Num102 009

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Contruir Europa
¿Qué impuestos?
JAIME GARCÍA AÑOVEROS*
E
l desarrollo comunitario que ha conducido a lo que podríamos llamar la situación
tributaria europea actual nos permite vislumbrar lo que puede ser el futuro no lejano
de nuestra condición tributaria como personas integrantes de la UE en la que se llegue
a establecer la moneda única, el euro.
Tiene gran importancia para las implicaciones fiscales, no sólo la intensidad de integración, sino
los objetivos (económicos) que con ella se persiguen. En concreto, en el proceso de integración
europea que vivimos, desde el Tratado de Roma, desde el principio ha tenido una enorme
importancia, decisiva, el principio de libre competencia entre los agentes económicos. No se trata
sólo de un proceso integrador con las ventajas de escala que proporciona para la actividad
económica, sino que pretende conseguir unos mejores resultados económicos para todos los
integrantes del conjunto mediante la preponderancia del criterio de libre competencia, que
constituye así un medio imprescindible en el proceso de integración, y un objetivo del proceso
mismo, en cuanto es finalidad permanente la remoción de cualquier obstáculo a esa libre
competencia.
* Presidente de la Fundación Ayuda contra la Drogadicción.
Los impuestos indirectos.
Suprimida la barrera arancelaria, los derechos de importación y
exportación pueden reproducirse, de alguna manera, mediante procedimientos tributarios de efecto
equivalente. Lo más elemental es la discriminación entre producto nacional y extranjero, de forma
más o menos sutil, en algún tipo de imposición. A veces se opera mediante exenciones,
desgravaciones, devoluciones de impuestos o subvenciones. De hecho, así pueden resultar
importantes distorsiones en las corrientes comerciales, a pesar de las solemnes supresiones
arancelarias.
El problema básico para establecer las discriminaciones y para luchar contra ellas es el de conocer
los efectos de los impuestos sobre los precios, y aquí nos encontramos con que la teoría
proporciona análisis poco concluyentes, y que permitan prevenirse con eficacia frente a tales
distorsiones.
En el Tratado de Roma se partió, por ejemplo, de un supuesto que tiene un endeble respaldo
teórico, pero que ha funcionado. La Comunidad, se decía (esencialmente, art. 100), armonizará los
impuestos indirectos, mientras que los directos quedaban en el ámbito más impreciso de la
coordinación legislativa, que excede, lógicamente, del ámbito tributario.
Así se comprenden, por ejemplo, los pasos dados por la CEE en esta materia, que podemos
sintetizar así:
— Sustitución de impuestos generales a las ventas, monofásicos o acumulativos en cascada, por un
impuesto general plurifásico sobre el valor añadido.
— Como medida unida a la anterior, el establecimiento del principio de tributación indirecta en el
país de destino, lo que permitía someter a todos los productos, interiores y exteriores, a una
tributación indirecta igual para todos ellos, no discriminatoria.
— Reducción de los impuestos sobre productos concretos a unos pocos en cuya regulación inciden
razones recaudatorias y extrafiscales (bebidas alcohólicas, hidrocarburos, esencialmente), que
pueden ser más fácilmente “organizados” para que se respeten los principios de libre mercado.
— Prohibición del establecimiento de otros impuestos indirectos, generales o especiales, salvo en
la fase minorista.
Impuestos directos o indirectos.
Una de las consecuencias que ha traído la lógica
económica comunitaria ha sido la tendencia generalizada al incremento relativo de la imposición
indirecta, (IVA y Accisas sobre algunos consumos) en comparación con la directa (Impuesto
Progresivo sobre la Renta de las Personas Físicas e Impuesto de Sociedades).
De hecho, la situación de los países de la UE en cuanto a peso relativo de impuestos directos e
indirectos es dispar, pero se ha observado un patrón en cuanto al crecimiento relativo de los
directos, singularmente del personal progresivo sobre la renta global; esto ha traído un mayor
protagonismo del IVA, que, en comparación con los directos, supone un alivio evidente, aunque
difícil de precisar, en los costes de los productos.
Es muy importante la influencia que ha tenido en esta evolución la movilidad de los factores de
producción en la UE: libertad de circulación de capitales y personas y libertad de establecimiento.
Aquí las consecuencias varían según el grado de movilidad de los mismos. Pensemos primero en el
capital mobiliario; pueden haber una notable integración sin libertad de entrada y salida para el
capital mobiliario, pero lo lógico es que el aprovechamiento de las ventajas de los amplios
territorios integrados conduzca asimismo a la supresión de barreras para el movimiento de este tipo
de capitales. Suprimidas las barreras, y en situación de libertad, es interés del juego limpio que
nadie dé ventajas a los rendimientos procedentes de capitales venidos del exterior, a la vez que los
diversos territorios tendrán que evitar la existencia en cada uno de ellos de gravámenes superiores a
los de los demás, que de este modo competirían con ventaja en la atracción de capitales. El primer
problema se soluciona con normas tributarias aplicables a todos, que impidan la discriminación, en
cualquier sentido, entre rendimientos procedentes de capitales internos o externos (lo cual es
aplicable, podemos ya anticipar, a los rendimientos de cualquier otro factor de producción, aunque
tenga menos movilidad que el capital mobiliario). El segundo se puede solucionar mediante norma
armonizadora que equipare el gravamen sobre el rendimiento en todos los países integrados, y
también, en su caso, el gravamen sobre el capital mismo. En Europa este acuerdo no se ha podido
alcanzar hasta el presente, el peso relativo en cada Hacienda de los impuestos directos sobre
rendimientos de capitales mobiliarios determina que las apetencias tributarias en este sector sean
muy distintas entre unos y otros. En ausencia de norma armonizadora, se produce una competencia
a la baja entre los diversos países; por esta razón España ha tenido que eliminar las retenciones
sobre intereses de capitales procedentes de otros países de la Unión Europea.
La armonización de las normas de los miembros de una unión integrada, en materia de gravámenes
sobre rentas del capital, mobiliario en este caso, tropieza con una gran dificultad, cuando en dichos
países la tributación directa se centra en un gran impuesto progresivo sobre la renta global de las
personas físicas; este tipo de impuesto responde a criterios de equidad para el reparto de la carga
tributaria, que en algunos lugares, como España e Italia, están vinculados a exigencias
constitucionales. La libertad de movimiento de capitales mobiliarios, tratando de eliminar las
discrepancias en la tributación directa de sus productos, conduce a situaciones incompatibles con el
principio de la tributación personal y progresiva de la renta global; las rentas mobiliarias quedan
así, en gran medida, al margen de la progresividad; se produce un conflicto entre la racionalidad
económica de las políticas integradoras, la equidad tributaria, tal como es contemplada por cada
país, y las necesidades recaudatorias de los países miembros.
Lo que sí se produce, en un proceso de integración, es una tendencia a la homogeneización de las
normas tributarias sobre impuestos directos que afectan más inmediatamente a la actividad
empresarial. Asuntos como la tributación de flujos entre sociedades matrices y filiales, doble
imposición de dividendos, técnicas de amortización, integración entre el impuesto de Sociedades y
el de la renta, criterios de valoración, compensación de pérdidas y otros, tienden a regularse de una
manera aproximada, bien por exigencia de la autoridad supranacional encargada de asegurar las
condiciones del juego limpio, bien por la competencia a la baja, o al menos a la igualación, con
objeto de no crear distorsiones de origen fiscal entre empresas residentes y las residentes en otros
territorios de la unidad integrada. Así, en Europa, estos procesos se han generado ya (directrices
sobre relaciones entre matrices y filiales y sobre fusión y segregación de empresas), mediante la
aparición de normas obligatorias para todos, o mediante la fijación de criterios no obligatorios a los
que se acomodan las normas internas de cada país.
Para el sistema jurídico y objetivos de la UE los impuestos son un instrumento distorsionador, un
engorro; el ordenamiento comunitario no los contempla desde otro punto de vista; es la lógica de
las libertades económicas, esencia del sistema comunitario; lo que el ordenamiento persigue es la
eliminación de las distorsiones que afecten al principio de igualdad de oportunidades, y también en
cuestión de impuestos. Así se comprende la evolución jurisprudencial europea, que de estos
criterios llega a conclusiones tributarias que implican homogeneización, no diferenciación, por
ejemplo, entre residentes y no residentes.
Pero los principios que inspiran los sistemas tributarios continentales son distintos: el principio
recaudatorio, en primer lugar, dados los altísimos niveles del gasto público de los modernos
Estados sociales; el principio de justicia entendida como redistribución con técnicas de imposición
personal progresiva. Es lógico que se produzcan contradicciones entre las aspiraciones “europeas”
y las aspiraciones de justicia tributaria interna a las que ningún Estado renuncia, aunque sea de
boquilla. Pero la lógica de la competitividad europea conduce a la adaptación de los sistemas
estatales a principios tributarios “europeos” como la neutralidad, y también la eficiencia. Esto
produce una tendencia a la laminación de las diferencias tributarias entre los Estados.
Apéndice para españoles: el sistema autonómico y los regímenes forales.
En
España tenemos un Estado autonómico que comporta algunas posibles diferencias de tributación
entre territorios, actualmente crecientes a causa de la libertad normativa prevista en el llamado
nuevo sistema de financiación de las CCAA, que afecta a los Impuestos sobre la Renta y
Patrimonio, Transmisiones, y Sucesiones y donaciones.
Pero tenemos, sobre todo, y ya en aplicación muy antigua, o más recientemente recuperada (1981)
en Vizcaya y Guipúzcoa, los sistemas forales, con facultades normativas para los territorios forales
en materias “sensibles” económicamente como son Impuesto de Sociedades, Impuesto sobre la
renta, Impuesto de transmisiones (también otros, pero con menor “sensibilidad” económica aunque
quizá mayor “sensibilidad” social).
No se trata de hacer aquí un análisis pormenorizado, pues éste no es el lugar. Pero quiero llamar la
atención de la tendencia (efectiva en unos territorios, esperada en otros gracias a la nueva
legislación de CCAA) a utilizar el instrumento tributario como medio para “condicionar” lo que en
la UE se llama “libertad” de establecimiento, libertad de circulación de personas y libertad de
circulación de capitales; no son normas para “impedir” esos movimientos, sino para
“distorsionarlos” en el sentido de conducirlos a un lugar en vez de otro al que se hubieran dirigido
de no existir ese “condicionamiento” tributario.
Quiero decir que esta tendencia es contraria a las finalidades de la UE, que precisamente porque
persigue esas libertades dentro del principio de competencia económica con igualdad de
oportunidades, ha generado un predominio creciente del principio de neutralidad económica de
origen fiscal. La intensificación de esta tendencia es imputable, sobre todo, a Tribunal de Justicia
de las CCEE, que cada vez ve con mayor recelo los supuestos de discriminación de origen fiscal
que afecten a aquellas libertades.
La UE hubiera podido evolucionar en otro sentido, dejando a cada Estado actuar, bajo su
responsabilidad, con amplia libertad tributaria. Pero no sería la U.E. sino otra cosa. Pues aquí se
trata de obtener un ámbito europeo en el que los agentes económicos puedan actuar como si se
encontrasen “en un mismo Estado”, en un territorio con las mismas “reglas de juego jurídicas” a
efectos económicos, y ya se comprende que las fiscales son unas reglas de juego muy importantes.
La soberanía tributaria de los Estados miembros está reduciendose a ojos vistas, desde que se creó
la CEE, y ahora de manera más intensa. Que en el interior de España se introduzca o incremente
una política diferenciadora por territorios es muy saludable desde muchos puntos de vista, pero sus
capacidades reales serán limitadas, como contraria a la tendencia de la Unión Europea, en los
puntos en que puedan quedar afectados los fines y requisitos básicos de la misma. Si el Estado
pierde soberanía tributaria, también la perderán esas entidades territoriales que en él se integran, en
la medida, repito, en que se trate de medidas tributarias de previsible efecto distorsionador, y que
son muchas de las posibles.
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