nunca hubiéramos concebido horror
tan grande. Nuestras guerras no pasan de ser
simples disensiones de familia, ó, á lo sumo,
persecución y matanza de enemigas especies.
Los gatos se van tras los ratones, porque obedecen á una fuerza instintiva. Eso ha ocurrido
siempre y no poüríamos llamarlo guerra sin
145
F. González Dfaz
aplicarle una palabra impropia. Guerra significa odio, y los animales no odiamos...
Corresponde al homo sapiens el privilegio
diabólico de odiar. Cultiva artificialmente ese
sentimiento insano, ese sentimiento salvaje, y
desde el seno de la más refinada civilización
retrocede y cae en las tinieblas cavernarias.
Por eso el hombre no conoce las beatitudes de
la paz, que reina perpetuamente en muchas especies zoológicas. Los pájaros, las palomas,
las gacelas, los corderos, son pacíficos. Sus
ojos tienen siempre una expresión amorosa, serenísima, como la de los niños en la cuna; nada
masque en la cuna, porque después, á medida
que van viviendo van depravándose y envenenándose. La inteligencia ilumina los abismos
del mal; pero no salva al hombre, nuestro enemigo, de caer en ellos. La razón no le libra de
ser rencoroso é iracundo, dígase guerrero.
Nosotros, irracionales, parecemos mil veces
más razonables. Nosotros, seres inferiores, seres instiritivos, no acabamos de ver claro para
qué le sifven á nuestro famoso rey la facultad
de razonar y la facultad de comprender.
Así hablarían, de alto abajo de la escala,
nuestros subditos', pero si hablaran así, dejarían
de serlo. Habrían adquirido las preeminencias
sagradaá, misteriosas, por virtud de las cuales
el hombre,razonable é inteligentemente, se destruye en guerras tan espantosas como la actual.
146
Siluetas de Animales
En esta contienda no sólo fracasa la cultura
acumulada en larga serie de siglos, evolución
psicológica de nuestra especie; naufragan también la razón y la inteligencia humanas. Y cuando tornen á lucir, ¿cómo renovaremos nuestra
fé en ellas?
Yo, por mi parte, creeré en mi perro, fraternal, manso y humilde, mucho más que en mí
mismo. Ya en su tiempo el poeta Villon, un artista bandolero, expresó un juicio semejante.
Despreciaba á los hombres, y amaba á los perros. Sin embargo, el can es un animal perfectible, se acerca demasiado á la humanidad, corre
el peligro de malearse. La agudeza de su instinto nos le hace considerar como un prójimo
retardado en su desarrollo. Aunque le apuntan la razón y la inteligencia, tiene todavía la
inocencia del niño en la cuna.
Su especie privilegiada va despacio hacia lo
humano; despacio, pero con avance seguro. El
perro es el único animal que sirve para la guerra. Ayuda al hombre en sus maldades, y hasta
se ha hecho polizonte. Se ha dejado corromper.
Cuando decimos de un perro: ¡qué listo!, le insultamos. Eso significa que se halla próximo á
dejar de ser perro...
• En el perro inteligente vemos un cómplice
posible.
El hombre se ensaya en la guerra haciéndosela á los animales irracionales. La cinegética
147
F. González Diaz
es una guerra con cobardía en que el rey mata
á los subditos indefensos, por entretenerse. Luego continúa la cacería en esfera superior, entre
iguales, y surge el heroísmo. El odio se refugia, se autoriza bajo las banderas.
Ennoblece el asesinato; comprende que la
civilización le manda matar, como se lo ordenó
al hombre primitivo la barbarie absoluta.
Y los animales, que nunca fueron bárbaros
ni serán cultos, protestan en nombre del decoro del género humano.
148
IMDICE
PAGINA.
Dos palabras
Los animales
Los asnos . . . . . . . . .
Los caballos
E l caballo do Caligula
Una «interviú* trascendental . . .
Los elefantes
Los carneros
Los lobos
Los loros
Las grnllas
Los zorros
Los osos
Los osos blancos
Los camellos
Los pavos
Les cocodrilos
Los patos
Chantoclor
E l gallo de Eostand
Las riñas de gallos
Mi gato negro
E l león y el pavo real
L a paloma mensajera
L a langosta
Los insectos
¡Vivan los gatos!
149
1
5
11
16
19
28
27
31
36
39
41
46
49
53
57
63
67
71
7B
79
83
87
91
93
97
103
»Aá,titk
Las hormigas
Los conejos
Los buhos. .
Las mariposas
Las avispas
Las ranas. . . . ,
Los tiburones
Las águilas
Las vacas
Las arañas
Los gorriones
Un mono en monoplano
La guerra y los animales
índice
Fé de erratas
160
107
109
114
> • • 116
lió
119
123
125
129
133
137
141
146
149
151
Fé de erratas
Se lee
Debe leerae
Página 58, línea 6, gregarismos
Id. 59, Ifnea 28, multiplicadas
Id. 106, línea 4, formícloa
Y otras menos importantes.
Gregarismo
Multiplicadlas
Formícola
Obras del mismo autor
Niños Y árboles (folleto).
Arboles.
A través de Tenerife.
Cultura y turismo.
Especies,
El viaje de la vtda.
Próxima á publicarse: Un canario en Cuba.
En preparación: Marea alta, y La gran guerra.
161
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