AÑO NUEVO, BUENOS PROPOSITOS Y DIETAS MILAGRO El nuevo año siempre viene cargado de buenos propósitos; dejar de fumar… hacer ejercicio… aprender idiomas… y la estrella de los buenos propósitos: adelgazar. Si a esto le sumamos los excesos navideños: cenas y comidas copiosas, dulces navideños y demasiado alcohol, la báscula y la ropa nos golpean con una realidad pasada de kilos. Y así es como bajar de peso gana enteros en la lista de nuevos propósitos para el nuevo año. Sólo nos queda encontrar la motivación suficiente para conseguir nuestro objetivo. El exceso de peso es un problema de salud pública en la mayoría de los países industrializados. Según la Encuesta Europea de Salud de 2014, en España más de la mitad de la población de 18 y más años (52,7%) está por encima de su “peso normal”. Según esta Encuesta el sobrepeso afecta más a los hombres (60,7%) que a las mujeres (44,7%). Entre los menores (jóvenes entre 15 y 17 años) el 18,3% se encuentra por encima del peso considerado como normal (el 20,4% ellos y el 16,2% ellas). Si hablamos de obesidad (un índice de masa corporal por encima de 30) están afectados el 16,9% de los mayores de edad (17,1% de los hombres y 16,7% de las mujeres) y un 2,4% de los menores entre 15 y 17 años (2,7% de los hombres y 2,1% de las mujeres). Y es que el exceso de peso también aumenta con la edad. A la hora de afrontar el reto de la pérdida de peso a menudo se buscan resultados inmediatos. Y este deseo se convierte con frecuencia en el primer obstáculo para conseguir nuestro objetivo. Las revistas, internet, la radio y, en general, todos los medios de comunicación se llenan de dietas milagro que prometen alcanzar la figura deseada en un tiempo corto y sin apenas dificultad. Mensajes como “perder peso sin contar calorías”, “alimentos clave para perder peso o deshincharse” o “dietas y estrategias quemagrasa”, que tienen un potente efecto llamada. Y no faltan las dietas de renombre como la “Dukan”, la “Montignac” o la “Atkin”. Se conocen como “dietas milagro” todas estas estrategias que, sin ninguna base científica, pretenden poseer propiedades adelgazantes no demostradas y que no están de acuerdo con los conocimientos actuales de la nutrición. En general, basan sus resultados en una escasa ingesta calórica. Y, por supuesto, pueden tener efectos secundarios de los que no hablan. A menudo suelen conllevar desequilibrios en el aporte de nutrientes de distinta magnitud que ponen en riesgo nuestra salud. Y, además, la ganancia de peso al dejar la dieta es inmediata y muy superior a la pérdida inicial. Por tanto, en el medio y largo plazo, no nos sirven para alcanzar nuestro objetivo de conseguir un peso adecuado. Hay que tener claro que los productos mágicos no existen y las dietas milagro tampoco. Para perder peso hay que disminuir las calorías que comemos y aumentar las que gastamos. Con esto se consigue el llamado “balance negativo” que supone que el cuerpo tenga que utilizar las reservas acumuladas en la grasa de la que nos queremos librar. Ese debe ser nuestro punto de partida. Para aumentar las calorías consumidas hacer ejercicio físico es la mejor estrategia. Además del gasto calórico que supone, también aumenta nuestro metabolismo y nos hace sudar, liberando toxinas. La única consideración es adaptar el tipo de ejercicio a nuestro estado de salud. Hay ejercicios adecuados para cada estado de forma, sólo tenemos que encontrar el nuestro. No es necesario convertirnos en deportistas de élite. Basta con incorporar la actividad física a nuestra rutina diaria: caminar o utilizar la bicicleta en desplazamientos cortos, bajarse del metro o el autobús una parada antes para completar el recorrido a pie o planificar actividades de ocio al aire libre en lugar de en los centros comerciales, son actividades sencillas y baratas al alcance de cualquiera. Y para reducir la ingesta calórica no es recomendable saltarse comidas. Debemos comer cada 3 ó 4 horas para evitar ayunos prolongados que nos hacen comer compulsivamente y activan mecanismos fisiológicos que nos impiden perder peso. Las comidas (5 ó 6 diarias) han de ser variadas, que incluyan todos los nutrientes. No hay que dejar de comer ningún alimento, sólo adaptar las cantidades a nuestras necesidades. Priorizar alimentos con alto valor nutricional y bajos en calorías como las verduras, las frutas o el pescado. Evitar alimentos muy calóricos con escaso valor nutricional como el azúcar refinado, las carnes más grasas o la bollería. Y beber, al menos, 2 litros de agua diarios. En definitiva, la dieta mediterránea que ya hacían nuestros abuelos, que, como decía Ancel Keys, filósofo americano experto en los efectos sobre la salud de la dieta mediterránea incluye: 1. Mantener el peso adecuado 2. Que las grasas nos aporten menos del 30% del total de calorías diarias y que sean, fundamentalmente grasas de origen vegetal, reduciendo así el consumo de grasas saturadas 3. Realizar ejercicio físico de forma regular 4. Evitar el tabaco, el alcohol y otros excitantes y no abusar de la sal ni del azúcar refinado ¡Come sano y muévete! Son la fórmula perfecta para combatir el exceso de peso.