¿Qué nos hace libres? Jorge Palacios C Para Hegel, la libertad es sólo “conciencia de la necesidad”, es decir, de aquello que nos determina. Esta es una definición plenamente coherente con la filosofía idealista y especulativa de dicho filósofo. En efecto, Hegel, en su sistema filosófico se propuso mostrar el desarrollo de lo que él llama “el espíritu absoluto”, que va manifestándose en todo lo que existe. O, como alguien dijera, quiso narrar la “historia de Dios”. Ahora bien, en su concepción panteísta de un dios omnisciente (que lo sabe todo) y omnipotente (que lo puede todo), la necesidad y la libertad se identifican, pues un tal ente supremo, se auto-determina de manera necesaria. En dicho Ser, por consiguiente, la libertad se da como conciencia de esa capacidad de auto-determinación necesaria, que sólo él posee. Es el único caso en que la libertad podría definirse como pura “conciencia de la necesidad”. Esta definición, sin embargo, es inaceptable en una concepción realista de la naturaleza y de la historia. En ella la necesidad no sólo es anterior a la especie humana, sino que, en sus aspectos decisivos, le es impuesta como una determinación externa. Una simple conciencia de la necesidad y de sus leyes no puede ser confundida pues, con la libertad. Seremos libres en la medida en que dicho conocimiento, a partir de iniciativas y acciones generadas en la conciencia, nos permita oponernos a ciertos aspectos de la necesidad y restringirla. Marx, Engels, Lenin, no lograron fundamentar satisfactoriamente el concepto de libertad. Para defender el materialismo hicieron suyo el pensamiento científico de su época, el cual, hasta bien avanzado el siglo XX, profesaba un determinismo total. Engels, habla de “someter (las leyes) cada vez más a nuestra voluntad”, de “conducirlas a servir nuestros fines”, pero no explica cómo. Lenin, por su parte, expresa: “La libertad no consiste en una soñada independencia respecto a las leyes de la naturaleza, sino en el conocimiento de esas leyes y en la posibilidad dada por eso mismo de ponerlas en obra, metódicamente, para fines determinados”. Pero tampoco explica cómo “ponerlas en obra”. Y en otro lugar escribe: ... “las leyes necesarias de la naturaleza constituyen el elemento primordial, siendo la voluntad y el conocimiento humanos el elemento secundario. Estos últimos deben necesaria e ineluctablemente adaptarse a los primeros”. Los clásicos marxistas citados, si bien valoran el predominio del determinismo dialéctico, -evolutivo- por sobre el que expresan las leyes científicas, que sólo codifican la repetición, la identidad relativa de ciertos fenómenos, no valoran a fondo el papel que juegan los aspectos opuestos, contradictorios (en el sentido dialéctico), como motor de la permanente transformación de la realidad. Sólo Mao Tse Tung, comprendió el rol fundamental de dichas oposiciones, en el desarrollo dialéctico y pudo así completar la definición heredada de Hegel por los primeros marxistas.“Engels –señala- hablaba del paso del reino de la necesidad al reino de la libertad y decía que la libertad es la comprensión de la necesidad. Esta fórmula es incompleta, ella no expresa sino la mitad y silencia el resto. ¿Basta, acaso, comprender para ser libres? La libertad es la comprensión de la necesidad y la transformación de la necesidad”. Si en una libre decisión consciente, el hombre primitivo se propuso transformar una piedra en un hacha de piedra, debió golpearla. Es decir, emplear una fuerza contraria a la estructura de la piedra, para cambiar su identidad. Si se pretende desintegrar el átomo, hay que oponerse a sus fuerzas de cohesión, para liberar la energía que contiene. Si decidimos sobrevolar nuestro planeta o, más aún, abandonar la atmósfera terrestre, hay que utilizar fuerzas que nos hagan posible contrarrestar la gravitación. Inclusive en el simple acto de caminar (y por ende de decidir libremente donde nos dirigimos), estamos empleando energías orgánicas que nos permiten “vencer” la atracción terrestre. Si la fuerza de gravedad (o cualquiera otra fuerza) fuera absoluta, y estuviéramos limitados a conocerla como tal y a adaptarnos a su determinación, no tendríamos la libertad de desplazarnos. El predominio en la necesidad natural y social de fuerzas objetivas opuestas, que promueven el cambio y relativizan la identidad, es lo que nos permite ser libres. En la medida, claro está, en que seamos capaces de servirnos de ellas.