MARÍA SUARDI LA GEOMETRÍA COMO NATURALEZA Hace años, afirmamos que María Suardi intenta desentrañar el contenido vivencial del cuadrado. Su cuerpo interno, su morfología exacta dentro de un espacio ilusorio, su energía potencial y su despliegue frente al plano. Esa figura idéntica a sí misma, en la estructura de sus cuatro lados regidos por el ortogonalismo. Ese substractum de la geometría euclidiana, sensibilizado linealmente. Ese cuerpo que, como esencia, puede encerrar el Alfa y el Omega, en su naturaleza de un principio y un fin. Cuadrado enigmático y persuasivo. Cuadrado continente y contenido. Cuadrado plural y único. Todo esto, sin duda, porque Suardi cree y da testimonio de lo geométrico. La forma pura que trasciende más allá de los límites de lo óptico. La forma significante, concreta, que la artista tiende a penetrar reflexivamente en una suerte de acuerdos de lo ilusorio. Por sobre un espacio inventado, la forma que arma un todo expresivo. Un todo en el que se ensamblan orden y armonía, equilibrio y despliegue, ritmo y serialidad. Y en el que la materia sirve como vehículo de color, de registros luminosos, de reverberaciones. Juego de interacciones, de superposiciones y transparencias, de desarrollos y otras dinámicas espaciales. Juego de tensiones y opuestos, en los que Suardi asume la geometría (Dios crea geométricamente, afirmaba Platón) como otra naturaleza. La asume a conciencia, sin tibiezas. Y es quizás por ello que su plano –silencioso y tenso, polifónico y diverso en el diseño– alcanza el acuerdo de una auténtica genealogía de significantes. Considero que esta muestra que selectivamente abarca los últimos diez años de labor de la artista (2001-2012) supone algo más que un testimonio de vida. Está su gráfica de gran síntesis, depuradísima en los gradientes cromáticos y morfológicos que atrapan un espacio y lo sujecionan visualmente. Están sus construcciones regidas de orden. Están los planos –nunca inertes– desplazándose en los políticos casi aéreamente hacia el receptor. Está su materia pictórica expresando hápticamente un purismo sensorial, que trasciende a lo sensitivo. Sus tiempos de interpretación van marcando la evolución indagadora de mano/ cerebro/visión. Los cilindros, los fragmentos, los paralelepípedos, las penetraciones, los módulos, las escisiones, los desprendimientos, los entrelazados y las nuevas transparencias (por citar sólo algunos de los que han nutrido su credo), sirven para, eslabonadamente, estructurar la imagen universal de ese cuadrado: integrador de todos los cuadrados sensorializados. Así, el desafío no es superior al de su empecinamiento. La aventura, no dista tanto de su fervor. Es por ello que Suardi se propone indagar, profundizar, desarrollar la evolución armónica de ese cuadrado. Y la interacción del color. Y el sustento que esa forma puede alcanzar en la cosmogonía abierta del espacio: triángulo, paralelepípedo, disociaciones de la estructura concreta. Hasta llegar al tondo. Evolución natural –nunca forzada– su obra registra entonces una especie de resemantizaciones muy propias, muy definidas y a la vez casi inéditas, de ese cuerpo magnético y vacío. Diálogos de maderas texturadas y telas, de cartones y papeles. Diálogos de tintas y pigmentos oleosos. Diálogos de serigrafías, collagraph, gofrados, de metales entintados en relieve. La materia peinada del gesso, contrastando con el carborundum y el refinado joyante de otras superficies. Montajes que mezclan técnicas. Técnicas que ensamblan la concreta anatomía del plano. Pienso finalmente que –obra y credo artístico de María Suardi– esta geometría proyecta, exacto, el significante de perfectio. J. M. Taverna Irigoyen Miembro de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes