MARIA SUARDI: UNA POLIFONIA VISUAL - No-IP

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MARIA SUARDI: UNA POLIFONIA VISUAL
Preludio
Hacia 1968, la obra de Maria Suardi se introdujo racional y determinante en
una abstracción con límites. El espacio no podía significar, para ella, un
cosmos diluido e imprecisable. La geometría, el orden de las figuras
concretas, debía acordar las propias fronteras a esos espacios,
reestructurándolos. Su visión, a partir del cuadrado, de los paralelepípedos, fue
así intentando alcanzar una dinámica que se correspondiera con las bandas
cromáticas.
Tiempo de traspolaciones geométricas. Diagonales generando acuerdos de
energía visual. Rotundez de los ritmos. Búsquedas sucesivas y alternas en
torno a la serialidad.
Por estos años, desentrañando su obra, hablé de los fantasmas de Vasarely, de
Albers, de Poliakof, aún del propio Mondrian, por qué no... Su gráfica,
impecable y trabajada en la perfección de las tintas serigráficas, no
desestimaba sin embargo el desafío de la piedra litográfica, la sensualidad del
gofrado, las técnicas mixtas.
Y el plano pictórico, sumando la experiencia de otros pigmentos, de otros
soportes, mostraba ya la madurez de la obra pensada, objeto de reflexiones y
desafíos. Superficie para que la luz desnude la joyante definición de los
colores, su vibración interna, sus secretos ensamblajes matéricos. Proyección
de un espacio dentro de otro...
En ese segmento cronológico de poco más de dos lustros, la obra de Suardi se
revela ya decididamente musical. La semiosis de sus planos recortados, la
aparente asimetría de sus campos cromáticos, la ruptura y el enlace de los
cuerpos animados (nunca inertes), ofrece algo más, desde lo perceptual. Una
sonoridad del color. Un acorde o una suma de acordes en la frontalidad de
cilindros recortados. Cierta impresión polisémica en las cintas ondulantes que
se desplazan. Que se desplazan...
Y cuando los planos de Suardi se quiebran romboidalmente. Y las sutiles
tramas generan un fondo ensordinado. Algo musical se funde en la forma
plástica. Y la forma plástica genera otras sensorialidades.
Interludio
Hacia comienzos de la década del 80 las propuestas de la artista profundizan
el concepto. Cada plano se asume como un desafío no sólo de organización.
Hay, en su caso, la inconformidad hacia una reiteración esquemática del
presupuesto plástico. Decir con un lenguaje propio, sin reiterar fórmulas.
Hacer de ese arte concreto, con límites, un continuum que genere nuevas
asociaciones bajo un mismo ritmo nucleador.
Aparece la abstracción suspendida, lineal, transparentada en interposiciones y
penetraciones aéreas. Quizá atisbos de Cruz-Diez o de Soto, sin embargo, el
espíritu de Vasarely sobrenadando sobre lo inmaterial. Sobre lo inasible.
La obra de Suardi se afirma y multiplica. No abre nuevos caminos. Profundiza
los ya recorridos y les halla derivaciones y articulaciones que los dinamizan
aún más. Aparecen otras síncopas. Y de pronto el negro, en la definición del
espacio sugerido. El negro determinante y determinado en su expresión. El
negro rotundo en la gráfica. El negro dialogando con los blancos. Y los
opuestos de tramas y texturas. Relieves del gaufrage ritmados con la plácida
impronta serigráfica...
También aparecen ciertas escrituras sobre los fondos. Con efectos de barnices
blandos. Y los desplazamientos romboidales. Las deconstrucciones de los
cuerpos cuasi perfectos, que en el plano pictórico –sin usufructuar de
artilugios de luz- dejan filtrar una sonoridad casi inaudible. Sonoridad
cromática. Sonoridad morfológica.
Posludio
En 1998, Maria Suardi exhibe su retrospectiva Entonces y ahora, con la
curaduría de quien escribe. Son 30 años de trabajo intenso. La contabilidad,
casi, de una propuesta plástica sin fisuras, coherente, permanentemente
exigida. Como suele ocurrir, esta muestra configura una suerte de hito en su
labor. Asume todo lo hecho; paralelamente, se desafía a otro presente/futuro.
No por razón fortuita, aparece en sus pinturas (sólo como un acento, a veces)
alguna impronta indigenista. Simbologías precolombinas de un litoral cercano.
Líneas que generan sobre una base, todo el cosmos superior, la eternidad. No
abandona su meridiano abstracto, por cierto, sino que introduce una suerte de
referencia étnica, esa articulación de lo precisable, en el campo abstracto
ajeno a las convenciones.
La materia también se enriquece en tramas y texturas. Y el color va hacia las
tierras, los ocres, los negros sin tenebrismo. Una nueva articulación sonora de
ese plano que responde a los pigmentos, a lo mineral, a síncopas milenarias. Y
sin embargo, es el mismo plano de ayer, proyectado quizá hacia otro cardinal
simbólico. Entre 2005 y 2006 aparece la Serie del paisaje, con triángulos
texturados por hormigas carpinteras, según palabras de la artista. Y pequeños
planos agrupados de 20x20 y de 30x30, que juegan digonales pictóricas
enhebradas por la línea generadora de una continuidad.
La obra de Suardi observa, sin caídas, esa circularidad extraña y envolvente
de lo que supone una abstracción ritmada. Obra propia, personal aún en las
convenciones concretizantes. Obra que se proyecta más allá de lo
planimétrico. Obra que alcanza una espacialidad que quizá no pueda
precisarse, por esa misma aérea fluidez de los cuerpos que la estructuran.
Sonoramente.
J.M. Taverna Irigoyen
Presidente de la Academia Nacional de Bellas Artes
Miembro de las Asociaciones Argentina e I nternacional de Críticos de Arte.
Curador.
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