Josep Maria PONS, Moderats i progressistes a la Lleida del segle

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bloque único. El que suscribe estas líneas, «de la Provincia» al fin y al cabo, no
entiende muy bien cómo se puede equiparar directamente la opinión y los intereses de la elite urbana, un grupo reducido por definición, con los del conjunto de
los habitantes de la ciudad. En cualquier caso, la obra merece una lectura atenta,
hay páginas brillantes en la misma y síntesis de calidad sobre algunos periodos
poco analizados hasta ahora. Además de marcar un hito en la historiografia sobre
San Sebastián, su lectura dejará satisfecho al aficionado a la historia. En lo que se
refiere al historiador profesional provocará múltiples sugerencias, hipótesis de
trabajo y nuevos campos de actuación. Yo creó que es lo máximo a lo que puede
aspirar una obra de historia.
Mikel Aizpuru Murua
Josep Maria PONS, Moderats i progressistes a la Lleida del segle XIX,
1843-1868, Lleida, Pages Editors, 2002, 430 pp., ISBN 84-7935-909-9.
A los que desde fuera de Cataluña (en mi caso desde Galicia) contemplamos
la vitalidad que en el Principado tienen las investigaciones de lo que, con tanta indefinición como cierta carga despreciativa, se suele denominar historia local, nos
asalta siempre una sana envidia cada vez que uno de sus productos llega al mercado historiográfico. En el caso que ahora nos ocupa de J.M. Pons, estamos ante
un ejemplo más de cómo a partir de un estudio concreto es posible realizar una
aportación sustancial al conocimiento de lo que históricamente ha sido la configuración del Estado liberal españoL combinando un empleo y un conocimiento
exhaustivo de las fuentes disponibles (desgraciadamente no siempre todo lo completas que sería de desear para dar respuesta al caudal de interrogantes que el autor les plantea), con un enfoque teórico que lejos de limitarse al análisis de una situación concreta lo que busca es plantear hipótesis sugestivas y encontrar
explicaciones convincentes para cuestiones que trascienden por sus contenidos e
implicaciones el limitado marco de la Lleida decimonónica. De esta forma, el autor en lugar de conformarse con un recorrido al uso por las peripecias que durante
los años isabelinos acontecen a moderados y progresistas en el entorno leridano,
lo que hace es guiar su repaso por las alternativas políticas puestas en marcha durante estas décadas a partir de cuestiones que se encuentran en el seno mismo de
las interrogantes de mayor calado respecto de la evolución política del Estado liberal en estos sus años de gestación. Se plantea, así, temas de tanta envergadura
como la existencia de diferentes idiomas liberales con capacidad para generar adhesiones en grupos socialmente heterogéneos y hasta contrapuestos en su definición y en sus objetivos, la no equivalencia política (ni ideológica, ni social) entre
moderados y progresistas, las razones que pueden ayudar a entender la fuerza del
progresismo en una población como Lleida que el tópico sitúa a la altura del arquetipo de localidad provinciana. políticamente plana e ideológicamente inerte,
las repercusiones locales de un Estado que se está construyendo a partir de unos
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principios férreamente centralistas por completo desatentos e insensibles ante iniciativas de progreso originadas en la periferia y que pugnan por hacerse realidad,
lo inadecuado de realizar presentaciones apresuradas y mal informadas basadas
en el equívoco de señalar la existencia de una única oligarquía con intereses comunes que domina por completo la vida política local, cuando lo que existen son
grupos que actuando desde similares posiciones privilegiadas sin embargo defienden proyectos y sustentan planteamientos políticos diferentes entre sí, o la valoración que merece la actividad desarrollada por ese experimento político tan peculiar que representa la Unión Liberal, son algunas de las cuestiones que sirven de
armazón al trabajo de Pons y que lo conectan directamente con tantos otros que,
igualmente desde el conocimiento de realidades concretas, se interrogan sobre aspectos iguales o similares a éstos.
El análisis de ese pórtico de entrada a la contemporaneidad que supone la
quiebra del Antiguo Régimen permite al autor situar su investigación sobre unas
bases de partida ya muy claras y definidas. En coincidencia con una argumentación que en los últimos años ha venido ganando cada vez más adeptos, defiende
la trascendencia y la profundidad de los cambios habidos durante estos años bisagra de comienzos del XIX, apoyándose para ello tanto en sus propias pesquisas
como en otras investigaciones de historia socioeconómica que han tenido a Lleida
como protagonista. El ascenso que en este tiempo experimentan sectores del comercio y la menestralía, así como las no pocas dificultades que encuentran representantes de las elites tradicionales procedentes del Antiguo Régimen para mantener su posición, le sirven para defender la existencia de una Revolución
Burguesa que incluye transformaciones de calado en la estructura social. La originalidad que preside la evolución política leridana se deja sentir ya desde los primeros momentos del nuevo régimen liberal, con un dominio progresista del poder
municipal que se extiende desde 1837 hasta 1844. Aportar una explicación convincente a este poderío (que tendrá un segundo y dilatado episodio entre 1858 y
1866 coincidiendo con la etapa de gobierno de la Unión Liberal, en Lleida monopolizada por los hombres de Pascual Madoz, su representante en Cortes) es uno
de los retos de la investigación, que se resuelve acudiendo a las características de
la estructura social de la ciudad que, más allá de una realidad muy condicionada
por un entorno rural, presenta en su seno un abigarrado conjunto de pequeños
propietarios, artesanos y comerciantes ideológicamente próximos a los postulados
progresistas, destacando igualmente la importancia que en esta orientación tiene
tanto la oposición a un centralismo que ahoga las iniciativas locales (prototípicamente representado por los moderados) como la herencia, en forma de movilidad
social y de agitación de las conciencias, que habían dejado los agitados años del
principio de la centuria.
En línea con lo anterior, a lo largo de las páginas del libro alienta un sano revisionismo respecto del papel jugado por los progresistas dentro del complejo escenario definido por el Estado liberal en construcción. Demasiado a menudo el
protagonismo ha recaído casi con exclusividad en los moderados, hacedores supremos de las formas estatales tal y como se presentan a la altura de 1868, un papel que a partir de 1874 se convertía prácticamente en un monólogo protagoniza-
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do por Cánovas quién, especialmente en los escritos de según qué historiadores,
poco menos que asumía las funciones de un demiurgo que en su afán creador incluso había generado a sus oponentes liberal-fusionistas. Al igual que para el caso
de la biografía de Sagasta ha señalado Milán García (2001), también 1.M. Pons
incide en el aspecto «moderno y burgués» de los progresistas leridanos, en su
afán por transformar las estructuras urbanas de la ciudad, en el proyecto modernizador que abanderan. Un proyecto, es cierto, cargado todavía de elitismo, claramente desconfiado frente a las clases populares (no en vano, a partir de los años
60, se desarrolla en L1eida una corriente demócrata y republicana más cercana a
los requerimientos populares que será capaz de copar la representación de la provincia en la Cortes Constituyentes de la Gloriosa) y preñado de componentes moralizadores, pero que con todas sus deficiencias fue el único con la suficiente intención y resolución como para plasmarse en un impulso a la realización de obras
públicas y el único con capacidad para atraer al sector más activo e innovador de
las clases respetables de la ciudad. Siguiendo igualmente tendencias bien actuales, el autor apuesta claramente por marcar las diferencias que separan a moderados y progresistas, rompiendo así con una tradición que desde hacía años venía
poco menos que a equiparar política e ideológicamente a unos y otros en función
de una común adscripción elitista. una tentación en la que no pocos (hay que confesarlo) hemos caído. Como muy bien señala Pons, el hecho de que para participar en la dinámica electoral de estos años hubiese que cumplir una serie de requisitos socioeconómicos a los que únicamente una minoría podía llegar, no debe
implicar una lectura apriorhtica en la que todos estos actores políticos privilegiados aparezcan como guiados por idénticos objetivos y por iguales motivaciones.
Ciertamente, todos forman parte de la elite social, pero incluso aquí es posible señalar campos no tanto radicalmente opuestos como matizadamente distintos:
frente a una mayoría de comerciantes. menestrales y profesiones liberales que se
alinean con los progresistas, son nobles. propietarios importantes, miembros del
clero y sectores del campesinado acomodado los que lo hacen con los moderados,
si bien no es menos cierta la presencia de situaciones mixtas que impiden realizar
una rotunda y simple clasificación en la que cada agrupación política se empareje
con su correspondiente nicho socioeconómico. Mucho más nítidas son las diferencias en el nivel de la ideología y de la praxis política cotidiana, lo que no hace
sino confirmar y ampliar las distinciones que se sustentan ya no sólo en el aspecto de la definición social sino también en el de la actuación, en lo que efectivamente hacen cuando gobiernan. un aspecto éste a todas luces fundamental para
una correcta comprensión y valoración de la clase política isabelina.
Quizás sea en la excesivamente plana y poco matizada descripción de los moderados leridanos donde la investigación pierda uno de sus atributos principales
cual es el gusto por el matiz, por señalar los claroscuros que definen las situaciones históricas evitando visiones simplistas en blanco y negro que casi nunca responden a la realidad. Frente a una atención y un análisis especialmente agudo y
pormenorizado de las políticas progresistas señalando con claridad sus objetivos,
límites y actuaciones, el que se ofrece de los moderados responde a unos criterios
mucho más limitados en cuanto la descalificación de su gestión y de su incapaci-
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dad para atraerse apoyos sociales es prácticamente absoluta (en lo que sin duda
influye su carácter extremista en cuanto cercanos al carlismo y a las posturas más
reaccionarias dentro del propio moderantismo), dependiendo por completo del
auxilio del gobierno para lograr hacerse con parcelas de poder tanto municipales
como provinciales. Evidentemente no estoy negando que tal valoración sea la
más adecuada a partir de la documentación consultada, pero el lector no podrá
menos que echar en falta la misma finura y el mismo puntillismo que se aplica a
la investigación de los progresistas cuando ésta se centra en sus contrarios. Para
finalizar, sólo un par de apuntes más. Por un lado, destacar una aportación muy
sugerente a aplicar en el estudio de las pautas que marcan las relaciones entre poder central y poderes periféricos, en el sentido de no contemplarlas en forma de
binomio en el que sólo cabe la colaboración más sumisa o el enfrentamiento
abierto, sino como un campo más dilatado dentro del que la existencia de líneas
de fractura sociopolíticas en el ámbito local permiten al gobierno central maniobrar para elegir sus aliados en el nivel municipal y provincial. De esta forma se
evitarán juicios apresurados en los que da la impresión de que es lo local como un
todo homogéneo el que se enfrenta a determinadas disposiciones emanadas del
centro, cuando la realidad suele ser mucho más compleja y mucho más impura.
Por último, una simple sugerencia que poco o nada tiene que ver con los indudables méritos historiográficos de la obra de lM. Pons: el que el libro esté escrito
en catalán no debería ser disculpa para esquivar su lectura sino que, bien al contrario, el afrontarla sin duda que contribuirá a comprender mejor la realidad de
este Estado plurinacional y plurilingüístico en el que nos ha tocado convivir y
que trabajos como el reseñado contribuyen decisivamente a valorar en su correcta
dimensión histórica.
Xosé R. Veiga Alonso
Pedro OLIVER OLMO, Cárcel y sociedad represora. La criminalización del desorden en Navarra (siglos XVI-XIX). Servicio Editorial de la
Universidad del País Vasco. Bilbao, 2001 (393 pp.).
Las formas complejas del castigo y las dinámicas de criminalización social comienzan a ser investigadas de forma adecuada. El ensayo de Pedro üliver se sitúa
en esta perspectiva. Desde su presentación tiene a gala autoproclamarse socioestructural, lo que en la práctica supone una propuesta de historia analítica, proyectada teórica y dialécticamente. Dividido en cuatro bloques, el apartado inicial evalúa
todas las reflexiones que sobre las estructuras punitivas han generado las ciencias
humanísticas en los últimos decenios. Calibrando aportaciones, refutando planteamientos y dimensionando modelos, conceptos y teorías explícitas, teje su objeto de
estudio (la cárcel navarra), estructura sus contextos históricos en la larga duración
(la formación de la sociedad represora durante el Antiguo Régimen y el Estado liberal decimonónico) y analiza las experiencias y las acciones, los acontecimientos
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