LA DIALÉCTICA HEGELIANA Oriana Pineda Camino, verdad y vida “… Y así como la campesina tiene presentes al hermano que vive lejos o al tío que murió, del mismo modo el filósofo tiene presentes a Platón, a Spinoza, etc. Una cosa tiene tanta realidad como la otra, con la diferencia de que los filósofos tienen a la eternidad delante de sí.” G.W.F Hegel, Wastebook (1803-1806) La dialéctica en tanto pensamiento es la actividad inmanente al reconocimiento de lo universal y su contenido, es decir, el continuo movimiento del pensar en el que se conoce y re-conoce la unidad de lo pensado en su universalidad, y a su vez, en su particularidad, en la multiplicidad viviente que también le es propia. De manera tal que, la dialéctica se origina en el mismo momento en el que se suscita el pensamiento; pues, así como al nacer el niño, nace simultáneamente el hombre in nuce; al pensarse por primera vez sobre lo pensado, se abre paso al primer momento necesario para la dialéctica: el pensamiento como sujeto que estudia y lo pensado como objeto de estudio, esto es: el pensamiento en tanto que pensar pensante y en tanto que pensar pensado. Dicho estudio ha sido, principalmente, tarea de la filosofía desde sus inicios, dado que la búsqueda del principio que dirige y organiza el pensamiento es, en realidad, la misma búsqueda que se ha manifestado en toda la historia de la filosofía. Hasta los tiempos de Hegel, el pensar ha sido concebido en su máxima abstracción, bien sea como objeto metafísico, teológico o epistemológico; pensar en el que el pensamiento puro es aquello que es verdaderamente real. Mostrándonos al pensamiento puro como máxima expresión del puro saber y a estas regiones como el reflejo de la sustancia que es causa de todas las cosas. Ahora bien, si el máximo resultado del pensamiento es el concepto de la sustancia en tanto ser, éste ser puro ser, del que nada más allá puede pensarse, es el puro pensamiento indeterminado, la pura indeterminación, y por esto el ser es aquello que puede decirse de todas las cosas. Hasta ahora, necesariamente, para que la sustancia pueda decirse de todo, debe carecer de determinación alguna, ya que de no ser así ésta dejaría de ser el ser puro ser para convertirse en otro, en algo distinto del ser que sólo es igual a sí mismo, quedando, así, opuesto a todos los demás substratos del pensamiento y a todo lo otro que pueda pensarse. Pero la pura indeterminación del ser nos indica que éste universal puro que pretende comprender todo lo que pueda ser nombrado, no tiene elementos determinados que le pertenezcan, y por lo tanto, nos encontramos con una grave contradicción: el universal que todo lo abarca resulta ser un universal vacío, puesto que ningún elemento cabe dentro de él y nada puede predicarse de un universal sin elementos determinativos, pues estos son quienes lo definen, de manera tal que el ser se convierte en un universal indefinido. Cabe preguntarse, entonces, si este universal que excluye a todo particular es realmente tal, y, si el ser contradictorio y, por tanto, irracional es la base del pensamiento, estaríamos basando lo racional en lo irracional. Y también puede cuestionarse si este todo que no posee particulares ni determinaciones es realmente tal, ya que al no tomar en cuenta lo particular éste sería simplemente nada. Siempre y cuando se sostenga que el ser es máxima indeterminación e indiferencia consigo mismo, esto es: igual sólo a sí mismo y sin ninguna diferencia ni en su interior ni hacia lo exterior1. De este modo, se ha dado el momento fundamental y necesario para comprender el constante hilar y el incesante recorrido del pensar por las distintas galerías del calvario del espíritu. Pues bien, una vez encontrada la primera contradicción, a la que se ve sujeto el concepto de puro ser, debe examinarse lo siguiente: si el ser, de la manera antes expuesta, se identifica precisamente con su aparente opuesto, que es la nada, y son, pues, lo mismo, tenemos que en este justo momento ambos términos ficticiamente contrarios el uno del otro, en realidad, se determinan en cuanto a su definición, en la cual se enuncian a sí mismos y a su otro, haciendo referencia a éste último dentro de sí mismos. Dicho en otras palabras, la nada, considerada como la nada de aquello de que proviene, sólo es, en realidad, el resultado verdadero; es, por esto, en ella misma, algo determinado y tiene un contenido. El escepticismo que culmina en la abstracción de la nada o del vacío, no puede, partiendo de aquí, ir más adelante, sino que tiene que esperar a ver si se presenta algo nuevo, para arrojarlo al mismo abismo vacío. En cambio, cuando el resultado se aprehende como lo que en verdad es, como la negación determinada, ello hace surgir inmediatamente una nueva forma y en la negación se opera el tránsito que hace que el proceso se efectúe por sí mismo, a través de la serie 1 G. W. F. Hegel. Ciencia de la lógica. Ediciones Solar, Buenos Aires (1968). Trad. Augusta y Rodolfo Mondolfo. completas de las figuras2. De todo lo cual se concluye que, al afirmar que el ser y la nada son lo mismo, en tanto que son pura indeterminación, se está significando, definiendo, dando término, a cada uno de ellos, asignándoseles un atributo propio; y es aquí cuando aparece el verdadero opuesto del ser, éste es: el ser determinado, es decir, su otreidad. Ya que la nada, como ente de razón, representa al ser mismo pero en su reflejo indiferente, mas no en su otreidad diferente e indiferente, que no es otra sino la misma determinación. La nada, aquí, representa, en cuanto a su intención definicional, el equivalente del ser, es decir, se definen de la misma manera. Pero esto no sucede con la determinación, pues si bien para definirla es necesario hacer referencia a su otro, ésta posee distinciones propias y características que, para efectos del entendimiento abstracto y reflexivo, la ponen o la o-ponen frente a la indiferencia de la igualdad intrínseca de lo indeterminado. Este recorrido de la conciencia permite develar que la oposición es el resultado del operar del entendimiento abstracto, del puro distinguir: del entendimiento de lo aparente y no de lo real concreto (de lo-que-crece-con), es decir, de las partes y no del todo. Dicho en una expresión, el pensar descubre que aquella oposición no era más que una ficción (ficto, fijo), un presupuesto en el que los términos se manifestaban como contrarios, cuando en realidad son correlativos y necesitan uno del otro. Y sin embargo, el momento de desconocimiento y la no-conciencia de su unidad originaria es también necesaria y determinate, ya que ésta es la que dá la posibilidad de negar los supuestos anteriores y, en vez de obstaculizar el recorrido de la experiencia de la conciencia, le da la posibilidad al pensamiento de superarse a sí mismo a partir de sus propias necesidades. Empero, el develamiento del hilvanar de la unidad consigo misma y con su otro, es resultado de la actividad del pensamiento y del devenir de la conciencia de la identidad y de la diferencia, de la oposición y de la relación de sí mismo con su término correlativo. Así, lo determinado y lo indeterminado son figuras diferentes y, a la vez, idénticas, que forman parte de una misma totalidad: la sustancia viva, que se desdobla a sí misma para reconquistarse a sí misma. Este constructo, este infinito devenir del espíritu del mundo, es la esencia del ser que se determina e indetermina según su propio tiempo; y éste devenir es el movimiento dialéctico, la esencia viviente que se renueva incesantemente en el paso del ponerse a su negación y viceversa, en el camino 2 G. W. F. Hegel, Fenomenología del Espíritu. Editorial Fondo de Cultura Económica, México 1966, pp. 55. que representa su propia actualidad. Es el mismo ser que se niega a sí y a su otro, y que necesariamente busca saberse diferente en cuanto a sus determinaciones, pero idéntico a su opuesto dialéctico en cuanto a su esencia. Esta es la necesidad de determinarse y, por esto, de determinar todo lo que es y lo que no es; lo que no puede hacerse (pues el pensar es un hacer y el hacer es un pensar) de otra manera sino negándose, para poder superar sus limitaciones y crecer con ellas, con el fin de reconocerse como totalidad negativa (en tanto viva); y, en consecuencia, el desdoblamiento de la sustancia es una simple e infinita referencia negativa hacia sí3. Por ello, la unidad que se descubre por la permanente negación de sí, aparentemente, es mediada por el proceso fenomenológico del pensar. Y sin embargo, dicho proceso siempre ha sido y es el resultado e infinito confluir consigo mismo4, que no necesita de un medio ajeno al pensamiento, de manera que su propia herramienta es él mismo y su negación, el pensar que se vuelve sobre sí mismo, y por consiguiente, aquella mediación no es sino el pensamiento mismo que se niega en cada momento de la historia de su formación, para reconstruirse continuamente y volver a conocerse, es decir, para re-conocerse. De este modo, se toma conciencia de cada momento del desarrollo de la verdad y, así, el proceso fenomenológico del espíritu, lejos de ser un instrumento o un manual indicativo de los pasos que deben seguirse para alcanzar el absoluto, se constituye, más bien, como el proceso dialéctico continuo del descubrimiento de cada figura del absoluto; es el recorrido del pensar que se sabe a sí mismo y se conoce una y otra vez, infinitamente, en sí y para sí. Este es el pensar vivo que no se conforma, y niega los preceptos y supuestos que le pertenecían, niega todo lo pensado que ha sido petrificado (pre-su-puesto) como verdad absoluta y única; es decir, el pensar que no teme errar porque no teme equivocarse y, por ello mismo, no le teme a la verdad: ya no teme mirarse en el espejo de su mundo y encontrar en él lo que él es en realidad. El camino de la negación determinada, y no vacía. es el desarrollo real del pensamiento y de lo que este es. Desde los textos de juventud, puede apreciarse en Hegel la voluntad de constituir un sistema de la unidad del pensamiento, en el que va surgiendo la construcción de éste manifieste de cada estadio de la conciencia y del progreso del concrecer del sujeto. La labor del gran filósofo alemán ha consistido en profundizar al máximo dentro de las 3 G. W. F. Hegel. Ciencia de la lógica. Ediciones Solar, Buenos Aires (1968). Trad. Augusta y Rodolfo Mondolfo. p 490. 4 Ibid. p 491. meras condiciones materiales de existencia de su propio tiempo, en el que la Diosa Razón (no diversa de la Ley Positiva) reinaba en el pensamiento de la sociedad alemana; en el rehacer in fieri de la filosofía, Hegel trata de enmendar aquello que ahora yace desgarrado y escindido, esto es, el pensar separado del decir, y éste último del hacer. El reconstruir paso a paso la unidad originaria del ser que es a su vez hacer, implicaba comenzar el trabajo de parto necesario para volver a pensar la historia de la filosofía desde sus inicios hasta su propio tiempo. De la misma manera, se trataba de reinterpretar el pensamiento en función de las necesidades reales y propias de la época. Hegel pretende volver la mirada, dirigida hacia más allá y lo trascendental, hacia el más acá de la verdad, de manera que este sea capaz de sostenerse bajo el examen crítico del intelecto. Esto significaba dar un vuelco diferente al quehacer filosófico, el cual siempre terminaba siendo o bien un pensar incompleto que necesitaba del auxilio de la fe positiva, o, un pensar que no se sostenía a sí mismo en su totalidad, a no ser por una especie de método racional que le diera certeza de que lo pensado fuera calculadamente cierto. Es decir, por un lado, significaba re-pensar la filosofía de manera tal que cada dogma religioso impuesto por la sociedad cristiano-burguesa fuera transformado y superado para que una sociedad entera pudiese pensar por sí misma y pensarse a sí misma, precisamente, para renovarse como totalidad; y, por otro lado, significaba dejar que la filosofía fluyera en sí misma para constituirse como ciencia de la totalidad, sin necesidad de acudir a un instrumento artificialmente construido para alcanzar la verdad, esto es la reconstrucción de la filosofía de la unidad inmanente e inescindible del sujeto y del objeto. Estos pensamientos del joven Hegel, fueron determinantes para emprender el camino que dá vida a la determinación de la ciencia de la experiencia de la conciencia; respecto de esto, dice Hegel: “Mi formación científica comenzó por los intereses subalternos de los hombres; así tuve que ir siendo empujado hacia la ciencia, y el ideal juvenil tuvo que tomar la forma de reflexión, convirtiéndose en sistema. Ahora, mientras aún me ocupo de ello, me pregunto cómo encontrar la vuelta para intervenir en la vida de los hombres”5. Es decir, en sus escritos juveniles, Hegel, desarrolla los temas de interés de su propio tiempo, pasando por la positividad de la religión cristiana, la relación burguesa del amo y el esclavo y la necesidad de plantearse una nueva manera de pensar, de sentir y concebir el mundo. Todo lo cual, pacientemente, se concretó bajo la forma de sistema 5 G.W.F Hegel. Escritos de Juventud. F.C.E México. 1987. p 443. científico en la Ciencia de la lógica y como recorrido histórico del devenir de la conciencia del espíritu del mundo en la Fenomenología del espíritu, lo cual, luego vendrá a concretarse en la Filosofía del derecho para regresar a su punto de origen y motivación: responder a la escisión presente en las necesidades subalternas de los hombres. Finalmente, así Hegel va tejiendo y descubriendo cada lienzo presente en la galería del devenir del pensamiento dialéctico e histórico, viendo en cada figura plasmada el contenido del absoluto mismo que, bajo las determinaciones de su diversidad, es sorprendida como una pieza única que contiene toda su carga ontológica. Y así, cada figura de la eternidad lleva dentro de sí la infinitud y la finitud que le pertenecen inmanentemente, y por las cuales son un reflejo, un producido que se ha construido con la riqueza que toma o que brota de cada arteria que confluye en el corazón del pensamiento. Son, pues, el resultado de todo aquello que ha debido transformarse, desecharse y conservarse, para continuar latiendo y vivificando el flujo continuo de nuestro ser.