Entrevista Publicada en Télam Viernes 20 de diciembre de 2013 Link: http://www.telam.com.ar/notas/201312/45532-la-grieta-que-abrio-el-2001.html La grieta. Política, economía y cultura después de 2001 G. Vommaro, S. Pereyra y G. Pérez (eds.) Colección La Argentina Contemporánea La grieta que abrió el 2001 En La grieta. Política, economía y cultura después de 2001, el sociólogo y compilador del volumen, Gabriel Vommaro, interroga qué saberes se abrieron y qué legados se instalaron después de los episodios del 19 y 20 de diciembre, y discute con la categoría de multitud y con el lugar común la gente para intentar reponer, de acuerdo a las circunstancias, la de pueblo. Por Pablo Chacón 20.12.201317:55 Pablo E. Chacón En La grieta. Política, economía y cultura después de 2001, el sociólogo y compilador del volumen, Gabriel Vommaro, interroga qué saberes se abrieron y qué legados se instalaron después de los episodios del 19 y 20 de diciembre, y discute con la categoría de multitud y con el lugar común la gente para intentar reponer, de acuerdo a las circunstancias, la de pueblo. El libro, publicado por Biblos, tiene diversos aportes: Federico Schuster, Alejandro Grimson, Gustavo Aprea, Mariana Luzzi, Ricardo Aronskind y Gerardo Aboy Carlés, entre otros. Gabriel Vommaro es docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA), becario del CONICET e investigador del Centro Cultural de la Cooperación. T : ¿A qué llaman, si todos los participantes del libro nombran lo mismo, la grieta? V : El nombre tiene una historia simple, aunque puede dar lugar a malos entendidos por el uso de esa figura, la grieta, en el debate político reciente. El libro no refiere sólo a 2001, sino que se interroga por lo que abre ese acontecimiento, así como por el modo en que se inscribe en el proceso histórico previo. Por eso, cuando con los otros dos editores buscábamos un título la idea de la grieta, como una separación que abre el tiempo y el espacio, que interrumpe un decurso histórico para traer otra cosa, que abre el campo de lo posible, en definitiva, nos parecía sugerente. T : Si se trata de la experiencia del 2001 y sus consecuencias, ¿cómo pensás quedó grabada aquella experiencia y qué posibilidades, si fuera necesario, existirían de reactivarla? V : 2001 deja múltiples legados en la sociedad argentina. Legados políticoorganizativos, vinculados a las asambleas barriales y otros modos de acción colectiva, pero también a la movilización masiva de las clases medias, que continuará, por motivos diferentes y en relación a demandas y proyectos políticos también diferentes, durante los años dos mil. Legados de orden más amplio, relacionados con la idea de una ciudadanía capaz de movilizarse cuando siente amenazados los fundamentos mismos de la comunidad. Pero también una cierta memoria de crisis, relacionada con el despojo y la confiscación, que puede ahondar aquella mirada de ciertos sectores sociales respecto de la política como clase, como negocio, etcétera. 2001 fue posible por ciertas condiciones históricas particulares. También es producto de la contingencia de la acción de diferentes sujetos. No estaba inscripto en ninguna racionalidad histórica. Su reactivación no puede ser por tanto predicha, pero sabemos que la historia nunca se repite, y que las formas del estallido no son una excepción. Hay que decir que no parece haber, en las actuales circunstancias, una situación similar a aquella como para pensar en su reaparición. Lo que se reactiva es la memoria de ese acontecimiento, así como las memorias inscriptas en los diferentes legados que acabo de mencionar. T : ¿Cuál es la singularidad del 2001 respecto a otros levantamientos populares? V : Creo que hay dos cuestiones: su inorganicidad y su falta de consignas, más allá de la polisemia del que se vayan todos. Estos dos rasgos, que pueden ser vistos como debilidades, o límites del estallido, contrastan al mismo tiempo con la fuerza del impacto que trajo 2001 para el sistema político y para el ciclo económico y social en la Argentina. T : Algunas voces críticas consideran que aquella experiencia fue muy rápidamente absorbida por el sistema político tradicional, a pesar de encontrarse muy afectado. ¿Cuál es tu idea al respecto? V : No creo que podamos juzgar un acontecimiento por sus consecuencias. En la historia no existe una ruptura radical con el pasado, y siempre pueden encontrarse tensiones entre las continuidades y las rupturas luego de cualquier acontecimiento político. En 2001 convivían sentidos y demandas contrapuestas, unos parecían pedir más política, menos encorsetamiento en los dictados de una racionalidad económica escamoteada al debate público, y tomaron por un tiempo la política en sus manos. Otros, en cambio, parecían pedir menos política y más gestión, abajo los políticos, que roban para ellos y para sus amigos, queremos un gobierno mínimo, que nos deje tranquilos. Creo que esas tensiones, que pedían a la vez más política y más orden, fueron interpretadas, reelaboradas y devueltas a la sociedad por los actores políticos institucionales, al menos por aquellos que decidieron seguir en el juego (recordemos que hubo fuerzas políticas que casi desaparecieron luego de 2001, y otras que surgieron entonces). Esa absorción, que no fue rápida, y que podemos decir que se realiza con la construcción de los apoyos del gobierno de Néstor Kirchner en torno a la idea de un país normal, por un lado, y de un país más justo y democrático, por el otro, dio cuenta de la productividad de diciembre de 2001 y los meses que siguieron. T : La figura insurrección de la multitud ¿era nueva en la política argentina, qué quedó de aquella, produjo un efecto contagio? V : En un texto que escribimos recientemente con Marina Farinetti decimos que la categoría de multitud puede servirnos para pensar el 2001 a condición de que la pongamos a jugar junto a otra categoría que aparece a veces como contrapuesta: la de pueblo. 2001 tuvo la inorganicidad de la multitud, y al mismo tiempo la búsqueda de restituir la comunidad política del pueblo. Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”, se cantaba en las calles, y se trata de una formulación paradójica, a la vez una afirmación y una pregunta; la pregunta por la existencia del pueblo, que es la pregunta por aquello que nos mantiene unidos, que nos hace miembros de una comunidad política. Entonces es cierto, la categoría de multitud permite pensar un fenómeno inorgánico con bajísimo nivel de organización, pero creo que no es una categoría que resuelva otros problemas teóricos y políticos, que sigue visitando la gastada y antigua categoría de pueblo. Por otro lado, cuando el pueblo aparece descompuesto en un conjunto de individuos desligados, y separados de sus representantes, no es la multitud, sino la gente. Y es a la gente a la que le hablaban los políticos en los 90, y a la que vuelven a hablarle muchos en la actualidad.