¿Las moscas tienen cerebro? Muchas personas tienen en la mente

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¿Las moscas tienen cerebro?
Muchas personas tienen en la mente la idea de que un científico o un
investigador es alguien que dedica su tiempo a observar reacciones químicas,
hacer explotar cosas o crear seres espeluznantes y dignos de haber salido de
alguna película o libro de ciencia ficción. La labor de un científico puede ser
muy distinto a esto, pero no por ello menos divertida. En esta ocasión quisiera
abordar este artículo contando dos historias. La primera de estas historias es
de una plática que tuve una amiga que estudia actuación. En una ocasión,
platicando con ella, mencioné una investigación que me había llamado la
atención, la cual consistía en estudiar el papel de un gen en el desarrollo
cerebral en moscas, su estudio podía ser útil para estudiar enfermedades
neuronales de humanos. Lo interesante es que mi amiga me hizo una pregunta
que no esperaba: “¡¿las moscas tienen cerebros?!”. Lo cierto es que estaba tan
acostumbrado a escuchar y leer acerca de investigaciones tan específicas, de
diversos temas que ya no me parecía raro el leer sobre estudios relacionados
con cerebros de mosca, reproducción de gusanos milimétricos o hasta ratas
fluorescentes. Después de esto continuamos hablando un poco más acerca de
la investigación que me había llamado la atención; sin embargo, su pregunta,
aunque simple, permaneció en mi mente por algunos días.
Ahora bien, aprovechando esta historia, podemos ahondar un poco más en
este tema. ¿Por qué a alguien le interesaría estudiar el cerebro de una mosca?,
¿acaso no es diminuto?, ¿los científicos están locos?. Estas y muchas otras
preguntas pueden surgir de nuestra mente al escuchar los títulos de algunas
investigaciones. No obstante, existe una explicación para esto y no
necesariamente pone en tela de juicio la salud mental de los investigadores.
En la investigación Biológica se utilizan los llamados “organismos modelo” para
investigar los distintos fenómenos de interés. Estos organismos reciben este
nombre debido a que se utilizan como referencia. Por ejemplo, en la
investigación de enfermedades neurológicas resultaría muy difícil hacer ciertas
pruebas con humanos o primates, por el tiempo de vida de estas especies y
por las implicaciones éticas que esto tendría; en cambio, si usamos organismos
como ratón o mosca, podríamos hacer más pruebas en menos tiempo y sin
incurrir en acciones no éticas. Naturalmente, el organismo que elijamos debe
ser uno que se adecúe a la investigación, es decir, si se quiere estudiar el
desarrollo embrionario en el humano, sería más adecuado usar como modelo a
un mamífero como el ratón, que a un ave o un pez.
Esto último me lleva a mi segunda historia, el Dr. Mario Zurita, investigador del
Instituto de Biotecnología de la UNAM, es una de estas personas que estudian
a la mosca para contestar algunas de las preguntas de la Biología actual. El
objetivo del grupo de investigación del Dr. Zurita es: “entender el papel de los
mecanismos de los factores que participan en la transcripción y estabilidad del
genoma”. Para algunas personas tal vez les suene conocida la palabra
“transcripción” de las clases de Biología de la secundaria o de la preparatoria.
La transcripción se refiere al fenómeno que ocurre dentro del núcleo celular, en
el cual se “lee” a la porción de ADN que comprende un gen determinado y por
medio de una enzima llamada DNA-Polimerasa se genera un ARN mensajero,
que posteriormente, por medio de otro proceso celular llamado traducción, dará
lugar a una proteína. El Dr. Zurita estudia a TFIIH, un complejo de proteínas
decisivo en las primeras etapas de la transcripción. Los componentes de este
complejo están relacionados a su vez con otras funciones dentro de las células,
lo cual sugiere que su evolución a estado dirigida a generar un sofisticado
aparato que comunica varias funciones de la célula, útil para poder censar
daño y dejar de expresar genes si es necesario. Como uno podría esperar, si
este complejo es tan importante para la célula, cualquier defecto en él podría
tener graves consecuencias para el organismo. Existen diversos ejemplos de
enfermedades que están relacionadas con defectos en alguno o algunos de los
elementos del complejo TFIIH. Los llamados “niños de la luna” son niños que
presentan estatura baja, problemas de desarrollo mental, muchos lunares y
desarrollan cáncer de piel y ojos, adquieren su nombre por su alta sensibilidad
al sol. El síndrome de Cockayne se caracteriza por estatura baja, graves
problemas de desarrollo mental y envejecimiento prematuro. Estas dos últimas
enfermedades se deben a mutaciones en proteínas relacionadas con la
transcripción; debido a que este es un proceso tan fundamental para la célula,
conforme un niño con alguno de estos padecimientos crece, acumula
demasiadas mutaciones o complicaciones que provoca que sus síntomas se
agraven.
Asimismo, el Dr. Zurita investiga el papel del gen p53 con TFIIH. Este gen es
de suma importancia para el ciclo celular y, por lo mismo, cualquier defecto en
él puede provocar el desarrollo de cáncer. Estas investigaciones son muy
interesantes e importantes, ya que permiten apreciar desde un punto evolutivo
cómo se encuentran regulados algunos de los procesos celulares. Dentro de
otras investigaciones de este grupo de investigación se encuentra la
producción de esperma en machos de mosca y el análisis de fenotipos (en este
caso podría significar “apariencias”) de mosca de las que no se conoce la
causa que las provoque.
Desde mi punto de vista, estas dos historias convergen en algo clave: el
asombro y la curiosidad. Después de poder escuchar la magnífica plática del
Dr. Zurita y la forma en que aborda preguntas complejas con hipótesis simples
y experimentos ingeniosos, me hacen sentir de nuevo el asombro que uno
siente de niño cuando le dicen un “dato curioso” que no conocía. Y para
terminar, como dato curioso te cuento que el nombre científico de la mosca de
la fruta es Drosophila melanogaster, que en latín significa: “la amante del rocío
con el abdomen pintado”.
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