08.02.54.

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Estilos de crianza983 41 21 11
El ejercicio de la autoridad, siempre que venga acompañado de la comprensión y el
afecto, ayuda a formar a unos hijos responsables, autónomos, felices y más seguros
de sí mismos
JOSÉ MARÍA ROMERA/ILUSTRACIÓN: MARTÍN OLMOS
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Lejos quedaron los tiempos en que padres y madres disponían de códigos
culturales infalibles para la educación de sus hijos. Cada sociedad, en cada
tiempo histórico y de acuerdo con las creencias o la visión del mundo de su
entorno, tenía diseñadas unas pautas de comportamiento que en cierto modo
garantizaban el éxito en el proceso de formación. Pero esos patrones,
generalmente basados en el recurso a la autoridad y en la imitación de
costumbres heredadas, ya han dejado de ser útiles.
El concepto de autoridad ha sucumbido frente a valores positivos (la tolerancia,
la persuasión) y también ante otras fuerzas más perjudiciales (el falso
igualitarismo, el abandono de la responsabilidad). En cuanto a la costumbre, es
evidente que nadie aprueba ya que sus hijos reciban la educación que ellos
recibieron, aunque a la hora de la verdad sea difícil dar con recetas alternativas
más válidas que las conocidas y muchos acaben reproduciendo ante sus hijos
los comportamientos de sus progenitores.
Hay mil maneras de educar, pero en la variedad está la incertidumbre. Todos
se preguntan cómo educar a los hijos sin encontrar una respuesta que
garantice al cien por cien el éxito de su empeño. Lo que antaño se
consideraba, un tanto frívolamente, como una habilidad inherente a la
condición de madre o padre, una ciencia infusa adquirida por el mero hecho de
procrear, hoy se ha convertido en todo lo contrario: una especie de enigma
indescifrable que trae a mal traer a la mayoría. A la vista de las cuitas de tanto
padre y madre desorientado, se diría que se ha hecho cierta la conclusión
atribuida a lord Rochester: «Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo
de educar a los hijos; ahora tengo seis hijos y ninguna teoría».
Esta preocupación tiende a plasmarse en la toma de decisiones sobre aspectos
muy concretos de la vida: en qué colegio matricular a los hijos, qué pediatra
elegir para ellos, con cuántos regalos y de qué clase agasajarlos en sus
cumpleaños, cómo reaccionar cuando traen las notas con varios suspensos, y
así ad infinitum. Es un error, advierten psicólogos y pedagogos. La clave del
acierto no radica en elaborar un repertorio prologadísimo de soluciones para
cada situación, sino en adoptar lo que se ha dado en llamar un 'estilo de
crianza' adecuado.
Estilos de crianza
Casi todos los especialistas coinciden en distinguir cuatro estilos básicos de
crianza, resultantes de la mezcla de dimensiones pedagógicas (exigente / no
exigente, por seguir la terminología de E. E. Maccoby) y actitudes emocionales
(cálido / frío, según el mismo autor). El estilo ideal ('estilo responsable' o
'authoritative') sería el que supiera combinar la disciplina y el afecto, la firmeza
de quien debe asumir el papel no siempre grato de juez y orientador con la
disposición permanente a comprender y ayudar al hijo (de ahí el adjetivo
'cálido').
En muy buena medida, la cuestión de los estilos de crianza pone sobre la mesa
el debate en torno a la autoridad. Cada vez con más frecuencia se oye el
lamento de generaciones enteras de padres y madres conscientes del fracaso
al que ha conducido un 'estilo permisivo de crianza' que sobredimensionaba el
afecto en detrimento del ejercicio de una autoridad responsable. Muchos de
ellos tomaron al pie de la letra los mensajes del 'laissez-faire' en los que se
exhortaba a eliminar lar reglas y a no imponer límites al comportamiento del
niño.
La renuncia a la autoridad, supuestamente compensada con atenciones de otra
índole -el tan cacareado 'coleguismo', la camaradería de esos padres que se
jactan de ser «amigos» de sus hijos-, ha terminado por distorsionar el
necesario reparto de papeles entre unos y otros y, en definitiva, por convertir la
tolerancia en una coartada para enmascarar los miedos, los fracasos y las
abdicaciones paternas.
Si al estilo tolerante se le suman el descuido y el abandono, como no pocas
veces ocurre, estamos ante el 'estilo despreocupado', resultante de la suma 'no
exigente' + 'frío'. Es el que caracteriza a padres y madres no implicados en la
educación de sus hijos, negligentes respecto de obligaciones básicas como el
control de la evolución escolar del niño o, sobre todo, el apoyo afectivo.
Las consecuencias
De los cuatro estilos de crianza -los tres ya indicados más el 'autoritario', que
no es preciso describir-, el 'despreocupado' es el que peores consecuencias
puede tener en la formación del niño en la medida que no solo le priva de un
norte moral, de una guía para aprender a distinguir entre lo bueno y lo malo. Es
que también huye de la expresión de las emociones y transmite a los hijos la
impresión de que sus problemas y sus estados de ánimo no son valorados por
el padre o la madre, que le dicen «eso no tiene importancia» u «olvídalo».
¿En qué estilo se encuadra nuestro modo de educar? Evidentemente, no hay
un estilo de crianza 'puro' para medir todas y cada una de las respuestas que
damos a las necesidades de nuestros hijos.
Hasta el más razonable de los padres o de las madres incurre a veces en
arrebatos de enojo autoritario o sucumbe a la debilidad indulgente. Pero no hay
duda de que el ejercicio de la autoridad -severa si es preciso- siempre que
venga acompañado de la comprensión, el afecto y la explicación del porqué de
nuestras decisiones (es decir, el 'estilo responsable') es el único que garantiza
la formación de hijos igualmente responsables, autónomos, más felices y más
seguros de sí mismos. Aunque no vayan al más distinguido de los colegios ni
reciban los mejores juguetes anunciados en la televisión.
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