Tema de Fondo CRISIS DE BAGUA: DESINFORMACIÓN Y DEMOCRACIA María Méndez Un factor esencial en la crisis de Bagua ha sido el papel jugado por diversas radios locales que, lejos de cumplir con el rol de informar con objetividad sobre los hechos, difundieron información falsa, caldearon los ánimos y alimentaron la protesta violenta. A la cobertura periodística distorsionada sobre los decretos legislativos materia del conflicto que se había producido durante las semanas previas a la crisis, se sumó, durante el desarrollo de la misma, información falsa sobre supuestas “masacres”, “fosas comunes”, “bolsas con cadáveres” y “genocidios” contra la población nativa que luego se demostraron inexistentes. La desinformación con fines políticos no es una estrategia nueva. Ha sido usada a lo largo de la historia sobre todo por regímenes políticos de corte autoritario o totalitario. También por servicios de inteligencia en contextos de guerra, a menudo con el propósito de desorientar al enemigo o ganar a la población. Ella se basa la construcción deliberada de hechos falsos o la propagación de rumores, a partir de los cuales se genera noticia y corrientes de opinión, y se moviliza a grupos sociales con propósitos específicos. En el caso del Perú, fueron muy exitosas las estrategias de desinformación para impedir la erradicación de cultivos ilícitos de coca y ganar a la población local a la causa cocalera. Las denuncias de “fumigación” de cocales fueron pan de todos los días en las radios locales de las zonas cocaleras entre el 2001 y el 2005. Los cocaleros supuestamente “fumigados” por aviones o helicópteros de Policía Nacional o de la DEA, organizaban visitas de periodistas a sus chacras para denunciar los “hechos” y narrar los daños que esta pretendida fumigación producía en sus cultivos y en su salud. Lo cierto es que en el Perú jamás se fumigó cocales. El método de erradicación fue siempre manual. Sin embargo, todo el mundo hablaba de la “fumigación” como un hecho verídico. Líderes de opinión, “cocólogos” y ONGs repetían acríticamente la falacia, unas veces como víctimas incautas de la desinformación, otras como parte interesada en mantener una versión falsa de los hechos porque convenía a sus intereses políticos o ideológicos. El gran beneficiado de tal situación era, por cierto, el narcotráfico. Felizmente, gracias a la reacción desarrollada en los últimos años por las instituciones de lucha contra las drogas, falacias como éstas han podido ser revertidas. El modelo de la desinformación –que vulnera todo principio ético pues usa la mentira como herramienta-- , ha sido usado con gran éxito en países vecinos para generar situaciones de inestabilidad política y la caída de regímenes democráticos, y acaba de probar su fortaleza en nuestro país alimentando el conflicto social en Bagua y llevándolo a niveles de violencia inaceptables. Lamentablemente, importantes medios nacionales y extranjeros cayeron en el juego de la desinformación generado en Bagua. No es admisible que la prensa local aliente prácticas de desinformación que afectan la estabilidad del país y el derecho de los ciudadanos a progresar en paz y democracia. Sería deseable que las escuelas periodismo y las facultades de comunicación inicien un debate sobre el papel de los medios en la preservación de la democracia y el estado de derecho.