La lonja de Zaragoza, magnífico edificio renacentista, alberga durante los meses de mayo y agosto de 2005 una exposición dedicada al escultor vasco Eduardo Chillida (San Sebastián 1924 – 2002). El artista comienza su aventura escultórica influido por el arte arcaico griego en 1948 en Paris, ciudad que abandonará para buscar su propio camino en su tierra natal dónde encontrará el emplazamiento apropiado para el desarrollo de su arte. Su vida ha sido un viaje continuo hacia el conocimiento guiado por su intuición y por el deseo de experimentar. Desde la concesión del Gran Premio de Escultura en la Bienal de Venecia de 1958, no cesó de recibir homenajes y reconocimiento por su trabajo y por su inmensa aportación a la historia de la escultura del siglo XX. En su vida ha colaborado y trabajado con filósofos y artistas como Heidegger, Calder, ó Miró. La exposición recoge un total de 84 obras donde se incluyen esculturas de diversos formatos, collages, dibujos y gravitaciones. Las esculturas son en su mayoría obras de las décadas de los 80 y 90, exceptuando los alabastros, de época anterior. La muestra hace un recorrido a través de los materiales que ha utilizado a lo largo de su extensa producción. Las imponentes obras de acero conducen directamente a sus comienzos como escultor, el descubrimiento de la forja y el trabajo del hierro, material que le ha acompañado en su trayectoria artística, que desemboca en los proyectos de obras públicas, culminación de su investigación escultórica y espacial. Los alabastros hablan directamente de luz, la luz negra del Atlántica en contrario de la arcilla, es duro y macizo; elegido por el artista por su sonoridad. Eduardo Chillida trabaja las tierras siguiendo el mismo discurso escultórico, la dialéctica entre la materia y el espacio, el negro y el blanco. Las gravitaciones, delicadas obras de papel, buscan como su nombre indica la ingravidez a través del espacio que fluye entre los papeles recortados. Recordando las palabras del poeta mexicano Octavio Paz: “El hierro dice viento, la madera dice canto, el alabastro dice luz pero todas dicen lo mismo: espacio.” Sería necesario mencionar también los dibujos expuestos. Chillida ha dibujado durante toda su vida. Se inició en el dibujo antes que en la escultura y pronto lo llegó a dominar. Por ello, decidió empezar a dibujar con su mano izquierda porque, según él propio artista, su derecha iba demasiado deprisa y le impedía pensar. Todas las piezas expuestas pertenecen a la colección pertenecen a la colección permanente del museo Chillida-leku, espacio monográfico al aire libre que se encuentra en el municipio de Hernani, próximo a San Sebastián. La muestra busca transmitir al visitante el espíritu del artista, por ello se ha aprovechado el espacio expositivo para crear un ambiente propicio a la contemplación y al encuentro directo con la obra, donde el convidado puede caminar y entablar diálogo con las piezas expuestas. La sala se distribuye en forma de planta de cruz latina creando lugares a modo de capillas con tenue iluminación. La lonja de Zaragoza se transforma en catedral, de arquitectura civil pasa a ser templo donde las esculturas silenciosas cobran vida con la presencia del espectador invitando a adentrarse en el mundo filosófico de Eduardo Chillida. “¿el espacio? Las esculturas son una función del espacio. No hablo del espacio que está fuera de la forma, que rodea al volumen y en cual viven las formas, sino que hablo del espacio que las formas crean, que vive en ellas y que es tanto más activo, cuanto más oculto actúa. Lo podría comparar con el aliento que hace que la forma respire y se contraiga de nuevo, que abre en ella el espacio de la visión-impenetrable y oculto al mundo exterior. Para mí no se trata con ello de algo abstracto, sino de una realidad que es tan física como la de volumen que lo envuelve. Este espacio debería poderse percibir tanto como la forma en la que se manifiesta. Tiene cualidades expresivas. Pone en movimiento la materia que lo configura, determina sus proporciones, mide y ordena sus ritmos. Tiene que encontrar sus correspondencias, su eco en nosotros, debe poseer una especie de dimensión espiritual.”