TESTIMONIO (COMPRA ANTICIPADA) (Anónimo) “Mi madre se había mantenido estable durante las últimas semanas con lo cual, el tema de los servicios funerarios y el cementerio habían dejado de ser una preocupación para mí y tengo que reconocer que me había liberado de ese “peso” que me significaba comprar una urna para mi vieja que ni siquiera había muerto. La pura idea de imaginarme comprando un espacio en el cementerio para ella, me hacía sentir tremendamente incómodo ¡estaba viva!, me sentía como dándole el brazo a torcer a la señora de negro llamada muerte. Aún podía vivir, los médicos podían equivocarse, les había pasado tantas veces… Su aparente mejoría terminó por convencerme que no era tiempo de cementerios ni de ceremonias, que “había mamá para rato”. El resto de mis hermanos nunca se había pronunciado al respecto, no era un tema que pudiéramos hablar con libertad en mi casa. No sé si a todos los hijos ya adultos les pasa lo mismo, pero cuando se ha tenido una vieja como la mía, la idea de no tenerla más es sencillamente inconcebible. No es. No puede ser. No la dejamos ser. Vivíamos una negación inconsciente y no dábamos frente a la verdad: nuestra madre se moriría en pocas semanas, o días, u horas… Así las cosas, me llamaron el martes a las tres de la mañana. A esa hora lamentablemente suelen ser tristes noticias; mi madre agonizaba. Con mi mujer, nos pusimos zapatillas y sin cambiarnos el piyama corrimos. No pensé que se nos adelantaría así… habíamos estado charlando largo hacía tan sólo algunas horas, ¿cómo un ser tan vivo, tan lúcido podía convertirse en inconsciencia y ausencia en cuestión de segundos? Llegamos todos al Hospital, la vieja ya no estaba consciente, agonizaba, ella se estaba yendo y un quiebre desgarrador me atravesó el alma. Se vinieron a montones todos los momentos de mi vida junto a ella, ¡cuánto la amaba! Cuando me escondió el chupete adentro del polvo talco (en realidad los cinco años era edad más que suficiente para dejarlo, si no por la razón, por la fuerza) con tal mala suerte para ella que lo encontré y me lo puse quedando blanco entero, no olvidaré el sonido de su risa al verme, ni las tareas de matemáticas que trataba de explicarme… aunque entendía menos que yo… o cuando tenía que leerle en inglés para que me corrigiera y era yo quien la corregía a ella…Uf, eran demasiadas emociones, no podía creer que ese cuerpo que expiraba era mi vieja tan llena de vida… “Mamá” le dije con un hilo de voz… En ese momento recordé el cementerio, ¿dónde la enterraríamos? ¿Dónde quería ella? ¡Nunca se lo preguntamos! Llamé a un lado a Pancho, mi hermano menor y decidimos cotizar. Sí, en medio de la agonía de mi madre decidimos cotizar. Llegaron hasta el hospital vendedores de tres cementerios. Miraba sus ofertas en la sala de espera sin saber lo que veía. Hacía preguntas sin escuchar las respuestas. Escuchaba los punteros del reloj, pensaba en mi madre. Nunca supe lo que elegimos. Mi hermano tampoco. Sólo escuché un precio que me pareció razonable y asentí. Mientras negociábamos, mi madre se fue. Mientras compraba un lugar para ella en el cementerio, mi madre se fue… Mi lugar era al lado de su lecho. Con su mano en la mía. Con mi mirada en la suya. Sintiendo la última tibieza de su cuerpo anciano, viéndola partir en la dulzura de su rostro sereno, conteniendo los últimos suspiros de su pecho que dejaba lentamente de agitarse. Mi lugar era junto a mis hermanos para despedimos juntos, para rezar a su lado, simplemente para mirarla… Se fue. Y no estuve. Hay gente que puede no estar en el momento final de un ser querido porque el cansancio lo duerme, o porque está lejos, o simplemente porque va por un café. Pero yo estaba eligiendo el cementerio, contratando los servicios funerarios…