KERKY_Amogable - Relato

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EL DÍA DEL ÁRBOL
Hola a todos, me llamo Kerky. Tengo siete años. No vivo con mis papás, aunque sé que no están
lejos y que me quieren mucho. En realidad vivo con mi tío Silvestre y mi tía Sabina, como yo les
llamo. Se preocupan por mí, me enseñan muchas cosas y me protegen. Luego están mis
hermanos y mis amigos de otras familias que viven cerca. Unos son de mi edad pero también los
hay más pequeños y más mayores. Todos somos amigos y nos ayudamos. Formamos una gran
familia. Ellos me han pedido que escriba esta carta para unirnos a la celebración del Día del Árbol.
Dicen que ya he aprendido a escribir, que mi letra se lee bien y tengo pocas faltas de ortografía.
Es muy bonito que los árboles puedan tener un día para ellos, sólo para ellos. Es un día para la
alegría, para olvidar los temores, para reír, cantar y bailar sin parar, y conocer a los nuevos
amigos que acuden al lugar. Todos distintos, pero todos hermanos e iguales en la naturaleza.
Los más mayores nos cuentan que los árboles han sido muy importantes para los hombres y para
el mundo en general. Casi, casi, lo más importante. De algunos árboles, los hombres toman su
alimento, les han proporcionado luz y calor a lo largo de la historia, les han servido para construir
sus casas, edificios, puentes, barcos, muebles, papel, sirven de cobijo para distintos frutos y
setas, y para cientos de animales a los que dan caza procurándose la subsistencia.
Los hombres se fueron extendiendo y sus poblaciones se hacían más grandes. Muchos árboles
desaparecieron en sus hogueras, sus construcciones, en los trazados de sus caminos, y en
grandes terrenos más o menos llanos donde empezaron a cultivar plantas y animales domésticos
para su consumo. Así, la población de árboles se ha ido reduciendo, poco a poco. Tío Silvestre
dice que la codicia y la explotación ha sido tan desconsiderada en algunos lugares que han
convertido jardines verdes y frondosos en verdaderos desiertos secos y polvorientos. Y es que los
árboles protegen la tierra del viento y del sol abrasador, esparcen su oxígeno por el aire y llaman a
la lluvia.
Un día, el hombre se dio cuenta de que no podía acabar con bosques enteros y matar a los
árboles sin que estos cumplieran con su ciclo vital, sin hacerse mayores del todo. Así que
empezaron a pensar en seleccionarlos a la hora de cortarlos para, además de aprovechar su
madera adulta, pudieran dejar espacio a los arbolitos jóvenes, o ser restituidos por pequeños
brotes sin que el bosque dejara de existir. El bosque está lleno de vida y el hombre se siente vivo
cuando camina por sus sendas, lejos de ruidos metálicos, asfalto y hormigón. Mientras exista, el
bosque siempre será el último refugio del hombre.
Pero me dicen también que en algunos lugares del planeta todavía no piensan así. Hay bosques
muy grandes, donde crecen grandes árboles cuya madera es muy apreciada por el hombre, a
veces sólo para presumir de muebles vistosos u objetos que suponen de lujo. Les llaman
“maderas preciosas” y en muchos casos escapan de la ley para conseguirlas, arrasando selvas
enteras y condenando a muerte a animales y personas que habitaban allí desde el principio de los
tiempos, en respeto mutuo y equilibrio natural. Y en otros lugares, y no muy lejos de aquí, hay
quienes especulan con los árboles y la tierra que estos cubren, llegando incluso a prenderles
fuego por los cuatro costados para comprar la madera más barata o liberar el suelo para
construcciones de recreo. Todo esto resulta muy triste y en el pensamiento de los árboles siempre
está el temor a la crueldad humana.
Nos hace mucha ilusión poder ver a las personas y a los árboles juntos en un día tan señalado.
Aunque sólo sea un día. Al fin y al cabo, tenemos cosas en común. Participamos del mismo amor
a la vida, del mismo amor a la tierra, que es nuestra madre, a los rayos del sol, al aire, al agua…
Mi mejor amigo se llama Haritz, que significa “roble”. Tiene siete años, como yo. Es alegre,
vivaracho, disfruta persiguiendo a las lagartijas y viendo saltar a las ardillas entre las ramas. Él sí
que vive con sus padres y un día ellos me trajeron aquí. Fue su padre quien hizo un agujero en la
tierra con sus propias manos, junto a Silvestre y Sabina. Haritz cubrió mis pies con tierra y musgo
fresquito y, esta vez serio y emocionado, me dijo:
- Este será tu sitio, será tu casa. ¿Te gusta, Kerky? Está cerquita del arroyo y tus amigos te darán
la luz y la sombra que necesites. Ya eres libre. Y no te preocupes por mí, pues cada Día del Árbol
vendré a verte, te regaré con agua mineral y te pondré un poco de abono natural.
Luego se quedó un rato mirándome mientras todos sonreían y antes de irse me susurró:
- Te quiero.
Nunca olvidaré ese momento, al igual que mis hermanos y mis amigos. Es muy bonito sentir el
amor entre los seres vivos, aunque sea un día al año. Al fin y al cabo, tenemos muchas cosas en
común.
Os esperamos emocionados en nuestro día, abrazo vital,
Kerky
SANTY SAN ESTEBAN
Marzo 2015
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