Misión es: una sola alma, un solo corazón

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Misión es: una sola alma, un solo corazón
En el don de la caridad, queremos vivir la Misión en
el corazón de la Iglesia, para el alma de Chile
Tengo todavía grabada en mis sentidos la experiencia de la gran celebración de la Misa por Chile, en
Maipú, el pasado domingo 21 de noviembre. Creo importante cultivar la memoria y promover la fecundidad
de dicho acontecimiento. Ha sido una tarde de oración intensa, de gestos importantes, de gozosa
hermandad. En esa gran asamblea, representativa de todos los componentes del pueblo de Dios que
peregrinan en el Chile del bicentenario, hemos visto reavivarse en una renovada experiencia del Cenáculo,
junto con María, el fuego de la comunión y de la misión.
Ahora, animados por lo celebrado, hay que caminar juntos, actuando con renovado empuje el común
compromiso de evangelizar y dar testimonio de la caridad, en el Chile del post-bicentenario.
La Iglesia Chilena, para el 2011, vuelve a proponernos en la tercera etapa de la Misión Continental, el
tema de “Chile, una mesa para todos” y quiere hacer hincapié sobre el tema de la espiritualidad de
comunión, para que la Iglesia sea siempre más profundamente inserta en la historia y encuentre “los gozos y
las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo” (Gaudium et Spes 1).
Para realizar este compromiso, como OMP hemos querido poner el trabajo de este año 2011, bajo el
lema “Misión es: una sola alma, un solo corazón”, convencidos que la línea maestra de nuestro obrar
tiene que ser siempre la Caridad, y que el Maestro de la caridad, es siempre Jesucristo. Nuestro punto de
inspiración será el sentir, obrar, orar y convivir de la primera comunidad cristiana que, como nos relata San
Lucas en los Hechos de los Apóstoles, “tenía un solo corazón y una sola alma” (4, 32).
La caridad es el contenido central y, al mismo tiempo, el camino maestro de la evangelización.
Evangelizar es hacer que los hombres se encuentren con el amor de Dios y de Jesucristo, que viene a
buscarlos: para esto es indispensable el testimonio de lo vivido; es necesario “hacer la verdad en la caridad”
(Ef 4,15).
En Aparecida el Santo Padre nos ha empujado hacia un “renovado encuentro” con Jesucristo, “único
Señor y Redentor”, porque –si queremos ser discípulos misioneros– lo que necesitamos ante todo es
justamente ese “renovado encuentro”.
Todos nosotros podemos y debemos cooperar para que ese encuentro se realice. Sin embargo
seremos eficaces y creíbles sólo si sabemos dar testimonio con nuestra vida. La comunicación apasionada y
el compromiso personal siguen siendo, también en nuestra sociedad multimedia, el idioma universal de la
evangelización. Nuestro modelo es la Virgen María que, en el misterio de la Visitación, proclama las
maravillas del Señor con su canto de alabanza, con su presencia gozosa y con su servicio generoso (cf. Lc 1,
39-56).
CON LA MISIÓN… EN EL CORAZÓN
La Iglesia “existe para evangelizar” (Evangelii nuntiandi, 14), para “provocar” el encuentro de los
hombres con el amor de Dios manifestado en Jesucristo.
Hoy, más que nunca, la evangelización necesita de una conversión pastoral. Necesita de la Misión.
Una pastoral de misión permanente. “La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza”, afirma el
Concilio Vaticano II (Ad Gentes, 2). A partir de este Concilio, mientras más hemos reflexionado sobre nuestro
ser Iglesia, más nos hemos descubierto: Iglesia misionera, Iglesia que en este mundo no existe para sí
misma, sino para los demás, para la gloria de Dios y para la salvación del mundo. No tiene sentido ser Iglesia
sin ser misioneros... sin abrirse al proyecto de Dios y haciéndonos colaboradores y ministros de este
proyecto.
Expresión concreta y privilegiada de la naturaleza misionera de la Iglesia es el envío de
evangelizadores a todo el mundo, con preferencia a aquellos que aún no han recibido el anuncio del
Evangelio (cf. Lumen Gentium, 17; Ad Gentes, 5-6). Este concepto de Misión que comprende también la
dimensión geográfica permanece siempre válido y prioritario, porque este es el mandato del Señor: ir por
todo el mundo, a toda criatura. Válido, prioritario y urgente también hoy.
Es el envío que da espesor al rostro misionero de la Iglesia, porque recuerda lo que toda Iglesia tiene
que ser: enviada al mundo y partícipe de la misión evangelizadora universal. Esta es una especie de “ley
fundamental” de vida de toda Iglesia, que perdería su empuje vital si, concentrándose sólo en sus problemas,
se cerrara a las necesidades de las otras Iglesia. La experiencia enseña que, al contrario, recupera vitalidad
y eficacia cada vez que abre sus horizontes hacia los demás.
La “Misión Continental”, y con ella nuestra Iglesia chilena, recibirá empuje e inspiración de una sincera
y efectiva apertura a la misión universal. En nuestra pastoral diocesana no puede faltar esta dimensión,
porque “la caridad es grande cuanto el mundo”. Después de la Resurrección, el Evangelio subraya que en el
nombre de Jesús “la conversión y el perdón de los pecados” tienen que ser llevados a todos. La dimensión
universal de la salvación es componente necesaria en el proyecto del Padre, que quiere que todos los
hombres se salven. Por tanto la misión “ad gentes” es el horizonte y el garante de nuestro compromiso
pastoral.
Con Aparecida, esta “urgencia” se ha re-propuesto también a las personas que tienen que ser reevangelizadas, a los ambientes hostiles o impermeables al anuncio del Evangelio. Ya Pablo VI se había
referido a los “modernos areópagos” en la Evangelii Nuntiandi, escribiendo que “para la Iglesia no se trata
solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más
numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de
vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN 19).
No es novedad que tenemos que mirar a la MISIÓN de la Iglesia con ojos y corazón renovados, fieles
a los “nuevos tiempos”. Mirada que tiene que partir de una espiritualidad, la misionera, que encontramos en
la confluencia de la compasión mesiánica con la libertad evangélica. Si nuestra tarea lograra ser eficaz, la
misión ayudará a nuestra Iglesia chilena a una mayor apertura y descentralización especialmente hacia
“afuera” (todos los ámbitos externos o extraños), en cuanto como cristianos -en virtud que Cristo constituye
nuestra identidad- llevamos en nuestro ADN una universalidad/catolicidad relacional que nos empuja hacia el
encuentro, intercambio, búsqueda del otro (extraño a mí).
En esta perspectiva, nuestro desafío está en reconocer las directrices hacia las cuales orientar nuestra
acción misionera en la realidad que tenemos delante, en una época caracterizada por la mentalidad postmoderna, de una cultura planetaria, de la globalización, de los nuevos fundamentalismos religiosos y de
formas de injusticia siempre mayor. ¿Cual tendría que ser el “identikit” de nuestra acción en esta
perspectiva?
1. Ante todo hay que reafirmar la primacía del Espíritu sobre las obras. Siempre es fácil caer en la tentación
de “hacer cosas” o recalcar las obras hechas como signo de nuestro compromiso. En esta época de crisis y
escándalos, en más de una ocasión se traen a colación las obras como justificativo de eficiencia y
compromiso. Sin embargo el discípulo misionero (sea quien sea, laico, sacerdote, obispo), antes de ser un
“obrero eficiente”, tiene que presentarse como un hombre o mujer de Dios, ofreciendo un fuerte testimonio de
la resurrección de Cristo y de la esperanza del Reino. Decisiva es la “calidad” de nuestra presencia en medio
de la gente, “mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes
materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad” (EN 41). No será la
fascinación de las obras, lo que evangeliza, sino la fe del discípulo que se hace “epifanía”, memoria y
profecía del Reino de Dios.
2. El discípulo misionero tendrá que sentirse verdaderamente católico, es decir universal, dándose y
enriqueciéndose de las riquezas de la Iglesia universal. En este mundo globalizado, con toda su red de
comunicación, la Iglesia tiene que asumir su “catolicidad” como criterio de su misión. Es hacer la
globalización perspicaz de Dios. En esta perspectiva, el discípulo no puede quedarse inerte, encerrado. El
mundo ya no es lejano, está a la vuelta de la esquina. El mandato misionero ya no sólo es geográfico, sino –
me atrevo a decir- antropomórfico. La misión no está dirigida solo a todos los hombres, sino a todo hombre
en su profunda realidad, para hacer que se encuentre con Cristo, de manera que sea en Él transformado y
salvado. En su Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones de 2010, el Papa Benedicto XVI nos decía
que, “como los peregrinos griegos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, quizás no
siempre conscientemente, piden a los creyentes, no solo que «hablen» de Jesús, sino que «hagan ver» a
Jesús, que hagan resplandecer el rostro del Redentor en cada ángulo de la Tierra ante las generaciones del
nuevo milenio”. En la medida en que un hombre aspira a ser él mismo, a llegar a lo profundo de su propia
verdad, en la medida en que busca su plenitud y felicidad, en esa misma medida, aun sin saberlo, quiere “ver
a Jesús”. “Hacerlo ver” es la finalidad última de la evangelización.
3. El discípulo misionero tiene que ser un “comunicador”, en la certeza que Cristo es el Verbo de Dios.
“Comunicar”, palabra compuesta por el prefijo cum y de un derivado de munus (encargo, tarea), quiere decir
lit.: “que desarrolla su tarea junto con otros”. Por ende nuestra acción misionera, que tiene que vehicular
mensajes de inestimable valor sobre fe, esperanza, caridad, reglas, dignidad humana, etc. no puede
prescindir del “cum munus”, es decir, de la dimensión participativa de la misión evangelizadora. La paradoja
está delante de nuestros ojos; vivimos en una sociedad interconectada, o mejor internet-conectada... sin
embargo parece que, nunca como ahora, nos cuesta comunicar, conectarnos con el corazón de la gente.
¿Será que nos hemos olvidado que el Evangelio es una Buena Noticia?
4. La tarea misionera tiene también que tener una atención particular a la inculturación del Evangelio y la fe
cristiana, en el hoy y aquí. Esta es una exigencia “particularmente aguda y urgente” (RM 52). De esto
depende el respeto por el Evangelio que es destinado a ser acogido por todos de manera profunda y
existencial, no de manera superficial o sólo intelectual. De esto depende el respeto de los destinatarios de
nuestra acción; destinatarios que están llamados (juntamente con nosotros) a una conversión que tiene que
tocarlos profundamente: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu
espíritu y con todas tus fuerzas” (Mc 12,30). Nuestra acción no puede limitarse a algo hecho “de una manera
decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces” (EN
20). Inculturar nuestra acción no quiere decir bajar a “compromisos” sino llegar a la cultura del momento,
para producir una “nueva cultura”.
5. A pesar que en muchos sectores este tema parece “incomprensible”, el campo socio-político también tiene
que ser objeto de la acción del discípulo misionero. No tanto para sostener uno y otro partido, sino para ser
sujeto político. En el sentido que, más que los otros, siendo portador de valores, tiene la tarea de manifestar
su afecto a la “res pública”, al bien común. Los migrantes, las diferencias sociales, los pueblos originarios, los
encarcelados, los pobres, los marginados, los jóvenes vulnerables... siempre tienen que estar en la cabecera
de nuestra acción pastoral.
Hay que comprometerse con el anuncio de nuestra fe, porque la Misión no es uno de los intereses, una
de las actividades de la iglesia local, sino que hace parte de su identidad: “la tarea de la evangelización de
todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia... su identidad más profunda” (EN 14).
Padre Gianluca Roso, mccj
Director Nacional OMP
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