2 – EL FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA LIBERAL: CORONA, PARLAMENTO, PARTÍDOS POLÍTICOS El régimen liberal-burgués español se consolidó tras eliminar el peligro carlista. La burguesía hispana es consciente de su propia debilidad, por lo que no dudó en establecer una alianza con la alta nobleza, con la monarquía como árbitro de esa alianza. Se respetaron las propiedades de la nobleza, se eliminaron las limitaciones a la libre disposición de sus bienes (abolición del Mayorazgo), se le permitió una participación en el ejército y en el poder legislativo a través de un Senado aristocrático. Una vez conquistado el poder, la burguesía se dedica a consolidar el nuevo orden social, proteger las conquistas del régimen liberal contra la reacción carlista y la subversión de las clases populares, sin arriesgar en experimentos radicales, sin dudar en recortar las libertades en aras del orden y la propiedad, y dando la espalda en todo momento a las aspiraciones populares. Asentar un liberalismo conservador que reformara el Estado en beneficio de la burguesía y restringiera la participación política a los propietarios y rentistas. La expresión de este régimen era la Monarquía Constitucional, en la persona de Isabel II. Los pilares básicos de este sistema son: - La Corona: las Constituciones moderadas contemplan la Soberanía compartida o conjunta entre la Corona y las Cortes. La Corona estaba dotada de amplios poderes, comparte el legislativo con las Cortes y ostenta el ejecutivo. Es la plasmación de la doctrina política del liberalismo conservador: la monarquía como el poder moderador entre las distintas facciones políticas. El problema vino con el intervencionismo de Isabel II, y su claro partidismo hacia las opciones conservadoras. - El Parlamento: expresión de la Soberanía nacional, tiene en teoría el poder legislativo. Elegido mediante sufragio censitario, las distintas leyes electorales podían ampliar o restringir el derecho de voto, según interesase que el parlamento representase sólo a la gran burguesía terrateniente, o incluyese a la media-baja burguesía, pero siempre (incluso con los progresistas) dejando fuera del derecho de voto al pueblo. La existencia de un parlamento bicameral, con un Senado aristocrático designado por la reina dio al régimen liberal español un mayor conservadurismo, al tiempo que quedaba plasmada la alianza entre burguesía y alta nobleza. - El sistema de partidos políticos: Todo régimen representativo debe tener un mecanismo para la elección de los representantes de la soberanía. En los regímenes liberales del XIX este mecanismo es la existencia de partidos políticos. El sistema de partidos se fragua en España en los primeros años del régimen liberal (en las Cortes de Cádiz y el Trienio habían existido tendencias, no partidos). Estos partidos no funcionaban como los de hoy, sino que en realidad eran agrupaciones de personalidades alrededor de algún líder, generalmente un militar, sin programas claramente elaborados, sino corrientes de opinión o tendencias ideológicas vinculadas con intereses personales o económicos. El sufragio censitario y la falta de tradición democrática hicieron que estos partidos se comportasen como “camarillas” de amigos que en ningún momento tuvieron en cuenta la voluntad del pueblo. Los 2 grandes partidos de la época isabelina fueron: - Moderados: Grupo muy heterogéneo, formado por terratenientes, comerciantes, nobleza. Partidarios de la Soberanía compartida con la Corona, a la que dotaron de amplios poderes (ejecutivo, disolver las Cortes, nombrar a los ministros y a los senadores). Defensores a ultranza de la propiedad y el orden. Partidarios de un sufragio censitario muy restringido que impidiese el acceso a la política no sólo de las clases populares, sino también de las clases medias, cuya ideología juzgaban demasiado radical. Para mantener el control sobre las clases bajas se mostraron partidarios de limitar las libertades y derechos, como la libertad de prensa, de opinión, reunión y asociación. También eran partidarios de mantener una cierta presencia de la Iglesia en la sociedad, por lo que se decantaban por un Estado confesional, católico. Contaron con el apoyo de la Corona, parte del ejército y la vieja nobleza. - Progresistas: Representaban a la media y baja burguesía, y a sectores de la burguesía industrial y financiera. Defendían el principio de la Soberanía Nacional, no compartida con la Corona, el parlamento adquiría todo el protagonismo político, y se recortaban las atribuciones del rey. Sabedores de que su base social era más amplia, defendían el sufragio censitario pero más extendido, así como un mayor protagonismo de los Ayuntamientos (libremente elegidos) y la Milicia Nacional. Eran partidarios de declaraciones de derechos y libertades más amplias, lo que les hizo tener más apoyo entre la media y baja burguesía, pero también entre la oficialidad media del ejército, las profesiones liberales, e incluso entre los artesanos y trabajadores mejor situados. Fueron apareciendo otros partidos, pero su presencia e influencia durante la época isabelina fue residual: - Partido Demócrata: escindido del progresista, nace en 1849. Defendían el sufragio universal masculino, la ampliación de las libertades públicas, y un mayor intervencionismo del Estado en la enseñanza y la asistencia social. Partidarios también de disminuir las desigualdades sociales, no es un partido socialista ni obrero, sino de la burguesía radical. A pesar de ello, y dado que estaban prohibidas las asociaciones obreras, contaron con el apoyo de los trabajadores. - Unión Liberal: escindido del moderado en 1854, se presentó como el partido bisagra entre las diferencias de moderados y progresistas. Atrajo a los progresistas más conservadores y a los moderados más avanzados, pero más cercano a los moderados. - Con la crisis de la monarquía isabelina aparece el Partido Republicano. Creado en 1855, es similar al demócrata, pero partidario de la república, era aún más minoritario Dado que es el principal poder coercitivo, el ejército tuvo una gran influencia en la vida política, sus generales se convertían en líderes de los partidos políticos (Espartero, Narváez, O’Donnell, Prim), los comandantes del ejército expresaban libremente sus opiniones políticas, y cuando una situación no les gustaba se “pronunciaban” por un cambio político (cuartelazos), y dependiendo del éxito de ese pronunciamiento conseguían sus objetivos o no. Dichos pronunciamientos no perseguían la instauración de dictaduras militares, sino que eran el brazo armado de conspiraciones políticas con el objetivo de cambiar el gobierno, no el sistema. La sociedad española se acostumbró a que los cambios políticos no venían con las elecciones (casi imposible, dado el apoyo constante de la monarquía a los moderados) sino con los “pronunciamientos” militares. Este intervencionismo del ejército es una prueba más de la debilidad de un sistema que daba la espalda al 90 % de la población, y que en todo momento temía la respuesta popular, frente a la que siempre se podía contar con la fuerza militar. Como el pueblo no tenía ningún medio de expresarse, en los momentos de crisis surgían instituciones (cuyo origen se encuentra en la Guerra de Independencia) que permitían canalizar su opinión: - Las Juntas: surgen en momentos de crisis económica y social, y cuando la monarquía y los moderados no responden a las expectativas populares y de la baja burguesía. Se constituyen de modo espontáneo y se atribuyen la voluntad popular. Aparecen por todo el territorio español, y en ocasiones llegaron a forzar cambios de gobierno, como en 1835, 1836, 1840, 1854 o 1868, propiciando la llegada al poder de los progresistas. - La Milicia Nacional: surgida en 1808, las Cortes de Cádiz la transformaron en una fuerza militar alternativa al ejército regular. Responde a la idea liberal de la implicación de todos los ciudadanos en defensa de la soberanía nacional. Estaba dominada por la baja burguesía, y por tanto respondía a planteamientos ideológicos progresistas que la utilizaron como su brazo armado hasta su disolución en 1844. Todos sus miembros eran ciudadanos, iguales, sus oficiales eran electos, y su mando elegido por el alcalde. B – EL NUEVO PAPEL DE LA EDUCACIÓN, EL EJÉRCITO Y LA IGLESIA Uno de los derechos reconocidos en todas las Constituciones era el de recibir una educación primaria básica. Este derecho estuvo muy lejos de tener una aplicación real entre las clases más bajas, especialmente entre el campesinado, por no hablar de las niñas, cuya obligación era aprender a llevar una casa, no saber leer ni escribir. Para el nuevo régimen liberal, en cuya base ideológica se encontraba el concepto de Soberanía Nacional, era muy importante crear una conciencia de Nación, y eso sólo se podía hacer a través de la educación. Al mismo tiempo el atraso económico y tecnológico sólo podía solucionarse a través de la implantación de un sistema educativo. La clase dominante, la burguesía agraria, centralista y castellana se encontró con que la idea de nación que ellos defendían tenía muy poco arraigo. En efecto, la idea política de “España” tenía muy poca tradición histórica (desde 1713), mientras el carlismo había resucitado la vieja idea del foralismo y las nacionalidades históricas (idea que retomaron los movimientos regionalistas o nacionalistas de finales de siglo). Por eso se hacía hincapié en los factores de unidad hispánicos, no en los de la pluralidad, fomentando un “nacionalismo español” al tiempo que se intentaba crear toda una “mitología” de las grandezas de la nación española que fuera capaz de arrastrar a las mentes menos críticas: empezó a hablarse de la resistencia “hispana” contra la invasión romana (Viriato, Numancia), o su favorito, el de la resistencia contra la invasión musulmana y la reconquista (D. Pelayo, Covadonga, El Cid, etc.), se creó el mito del primer reino “español” visigodo y sus herederos del Reino de Castilla-León, el mito de la “unidad española” con los RRCC, el mito de la “grandeza” de los imperios “españoles” de Carlos I y Felipe II, etc. No obstante, fueron poco hábiles a las hora de crear unas señas de identidad comunes: la bandera (1857), un himno sin letra...etc. La revolución burguesa significó el fin del monopolio nobiliar sobre los cargos militares. Se dio entrada en la oficialidad a todos los ciudadanos, especialmente a los hijos de la burguesía, y se creó el servicio militar obligatorio (aunque con las quintas, que permitían a los más ricos evitar su ingreso en el ejército). Por tanto este nuevo ejército respondía a los mismos esquemas que la nueva clase política, dominado por la nobleza y la burguesía. Por eso el ejército fue un defensor más del régimen liberal, y por eso en su seno vemos las dos ideologías dominantes entre la burguesía: moderantismo y progresismo. Fue un ejército que apoyó los principios del liberalismo, pero en su vertiente moderada. Dado que es el principal poder coercitivo, el ejército tuvo una gran influencia en la vida política, sus generales se convertían en líderes de los partidos políticos (Espartero, Narváez, O’Donnell, Prim), los comandantes del ejército expresaban libremente sus opiniones políticas, y cuando una situación no les gustaba se “pronunciaban” por un cambio político (cuartelazos), y dependiendo del éxito de ese pronunciamiento conseguían sus objetivos o no. Dichos pronunciamientos no perseguían la instauración de dictaduras militares, sino que eran el brazo armado de conspiraciones políticas con el objetivo de cambiar el gobierno, no el sistema. La sociedad española se acostumbró a que los cambios políticos no venían con las elecciones (casi imposible, dado el apoyo constante de la monarquía a los moderados) sino con los “pronunciamientos” militares. Este intervencionismo del ejército es una prueba más de la debilidad de un sistema que daba la espalda al 90 % de la población, y que en todo momento temía la respuesta popular, frente a la que siempre se podía contar con la fuerza militar. La Iglesia perdió su patrimonio económico (tierras, inmuebles, diezmos), su capacidad jurídica sobre los campesinos, y su influencia política. El partido moderado siempre consideró que debía tener buenas relaciones con Roma y con la Iglesia española, por lo que firmó el Concordato de 1851, por el que España era un Estado confesional, católico, y el Estado se comprometía al mantenimiento del clero y el culto católicos. La reina y su camarilla eran también grandes defensores del papel de la Iglesia. Entre la sociedad española la Iglesia seguía siendo muy importante, y no perdió la ocasión de influir sobre los creyentes, siempre a favor de las opciones más conservadoras (los progresistas fueron los que le arrebataron su patrimonio). Ese alineamiento con los conservadores provocó que dentro de la sociedad surgiera un sector claramente anticlerical, al considerar que la Iglesia siempre estaba del lado de los poderosos para mantener su riqueza y poder, lo que derivó, sobre todo ya en el XX en frecuentes explosiones de ira popular anticlerical.