Meditación agosto 2016 La primera obra de misericordia espiritual: Dar buen consejo al que lo necesita - Padre Kolbe: una mano tendida en el abismo de la duda A diferencia de las obras corporales, las espirituales no derivan del texto de Mateo 25, provienen de la Escritura, del ejemplo de los santos y del testimonio de los cristianos. Entre las dos series de obras de misericordia, existe continuidad y unidad. Es más, se puede decir que son todas espirituales, caso contrario no serían de misericordia, porque si no van acompañadas de la caridad, se reducen a simples prestaciones sociales, aunque fueran muy buenas. Dar buen consejo al que lo necesita La tradición bíblica subraya la importancia del consejo: “Por falta de gobierno un pueblo se hunde, pero se salva si hay muchos hombres de consejo.” (Pr 11,14). “Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.” (Mc 6,34). Jesús aconsejó al joven rico en busca de un sentido para su vida: “Si quieres…”, le dice y le lanzó la propuesta llena de coraje que el joven rico no pudo aceptar. Cuando leemos esta obra de misericordia, siempre estamos tentados de pensar en los demás, y no en nosotros mismos que somos inseguros, que dudamos, que estamos necesitados de certezas y verdad (Sab 9, 13-14). Jesús tiende su mano, viene en nuestra ayuda como hizo con Pedro: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua, … y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». (Mt 14, 28-31). Un grito muy humano: “¡Señor sálvame!”. Pedro que camina sobre el agua muestra que el milagro no sirve a la fe, no la refuerza. Vive un milagro: “camina sobre el agua”, y sin embargo va en crisis: “¡Señor, me hundo!”. Pedro duda y se hunde, se hunde y cree: “¡Señor sálvame!”… Y Jesús nos alcanza al centro de nuestra falta de fe. No nos apunta el dedo por nuestras dudas, sino nos tiende la mano para que nos aferremos a ella. ¿Pero cuál es el criterio para reconocer un buen consejo? La respuesta viene de las palabras del sabio Ben Sirá: “Déjate llevar por lo que te dicta el corazón, porque nadie te será más fiel que él: el alma de un hombre suele advertir a menudo mejor que siete vigías apostados sobre una altura. Y por encima de todo ruego al Altísimo, para que dirija tus pasos en la verdad.” (Eclo 37,13-15). La duda es vista también en su lado positivo: “Es mejor agitarse en la duda que reposar tranquilamente en el error” (Alessandro Manzoni). “Quién sabe más, duda” (Pío II). Tener dudas no es siempre sinónimo de debilidad; al contrario, a veces es el coraje de la verificación, es expresión del sentido de responsabilidad personal y social. Se aprende también de los fracasos. La incertidumbre, la inseguridad acompañan siempre al hombre. 1 Etimológicamente el verbo dudar nos remite a la raíz du, de donde proviene “dos”, “doble”, e indica el ser dividido entre dos posibilidades, oscila entre dos alternativas. Tenemos necesidad de quien nos ayude a abrir paso, a indicar el camino, el este, el oriente, el lugar de luz y de sentido. También para Raimundo Kolbe, cuando terminó los estudios humanísticos, se presentaba el ingreso oficial en la Orden, entrando al noviciado. Parecía que no tenía dudas sobre su vocación, en cambio, estaba atormentado por una profunda crisis que ponía en juego su futuro. Había dedicado su vida al servicio del Evangelio y de la Inmaculada. Pero ¿cuál era el camino para concretar esta donación total? Quería ser un fidelísimo caballero de María: ¿pero podía combatir de la manera más eficaz si se encerraba en un convento? Así como el joven Francisco de Asís, al cual le fue dicho en una visión: “Repara mi Iglesia” y comenzó la recolección de ladrillos para reparar san Damián, antes de comprender el significado más amplio del mensaje, así el joven Kolbe pensó de abandonar la vida del convento para enrolarse en el ejército. Vivió días de mucha angustia, pero los sabios consejos del maestro de los novicios padre Dionisio Sowiak y la visita inesperada de su mamá ayudaron a que se caiga el velo de sus ojos con los sueños de gloria militar. Raimundo inició el noviciado y se agregó el nombre de Maximiliano, sin tener la más mínima añoranza, como escribe nueve años después: “… El Dios de la Providencia, en su infinita misericordia y por intercesión de María Inmaculada, me envió a mi madre”. Nuestro santo no es un super-hombre, sino solamente un hombre con nuestros problemas, nuestras miserias, nuestros vacíos, nuestros miedos. He aquí, cuando el padre Luis Bondini escribía a su discípulo Maximiliano María Kolbe1: “Te recomiendo de alejar de vos cada duda e incertidumbre sobre el estado de tu consciencia y sobre la vida pasada y presente. Ten por cosa cierta que todo anda bien y que la Inmaculada está muy contenta de vos”. Afianzado de estas palabras y acogiendo, día tras día, la gracia del Señor Jesús, llegará a decir que “cuando más miserable sea un instrumento, más idóneo será para manifestar la bondad y la potencia de la Inmaculada. San Pablo no duda en absoluto en afirmar que él se gloría de sus propias debilidades, para que a través de ellas se manifieste la potencia de Cristo.” [2Co 12,9].2 En su relación de paternidad espiritual con tantos frailes de las comunidades en Polonia y en Japón y con los laicos encontrados en los diversos caminos de la vida, aprenderá, a su vez, el arte de aconsejar, que para él es una obra que educa la mirada e invita a salir para encontrar el mundo del otro. Así será con Fray Zeno, que oportunamente aconsejado, será ayudado a correr en su camino de crecimiento humano y espiritual. Todos los que conocieron al padre Maximiliano experimentaron la verdad de la afirmación del libro del Eclesiástico: “su consejo es como fuente de vida.” ¡María, madre del buen consejo, ruega por nosotros! Angela Esposito MIPK 1 2 Con fecha 1.2.34 EK 609. 2