Estilos de crianza983 41 21 11 El ejercicio de la autoridad, siempre que venga acompañado de la comprensión y el afecto, ayuda a formar a unos hijos responsables, autónomos, felices y más seguros de sí mismos JOSÉ MARÍA ROMERA/ILUSTRACIÓN: MARTÍN OLMOS Correo electrónico: Lejos quedaron los tiempos en que padres y madres disponían de códigos culturales infalibles para la educación de sus hijos. Cada sociedad, en cada tiempo histórico y de acuerdo con las creencias o la visión del mundo de su entorno, tenía diseñadas unas pautas de comportamiento que en cierto modo garantizaban el éxito en el proceso de formación. Pero esos patrones, generalmente basados en el recurso a la autoridad y en la imitación de costumbres heredadas, ya han dejado de ser útiles. El concepto de autoridad ha sucumbido frente a valores positivos (la tolerancia, la persuasión) y también ante otras fuerzas más perjudiciales (el falso igualitarismo, el abandono de la responsabilidad). En cuanto a la costumbre, es evidente que nadie aprueba ya que sus hijos reciban la educación que ellos recibieron, aunque a la hora de la verdad sea difícil dar con recetas alternativas más válidas que las conocidas y muchos acaben reproduciendo ante sus hijos los comportamientos de sus progenitores. Hay mil maneras de educar, pero en la variedad está la incertidumbre. Todos se preguntan cómo educar a los hijos sin encontrar una respuesta que garantice al cien por cien el éxito de su empeño. Lo que antaño se consideraba, un tanto frívolamente, como una habilidad inherente a la condición de madre o padre, una ciencia infusa adquirida por el mero hecho de procrear, hoy se ha convertido en todo lo contrario: una especie de enigma indescifrable que trae a mal traer a la mayoría. A la vista de las cuitas de tanto padre y madre desorientado, se diría que se ha hecho cierta la conclusión atribuida a lord Rochester: «Antes de casarme tenía seis teorías sobre el modo de educar a los hijos; ahora tengo seis hijos y ninguna teoría». Esta preocupación tiende a plasmarse en la toma de decisiones sobre aspectos muy concretos de la vida: en qué colegio matricular a los hijos, qué pediatra elegir para ellos, con cuántos regalos y de qué clase agasajarlos en sus cumpleaños, cómo reaccionar cuando traen las notas con varios suspensos, y así ad infinitum. Es un error, advierten psicólogos y pedagogos. La clave del acierto no radica en elaborar un repertorio prologadísimo de soluciones para cada situación, sino en adoptar lo que se ha dado en llamar un 'estilo de crianza' adecuado. Estilos de crianza Casi todos los especialistas coinciden en distinguir cuatro estilos básicos de crianza, resultantes de la mezcla de dimensiones pedagógicas (exigente / no exigente, por seguir la terminología de E. E. Maccoby) y actitudes emocionales (cálido / frío, según el mismo autor). El estilo ideal ('estilo responsable' o 'authoritative') sería el que supiera combinar la disciplina y el afecto, la firmeza de quien debe asumir el papel no siempre grato de juez y orientador con la disposición permanente a comprender y ayudar al hijo (de ahí el adjetivo 'cálido'). En muy buena medida, la cuestión de los estilos de crianza pone sobre la mesa el debate en torno a la autoridad. Cada vez con más frecuencia se oye el lamento de generaciones enteras de padres y madres conscientes del fracaso al que ha conducido un 'estilo permisivo de crianza' que sobredimensionaba el afecto en detrimento del ejercicio de una autoridad responsable. Muchos de ellos tomaron al pie de la letra los mensajes del 'laissez-faire' en los que se exhortaba a eliminar lar reglas y a no imponer límites al comportamiento del niño. La renuncia a la autoridad, supuestamente compensada con atenciones de otra índole -el tan cacareado 'coleguismo', la camaradería de esos padres que se jactan de ser «amigos» de sus hijos-, ha terminado por distorsionar el necesario reparto de papeles entre unos y otros y, en definitiva, por convertir la tolerancia en una coartada para enmascarar los miedos, los fracasos y las abdicaciones paternas. Si al estilo tolerante se le suman el descuido y el abandono, como no pocas veces ocurre, estamos ante el 'estilo despreocupado', resultante de la suma 'no exigente' + 'frío'. Es el que caracteriza a padres y madres no implicados en la educación de sus hijos, negligentes respecto de obligaciones básicas como el control de la evolución escolar del niño o, sobre todo, el apoyo afectivo. Las consecuencias De los cuatro estilos de crianza -los tres ya indicados más el 'autoritario', que no es preciso describir-, el 'despreocupado' es el que peores consecuencias puede tener en la formación del niño en la medida que no solo le priva de un norte moral, de una guía para aprender a distinguir entre lo bueno y lo malo. Es que también huye de la expresión de las emociones y transmite a los hijos la impresión de que sus problemas y sus estados de ánimo no son valorados por el padre o la madre, que le dicen «eso no tiene importancia» u «olvídalo». ¿En qué estilo se encuadra nuestro modo de educar? Evidentemente, no hay un estilo de crianza 'puro' para medir todas y cada una de las respuestas que damos a las necesidades de nuestros hijos. Hasta el más razonable de los padres o de las madres incurre a veces en arrebatos de enojo autoritario o sucumbe a la debilidad indulgente. Pero no hay duda de que el ejercicio de la autoridad -severa si es preciso- siempre que venga acompañado de la comprensión, el afecto y la explicación del porqué de nuestras decisiones (es decir, el 'estilo responsable') es el único que garantiza la formación de hijos igualmente responsables, autónomos, más felices y más seguros de sí mismos. Aunque no vayan al más distinguido de los colegios ni reciban los mejores juguetes anunciados en la televisión.