Las películas, atentas a los cambios en la sociedad CINE MARY G. SANTA EULALÍA E ste otoño 2003 despliega una panorámica rica en diversidad cinematográfica: emociones, tentaciones, críticas y debates, un poco de rememoraciones literarias y biográficas y mucho acercamiento a la realidad circundante. Veamos: La otra dimensión de Icíar Bollaín Icíar Bollaín llamó poderosamente la atención del público y de los medios de información en el último festival celebrado en San Sebastián. También del Jurado, que concedió a Laia Marull el premio a la mejor interpretación femenina, por su adecuación al personaje de Pilar, y a Luis Tosar, el de mejor interpretación masculina, por el de Antonio, su marido, en la película Te doy mis ojos, de cuyo guión es coautora, con Alicia Luna, la propia directora. En una propuesta de argumento más concentrado e intenso que el de Flores de otro mundo, su anterior obra, Bollaín profundiza, en una di- mensión feminista, aumentando las matizaciones y la perspicacia, sobre el tema del maltrato a las mujeres. A las qu es us“ me di a sna r a n j a s ” ,por contradictorio que parezca, declaran querer de veras. Bollaín, con la sin duda competente contribución de Luna, respecto a este grave problema social, expone un caso en el que indaga muchas cosas: motivos principales, razones íntimas, brusquedad desinjustificada, y deja en el aire las dudas, sin respuestas. ¿Qué oscuro impulso origina esos accesos de furia, de irritación, de ira destemplada, tan generalizados, que se cuajan en una bofetada, en un puñetazo mortal o en otros excesos mortificadores? Parte de esos complejos interrogantes planteados surgen contemplando una muestra de “ t or t ur a dores doméstic os ”que se someten a sesiones de terapia con ayuda de un psicólogo, sin entender lo que les enfrenta a sus respectivas cónyuges. Víctimas ellos mismos de una educación equivocada, de inseguridad, miedo, frustraciones y, sobre todo, de incomprensión hacia la mujer; a la que necesitan, pero con la que no saben cómo proceder. Todo ello está puesto de manifiesto en la, intermitentemente, tormentosa convivencia de Pilar y Antonio y en los comparativos matrimonios de su madre, modelo de sumisión, esclavizada por un esposo tiránico, y de su hermana, que no acata el sometimiento usual ni los compromisos ancestrales mantenidos por la presión machista de la sociedad. Bollaín hace recorrer a su protagonista, en un crescendo gradual perfectamente dosificado, las fases que atraviesa una mujer desde el enamoramiento, que paraliza sus defensas ante un energú- meno propenso a desahogar sus disgustos golpeándola, pasando por la creencia en una conversión y modificación del carácter del sujeto, para finalizar en la total pérdida de esperanzas y cese de su capacidad de confianza y amor. Con la insuperable colaboración de Luis Tosar, el engranaje encaja como no se puede pedir mejor. Caracteres bien dibujados, hasta para los actores secundarios: Rosa María Sardá, Candela Peña, Kiti Mánver. Diálogos sin desperdicio. El resto, certero: la fotografía de Carles Gusí, la música de Alberto Iglesias y los lugares de Toledo, aprovechados del modo que su importancia arquitectónica y ambiental merecen. Te doy mis ojos conduce a la reflexión mucho más que entretiene y revela la inestabilidad de las relaciones hombre-mujer, que quizá date del primer encuentro de Adan con Eva, en la noche de los tiempos. Nos hace percatarnos de una situación que, según Ortega, no es conocerla, sino darse cuenta de que se presenta ante nuestros ojos. Atengámonos a su comentario sobre lo femenino y lo masculino, publicado en El Sol, en 1917. Afirma que hay etapas en la historia de la humanidad en que la mujer carece de papel y no interviene en lo que sería vida de primera clase. Entendámonos, afirma Ortega: en todas las épocas se ha deseado a la mujer, pero no en todas se la ha estimado. La actual debe corresponder a un bache de mínimo aprecio por lo femenino. Una cuestión importante por analizar es si existe un instinto de integridad de lo masculino, excluyente de lo femenino, tan hondo, como lo expresa, entre otros, la teóloga italiana Adriana Zarri, en su libro Impazienzia di Adamo, que quizá cause perturbación en el varón, en confrontación con una compañera. ¿Puede provocar ese sentimiento la violencia que tan frecuentemente se desata contra el ser más débil, hasta en parejas bienavenidas? Valor para la independencia Otra mirada, con dimensión femenina también, viene de las Américas. Con más y mejores perspectivas de lo que aparenta su carácter de comedia de formato modesto, se nos brinda en Las mujeres de verdad tienen curvas. Que nadie se asuste. Esta titulación parte de una verdad incontestable y lleva una dirección muy diferente de lo que, maliciosamente, se pudiera suponer. Encabeza el primer largometraje de Patricia Cardoso una arqueóloga colombiana, establecida en Estados Unidos, donde adquirió los conocimientos cinematográficos que no se podían cursar en su país natal. Aderezada con especias de sabor agridulce, esta película, a pie de vecindario de tercera clase, sincera, sencilla, entrañable y realista, somete a un concienzudo examen, mitad crítico y mitad humorístico, al círculo familiar, laboral, sentimental, ambiental y de proyección hacia el futuro, de una joven inmigrante en USA. El repaso resulta aleccionador, impecable, como de la especialista que lo ejecuta. Parte de su encanto nace del latido optimista que le inyecta la realizadora, apoyada, con seguridad, en sus propias vivencias y en el guión de George La Voo y Josefina López, sobre un libro de esta última. Después de contemplar cómo el cerco de las costumbres y rituales pretéritos se estrecha en torno suyo, Ana (América Ferrera, portentosa), la heroína, que ve a punto de naufragar una aspiración noble, posible y ardientemente deseada, siente un aliento de liberación abrirse paso entre las ataduras emocionales y raciales —propuesta de sacrificio inútil— y echa mano de todo su valor para desafiar lo desconocido. El mensaje tiene mucho en común con otras cintas programadas en estas últimas temporadas, por ejemplo, Quiero ser como Beckham, enfocadas directamente al corazón de familias conservadoras de identidades étnicas, como la indicada. Las tradiciones locales y de parientes influyen mucho en la formación de la conciencia femenina y las madres, precisamente, como en estas películas se observa, ejercen coacciones de todo tipo sobre su prole, para que prosigan en su misma línea. Sin embargo, sus descendientes ya razonan antes de hacerlo. Una Carmen más CINE Carmen, basada estrictamente, según se insiste, en la novela de Próspero Merimée, más que en la ópera de Bizet, inspirada en aquélla y generadora después de multitud de versiones, adolece de una linealidad cansina que procuran aliviar las ambientaciones de época, costumbristas y coloristas, el vestuario folklórico y las masas de multitudes en movimiento que constituyen el marco del drama. El progreso de la acción se interrumpe muy pronto; la tensión decrece y lo que se exhibe en la pantalla se torna series de estampas vistosas, en grandes proporciones, acopladas sin pena ni gloria para la trama, propiciando la aparición de una sensación de tedio que quieren romper, intermitentemente, secuencias de la actriz protagonista, Paz Vega, desvistiéndose en distintas poses y circunstancias como Carmen, esta joven que ya ha conseguido éxitos como protagonista en Solo mía y Lucía y el sexo, por ejemplo, dista de ser un ejemplar de hembra al que corresponda la descripc i ó n “ d e r omp e y r a s g a ” .Por s u pa r t e ,e ne l personaje de José, el argentino Leonardo Sbaraglia recrea al militar degradado con facciones y mirada melancólicas, más como un romántico que como un hombre con nervios dea c e r oo“ dea r ma st o ma r ” , cegado por los celos, aunque sea ésta la clasificación en la que le encasillan el novelista francés antes citado y el cineasta español, Vicente Aranda. Sus momentos más emotivos coinciden con las secuencias más imprevisibles, aquellas que recogen sus breves instantes de arrepentimiento, de pena y de piedad. Del Carmelo a la televisión A Teresa,Teresa, no cabe más que considerarla como una aportación insólita del más que original director español Rafael Gordon. Un artesano serio, eficaz, esmerado y en perpetuo estado de rebeldía, empeñado en navegar en solitario y en nadar contra corriente. Aquí, suma osadía e ingenio para asombrar al público con efectos de magia actual, gracias a los procesos tecnológicos de última generación, facilitados por la fotografía. Traslada al siglo XXI, en alas del fenómeno de la realidad virtual, a la mística abulense Teresa de Jesús. Audacia que se puede permitir y salir indemne del trance en virtud de una rigurosa labor, producto de un largo periodo de ensayos, tan exacta y perfilada como si la ofreciese en el escenario de un teatro, y gracias, por otra parte, a la carismática presencia de Isabel Ordaz, que bate records en la especialidad del monologuismo. Ya conocemos otro alarde suyo del mismo cuño, similar en competencia y magnitud, el de La Reina Isabel, en persona. Un premio Goya no sería nada exagerado para rendir homenaje a sus facultades excepcionales y cómo las emplea. Secunda a esta singular artista Asumpta Serna, convocada para una misión que cumple notablemente: dar testimonio de otra edad, la presente, y contraponer su apariencia displicente, su superficialidad laica, su vestir de diseño exagerado, su artificialidad y su profesión sofisticada a la ascética Teresa, envuelta en hábitos toscos, a su palabra poética, simple, auténtica y sensible. Se advierte el combate, que es esencialmente visual, pero no traumático. Lo que queda sin dilucidar es de quién es la victoria. Entre realidad y ficción Gerardo Herrero, manejando un plantel de actores de reconocida pericia, Harvey Keitel (Robards), Saffron Burrows (Muriel), Eduard Fernández (Galíndez), como los elementos básicos del reparto, y otros tanto o más importantes, en pasajes complementarios, como Reynaldo Miravalles (don Angelito), intenta, en El misterio Galíndez, recuperar los restos de la peripecia vital de un vasco, vinculado a la política del PNV. Jesús de Galíndez, exiliado al término de la guerra civil española, en 1939, residió varios años en Santo Domingo y en EEUU. Respecto a él, entre otros rumores y especulaciones, circuló la de que fue secuestrado, torturado y muerto por orden del dictador dominicano Trujillo. Nunca se pudo probar, porque jamás se halló su cadáver ni se explicó oficialmente su desaparición. En pos de esa etapa postrera de Galíndez, una estudiante estadounidense, encargada de escribir una tesis doctoral sobre el mismo, sigue sus pasos desde Madrid, País Vasco, Santo Domingo, hasta sentirse implicada moralmente en averiguar la verdad. Apura las gestiones, que cada vez se vuelven más intrincadas, por sí sola, en un propósito ingenuo de descubrir lo oculto. Lo de menos, en el propósito del director, parece que sea trazar un retrato fidedigno del individuo, de su personalidad, de su activismo o de aclarar lo que le ocurrió. En cambio, su método de exponer ambigüedad y peligro, crear incógnitas inquietantes, cumple el fin de hacer una película de género “ t h r i l l e r ” ,don def i c c i ónyr e a lidad comparten el espacio de unas imágenes sugestivas, de lugares extraños, de gentes de dudosa catadura, manipuladoras y en posesión de las claves del secreto. La corriente de poder y control, que emana incesantemente de Keitel, es una de las más importantes bazas del film, y se transmite hasta el último fotograma, marcando, de a un lado, el lote de los seres siniestros o amedrentados y, del otro, abandonada a su suerte, a la inocente investigadora universitaria. Un equipo de expertos entre guionistas y demás técnicos han convertido la novela de Manuel Vázquez Montalbán en un interesante film de misterio político. Teatro callejero Decidido a probar nuevos nutrientes argumentales y asumiendo conscientemente la actualidad, Achero Mañas, el aplaudido director de El Bola, plasma la temeraria disposición de un grupo de jóvenes actores españoles a ejercer su pro- CINE fesión gratis y en la calle en Noviembre. Tras largas y apasionadas discusiones, hecha la apuesta, esos jóvenes estuvieron muy activos hacia finales del siglo pasado, en los a ñ os “ 7 0” . Pos t ul a ba n, e s t á apuntado ya, un dinamismo dramático absolutamente libre y sin techo, cortinas ni candilejas, sin que los actores recibieran recompensa económica por su entusiasmo ni su labor ni su dedicación. Óscar Jaenada (Alfredo) carga con la mayor responsabilidad del plan en la cinta, y lo lleva a cabo con esplendidez. Obra al descubierto, por tanto, especial y difícil, tiene visos de documental, porque carece de los ingredientes o encuadres que, de ordinario, acotan, ponen márgenes a las narraciones filmadas o interpretadas en un escenario preciso. El espectador, aquí, por el contrario, ve ante sí un conjunto difuso de seres en un universo ilimitado (un parque, una avenida), pues participan en la operación actores y peatones, como público y extras inesperados. Tiene que concentrarse para distinguir a los unos de los otros. Y las reacciones de los viandantes, a veces, contribuyen a acentuar la escena cómica o irónica y se hacen cómplices del juego del engaño de los artistas. El proyecto dura cierto tiempo, pero surgen las disensiones, algunos componentes del grupo se retiran, pero no sin antes asaltar el Teatro Real, para que también en esa institución se remueva el aire, se sacuda el inmovilismo, se rasgue el telón y se interrumpa burlescamente el primer acto de una solemne función de ópera con trajes de etiqueta. División de opiniones La pelota vasca. La piel contra la piedra de Julio Médem, está firmemente construida por, al menos, dos capas de materiales documentales interpuestas. Una articula un lote de secuencias protagonizadas por setenta personalidades, de distintas ideologías, que voluntariamente exponen su pensamiento ante la cámara. Las manifestaciones versan sobre la crucial situación política del País Vasco. El tono conseguido, en todos los casos, resalta por la concisión, aparente neutralidad y distanciamiento con que se manifiestan. La otra capa, que emerge de cuando en cuando entre los rostros parlantes, y da un respiro al candente tema de la violencia y del terrorismo, exhibe imágenes de exaltación deportiva: del juego de frontón o demostraciones de fuerza, como arrastre de piedras, corte de leña con hacha y modalidades afines, de antiquísimas raíces. Julio Médem, por nacido en tierra vasca, debe sentirse afectado en esta encrucijada de intimidación y de agresividad que desgarran y angustian a una mayoría de población local y de toda España. El director pretendió la participación de representantes de todos los partidos, pero el PP y el Foro de Ermua rehusaron contribuir con su presencia a esta alianza, lamentablemente, sólo cinematográfica. Se supone a Julio Médem sana intención, pero no cuadran los datos de que dispone. La obra, aun con la ecuanimidad, la serenidad y la reserva de que han hecho gala todos los invitados a esta filmación, sobre todo y más sorprendentemente, los que son víctimas —mutilados o viudas— de agresiones, es un documento en el que se trata de conjugar lo imposible. Por ejemplo, jamás se podrán comparar penas con penas y sufrimientos con sufrimientos y hay una dificultad insalvable para que florezca un diálogo cuando, de una parte, únicamente se escucha a las armas. Pintor sin pinceles Jackson Pollock, se llamaba uno de los pintores más sobresalientes del colectivo de los abstractos de Estados Unidos. De acuerdo con esta biografía fílmica, que le ha compuesto un devoto admirador, el actor Ed Harris padeció severas tribulaciones hasta ganarse el pan y el respeto público con sus obras. Su renuncia al figurativismo y la búsqueda de nuevos caminos, le puso en una situación tal de inseguridad, que le arrastró a dudar de su misma condición de creador. Tachado de farsante, objeto de burlas, no fue comprendido durante un largo período, ni por los críticos ni por los aficionados, en general. Particularmente independiente, logró destacar entre los seguidores de la escuela “ a c t i onp a i nt i n g ” ( pi nt ur a e n acción), quienes valoraban la intervención del azar en su trabajo. Se le atribuyen deudas con los surrealistas y con Orozco y Picasso. En la película, Harris, que aprendió a pintar para encarnar su personaje, presta mucha atención a la demostración de su técnica. Ésta consistía en dejar gotear la pintura sobre el lienzo, extendido en el suelo, por lo cual no manejaba pinceles, sino palos, trapos o las propias manos o, sin nada, volcando directamente la pintura desde el bote al lienzo. Su combate por imponerse en el mercado del arte, le hizo pasar de ilusiones a desencantos, dedicándose a cubrir lienzos con ansiedad, hasta conseguirlo. Aun así, no tenía la certidumbre de su talento creativo. Su azarosa vida atrajo al actor Ed Harris, quien no sólo ha rendido homenaje a su memoria, en Pollock, sino que ha rodado su primera película para cumplir este sueño. Además se reservo la interpretación de su figura para relatar su vida, como la de otros genios, vulnerable, fácil presa de excesos con bebida y mujeres. Aunque a una, Lee Krasner (Marcia Gay Garden, que aprueba con nota, en este cometido), con quien estuvo casado, le debió, posiblemente, alcanzar el triunfo, pues estuvo a su lado, como tutora y benéfica influencia, durante los años más difíciles. Pintora, ella, también, tomó sobre sus hombros la tarea de estimularle y sostenerle en sus decaimientos y sus borracheras. Buena interpretación la de Harris, en la personalidad de un pintor, Pollock, que vaciando a chorros la pintura sobre sus cuadros, encontró un estilo, una nueva ruta para el arte y la fama.