¿Triángulo de Sábato o triángulo de las Bermudas?: las políticas científicas y el proyecto nacional Abraham Leonardo Gak1 El anuncio de la próxima creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, culminación de la gestión del Ministro Daniel Filmus y el hecho de que se hará cargo del mismo el distinguido científico Lino Barañao resulta un hecho promisorio que merece destacarse. Al mismo tiempo, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sanciona la ley que prevé la creación de un sistema para promover ciencia, tecnología e innovación para el desarrollo económico, social, educativo y ambiental, y similar iniciativa promueve la provincia de Córdoba. Creo que vale la pena detenerse en algunas consideraciones acerca de nuestra historia en relación con los sistemas nacionales de investigación y desarrollo (I D) con muchos puntos en común respecto de otros países de América latina, de modo de aprovechar la experiencia realizada que cuenta, por cierto, con éxitos y fracasos. Amílcar Herrera, que fue investigador de la Fundación Bariloche y de la Universidad de Campinas en el Brasil, en un artículo publicado en la revista Desarrollo Económico en 19732 -de notable actualidad- destaca la acción instrumentada a partir de la Segunda Guerra Mundial por organismos internacionales de tipo político o financiero, así como organismos oficiales y privados de los países desarrollados para incrementar la capacidad científica y tecnológica de los países emergentes. Esta adquirió la forma de asistencia directa –equipamiento de centros de investigación, perfeccionamiento de jóvenes investigadores, asesoramiento técnico- junto con una contribución metodológica acerca de su aporte a la planificación científica. El análisis exhaustivo de América latina que realiza Herrera le permite decir: “El fracaso casi total de esos programas de ayuda internacional es debido a que se basaron sobre supuestos erróneos sobre la naturaleza de los impedimentos que se oponen a la incorporación de la ciencia y la tecnología como elementos dinámicos del desarrollo de los países atrasados”. Discrimina el investigador entre ‘política científica explícita’ –expresada en el cuerpo de disposiciones y normas vigentes en este campo- y ‘política científica implícita’ que es la que responde a la demanda científica y tecnológica de un proyecto nacional y la que realmente determina el papel que le otorga la sociedad. “Estas dos políticas 1 Profesor honorario de la UBA Herrera Amílcar, “Los determinantes sociales de la política científica en América latina”, Desarrollo Económico Vol. XIII Nº 49, 1973 2 científicas no son necesariamente contradictorias o divergentes, y en muchos países de hecho no lo son. Sólo cuando existe cierto tipo de contradicciones en el proyecto nacional, como sucede en la mayoría de los países subdesarrollados, esa divergencia adquiere realmente carácter crítico”. Añade Herrera que se hace indispensable crear un sistema de ID local, capaz de interactuar eficazmente con el aparato productivo. “En América latina la mayor parte de la investigación científica que se efectúa guarda muy poca relación con los problemas básicos de la región. Esta falta de correspondencia entre los objetivos de la investigación científica y las necesidades de la sociedad es un carácter distintivo del subdesarrollo aún más que la escasez de investigación”. Pero también alerta: “Es peligroso construir aparatos científico-tecnológicos que se limiten a cubrir las reducidas necesidades del sistema, sin cuestionar sus supuestos fundamentales”, señalando que son los factores de poder los que sostienen estos proyectos y que utilizan las herramientas del conocimiento científico y su aplicación para llevarlos adelante. Más adelante enfatiza un tema que nos atañe particularmente: “Los centros científicos más o menos autónomos, en especial los universitarios, se convierten rápidamente en peligrosos núcleos de discusión que ponen en duda los valores fundamentales del orden vigente”, ignorando que esa actitud crítica “subversiva” se origina en la libre discusión de ideas en un ambiente de objetividad científica y “alarmados porque no pueden tolerar ningún cuestionamiento serio de las bases del sistema...”. Queda claro entonces que no basta con crear un Ministerio ad hoc si no se plantea a qué proyecto nacional responde, de modo que las políticas científicas y tecnológicas se enmarquen dentro de una concepción que persiga el desarrollo –entendido éste como la capacidad de generar y gestionar conocimiento y aplicarlo a la transformación de la estructura productiva- pero que enfatice la equidad en la distribución de los frutos de ese desarrollo de modo de asegurar su sustentabilidad, la democracia en todas sus facetas y la calidad institucional. En tal sentido, es necesario liberarse de la tutela de los tradicionales aportantes multilaterales del sistema; deberá ser el Estado argentino su sostén económico principal de modo de tener completa libertad para encarar los proyectos, tanto en ciencia básica como aplicada al servicio del crecimiento. Recordemos el conocido Triángulo de Jorge Sábato –cuyos vértices son el gobierno, el sector empresario y el ámbito académico- como modelo de pensamiento para hacer diagnóstico de la situación y, en sus palabras, “ordenar terapéutica”; dice Sábato3: “Así se vio que, en nuestra realidad, los vértices de la estructura productiva y de la 3 Sábato, Jorge, “El origen de algunas de mis ideas”, conferencia en ISEA, Caracas, 1976 infraestructura no están conectados, y esto es el subdesarrollo…”. Para que el sistema funcione, los vértices tienen que estar interrelacionados; cuando las líneas imaginarias que los unen se quiebran, o directamente no existen, nos encontramos frente al fracaso. La terapéutica consistirá entonces en lograr reconstruir los lazos con la mirada puesta en un plan estratégico de lago plazo, basado sobre la profundización de lo que Aldo Ferrer denomina nuestra densidad nacional. La universidades nacionales tienen un importante papel que desempeñar en su vinculación con el sistema nacional de investigación, desarrollo e innovación. Su tradición garantiza la independencia requerida para encarar proyectos autónomos alejados de intereses corporativos. En nuestras casas de estudio, por el hecho de no contar con los recursos suficientes para encarar estos emprendimientos, hay una tendencia recurrente en la búsqueda de fuentes de financiamiento, ya sea de organismos internacionales o de empresas privadas que, por lo general, comprometen tanto la orientación de las investigaciones como sus resultados. “El que paga al músico elige la melodía” dice la sabiduría popular. El financiamiento privado de las investigaciones está claramente dirigido a la producción de conocimiento para su lucro empresario al que se agrega un requerimiento de confidencialidad por plazos determinados; esto entra en contradicción con las bases de la investigación universitaria por su compromiso de trasladar sus frutos a la sociedad. Es así que el aporte privado, en general, está dirigido principalmente a los programas de maestrías y doctorados con el objetivo de formar recursos humanos que van a utilizar en sus propias investigaciones a las que destinan, además, grandes sumas. Por lo contrario, el aporte estatal resulta fundamental para solventar las investigaciones cuyos resultados son discutidos en reuniones científicas de diverso tipo y difundidos en publicaciones especializadas al alcance de toda la comunidad científica y susceptibles de mejorar las condiciones de vida de todos los habitantes. Estas consideraciones no desconocen la importante tarea realizada por las universidades públicas argentinas en materia de investigación sino que enfatizan todo lo que pudo y puede lograrse aun contando con recursos escasos. Tampoco se deja de lado el papel que juega la investigación básica, en la que nuestro país tiene logros reconocidos internacionalmente. Es hora, pues, de potenciar sus alcances con políticas adecuadas y recursos apropiados para implementarlas. Es hora también de que esta producción de conocimiento se enmarque en los lineamientos del proyecto nacional requerido y no se restrinja a una mirada de corto y mediano plazo, de modo que ocupe el lugar que le corresponde en el triángulo sabatiano y no se pierda en el de las Bermudas. En síntesis, si de recursos hablamos, el financiamiento a la investigación nos permitirá llegar a destino más rápido que si los aplicamos al tren bala. Caso Para los que trajinamos los pasillos de las universidades, la escasez de recursos no es una frase sino la “convivencia” con la producción científica en todas sus facetas. Un ejemplo de adaptabilidad a las circunstancias son las maestrías en Administración Pública y en Economía que desde muchos años se dictan en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Concebidas en sus inicios como de dedicación exclusiva, atento a los requerimientos de complejos planes de estudio, producción permanente y tesis de finalización, pudieron sostenerse con tal carácter durante un período acotado, en buena parte financiadas por el Estado Las dificultades presupuestarias crónicas de las universidades llevaron a la Facultad a elaborar nuevos proyectos compatibilizando el tiempo de estudio requerido con las obligaciones laborales de los maestrandos y reduciendo la dedicación de sus docentes. Si bien entendemos que se mantiene en buena medida la calidad de estos posgrados y la de sus egresados, es claro que no es lo mismo compartir el tiempo entre trabajo y estudio que dedicarse a tiempo completo a estudiar. Lo notable es que los magíster en cuestión siguen siendo considerados como de alto nivel en el país y en el exterior, donde se destacan en doctorados y en encuentros científicos de sus disciplinas. Nos preguntamos qué resultados podrían haber alcanzado esos egresados si hubieran podido dedicarse exclusivamente a la actividad académica.