MANÍA Y MELANCOLÍA SEGÚN FREUD PUBLICADA EN EDICIÓN N° 30 DE CONTEXTO PSICOLOGICO En el libro tercero de Las Metamorfosis (43 a.C.) Ovidio cuenta el mito del joven Narciso, cuya belleza atraía a hombres y a mujeres y desencadenaba pasiones amorosas en dioses y mortales. Pero, por esos raros misterios de los mitos griegos, el amor le había sido vedado. Claro que hablamos del amor al otro. Luego de que Narciso rechazara a la ninfa Eco, la diosa Némesis lo tentó a mirarse en un espejo de agua. Fascinado, no pudo apartarse del reflejo de su propia imagen, hasta caer a la fuente. Se dice que en ese lugar nació la bella flor que lleva su nombre. Este es el mito que dio origen al concepto de narcisismo, fundamental en la obra de Freud, ya que le exigió revisar lo que hasta ese momento había esclarecido en relación a las neurosis e interrogarse respecto de los alcances del psicoanálisis. En el caso Schreber (1911), Freud había considerado al narcisismo como un estadio en la evolución de la libido, intermedio entre el autoerotismo y la elección de objeto, en el que el sujeto se toma a sí mismo, a su propio cuerpo, como objeto de amor. Pero el desarrollo de este operador teórico-clínico alcanzó un momento fecundo en uno de los escritos más relevantes de Freud: “Introducción al narcisismo” (1914). Freud repasaba, al comienzo del artículo algunas de sus investigaciones previas. El narcisismo le había permitido desentrañar lo que está en juego en la elección de objeto homosexual y dar cuenta de las dificultades en el tratamiento de pacientes como aquellos a los que Bleuler llamara esquizofrénicos. Freud se preguntaba: “¿Cuál es el destino de la libido sustraída de los objetos en la esquizofrenia? El delirio de grandeza propio de estos estados nos indica aquí el camino. Sin duda, nació a expensas de la libido de objeto. La libido sustraída del mundo exterior fue conducida al yo, y así surgió una conducta que podemos llamar narcisismo”.(1) Quizás aquí podamos entrever una primera aproximación a algunos aspectos clínicos de la manía, ya que el delirio de grandeza es una de las expresiones más acabadas de la megalomanía y se dice que no hay manía sin megalomanía. Freud consideraba que este replegamiento de las investiduras de objeto no eran otra cosa que una amplificación y un despliegue de un estado que ya había existido, en la niñez. Formula un narcisismo primario, el de la infancia, “oscurecido por múltiples influencias” y un narcisismo secundario que se edifica sobre la base del otro. Volviendo a los síntomas neuróticos, punto de partida de su investigación, Freud advirtió una oposición entre la libido yoica y la libido de objeto. Postuló cierto equilibrio energético entre ambas, disminuyendo una cuando aumenta la otra. Otro aporte importante de este escrito, es la diferenciación de las neurosis de transferencia, más permeables al tratamiento psicoanalítico, en oposición a las llamadas neurosis narcisistas, caracterizadas por el retiro de la libido sobre el yo, con el consecuente escollo técnico en relación a la dificultad o imposibilidad de establecer transferencia en la cura. El concepto de neurosis narcisistas engloba a las psicosis, y es en este campo que debemos situar a la manía y la melancolía. “El valor de los conceptos de libido yoica y libido de objeto – dice Freud- reside en que provienen de un procesamiento de los caracteres íntimos del suceder neurótico y psicótico. La separación de la libido en una que es propia del yo y una endosada a los objetos es la insoslayable prolongación de un primer supuesto que dividió pulsiones sexuales y pulsiones yoicas. Al menos me obligó a esto último el análisis de las neurosis de transferencia puras (histeria y neurosis obsesiva), y todo lo que sé es que los intentos de dar razón de estos fenómenos por otros medios han fracasado radicalmente”. Más adelante agregará: Así como las neurosis de transferencia nos posibilitaron rastrear las mosiones pulsionales libidinosas, la dementia praecox y la paranoia mos permitirán inteligir la psicología del yo” (2) También en este escrito Freud introduce el concepto de “ideal del yo” , sustituto del yo ideal, paraíso perdido de la infancia, comarca del diminuto rey que todo lo puede. Se postula que la crítica que los padres ejercen sobre el niño, es internalizada bajo la forma de una instancia censora y de observación de sí, base del ulterior concepto de “superyó”. “Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y si no pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.(3) Freud continuó trabajando estos conceptos en Duelo y Melancolía (1915-1917), escrito que muchos consideran una prolongación de Introducción al narcisismo. Al comenzar el artículo intentaba cierto juego comparativo entre duelo –afecto normal- y melancolía. Dice Freud: “El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc. A raíz de idénticas influencias, en muchas personas se observa, en lugar de duelo, melancolía ( y por eso sospechamos en ellas una disposición enfermiza).(4) Luego intenta una enumeración de las manifestaciones clínicas más relevantes: “La melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo”. (5) La melancolía puede ser la reacción frente a la pérdida de un objeto amado. En ocasiones el objeto puede no estar realmente muerto, pero pudo perderse como objeto de amor, tal es el caso de una novia abandonada. También se menciona el caso del enfermo que sabe a quién perdió, pero no lo que perdió en él. Concluye Freud: “Esto nos llevaría a referir de algún modo la melancolía a una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo, en el cual no hay nada inconciente en lo que atañe a la pérdida.” (6) Gran claridad y acuciante franqueza invitaron a Freud a explorar en la melancolía, para hacer un análisis de la constitución íntima del yo. Comprueba que nada es más engañoso que la supuesta unidad del yo, y habla de una “instancia crítica escindida del yo” que hasta puede enfermarse ella sola. Freud observa que, en la melancolía, una parte del yo se opone a la otra, la critica, la toma por objeto. Logra esclarecer que los autorreproches no son otra cosa que acusaciones dirigidas contra un objeto de amor, que desde este rebotan sobre el yo. Sus quejas, dice Freud, son verdaderas querellas, y es por eso que el melancólico no se avergüenza al desnudar sus miserias, porque, al hacerlo, en realidad nos habla de otro que pudo haberlo decepcionado, y es por eso que su decir se torna tan martirizante para quienes lo rodean. Es aquí donde Freud menciona su célebre postulado sobre la melancolía: La sombra del objeto cae yo. En lo sucesivo, el yo puede ser juzgado por una instancia particular como un objeto. “De esa manera, la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por identificación”. (7) Cuando el odio se ensaña con el objeto sustitutivo, lo hace sufrir. Esta satisfacción sádica – que sólo en apariencia es masoquismo y autosufrimiento- puede dar cuenta de las autoinjurias tan frecuentes en los melancólicos y la inclinación al suicidio. El yo sólo puede darse muerte si, en virtud de la lógica que despeja el análisis de estos pacientes, puede tratarse a sí mismo como un objeto. Freud también habla de la tendencia de la melancolía a “volverse del revés en la manía”. Aclara que no toda melancolía tiene ese destino, e intenta algunos esclarecimientos: “En la manía el yo tiene que haber vencido a la pérdida del objeto (o al duelo por la pérdida, o quizás al objeto mismo, y entonces queda disponible todo el monto de contrainvestidura que el que el sufrimiento dolido de la melancolía había atraído sobre sí desde el yo y había ligado. Cuando parte, voraz, a la búsqueda de nuevas investiduras de objeto, el maníaco nos demuestra también inequívocamente su emancipación del objeto que le hacía penar”. Dado que Freud reconocía que por aquel entonces la investigación estaba en pañales, veamos lo que nos decía algunos años después, en 1921: “Sobre la base de nuestro análisis del yo es indudable que, en el maníaco, yo e ideal del yo se han confundido, de suerte que la persona, en un talante triunfal y de autoarrobamiento que ninguna autocrítica perturba, puede regocijarse por la ausencia de inhibiciones, miramientos y autorreproches. Es menos evidente, aunque muy verosímil, que la miseria del melancólico sea la expresión de una bipartición tajante de ambas instancias del yo, en que el ideal, desmedidamente sensible, hace salir a luz de manera despiadada, su condena del yo en el delirio de insignificancia y en la autodenigración”. Queda claro lo complejo del asunto, y los riesgos de reducirlo todo a un empobrecimiento yoico en la melancolía y a un yo desmedidamente insuflado en la manía. He tratado de hacer un recorte, bastante grosero a mi juicio, de estos escritos tan comprimidos, tan medulosos, tan ricos en conceptos fundamentales, tratando de disecar manía y melancolía de los otros tópicos que interesaron a Sigmund en ese momento de su obra, que también tienen el valor de aportes fundamentales. Más acá de Freud, el psicoanálisis no retrocede ante las llamadas “patologías del narcisismo” y hay una abundante producción basada en el trabajo clínico con estos pacientes. En la teoría, como en la vida, cada paso hacia delante, cada acto de palabra nos remite al padre. Así, cuando Mellman nos habla de “hombres sin gravedad”, no podemos dejar de pensar en la anestesía por hemorragia libidinal que nos planteaba el Freud de los primeros tiempos. (1), (2) y (3) “Introducción al narcisismo”, Sigmund Freud/ Obras Completas. Tomo XIV. Amorrortu editores. (4), (5), (6) y (7) “Duelo y melancolía”, Sigmund Freud/ Obras completas. Tomo XIV. Amorrortu editores.