Manifiesto leído por el escritor Gustavo Martín Garzo el 11 de abril de 2010 en la Plaza Mayor de Valladolid al término de la manifestación “No al cementerio nuclear en Castilla y León” LOS GUARDADORES DE REBAÑOS Gustavo Martín Garzo Queridos amigos y amigas: Estamos hoy aquí para oponernos con firmeza al cementerio nuclear que se quiere construir en nuestra Comarca. Tierra de Campos es una tierra pobre y llena de necesidades, pero esto no quiere decir que los que la amamos estemos dispuestos a venderla por un plato de lentejas. Nos dicen que este importante complejo generará puestos de trabajo y dará lugar a numerosas empresas complementarias, pero nuestra pregunta es ¿qué tiene que ver esto con lo que somos y hemos sido a lo largo de nuestra vida? Queremos que los productos de nuestros campos y de nuestra ganadería se puedan vender a unos precios razonables, queremos pequeñas industrias que ofrezcan a nuestros jóvenes puestos de trabajo que les permitan quedarse en los pueblos donde han nacido, si es eso lo que deciden hacer, lugares donde nuestros niños puedan crecer sanos y sin amenazas. La nueva planta no es una solución a estos problemas. Aún más, los agravará generando a nuestro alrededor un movimiento de desconfianza en quienes nos visitan. Si lo hacen es porque aman nuestros campos, sus cielos y montes llenos de pájaros, su aire limpio y sus noches llenas de estrellas. Aman la belleza de nuestros templos y pueblos, y la hospitalidad de sus habitantes. Y la presencia de una instalación para almacenar residuos altamente radiactivos hará que se alejen de nosotros llenos de temor. Se nos dice que tales temores son irracionales, y que no hay instalaciones más seguras, pero de ser cierto esto ¿por qué se buscan pueblos perdidos donde apenas vive nadie para construirlas? Los ingenieros y altos ejecutivos que controlan estos grandes negocios deberían dar ejemplo, e instalar tales almacenes junto a sus propias urbanizaciones o en los campos donde juegan al golf. Pero no hacen eso, y quieren llevarlas a pueblos como los nuestros castigados por el abandono de las instituciones y la despoblación, y comprarnos por un puñado de puestos de trabajo. ¿De verdad valemos tan poco? No es cierto que estos cementerios no sean peligrosos. Lo son en grado sumo y ahí están los reiterados y trágicos accidentes que se han producido en los últimos años en distintos lugares del mundo; por no hablar de los numerosos estudios epidemiológicos que hablan de una mayor incidencia de cáncer en las zonas donde están ubicados. Los residuos nucleares siguen emitiendo radiactividad miles de años. La decisión de construir esta planta no solo nos compromete a nosotros, sino a nuestros hijos y nietos, y no es justo hipotecar su futuro con decisiones dictadas por nuestro egoísmo. La solución para los problemas de nuestros pueblos no son unas instalaciones que nadie quiere, ni el dudoso dinero que podrían generar. La mejora de los servicios públicos, el fomento de actividades económicas sostenibles, la modernización de los equipamientos, el impulso de una agricultura y una ganadería de calidad, el turismo rural, el patrimonio cultural y natural y una mayor y mejor capacidad de gestión de nuestras instituciones deben ser las herramientas para fijar población y garantizar un futuro viable para los pueblos, que no hipoteque a las próximas generaciones. Es aquí donde hemos vivido toda nuestra vida. Donde han vivido nuestros padres y abuelos, y donde queremos que vivan nuestros hijos y nietos. Esa tierra es algo más que un solar que se pueda vender al mejor postor, un billete de cambio para que las grandes industrias de la energía hagan sus astronómicos negocios. Es de nuestra vida de lo que estamos hablando. Nuestra vida son los árboles, las flores, los montes y la luz de la luna y el sol que contemplamos. Si continuamos en estos pueblos es porque lo hemos decidido así. Y queremos para ellos escuelas amables, centros de salud, residencias para nuestros ancianos, trabajo para los jóvenes, calles limpias, bibliotecas y fiestas alegres. Pueblos laboriosos donde los únicos cementerios que existan sean aquellos en que descansan nuestros seres queridos. No necesitamos que nadie nos venga a salvar. Somos como los guardadores de rebaños, de los que habló el poeta portugués Alberto Caeiro. Queremos cuidar esos rebaños, donde están nuestras vidas y nuestros sueños, no alimentarnos de la codicia y las mentiras de los poderosos. Un lugar sin miedo, es lo que queremos. Por eso estamos hoy aquí, y debemos gritar juntos: ¡NO AL CEMENTERIO NUCLEAR! ¡POR UNA TIERRA DE CAMPOS VIVA!