Adaptación de “Preguntas del Siglo XXI” de José Joaquín Brunner

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Adaptación de “Preguntas del Siglo XXI” de José Joaquín Brunner. *
Todas las sociedades, desde que hay comunicación simbólica, se han preocupado por la
educación de sus integrantes. Sin embargo, desde el surgimiento de las escuelas, el fin y la
función de las mismas ha ido cambiando a lo largo de la historia.
Si bien son pocos los datos que tenemos sobre las primeras escuelas medievales, sabemos
que eran instituciones privadas, dependientes de la Iglesia y dispersas territorialmente.
Fruto de lo que denominaremos la primera revolución educativa, éstas respondían al claro
objetivo de formar cristianos y preparar personal para las tareas eclesiásticas, mientras que
la formación práctica estaba en manos de la familia y de la comunidad. La transformación
ocurría esencialmente en un medio de cultura oral.
La segunda revolución educativa surge de la mano de la creación de la imprenta. Luego de
la invención de Gutenberg y la proliferación de la palabra escrita, surgen los sistemas
escolares públicos. Por primera vez aparecen componentes que hoy reconocemos en
nuestro actual sistema de educación: un conjunto de instituciones formales exclusivamente
dedicadas a la enseñanza cuyo control y supervisión estaba en manos de la naciente
burocracia gubernamental. De la cultura oral se pasa entonces al reino del texto impreso. La
empresa educacional no se limita ahora a formar buenos cristianos; se extiende a la
formación básica- una alfabetización difusa basada en los idiomas nacionales-, a la moral
cristiana, a las artes liberales e incluye ciertos contenidos vocacionales. Sin embargo,
siguen siendo algunos pocos los privilegiados con acceso a este tipo de escuelas.
La educación masiva –origen de la tercera revolución- viene a poner fin a ese estado de
cosas. Inicialmente, en efecto, ella equivale a la alfabetización de todos: saber leer y
escribir se convierte en el eje de la Galaxia Gutenberg. Dentro del marco de esta revolución
se da vida a un proceso de enseñanza estandarizada en el ámbito de la sala de clases; se
crean múltiples establecimientos coordinados y supervisados, un cuerpo profesional de
docentes y se instala la evaluación como modo de calificación y promoción de los alumnos
mediante un proceso continuo. A su vez, se desarrollan una serie de fundamentos
filosóficos y científicos, sedimentados en las ciencias de la educación, que proporcionan las
bases conceptuales y metodológicas para esta empresa, la más ambiciosa emprendida por el
Estado Moderno. La educación escolar encuentra apoyo en la familia, la comunidad local y
las iglesias.
Pero la historia de la educación no se detiene allí. Hoy estamos a las puertas de una nueva
revolución educacional. Tanto el contexto en que opera la escuela, como los propios fines
de la educación, están siendo transformados drástica y rápidamente por las fuerzas
materiales e intelectuales que se hallan fuera del ámbito de la comunidad educacional.
En el Siglo XXI, el conocimiento ha dejado de ser lento, escaso y estable. Por el contrario,
está en permanente proceso de expansión y renovación. El establecimiento escolar ha
dejado de ser el canal único mediante el cual las nuevas generaciones entran en contacto
con el conocimiento y la información. Hoy existen, además, los medios de comunicación y,
a su lado, las redes electrónicas y una verdadera industria del conocimiento. Si ayer el
problema era la escasez de información, o la lentitud de su transmisión, el peligro ahora es
la “saturación informativa”.
El cambio tecnológico y la apertura hacia la economía global basada en el conocimiento
llevan necesariamente a replantearse las competencias y destrezas que las sociedades deben
enseñar y aprender. Tendremos que hacer frente al cambio experimentado en la sociedad.
Vivimos una época próxima al reino de anomia: esto es, “un estado de extrema
incertidumbre, en el cual nadie sabe qué comportamiento esperar de los demás en cada
situación”. Tiende a imperar una ambigüedad normativa, creando la sensación de que nada
es fijo y que todo depende del punto de vista del observador. Esto plantea un desafío
adicional para todos. Tendremos que asumir nuevos roles en un contexto social cuyas bases
tradicionales se han debilitado.
Los tiempos que corren nos desafían a ayudar el desarrollo de las múltiples inteligencias de
cada uno de nuestros chicos para resolver problemas ambiguos y cambiantes en el mundo
real, a dar impulso a la habilidad para trabajar junto a otros y comunicarse en ambientes
laborales crecientemente tecnificados, y potenciar la iniciativa personal y la disposición a
asumir responsabilidades. La escolarización como rito estancado y esquemático de
iniciación en la cultura dará paso, así, a la educación permanente.
No deberíamos cometer el error de imaginar que el cambio educacional será guiado
únicamente por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, por poderosas
que éstas sean. La educación es mucho más que sus soportes tecnológicos; encarna un
principio formativo, es una tarea social y cultural que, cualesquiera sean las
transformaciones que experimente, seguirá dependiendo, ante todo, de sus ideales y sus
componentes humanos y de valores. Pero tampoco deberían desecharse los signos de
cambio –por estar ellos aún en ciernes- como una mera utopía.
Por el contrario, necesitamos afinar nuestra visión sobre los desafíos del futuro y construir
acuerdos para avanzar en la dirección deseada. Adicionalmente, tenemos que impulsar la
innovación, sin temor a experimentar. Sin experimentación –en todos los niveles- no hay
innovación. Sin innovación no podremos transformar la escuela para adaptarla a los nuevos
requerimientos. En épocas de globalización, la amenaza no es quedar atrás, es quedar
excluidos. En esta encrucijada nos encontramos.
* investigador, consultor y académico chileno, doctor en sociología, ex ministro de Estado
del presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle.
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