III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, 26/01/2014 Isaías 8, 23b – 9, 3; Salmo 26; 1Corintios 1, 10-13.17; Mateo 4, 12-23. En este domingo, unidos a toda la Iglesia, pero especialmente al Papa Francisco, celebramos la primera de las Jornadas Pontificias a favor de las Misiones del año: la Infancia Misionera. Con el lema, en España, “Los niños ayudan a los niños”, que es el mismo lema de la Infancia Misionera, recordamos los inicios de estas Jornadas: la respuesta de un grupo de niños ante las necesidades de los niños chinos en el siglo XIX. Hoy, con el impulso misionero que nos da el Papa Francisco, ponemos nuestros ojos en las necesidades de los niños de los lugares de Misión. Las lecturas de hoy, especialmente el Evangelio nos hablan de la Misión, y también de la Luz (Isaías, el Salmo y el Evangelio hablan de la Luz que es Cristo), lo que nos prepara para la fiesta del próximo domingo: la Candelaria, en la que se nos recordará que todos, como Cristo, tenemos que ser luz para los demás. En esto consiste el ser misionero: en iluminar a los demás, e iluminarlos con el Evangelio. Permitirme recordar un detalle de la Historia de la Iglesia, en los siglos III y IV no se usaba el término misión ni misionero, en su lugar se hablaba de apóstoles y se calificaba a los que llevaban por vez primera el Evangelio a un país o a una región como “iluminadores”, título que la Iglesia ortodoxa sigue dando a los santos misioneros. Esto no es tampoco ajeno a nosotros: en Cartagena, en la piedra que recuerda el lugar donde según la tradición desembarco el apóstol Santiago para traer el Evangelio a España, en la lápida se habla de que en ese lugar llego la Luz del Evangelio. Pero vayamos a las lecturas. El Evangelio se inicia con un detalle importante y misionero: se nos dice que Juan el Bautista fue arrestado, lo que lleva a Jesús a irse a otro lugar, detalle que me ha hecho pensar en los refugiados sirios, que a causa de una cruenta guerra civil que nadie consigue parar, y que muchos alientan para obtener beneficios, obliga a muchos a dejar sus hogares, buscando un lugar seguro, lejos de la violencia y la guerra: Jesús fue un refugiado, y en el lugar donde se refugia es donde inicia su labor misionera: invitando a la conversión y llamando a su seguimiento. ¿Qué es la conversión? Un cambio, un cambio en nuestras vidas, un cambio personal que nos lleva a hacer las cosas de otra manera y con otras motivaciones. En este caso, el cambio que Jesús pide a los que llama es que sean “pescadores de hombres”, es decir, que lo más importante para ellos, que el centro de su interés sean los hombres. Para un pescador lo más importante son los peces, lo que puede pescar; Jesús les pide que dejen de pescar y se fijen en los hombres. Hoy también nos lo pide a nosotros ¿Qué es lo más importante para mí? ¿Qué me quita el sueño? ¿Qué es lo que motiva que me levante, trabaje, haga las cosas? ¿El trabajo? ¿El sueldo? ¿La familia? Jesús, en la segunda llamada, la que hace a los hijos de Zebedeo, pone incluso a la familia en segundo lugar, pues deben dejar el negocio familiar y con el al padre. Seguir a Jesús implica que lo más importante para nosotros sean los hombres, los demás, nuestros hermanos, nuestros prójimos, sus necesidades, y, que ellos, conozcan a Jesús, su mensaje, su doctrina, la Buena Noticia de que esta entre nosotros. Para realizar esto, debemos fijarnos en ellos, e ir a su encuentro, hablarles, vivir con ellos, en medio de ellos, siendo luz para ellos, y para esto, lo primero que hemos de superar, como nos señala la segunda lectura, como hemos ido pidiendo durante estos días, son nuestras divisiones, pues esta tarea no podemos hacerla solos, por ello Jesús llama de dos en dos, nos llama junto a otros y para ir a otros, necesitamos de la ayuda del otro para vivir el seguimiento de Cristo y para realizar nuestra misión. Ojalá esta jornada no solo sirva para ayudar económicamente a los proyectos misioneros de la Infancia Misionera, sino que sirva para crecer en unidad con nuestros hermanos y alentar y animar la dimensión de misionera de nuestra vida, de nuestra fe. Un abrazo en Cristo. José Luis