Meditación del 14 de noviembre 2014 ¡Lázaro, ven afuera!... tomo

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Meditación del 14 de noviembre 2014
¡Lázaro, ven afuera!... tomo su lugar”
En este mes de noviembre, dedicado a la conmemoración de nuestros queridos difuntos,
meditamos, a partir del evangelio, el sentido de la vida eterna que es la vida vivida en Dios. En el
Evangelio de Juan leemos: “Lázaro ha muerto” dice Jesús a sus discípulos… “Vayamos a verlo”…
Marta… salió a su encuentro y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto…”… “Tu hermano resucitará… Yo soy la Resurrección y la Vida.”… “Jesús lloró.” Éste es el
único versículo en todo el evangelio que habla del llanto de Jesús. El llanto de Jesús, que rendiría
mejor la expresión “derramó lágrimas”, o sea “lloró amargamente”. Jesús por la muerte de su
amigo derramó lágrimas, “lloró amargamente”. Frente a la muerte, Jesús, siente una profunda
turbación (v. 33: conmovido y turbado). Nuestro mal lo turba profundamente, más que si fuese
suyo: lo trastornará a tal punto de tomar el lugar de Lázaro. De morir por cada uno de nosotros.
Se deja “conmover, sacudir en su ser” por el dolor de las hermanas de Lázaro… y gritó fuerte:
“¡Lázaro, ven afuera!”. Dios llora y grita. Un Jesús muy humano, un hombre como nosotros, que
llora frente a la muerte de su amigo. Y junto a Dios, por nosotros, grita fuertemente para vencer
el último enemigo, la muerte. Lázaro puede “salir” porque Cristo está entrando en la tumba:
“entonces los sumos sacerdotes y los fariseos… decidieron matarlo”1. Un antiguo dicho según la
mentalidad del pecado y de la muerte, decía: muerte tuya, vida mía. En esta situación se invierte:
muerte mía, vida tuya.
Desde aquel día, del 14 de nisa del año 30 d.C. no podemos decir más, cuando estemos cerca de
la hora de la muerte: “Señor, si hubieras estado aquí”. Porque el Señor Jesús está siempre aquí: no
tiene que venir, porque nunca se ha ido y nunca nos va a dejar, porque él ha prometido que estará
con nosotros todos los días. Nunca ha dejado de amarnos, está llorando con nosotros. Ha
comenzado a resucitar.
El padre Kolbe, como todos, le tiene miedo a la muerte, pero se entrega con fe y abandono. Vence
la muerte donando su vida. Escuchando el llanto de un condenado a muerte, se turba
profundamente, que le pide al comandante del campo: “tomo su lugar”, “muerte mía, vida tuya”
no es el desprecio del mundo, ni el desprecio del cuerpo. Es una donación de sí que contrarresta a
la locura de los nazis. Contrarresta el mal del mundo. Lo asume sobre sí, destruyéndolo en el fuego
del amor. Juan Pablo II, en su primer viaje a Polonia, dirá en Auschwitz2: “Maximiliano Kolbe
alcanzó una victoria similar a la de Cristo mismo, a través de la fe y el amor... Obtuvo la más ardua
victoria, la del amor capaz de perdonar y de olvidar”. Lo proclamó “ministro de la vida” en
Niepokalanów3, y “ministro de la muerte” en Auschwitz. San Maximiliano es ministro de la
existencia porque cree que “la muerte no se improvisa. Se merece con toda la vida”. El domingo
16 de febrero, el día antes de su arresto, padre Maximiliano les dictó una meditación a sus frailes.
Entre los puntos trató el amor al prójimo y el perdón recíproco. “... Gracias al amor por la
1
Jn 11, 11-52
7 de junio 1979
3
18 de junio 1983
2
Inmaculada, soy capaz de perdonar siempre y completamente. Cuando el amor por la Inmaculada
termina, desaparece también nuestro amor recíproco. La Inmaculada quiere que conservemos la
armonía del amor. Queridos hijos, si en esta tierra vivimos en el amor, estamos ya pregustando el
cielo. Todo pasará, pero el amor permanece para siempre. Con el amor entraremos en la vida
eterna, y en el cielo, en la presencia de la Inmaculada, el amor será purificado y llevado al grado
más alto. Al día siguiente, lunes 17 de febrero, dejando el convento de Niepokalanów para ser
deportado, les hace una sola recomendación a sus frailes: “en cualquier lugar donde vayan no
olviden el amor”. El amor es el respiro de su vida. Ha comprendido lo esencial: el amor es más
fuerte de la muerte4. Con esta visión de vida podemos cantar: “aquella paz y felicidad que nos
llenará en el momento de la muerte el pensamiento de que habremos trabajado y sufrido mucho
por la Inmaculada.”5
¡Qué gracia poder decir también nosotros, sobre nuestro lecho de muerte, estas mismas palabras
y lo que el padre Kolbe le confió a Rodolfo Diem, médico de Auschwitz: “He pedido de poder amar
a todos sin límites, he consagrado mi vida para hacer el bien a todos los hombres”.
¡Qué la vida de cada uno de nosotros sea un himno al amor! ¿Y la muerte? Un abrazo con el Rostro
siempre buscado, siempre deseado y por fin encontrado.
Angela Esposito
por la comunidad
4
5
Cf. Ct 8,6
EK 1159
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