LA SERENIDAD EXISTENCIAL DE LA TUTORÍA Ataraxia es un término post-aristotélico que define una actitud del yo por la que éste permanece imperturbable frente a las instancias y avatares del mundo interior. Pero no es la serenidad que debe caracterizar al educador. Sí es necesario en la inseguridad, pero ésta no puede ahogar lo más importante del educador: Estar integrado en la vida a pleno pulmón. “Vivimos en el mundo cuando lo amamos” (1). El educador no es una roca que no se conmueve por nadie; el educador, ante todo, es hombre. Hombre, no de absolutas e inamovibles seguridades; hombre que se permite dudar sin que esta duda suponga una pérdida de paz y serenidad. Hombre con un equilibrio interior que le permite estar y ser absolutamente libre. Esta serenidad es mucho más que una pura aprehensión intelectual. Es una postura ante la vida. Viviremos en esta serenidad si hay una armonía y aceptación con lo que uno es, con lo que uno hace. Si somos capaces de reconocer nuestros complejos y nos sentimos igual a los otros. Si hemos asimilado nuestros fracasos y los hemos vencido. Si somos capaces de llamar a las cosas por su nombre, incluso a las nuestras. Si somos capaces de situarnos por encima de nuestros resquemores y amarguras que hipotecan la empatía y la capacidad de amar y acoger. No podemos olvidar que cuando alguien, en profundidad, con sinceridad existencial, se acepta a sí mismo, invita discretamente a hacerlo a los demás. El educador ha de infundir con su vida serenidad en la confianza y en la acogida. Damos serenidad en la confianza cuando, ante la presencia de un educando, creemos con todas nuestras fuerzas y con todas las consecuencias que su historia y su vida no son una serie de causas y efectos mecánicos que le conducen a un determinismo implacable(2), y le digo con mi vida que no me desconciertan sus fallos y sus errores y se lo repito hasta la saciedad: “tú has de creer en ti, yo ya creo en ti, yo ya creo en ti”. El adolescente ha de sentir que por encima de los acontecimientos endógenos y exógenos que nos oprimen está la serenidad de hacerles frente y el ser capaz de atisbar que la vida es digna de ser vivida aprovechando todas nuestras energías creadoras; y aceptar también, valientemente, que “tras la tristeza de mi corazón, hay suspiros y rumores ¡pero yo no puedo comprenderlos!” (3). Damos serenidad en la acogida cuando prescindimos de todas las actitudes que no hacen crecer la vida. Cuando sabemos escuchar, con el corazón desarmado y vulnerable. Cuando en ningún momento queremos llevar “maquiavélicamente” el agua a nuestro molino. Cuando el único objetivo es escuchar, libre de ideas preconcebidas y con el riesgo de sentirse tocado. En esta escucha no tiene sitio la manipulación ni la imposición, sólo tiene sentido el discernimiento. Y cuando le damos la serenidad necesaria para elegir y seguimos afirmando con nuestra vida que tiene derecho a equivocarse: “Si cierras la puerta a todos tus errores dejarás fuera la verdad” (4). -GUIDO GOMEZNOTAS: 1.- R. Tagore: “Pájaros perdidos”. 2.-Hermano Roger de Taizè: “Pasión de una espera”. 3.- R. Tagore: “Pájaros perdidos”. 4.- R. Tagore: “Pájaros perdidos”.