SOCIEDAD Y ECONOMÍA DEL SIGLO XIX. 1. Economía. Hay una recuperación casi ininterrumpida, permitida por largos períodos de paz, y estimulada por el tendido de red ferroviaria nacional y por las inversiones de capital extranjero en nuestro país. Ciertamente no se da, en la España del segundo tercio del siglo XIX, una incorporación activa y resuelta a las grandes corrientes de la economía y del comercio mundiales; España no deja de ser, en el conjunto europeo, una potencia económicamente secundaria Pero es evidente la restauración económica del país, después del ciclo de agotadoras luchas con que se había iniciado el siglo XIX. La revolución de 1868 (si bien parcialmente motivada por la crisis económica y financiera del año 66, de notable repercusión en España), no interrumpirá, por sí mis la, la fase ascendente de la economía española, iniciada tras la crisis de 843 −rápidamente superada −, y llamada a prolongarse en muchos aspectos hasta los años ochenta. 2. En el orden social y político, estamos ante una época de predominio de la burguesía y de las clases medias. El absolutismo, y la configuración estamental de la sociedad y del Estado que el absolutismo entrañaba, han sido vencidos definitivamente en el último decenio del período anterior; el Estado liberal propugnado por la revolución burguesa, en el cual no se distinguen «estamentos» sino "clases", es ya, desde el desenlace de la primera guerra carlista, una realidad irreversible. Ahora bien, la sociedad española encuadrada en el nuevo Estado liberal presenta una distribución de fuerzas, una dosificación de elementos, que la hacen bastante distinta de las sociedades encuadradas en los otros Estados europeos occidentales. En primer lugar, la burguesía española es débil; las clases medias, separadas de la burguesía en sentido estricto por una frontera indecisa, solidarias dé esta última en el proceso de la revolución liberal, son débiles también en un país esencialmente rural como es el nuestro; en consecuencia, ambos sectores sociales habrán de recurrir al Ejército, que es el que ha hecho posible su victoria sobre el absolutismo, para consumar su obra. En segundo lugar, en España no hay todavía lo que ya comienza a haber en Europa occidental: un proletariado urbano encuadrado en un movimiento obrero consistente. En tercer lugar, la aplicación de las leyes desamortizadoras consumará la proletarización de una numerosísima población campesina, en el sur de la Península. En el seno de las fuerzas que han llevado a cabo la revolución liberal, se destacan dos núcleos bien caracterizados social y espiritualmente. Por una parte, la burguesía en sentido estricto (terratenientes absentistas enriquecidos por la Desamortización, altos funcionarios, hombres de negocios, fabricantes, etc.) y el sector más distinguido de las clases medias (profesiones liberales, propietarios, jefes y oficiales del ejército) se integrarán, por lo general, en el partido moderado. Los estratos inferiores de las clases medias (pequeños comerciantes, artesanos, clases del ejército, empleados inestables, etc.) constituirán, por el contrario, la base social del partido progresista. El conflicto entre moderados y progresistas señala la dialéctica política del período. Los moderados gobernarán durante toda la mayor edad de Isabel II, con una u otra etiqueta política, excepto en el llamado «bienio progresista». Los progresistas, que no dispondrán de un equipo adecuado de hombres de gobierno, impedirán con su persistente fermento revolucionario que la corrupción y el inmovilismo en que desemboca el gobierno de los moderados se hagan crónicos. El movimiento progresista desembocará en la situación revolucionaria de 1868−74, en la cual participará activamente, al servicio de la idea republicana federal, el proletariado de las fachadas levantina y meridional de la Península. 1