EL RADICALISMO DEL FERVOR RELIGIOSO Y DEL SECULARISMO Yo nací y me crié en el seno de una familia religiosa, practicante, y, desde pequeña edad, observaba con interés y curiosidad, aunque con cierto matiz de desconfianza, toda manifestación de fervor religioso, en público, porque me sonaba a fanatismo. A mi modo de ver, el despliegue público de emociones en los rezos me parecía fuera de lugar, en función de que me lucía producto de un descontrol mental más que otra cosa. Con el tiempo, descubrí que el amor puro hacia Dios podía conducir a un estado místico que lo llevaba a uno a experimentar el lloro dulce de la comunión con el Santísimo Creador, producto de una gran paz interna, serena y consciente, aunque todo esto, en condiciones de estricta intimidad y sin alardes, no en público, en virtud de las distracciones de rigor y de la tendencia plástica derivada de los rituales de grupo. Honestamente, tengo que reconocer que los que más se destacaban teatralmente en los rezos y en el enfrascamiento en los rituales, solían ser poco sensibles al amor al prójimo y poco preparados para el desarrollo espiritual, fundamentado en el control de las emociones, tan necesario, para la adquisición de iluminación y de sabiduría. La comunión espiritual con Dios, en mi larga experiencia en el ámbito religioso, requiere de una mente reposada, libre, sensible, agradecida, conocedora, justa, servicial, entre otras virtudes, todas ellas conducentes hacia la elevación del espíritu, en términos de expansión de la conciencia. Tengo que reconocer que, la búsqueda de la verdad en toda circunstancia, de la mano del estudio sistemático de las leyes naturales y espirituales y la práctica del amor con todos los que a diario me rodeaban, han sido cardinales en mi propia evolución espiritual. Por contraste, me chocaba sobremanera la insensibilidad y animadversión de muchas personas, entre ellos muchos intelectuales de izquierda, a todo lo que representaba a Dios, directa o indirectamente. Era como un odio visceral justificado por un modernismo deseoso de una ruptura con su pasado, en lugar de armonizar pasado con presente. El secularismo me parecía vacío de sentido y por ende de propósito, aunque con cierto contenido social y político. La ausencia de proyección en el espíritu, en cualquier acción, me lucía ajena a mi naturaleza, en virtud de que me parecía poco consistente, por superficial, considerar solamente el aspecto material y dejar de lado lo que yo consideraba como la esencia que representaba la dimensión espiritual. Era como vivir en la negación de todo cuanto yo veía de hermoso alrededor mía. Algo así como contentarme con la definición científica del agua, en términos de H2O, al tiempo que ignoraba la belleza de un mar bravío o en calma. Siempre me resistí a contemplar la vida sin propósito, en virtud de que todo lucía estar gobernado por leyes y la existencia de leyes tenía que, necesariamente, apuntar hacia un propósito. Si por el contrario, yo advirtiera que, en vez de orden, todo era caos, entonces el despropósito tendría algún sentido. En definitiva, el secularismo humanista me fundamentalismo religioso. lucía una postura tan radical como el Pienso que la dependencia de rituales tiene su paralelo con la dependencia de otras prácticas como la drogadicción, la bebida, el juego, el exceso de trabajo, etc., en virtud de que uno se deja de intoxicar por hábitos, en lugar de liberarse, en aras de conseguir cierta iluminación espiritual. Ninguna dependencia me luce buena. Hay que entrar y salir en toda situación, sin quedar prendido y prisionero en las redes de nadie ni de nada. Cualquier vicio me luce pernicioso.