En peligro Betty y sus hermanas http://eltiempo.terra.com.co/hist_imp/HISTORICO_IMPRESO/OPINION_HISTORI CO/2005-03-30/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_HIST-2021267.html POR DANIEL SAMPER PIZANO El TLC y las telenovelas "miamizadas" podrían acabar con un género en el que Colombia sobresale. Pero sigo siendo el rey, Caballo viejo, Azúcar, Café, Pedro el escamoso y Yo soy Betty la fea, entre otras, marcaron una época en la televisión de América Latina y configuraron el exitoso perfil de la telenovela colombiana. Eran obras originales en sus tramas, inteligentes en la creación de personajes, vivas en sus diálogos, aceitadas por el humor, generosas en exteriores, pulcras en realización e interesantes en la narración de costumbres. Participaban de las características básicas del género lacrimógeno: situaciones melodramáticas, tensión entre protagonistas y antagonistas, búsqueda de una meta esquiva, ilación a través del suspenso, datos secretos compartidos con los televidentes... Pero rompían esquemas y demostraban lo que ya sabía la literatura: que la medida de lo universal no se consigue ensanchando sino ahondando. De este modo, situaciones tan peculiares como las de un villorrio caribe, el cultivo y exportación de un producto básico o una oficina urbana se convertían en laboratorio de episodios humanos capaces de afectar las emociones de cualquier espectador ruso o chino. De la universalidad de estas obras habla su suceso en el mundo entero. Y de la dignidad de sus herramientas, el hecho de que guionistas, directores y artistas fueron fieles a un lenguaje local que nunca impidió su comprensión, y más bien resultó divertido estímulo para los hispanoparlantes, que descubrieron a través de ellas un rico mundo de acentos y significados. Las mejores telenovelas colombianas conservaban una distancia irónica con la banalidad general de la producción, y se daban el lujo de subvertir y elevar el género a base de talento. Aquellas obras, que encantaron por igual a amas de casa e intelectuales (en España eran plato favorito de escritores como José María Guelbenzu, Elvira Lindo y Antonio Gala), demostraron que la telenovela no es un modelo desdeñable, y que, así como hay buenas óperas y malas óperas, buenos poemas y poemas malos, también puede haber buenos culebrones (una minoría, como las buenas óperas o los buenos poemas) y culebrones deplorables. Muchos analistas vieron en ellas un fascinante testimonio de cultura popular, y los gerentes, dichosos, descubrieron en Betty y sus hermanas un artículo que reportaba apetitosas utilidades. Lamentablemente, su éxito disparó los jugos gástricos de los empresarios globalizadores. Y no tardaron en surgir en Miami los que estaban decididos a "optimizar al máximo las ganancias" (matar la gallina) aunque para ello fuera preciso "revisar los elementos limitantes" (rebajar la calidad de los huevos). De este modo, en los últimos años ha surgido un nuevo tipo de telenovela que recupera los esquemas vulgares y tira por la ventana todo valor que mengüe las ganancias inmediatas: el sabor local, los personajes un tanto complicados, el lenguaje que transmite categorías regionales, sociales o educativas. La fórmula es reducir diferencias y ampliar ganancias. Ahora, los actores de todo el continente deben hablar una jerigonza mexicanoide empobrecedora y uniformadora, que aspira a ser la norma española de lenguaje de la televisión hispánica. Y, como si fuera poco, la industria audiovisual de Estados Unidos pretende sacar del mercado a quienes no acojan sus recetas. En ellas, por supuesto, no hay lugar para Escamosos ni Peliteñidas, pues, por simpáticos y lucrativos que estos personajes sean, ya un ejecutivo tele-miamizador los descalificó al decir que con tipos menos locales -es decir, bien planitos- se habrían obtenido mayores beneficios económicos. ¿A dónde creen ustedes que corrieron a blindarse los que quieren saquear la veta abierta por los productores latinoamericanos? Al TLC, naturalmente, que es el bulldozer del imperio económico. No contentos con desplazar a las producciones nacionales en el exterior, Estados Unidos aspira a quebrarle el mercado interno a la industria cultural de nuestros países. Para ello aspira a que el TLC rebaje aún más las barreras de protección que, en medio del cuasi monopolio norteamericano, todavía permiten medio respirar a las telenovelas, el cine y otras manifestaciones de nuestra identidad. Paulo Laserna, presidente del Canal Caracol, asegura que "el TLC nos quiere sacrificar" y que, de aceptarse las exigencias de los negociadores de Washington, "la televisión colombiana perdería su personalidad y constaría de noticieros, películas gringas y telenovelas mexicanas coproducidas en Miami" (Cromos, 14 de marzo). También los principales actores y actrices colombianos han pedido en carta al Gobierno nacional "que se garantice dentro de ese tratado una reserva cultural que le permita al país establecer políticas culturales a futuro, políticas amplias de estímulo y desarrollo de la producción, distribución y consumo de bienes culturales, del trabajo de los escritores, actores, músicos, publicistas y, en general, de todos los creadores colombianos." De esas políticas dependen en nuestro país 3.000 familias, entre ellas la de Beatriz Pinzón Solano y el doctor Salinas. Si los negociadores colombianos del TLC no se ponen las pilas, nos invadirán unos dramonones estereotípicos ensamblados en español neutro, que serán a las telenovelas lo que los desechos de pollos son a los pollos. [email protected]