El arte de criticar El P. Martín Descalzo en su libro “Razones para vivir” da estas leyes para el arte de criticar: 1º Hacer la crítica “cara a cara”. Es decir, hacérsela al que tiene que corregirse. Buscar ayudarle. Tirar la piedra y esconder la mano es de mezquinos. 2º Hacer la crítica en privado (a no ser que se trate de cosas públicas). Decirle a uno sus defectos en público es contraproducente. 3º En la crítica, no hacer comparaciones, que resultan odiosas. Nunca decirle a un hijo: “aprende de tu primo”. Cada persona es cada persona. Cada caso es cada caso. Las circunstancias diversas pueden cambiar los casos radicalmente. 4º Criticar los hechos, nunca las intenciones. Sólo Dios conoce los corazones. Mientras no nos conste de lo contrario debemos pensar en la buena fe del prójimo. Eso de “piensa mal y acertarás”, aunque algunas veces dé resultado, es poco caritativo. Es más bonito aquello de “piensa bien mientras no tengas razones que te obliguen a pensar mal”. 5º Limitar la crítica a un caso concreto. Sin generalizar. Las generalizaciones, generalmente, perjudican a inocentes. 6º Criticar con objetividad. Sin exagerar. Evitar las palabras “siempre”, “nunca” y similares. Nadie es siempre malo. 7º Criticar una sola cosa cada vez. Soltar de golpe muchas críticas es agobiante. 8º No repetir la misma crítica frecuentemente. El machaconeo resulta ineficaz. 9º Elegir el momento oportuno, tranquilo. Si uno de los dos está nervioso se agrandará la herida en lugar de curarse. 10º Comprobar bien lo que se critica. Basarse sobre rumores o sospechas es exponerse a ser injusto. 11º Ponerse en el lugar del criticado para no hacer a nadie lo que no nos gusta que nos hagan a nosotros. Si supiéramos las razones que el otro ha tenido, seríamos mucho más indulgentes. El Dr. Bernabé Tierno, psicólogo, en su artículo “Entrenando la pupila”, dice: “Desde hace más de veinticinco años, y por motivos profesionales, he trabajado con infinidad de personas de todas las edades y niveles sociales. Más de quinientas cartas mensuales, consultorios psicológicos en revistas y periódicos, programas de radio y televisión, cientos de cursos y conferencias a diversos colectivos y, por supuesto, mi propio despacho profesional en el que atiendo consultas sobre problemas psicológicos y humanos. ¿Saben cuál es la conclusión a que he llegado después de tantos años en la brecha y en estrecho contacto con el ser humano? Pues que son contadas las personas que aciertan a ver el lado bueno de la vida, que casi nadie se percata de la belleza que le rodea. Casi todos se quejan de las piedras del camino y de las espinas del rosal, y son incapaces de ver el blanco estallido luminoso de cientos de almendros en flor porque su “pupila” mental y psíquica, su marco de referencia interno, elige lo negativo. He comprobado que son legión las personas que, cualquiera que sea la situación en que se encuentren, de manera sistemática sólo tienen ojos para lo negativo, todo lo contaminan con su fatalismo y siempre descubren defectos imperdonables en los demás. Raras veces logran sonreír y disfrutar de lo que son y de lo que tienen. Si hace sol se quejan por el calor; si llueve, les molesta la lluvia. Si se les da cariño, nos llaman pesados y agobiantes. Cuando nos mostramos discretos, nos acusan de frialdad... Hagamos lo que hagamos, para ellos las cosas no están nunca bien. Jamás se sienten satisfechos de algo. Millones de personas se siguen autodestruyendo cada día ocupados en llorar y lamentar sus amarguras, hundiéndose más y más en las arenas movedizas de la melancolía, el fatalismo y la culpabilidad, prediciendo para sí y para la Humanidad desgracias y calamidades. El problema está en que, a la hora de convivir con estas personas que siempre se sienten desdichadas, que son incapaces de descubrir la bondad y la belleza de cuanto les rodea, su actitud puede resultar muy contagiosa y pueden arrastrarnos a la depresión y a sentimientos de desgracia como postura ante la vida. ¿Cuál es la solución? Tomar la firme decisión de entrenar desde hoy la “pupila” del corazón y de la mente para ver cuánto de saludable y de bueno hay en nosotros mismos y en los demás”. Algunos consejos de este autor para ser feliz: 1) Pon la felicidad en tu equilibrio interior, y no en las cosas o personas que te rodean. 2) Controla tus nervios y no permitas que el mal humor te domine. Tu paz interior depende de ti. 3) Convéncete de que con tus cualidades puedes vivir una existencia positiva. Disfruta con lo que tienes, y no sufras por lo que no puedes tener. 4) Mantén en la vida una actitud de servicio. Ya dice la Biblia que es mejor dar que recibir. Más que pensar en ti, piensa en lo que los otros necesitan de ti. 5) Disfruta contribuyendo a que otros sean menos desgraciados o un poco más felices. 6) Siente los éxitos y felicidad de los demás como si fueran tuyos. 7) Acepta a cada persona como es, y no te empeñes en hacerla a tu gusto. 8) Busca en cada persona su lado bueno. Todo el mundo lo tiene.