lecturas 3 Ética y estética del arte de tapa TALLER DE DISEÑO EN COMUNICACIÓN VISUAL 3C / FILPE / FBA / UNLP Por MaximilianoTomas Estuvo un par de días en el escritorio, y lo terminé abriendo de casualidad, casi por descarte, tratando de superar esa barrera infranqueable que establece, entre objeto y lector, un diseño de tapa tan errado: la foto del autor virada al sepia, encendiendo un cigarrillo; marrones, ocres y negros conviviendo forzadamente, y una tipografía blanca, chillona y torpe. A pesar de todo, La verba infamada, recopilación de artículos periodísticos de Jorge Dorio, no está mal –lo que hace doblemente culpables a los editores. Antes de ejercer como estrambótico apuntador intelectual en Gran Hermano, Dorio hizo radio y tevé con Martín Caparrós (Sueños de una noche de Belgrano y El monitor argentino), y juntos fundaron la mítica revista literaria Babel. Hay, en el libro, dos piezas imperdibles: una crónica titulada Cocaína. Un día, un dealer, y una entrevista al siempre esquivo César Aira, cuando todavía no había inundado los patios de la literatura argentina con decenas de novelas. Aira, que por entonces sólo había publicado La luz argentina y Ema, la cautiva, ya se declaraba prescindente de cualquier enunciación (“No tengo nada que decir; la literatura está fuera del sentido”) pero, divertido, recomendaba a sus autoras favoritas (Jane Austen, George Eliot, Ivy Compton Burnett, Murasaki Shikibu, Sei Shonagon, Marguerite Duras), y afirmaba no sólo estar a favor de las camarillas literarias sino también de reseñar elogiosamente los libros de los amigos. Pero, al margen de este tipo de casualidades, lo cierto es que con los libros sucede como con los seres humanos: el primer acercamiento suele ser, casi siempre, físico. Hay –o debería haber– en la tapa de cualquier libro, una declaración de principios del editor, una convocatoria, un llamamiento. Algunas editoriales independientes argentinas saben que las tapas son fundamentales, y le dan al paratexto –la portada, la contratapa, las solapas, el diseño de interior: los blancos, las cajas, la elección tipográfica– la misma importancia que al propio texto. Los buenos editores no sólo piensan libros, construyen catálogos, y una colección donde enmarcarlas. Es ahí donde entra el diseño, fundamental para rubricar una idea: las irresistibles tapas amarillas de Anagrama, las negras de Tusquets, las sofisticadas ediciones de Siruela o El acantilado (casualmente o no, cuatro sellos catalanes). Frente a la avalancha de novedades mensuales, un lector sagaz se deja guiar casi exclusivamente por estos guiños: “La marca editorial como contraseña”, como los define Jorge Herralde. ¿Se preocupan los autores por las portadas de sus libros? Si no lo hacen, deberían. Franz Kafka, por ejemplo, le escribió varias veces a su editor, Kurt Wolff, para que se abstuviera de ilustrar la tapa de La metamorfosis con la imagen de un insecto. El año pasado apareció un libro curioso: Listos para leer. Diseños de libros en España. Allí, Sergio Vila-Sanjuán, coordinador durante diez años del suplemento literario de La Vanguardia, se pregunta en el artículo Las cubiertas: incidencia, atractivos, autoría: “¿Hasta qué punto influye la apariencia externa de un libro en la atención que van a dedicarle los suplementos literarios?”. Y termina por afirmar: “La cubierta es el escaparate del libro, la emanación de su espíritu. Un libro bueno no debería permitirse tener malas cubiertas, y a la inversa, es raro encontrar un libro realmente malo que tenga una cubierta realmente buena”. ¿Por qué no editar algo así como un tratado éticoestético sobre el diseño de tapas? No sería yo el único, arriesgo, al que le gustaría tenerlo en su biblioteca. Extraído de Perfil Cultura. Domingo 24 de junio de 2007