La gallina y la ciudad

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La gallina y la ciudad
Vuelven las gallinas a la ciudad. Nueva York reclama a sus viejas y cacareantes
moradoras, que andan picoteando alegremente en los jardines comunitarios y en los
patios traseros, del todo ajenas a la cacofonía de las ambulancias y los coches de
bomberos...
“Tenemos la idea equivocada de que las gallinas no pertenecen a la ciudad”, admite
Owen Taylor, “padrino” de la nueva generación de ponedoras neoyorquinas. “Durante
cientos de años, las gallinas han sido siempre parte del paisaje urbano. Al
menos así fue hasta los años cincuenta, cuando las ciudades cedieron definitivamente el
espacio al coche”.
Owen, 30 años, se crió en una zona rural de Connecticut. Fue profesor de ecología y
diseño urbano antes de pasar a la práctica con el Chicken Project, el programa lanzado
por la organización Just Food para promover la crianza de las gallinas en el fragor de la
gran urbe y allá donde no llegan los alimentos frescos.
Quedamos con Owen en el Jardín La Unión, en Sunset Park, uno de tantos “desiertos
alimenticios” de Brooklyn donde no es posible encontrar más que comida enlatada
y “fast food”. Con el gallinero recién concluido, Monica Vega, Leslie Velasquez y otras
voluntarias del jardín confían en sacar de sus diez gallinas al menos 40 huevos a la
semana...
“Las gallina son las únicas mascotas que nos dan de comer”, atestigua Owen. “Y si
tenemos un huerto cerca, fertilizan la tierra y mantienen a raya a la población de
insectos. Los niños tienen además una conexión muy directa con ellas. Es cierto que
son muy huidizas y difíciles de coger, pero hay pocos animales tan divertidos”.
Eso sí, criar gallinas “es una responsabilidad diaria”, advierte el experto. “Hay que
darles agua y comida todos los días, y hay que mantener limpio el gallinero para evitar
problemas de olores. Cualquiera puede cuidar gallinas en su patio trasero, es
perfectamente legal. Pero los vecinos pueden denunciarte si causas “molestias”.
Aunque hay una for ma infalible para convencerlos: ofréceles huevos”.
Dejamos a Owen en Brooklyn y con su bicicleta, y saltamos a otro de los gallineros
predilectos de Just Food. Salimos al encuentro del afromaericano Abu Talib, nacido hade
77 años en Carolina del Sur y “renacido” como agricultor urbano en la Taqwa Community
Farm, a la sombra del estadio de los Yanquees. Estamos en el corazón del Bronx
neoyorquino, con sus tristes bloques de ladrillo descolorido, a donde llega de
pronto el olor al campo...
“Esto fue como volver a mis orígenes, en 1934 y en el sur. Entonces había aún muchas
granjas en las ciudades; a todos nos despertaba el canto del gallo y los pollos
correteaban por las calles... Yo también di el salto a la jungla asfalto, y he trabajado
en todos los oficios imaginables en Nueva York, incluido el de taxista. Pero por fin he
encontrado un propósito. Esta no es mi pasión, es mi “misión” en la vida”.
“Imagina que no existe el hambre”... Lo lleva escrito Abu Talib en su camiseta
negra, con la estampa de John Lennon. Y ésa es la “misión” a la que se entrega con
devoción religiosa: traer verdura, fruta y huevos frescos a estas barriadas pobres
invadidas por la “comida basura”.
El gallinero anda hoy alborotado. Abu Talib entra sigilosamente y se lleva cuatro
huevos de rigor. Vuelve luego, con la intención de atrapar a una gallina, pero todas
huyen, y además suelen aprovechar cuando las tienes en tus brazos: “Cagan mucho y
en cuanto te descuidas...”.
La “fiebre” de las ponedoras arrancó hace dos d'ecadas en dos ciudades de la costa
oeste. Oakland y Portland (récord nacional de pollos per cápita) marcaron una
tendencia que ha arraigado ya entre las autopistas de Los Angeles y entre el
cemento neoyorquino. El Ministerio de Agricultura se ha visto desbordado y no
dispone de momento de un censo siquiera aproximado de gallinas urbanas. A falta de
estadísticas oficiales, lo más fiable es la web Backyard Chickens, que reúne a 60.000
criadores.
En algunas ciudades, como Madison, la cría comenzó clandestinamente, a través de
grupos como The Chicken Underground. Cada vez son más las ciudades que se suman a
la imparable tendencia, con ordenanzas que fijan un número máximo de gallinas por
familia (el auténtico “paraíso” gallináceo es Albuquerque, hasta 15 polluelos por cabeza).
El “lobby” de las gallinas, encabezado por la Yellow House Farm de Nueva Jersey,
está intentando ahora seducir a la mismísima Michelle Obama para que incorpore unas
cuantas “mascotas” ponedoras al famoso huerto urbano de la Casa Blanca,
para mayor deleite de Sasha y Malia.
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