IV DOMINGO DE PASCUA Mi deseo al empezar este rato de oración Señor Jesús, abre mi oído y mi corazón, dame conocimiento de ti, concédeme ser capaz de reconocer tu voz en medio de tantas voces como me circundan invitándome a seguirlas. Mi Señor Jesús, confío en tu voz, que mi corazón aprenda a amar el timbre de tu voz. Texto del Evangelio: Jn 10, 27 ‐ 30 En aquel tiempo, dijo Jesús: ‐Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno. Algunas pistas para saborear el texto: El texto que hoy se nos ofrece en el Evangelio sigue al discurso sobre el Buen Pastor. Tendemos a mirar de un modo bucólico esta imagen del Buen Pastor, pero en el evangelio de Juan se nos presenta en un contexto más conflictivo que el que nosotros solemos dibujar. Es la fiesta de la Dedicación y, unos versículos antes, se nos dice que Jesús paseaba por el Templo y le rodearon los judíos con aire amenazador (de hecho, en el versículo 31 nos los encontramos cogiendo piedras para apedrearle). Jesús no se intimida y les reprocha su falta de fe: “Vosotros no me creéis porque no sois ovejas mías” (un tema constante en el Evangelio de Juan: acoger o rechazar la Luz, acoger o rechazar la Palabra hecha carne). “Mis ovejas escuchan mi voz… y me siguen”. Ellos quieren que les diga claramente si es el Mesías o no. Al principio, le acusan de endemoniado y de loco; al final, de blasfemo, “porque siendo hombre, te haces Dios”. Jesús les da un quiebro, en vez de como Mesías, se presenta en este momento como Buen Pastor. Pero un pastor que, a diferencia de bandidos y mercenarios (que sólo quieren robar y matar a las ovejas, los unos, y a los que no les importan las ovejas y las abandonan, los otros), conoce a sus ovejas y ha venido para que las ovejas tengan vida, y vida abundante. Conoce a cada una y a cada una la llama por su nombre, conoce los pastos que cada una necesita. Y, sobre todo, lo que identifica al Buen Pastor, es que, tanto las ama, que da su vida por las ovejas. Y las ovejas escuchan su voz y le siguen… Él marcha delante indicando el camino a quien quiera seguirle, un camino de vida en abundancia, de vida eterna, la misma vida del Padre. Es esencial despertar en mí, despertar en nuestras comunidades, la capacidad y el deseo de escuchar a Jesús, de escuchar su voz, su palabra, su propuesta, para seguir sus pasos, su sueño para mí y para la Historia, para la Creación. Y en el horizonte está el Padre, garante de vida. “Nadie las arrebatará de mi mano; el Padre me las ha dado y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre, él supera a todos”. Promesa y esperanza. Dios Padre, que ha resucitado a Jesús de la muerte, que siembra de vida nueva nuestras muertes, que nos lleva tatuados en las palmas de sus manos y no permite que nada ni nadie nos arrebate de su mano. Jesús y el Padre son uno, en comunión de amor y de identidad. “El Padre y yo somos uno” y nosotros somos llamados a participar en esa comunión en el amor, a vivir en Jesús como Jesús vive en el Padre, unido al Padre. Como dice Pablo en su carta a los Colosenses, “vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. En esta comunión con Jesús, en esta inmersión en el Padre, se nos da vida eterna. Oración final: Jesús, mi Señor, ¿adónde iré lejos de ti?... Sólo tú tienes palabras de vida eterna, sólo tu vara y tu cayado me sosiegan, aun cuando camino por cañadas oscuras. Sólo tú conoces mi nombre, sólo tú me conoces por entero. Me basta el sonido de tus pasos delante de mí, me basta el sonido de mi nombre en tus labios. Condúceme. Señor Jesús, que te conmueve el dolor y la angustia de los pequeños y olvidados porque los ves como ovejas sin pastor, mira a tus hijos e hijas errantes. Tú que nos dijiste, “no tengáis miedo, pequeño rebaño”, sé Tú su pastor. No permitas que nada ni nadie los arranque de tu mano. Y danos a nosotros entrañas de misericordia para no ser impasibles ante el dolor de nuestros hermanos, de nuestras hermanas. Oración contemplativa: