05. El IMI y la subsistencia

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2. EL IMI Y LA SUBSISTENCIA
Que el IMI contribuye a la subsistencia es una obviedad poco discutible,
pues aporta recursos a quien no los
tiene, mientras no se demuestre lo
contrario, por lo que lo importante
es observar cómo lo hace.
La contribución a la subsistencia es
susceptible de dos planteamientos
complementarios: por un lado, los
niveles de subsistencia son relativos,
pues en cada sociedad y en cada
época, e, incluso, en cada entorno
inmediato, hay una norma (determinada por las curvas de ingresos y de
gastos) y un límite derivado que
puede considerarse como frontera
de la subsistencia.
El IMI contribuye obviamente a la
subsistencia, puesto que aporta
recursos, pero la pregunta es ¿en
qué medida lo hace?
La respuesta es: en la actualidad el
IMI se mueve sobre el límite en el
que la exclusión social es muy difícil de vencer, pero su tendencia a
converger con el SMI le sitúa en
una senda de contribución clara a
la subsistencia, medida ésta por los
recursos que el propio IMI aporta.
Es decir, podemos esperar que el
IMI esté contribuyendo a “mantener a flote” a sus beneficiarios, en
tanto intentan cambiar su posición,
bien pasando a pensiones por la
edad, bien en el mercado de trabajo, bien por cambios familiares.
Desde un punto de vista estadístico, la norma estaría marcada como un
intervalo alrededor de los ingresos medios, como espacio central al que
ha tendido la población, bien que con desprendimientos apreciables
hacia arriba y hacia abajo.
Pero, en realidad, esta norma viene expresándose en España en el Salario
Mínimo Interprofesional (SMI), que marca un suelo en la negociación
colectiva y que se sitúa por debajo del espacio central.
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Significativamente, el IMI toma como referencia el SMI para fijar la
cuantía máxima del subsidio, como porcentaje del SMI.
Por lo pronto, el IMI se sitúa, entonces, más lejos de la norma estadística
que el propio SMI.
De coincidir con el SMI, podríamos considerar que, coincidiendo con un
elemento regulador del que la sociedad se ha dotado (no sin conflicto
entre las partes, Estado, Empresas, Trabajadores, pero tampoco sin consenso) su adaptación al nivel de subsistencia quedaría garantizado en todo
momento.
Esta hipótesis de aumento en la prestación económica del IMI es verosímil, por cuanto ya se viene produciendo en apreciable medida: en 2002,
el IMI suponía ya el 69% del SMI y en 2003 el 73%, con crecimientos
relativos, en los últimos años, especialmente en 2000, 2001, 2002 y 2003
muy superiores a los del SMI.
Pero, siendo inferior al SMI, debemos atender a otro tipo de consideraciones sobre cómo fijar el nivel de subsistencia.
A continuación, resumimos algunas conclusiones fundamentales de un
estudio realizado sobre el ámbito europeo, con comparación entre países,
sobre una de las operaciones estadísticas más interesantes, en el campo
socioeconómico, de los últimos años, el PHOGUE3.
Según el citado estudio, que recoge una amplia bibliografía sobre el tema
de la pobreza y los indicadores sociales asociados, habitualmente se
aplica un enfoque que clasifica como pobres a aquellos individuos u
hogares cuya renta se sitúa a una determinada distancia de la renta media
en una sociedad determinada.
Los autores señalan, críticamente, algunos problemas de este enfoque,
aun reconociendo su pertinencia general. Se refieren, concretamente, a
dos cuestiones:
3 C. GARCÍA SERRANO, M.A. MALO Y L. TOHARIA (2001): La pobreza en España. Un análisis crítico basado en el
Panel de Hogares de la Unión Europea, Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Secretaría General de Asuntos Sociales, Madrid.
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- La primera, el propio indicador de pobreza, del que señalan algunas limitaciones.
- La segunda, la determinación de los umbrales, que contiene un
alto grado de discrecionalidad, por la ausencia de reglas objetivas
indiscutibles.
Cualquier teoría que quiera abordar la pobreza en su complejidad socioeconómica debe reconocer dimensiones relacionadas con lo que se denomina, de manera un tanto imprecisa, nivel de vida.
Los conceptos de bienestar pueden clasificarse en directos (que definen el
bienestar en términos de bienes intrínsecos, como el consumo o las condiciones de vida) e indirectos (que definen el bienestar en términos de
recursos, como, privilegiadamente, la renta disponible).
Señalan también, los autores, que la elección de uno u otro enfoque
depende de la perspectiva teórica que se adopte. A saber: si se está interesado en las desigualdades en la distribución de recursos, se trabajará
con los conceptos indirectos, que tienen que ver con el principio de igualdad de oportunidades; si, se está interesado en las desigualdades en la
forma en que los individuos viven después de utilizar sus recursos, se trabajará con los conceptos directos, que tienen que ver con el principio de
igualdad de resultados.
Evidentemente, la primera perspectiva, implica un ingrediente ideológico
que podemos calificar de liberal, según los estereotipos al uso (dentro de
que todo subsidio parte de una cierta preeminencia de lo social), que,
atendiendo a la igualdad de oportunidades en cuanto a los recursos económicos, se desentiende de la eficiencia de su uso por parte de los individuos, de cuyas eventuales quiebras serían responsables ellos mismos.
Tiene interés señalar que este punto de vista alcanza pleno sentido, para
el IMI, en la medida en que el sistema contribuya a que los beneficiarios
logren independizarse del mismo. Es decir, en la medida en que no convierta en viables situaciones socialmente inviables.
Análogamente, la segunda perspectiva, que obligaría a resolver o paliar
las situaciones de déficit de bienestar, con relativa independencia de los
recursos de los individuos, implica un ingrediente ideológico claramente
proteccionista.
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En la medida en que el IMI tolera un plazo relativamente amplio (hasta 3
años) para el disfrute del subsidio y la actualización del derecho (con
apertura de nuevo expediente) 3 meses más tarde de su extinción, resulta
recoger parte de los dos enfoques citados: por un lado, su limitada cuantía en relación con el SMI, suelo de los ocupados, lo sitúa en una línea
vinculada a los recursos (da recursos para salir de situaciones de carencia); por otro, su tolerancia normativa a la prolongación temporal de la
prestación tiene en cuenta la diferente eficiencia de los beneficiarios, de
manera que aquellos que no puedan usar los recursos prestados para salir
de su situación de carencia puedan mantenerse en el sistema atendiendo
simplemente a su subsistencia.
Pero, volviendo a los indicadores, el estudio de referencia señala que los
dos enfoques citados requieren el uso de indicadores consistentes con los
mismos:
- Con los indicadores directos se intenta medir de qué bienes disponen
los individuos, cómo gastan sus recursos. Dada la centralidad absoluta del consumo en nuestra sociedad, los patrones de consumo
serían indicadores típicos.
- Con los indicadores indirectos se intenta medir de qué recursos disponen los individuos, que, en la economía actual, nos conduciría
hacia la renta disponible como indicador típico.
Obviamente, la medición y el análisis de los datos sobre pobreza deberían realizarse en consonancia con el modo en que se haya definido, sin
descartar una posible combinación de ambos modos de definirla.
Ahora bien, enfrentados como estamos a la explotación de la base de
datos de titulares y beneficiarios del IMI, debemos ya reconocer una limitación inicial: Nada sabemos de cómo viven, de cómo usan los recursos
los perceptores de la prestación. Para conocer algo de este orden, sería
necesario investigar específicamente esta cuestión en el universo de referencia, lo cual podría realizarse más adelante si ello tiene interés para los
gestores del IMI.
Por lo tanto, para evaluar en qué grado el IMI contribuye a la subsistencia
de los perceptores de la prestación, no tenemos más remedio que adscribirnos circunstancialmente al punto de vista de los recursos (los recursos
que aporta el IMI), obviando el de su uso.
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Dicho esto, hemos de retornar al segundo punto crítico, cual es el de los
umbrales de la pobreza.
Habitualmente, se definen distintos umbrales, todos ellos como porcentaje de valores centrales de la variable renta.
En cuanto a los umbrales, el estudio de referencia compara diversos valores, pero, finalmente, adopta el criterio de fijar la frontera de la pobreza
en el 50% del valor medio de la renta en España.
Por otra parte, propone un interesante análisis sobre el subgrupo de los
que están en el espacio de la pobreza de forma prolongada (pobreza permanente: individuos u hogares que permanecen por debajo del 50% de
la renta media durante al menos 3 años, de forma ininterrumpida). Se
observa que en este grupo la renta media está sensiblemente por debajo
del 50% de la renta media nacional, concretamente se sitúa en España en
torno al 33%, como muestra la siguiente tabla, extraída de la publicación
citada4.
HOLANDA
BELGICA
LUXEMBURGO
FRANCIA
REINO UNIDO
IRLANDA
ITALIA
GRECIA
ESPAÑA
PORTUGAL
TOTAL
Pobres
permanentes
1994
36
1995
36
1996
34
No pobres
1994
101
1995
102
1996
102
DINAMARCA
ALEMANIA
Cuadro E.2. Evolución de los ingresos de la población pobre permanente y de la no pobre (PHOGUE, tres olas).
35
34
34
32
34
35
38
39
38
38
38
36
33
33
34
33
33
33
36
34
35
34
33
33
31
30
29
34
33
32
35
35
35
35
35
34
102
102
102
102
102
102
104
103
104
103
103
103
105
105
105
108
108
108
105
105
105
106
106
106
110
110
111
107
107
107
111
111
111
105
105
105
Distancia no pobres - pobres permanentes
Media 1994-96 66
67
68
65
66
72
74
70
73
80
74
76
71
Nota: Los ingresos medios de cada categoría en cada país y en cada uno de los años se expresan en relación con la
media de cada país en cada año
Nuestra propuesta para examinar la contribución del IMI a la subsistencia
es tomar como referencia los dos valores relativos citados: por un lado,
veremos a qué distancia se sitúa la cuantía máxima del IMI del umbral de
la pobreza (50% de la renta media), asumiendo, además, que cualquier
4 Ibídem
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cifra igual o inferior al 33% de la renta media supondría una fuerte tendencia a la perpetuación en la pobreza, donde, si no podemos afirmar
que esté en juego la supervivencia física, consideraremos que se consolida un espacio de marginación irreparable, esto es, un espacio socialmente bloqueado (sin movilidad social posible) y en el que, por tanto, el
propio concepto de subsistencia (más allá de su significado biológico)
perdería sentido, desprovisto de referencias realmente comparables en la
sociedad en la que vivimos.
De todos modos, no debemos tomar sin más valores medios para establecer una frontera con tanto poder simbólico como la de la exclusión social
permanente. Como es obvio, aunque no dispongamos del fichero de
microdatos del PHOGUE para corroborarlo y efectuar los cálculos con
precisión, podemos imaginar sin temor a equivocarnos que el comportamiento del porcentaje de ingresos sobre la renta media nacional, en el
ámbito de la pobreza será parecido al que describe el siguiente gráfico:
Es decir, como de ningún modo podemos suponer que, dentro del espacio de la pobreza, exista una frontera de renta que separe la pobreza permanente de la no permanente, lo que, con toda seguridad, sucederá es
que alrededor de la renta media de la pobreza permanente habrá un intervalo en el que, con el mismo nivel de ingresos, conviven la pobreza permanente y la no permanente.
De tal manera que, en realidad, la zona de exclusión no estaría limitada
por el 33% de la renta media sino por una cifra inferior, que desconocemos con precisión, pero que podemos cifrar, orientativamente, para hacer
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las comparaciones pertinentes, en torno al 20%.
Más adelante utilizaremos el concepto de ocupabilidad, entendida
como la probabilidad empírica de ocupación, en una sociedad dada,
para el grupo social al que pertenece un individuo dado, concepto que
implica que, dado un individuo, si en el grupo de los que son como él
(en términos sociológicos, esto es, atendiendo al género, a la edad, a la
formación, etc.) hay muy pocos ocupados, tendrá escasas oportunidades
de ocupación.
Pues bien, lo mismo sucede con la pobreza y el nivel de recursos que
aporta el subsidio que estamos analizando: Si el nivel de recursos se
parece mucho al de aquellos que en nuestra sociedad están en situación
de pobreza permanente, el subsidio, qué duda cabe, contribuirá a la subsistencia física, pero no a la subsistencia social, entendida como capacidad de integración mediante la movilidad social.
Examinemos, entonces, los valores actuales de la cuantía máxima del IMI
y de la renta media.
En 2003, tomando el nivel de renta de España y de Castilla y León5 y los
datos del SMI y de la cuantía máxima de la prestación del IMI, podemos
construir la siguiente tabla.
Pues bien, según estos datos, del IMI se pueden decir tres cosas, en relación con las situaciones de pobreza, dentro de la relatividad que tienen
unas fronteras altamente discrecionales:
• En primer lugar, el IMI, por su aportación de recursos, no saca a
5 La fuente utilizada para determinar la renta familiar disponible es el Anuario Económico de La Caixa, elaborado por el Instituto L.R. Klein, de la UAM.
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sus beneficiarios de la pobreza, pues está muy por debajo del 50%
de la renta media (tanto española como castellana y leonesa), e,
incluso, por debajo del límite inferior que se considera en los cálculos múltiples, el 25% (cuando se barajan diversas fronteras de
la pobreza, no suele considerarse ninguna inferior al 25%).
• En segundo lugar, el IMI, ronda el límite orientativo que hemos
fijado para la pobreza permanente, de tal forma que, cabe suponer, a falta de contrastarlo con los datos precisos del PHOGUE,
que constituye un flotador al límite de las expectativas objetivas
de movilidad social (de mejora hacia la pobreza no permanente
o hacia la no pobreza), sin que podamos afirmar, por el
momento, de forma taxativa, si está ligeramente por encima de
dicho límite o ligeramente por debajo.
• Por su parte, la referencia del IMI, esto es, el SMI, sí parece estar,
con un 28% de la renta media regional, más cerca del área en la
que la pobreza no permanente dominaría a la permanente a
igualdad de renta. De tal manera que, si en la actualidad el IMI
se mueve sobre el límite en el que la exclusión social es muy difícil de vencer, su tendencia a converger con el SMI le sitúa en una
senda de contribución clara a la subsistencia, medida ésta por los
recursos.
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