63.- Carta Montevideo, 3 de junio de 1927 [viernes] “Mis palabras no llegan a tu corazón. Las detiene casi siempre esa coraza de duda que te reviste y que te hace inaccesible... al ver que no puedo desarraigar esa duda que te obsesiona me desespero... Esa duda, más que amor traduce amor propio hasta el punto de que tú, más que ser amada deseas no ser engañada” Adorada mía: Te escribo. Tal vez pienses, ahora, que yo no dejo de recordarte puesto que por lo menos, mientras te escribo debo pensar en ti. Y yo pienso que si una carta me acercó a ti otra carta puede acercarme aún más haciendo que tú creas un poco más lo que te digo. Los latinos decían: Verba volant, scripta manent. Las palabras vuelan, los escritos quedan. Parece que tú piensas como los latinos porque, y esto me ha sido tan doloroso comprobarlo como me es doloroso decirlo, mis palabras no llegan a tu corazón. Las detiene casi siempre esa coraza de duda que te reviste y que te hace inaccesible y además yo carezco de esa persuasión que podría ablandar tu esquiva reserva. Yo sé que dudas. Me lo has dicho muchas veces, tantas, que al ver que no puedo desarraigar esa duda que te obsesiona me desespero. Y tú encerrada en ti misma, no puedes medir ni apreciar esta desesperación silenciosa que se me anuda a veces en la garganta, como no has apreciado ni medido este amor mío, tan grande que se me sale por los ojos y te envuelve toda en una caricia cuando te miro. Pero te ciega, no el amor, sino esa duda que te hace ver deformados todos mis actos; y así cierra en tus oídos el camino que podría llevarme a tu corazón y paraliza la manifestación de tu cariño de tal modo que me hace creer que tu amor no existe. Y yo veo que esa duda, más que amor traduce amor propio hasta el punto de que tú, más que ser amada deseas no ser engañada. El verdadero amor no es así. Yo te quise mucho y te quiero más todavía. Pensar en la posibilidad de que dejaras de quererme por una causa u otra, me entristece, pero no hace que disminuya en nada mi cariño. Si yo te amara menos y sufriera un desengaño, el dolor sería pequeño pero aún así, por expuesto que estuviera a sufrirlo no dejaría de amarte lo más mínimo. Pero te amo, te quiero tanto, reina de mi vida, que haría por ti lo imposible. Todo menos dejar de quererte. Anoche estuve leyendo tus cartas. ¡Qué diferencia!... La más fría, la más ceremoniosa estaba llena de cariño. Parece que antes me querías más que ahora. Ah, Felicita... Qué poco te costaría mostrarte un poquito más cariñosa conmigo y cuánta alegría me proporcionarías si dejaras de considerarme tan poco digno de ser creído. Porque es indudable que no crees en mí. Si tú hubieras descubierto en mí cualidades de farsante, de embustero, se justificaría tu incredulidad; pero no te he dado motivo para seas tan obstinada en dudar. Al contrario, creo que mis procederes hasta hoy no han tenido nada de mezquino y creo también haberles impreso las características de la caballerosidad que me animó siempre. Tu frialdad, tu casi indiferencia de algunas veces me hacen sufrir. ¡Qué distinta estuviste anoche de como te vi el domingo!... Eras otra. ¿Y por qué? ¿Qué hice yo para que te molestaras hasta cuando te decía tesoro mío o mi queridita? Y dices que me quieres. Y cuando me lo dices miras hacia el techo o a las paredes y parece que tuvieras miedo de que yo leyera en tus ojos lo contrario. Y así, poco a poco, toda espontaneidad, toda expansión morirá entre nosotros y aunque nos amemos pareceremos dos extraños, dos visitas que hablarán de cosas triviales o importante con el empaque de personas demasiado serias, sin gozar de lo más hermoso del amor, una sonrisa amable, una mirada franca, serena, cariñosa, una caricia llena de ternura y en todo un deseo de felicidad junto a la persona amada. Y confianza... Confianza tuya en quien será mañana tu apoyo más decidido y tu más ferviente enamorado; confianza mía en la que será mi compañera para toda la vida, ayuda en mis trabajos y partícipe de todas mi alegrías y tristezas. Te amaré siempre si mi cariño es eficaz para que el contento ilumine esos ojazos tuyos que no me cansaría nunca de mirar a pesar de tus prohibiciones; esos ojos que son mi orgullo y que me guían muchas veces en tu alma. Te amaré siempre si con eso consigo que haya sonrisas en tu boca y alegría en el espíritu, caricias en las manos y amor, mucho amor en tu corazón. Mucho te amaré porque mucho espero de ti; porque en ti residen mis alegrías pues tú misma eres la alegría de mi espíritu. Te amaré con locura porque así te quiero ahora; porque no hay pensamiento elevado en mi que no se ilumine con tu influencia; porque no hay otra mujer en mi corazón, que es todo tuyo. Y te quiero mucho porque tú eres todo para mí. Tú serás siempre el amable retiro donde se refugia mi alma cansada de luchar para tomar nuevos bríos; tú serás, como eres ahora, el móvil y el motivo que llevan a la perfección; tú serás, siempre la única, la queridísima. Y al través del tiempo, cuando pasen unos tras otros los cumpleaños, mi amor, cada vez más grande, cada vez más fuerte te hará vivir horas de alegría inmensa como premio a este amor tuyo que es hoy mi única riqueza y mi más dulce esperanza. Sea esta carta, que te escribo ahora y que no he querido enviarte hoy, la mensajera, mañana, de mis deseos de felicidad para ti. Que ella te recuerde el amor que tan sinceramente te profeso y sea anunciadora de otras donde tú veas cómo te quiero. Adiós. Te idolatra tu José.