Cómo buscar a cuatro justos Por: Luis Pásara Perú 21 (08/04/07) Es tarea del Congreso y sólo será exitosa si, al renovar el Tribunal Constitucional, se designa a personas intachables que sean jurídicamente solventes. Ya en el Antiguo Testamento, la tarea de buscar personas justas no se presenta como sencilla. En los tiempos que corren probablemente lo sea menos. Y, sin embargo, en el Perú de hoy aparece indispensable si se quiere seguir contando con una instancia máxima que asegure la vigencia recta de la Constitución y el estado de derecho. El Tribunal Constitucional (TC) decide si las disposiciones legales y los actos de gobierno se ajustan o no a la Constitución. De modo que desde la decisión de un alcalde hasta una ley aprobada por el Congreso y promulgada por el presidente de la República pueden perder validez si el TC concluye que su contenido es contrario a la Constitución. Esto ha ocurrido en más de una ocasión en los últimos años. Y la mayoría de opiniones calificadas entiende que, en el pasado reciente, el TC ha desempeñado correctamente esa labor de vigilancia. En las próximas semanas, los votos de dos tercios de los integrantes del Congreso (80) deben concurrir para la selección de cuatro nuevos magistrados que se incorporarán al TC. De los miembros actuales sólo tres permanecerán. Quienes se integren serán, pues, mayoría en esa instancia. El problema es de método: ¿cómo buscar a las personas idóneas para el cargo? La Constitución exige requisitos que muchos reúnen: ser peruano y ciudadano en ejercicio, mayor de 45 años, diez años de experiencia como magistrado ó 15 como abogado o profesor de derecho. Se trata de requisitos mínimos que no estipulan las calidades supremas que el cargo precisa. 72 candidatos se creyeron en condiciones de reunirlas y, luego de haberse dado de baja a dos, 70 de ellos siguen en carrera. La comisión encargada de calificar a los candidatos para proponer los nombres que irán a votación al Pleno del Congreso en junio, ha establecido un sistema de puntuación que otorga hasta 40 puntos a calidades, demostrables de manera relativamente objetiva, y hasta 60 puntos a la calificación que, luego de una entrevista, los miembros de la comisión decidan otorgar a cada candidato. Dentro de los primeros 40 puntos, diez corresponden a grados y títulos, otros diez al trabajo como docente, ocho más al ejercicio profesional desempeñado, seis a las publicaciones realizadas, cuatro a conferencias especializadas y dos a condecoraciones recibidas. Tres quintas partes del puntaje total dependen aparentemente de los resultados de la entrevista. Aparentemente porque, en realidad, en esa reunión entre la comisión y el candidato -que no puede durar más de una hora, según las reglas establecidas-, se evaluará mucho más que la habilidad del pretendiente para responder preguntas. Cada miembro de la comisión tendrá ante sí los antecedentes de la persona y con ellos deberá preguntarse cuán adecuada es para el cargo. ¿Qué buscar, pues, en los candidatos? ¿Cómo decidir que éste es mejor que aquél? ¿Qué criterios usar -rectamente, se entiende- para convencerse a sí mismo, y a la opinión pública después, de que esta abogada o aquel ex fiscal se hallan entre los cuatro mejores de 70 postulantes? El lunes 16, cuando empiecen las entrevistas, los miembros de la comisión habrán de tener claros los criterios. El debate sobre el tema está en curso, dada la obvia importancia del asunto en curso de definición. Hay quien ha sugerido, sin sustento, que los escogidos no deberían tener filiación política. Una de las formas de mostrar compromiso con los asuntos públicos es la militancia en un partido democrático. Si, con otros elementos de juicio, un afiliado partidario demuestra independencia -lo que anuncia que en la función no se someterá a mandato del partido-, no hay razón para no considerarlo como un buen candidato. Mal se haría en privilegiar, en cambio, a quien nunca se afilió, acaso por su desinterés respecto al rumbo del país. El congresista Lescano lanzó una propuesta -emparentada con una prohibición contenida en la Ley Orgánica del TC, que dispone que no pueden integrarlo quienes hayan "ejercido cargos políticos o de confianza en gobiernos de facto"consistente en que los candidatos cuenten con "trayectoria democrática". Es muy razonable. En el TC no se puede ser "apolítico" o neutral respecto a la democracia. Los magistrados de esa instancia desempeñan una tarea política, que es la de cuidar la plena vigencia de la Constitución, y por eso es que son nombrados también políticamente por el Congreso. Está fuera de duda que conocimientos jurídicos sólidos son indispensables para desempeñar el cargo. Sin embargo, no parece necesario que se exija ser un especialista en derecho constitucional. El mejor técnico no es siempre quien tiene mejor criterio, ni el que -a la hora de decidir un asunto en el que haya intereses poderosos de por medio, como ocurre con frecuencia en esa instancia- está dispuesto a juzgar imparcialmente. Conocimientos jurídicos, antecedentes democráticos e imparcialidad en la actuación pueden ser evaluados mirando a la trayectoria del candidato. La vida, tanto la profesional como la pública, muestran lo que cada quien es. De allí que sea atinado que los evaluadores se interesen, en el caso de los abogados de ejercicio privado, por quiénes han sido sus clientes, como ha sugerido el actual magistrado García Toma. Sería grotesco seleccionar para esta elevada función a quien se ha dedicado a la defensa de narcotraficantes o a la de procesados por violaciones de derechos humanos. El derecho a la defensa requiere que aún el más réprobo sea defendido por un abogado, pero quien se dedica a defender réprobos no puede pretender que su imagen resulte inmaculada. En la trayectoria pública que ostentan algunos de los setenta aspirantes, también resulta de interés averiguar qué hicieron durante los ocho años siguientes al 5 de abril de 1992. Este punto escalda a fujimoristas y socios pero constituye una piedra de toque en el Perú de hoy para saber quién es quién y qué confianza política se puede depositar en una persona dada. Después de lo ocurrido con Alberto Pandolfi, el APRA debería cuidar mucho la decisión acerca de a quiénes apoyará para que lleguen al TC. Se trata de una institución que, según indican los sondeos de opinión, reúne un nivel de aceptación y confianza ciudadanas bastante mayor al de otras, como el Poder Judicial, el Congreso y los partidos políticos. Integrarlo con personas indignas de la alta responsabilidad que corresponde al TC no sólo causaría un daño institucional grave a esa entidad; la indignidad también recaería sobre aquellos que contribuyeran con su voto al desatino.