XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, 17/8/2014 Isaías 56, 1.6-7; Salmo 66; Romanos 11, 13-15.29-32; Mateo 15, 21-28. El tema común a todas las lecturas de este domingo es el extranjero, y esto precisamente en un fin de semana en el que los telediarios de nuestro país nos han hablado de esos extranjeros: de los miles que han intentado pasar a través de las vallas de Ceuta y Melilla, aunque apenas un centenar lo ha conseguido, del poco más del millar que lo ha hecho cruzando el estrecho de Gibraltar en pequeños botes neumáticos. ¿Qué nos dice la Palabra de Dios de estos extranjeros que vienen a nosotros? En primer lugar que Dios no los rechaza, sino todo lo contrario, Él acepta sus sacrificio y los alegrará en su casa de oración. Dios los acoge, su casa, los templos, las iglesias deben ser lugar donde ellos se alegren, se sientan acogidos, se sientan uno más de todos los hijos de Dios, tal y como nos lo dice la profecía de Isaías. Por ello, también el Antiguo Testamento, en sus oraciones poéticas, como son los salmos, expresa ya una de los objetivos que debe tener el corazón del creyente: conseguir que todos, que todos los pueblos alaben a Dios. En nuestros días, en los que asistimos al rebrote de cruentas guerras religiosas como a la que se ha lanzado el llamado Estado Islámico y a la que se vive entre palestinos e israelíes en Gaza, conviene tener claro lo que expresa este salmo: no quiere decir que todos tengan miedo de Dios, miedo es lo que dan los que asesinan en nombre de Dios, pero el miedo no invita a la alabanza; tampoco implica a una obligación, sino que la alabanza debe nacer del corazón, de la voluntad libre de cada uno que decide alabar a Dios, por ello, esta oración lo que expresa es que el objetivo final es conseguir que todos y cada uno de los hombres, desde su libertad, quiera alabar a Dios, al Dios que nos ama, nos da la vida, quiere vivir en medio d nosotros. En la segunda lectura, Pablo, un judío, se nos presenta como apóstol de los gentiles, puesto al servicio de los gentiles. Para los judíos el mundo se divide en dos: los judíos, el pueblo elegido, y todos los demás, los gentiles. Pablos nos dice que Dios, rechazado por los judíos, es acogido por los gentiles, y nos recuerda, a los gentiles que hemos acogido a Dios, que el objetivo final, la voluntad última de Dios, no es que nos salvemos quiénes le acogemos y que los demás se condenen o se queden ahí, sino que todos lo acojan, por ello los gentiles deben orar y hacer lo posible para que también los judíos acojan a Dios. En el Evangelio se nos presenta a Jesús con un comportamiento estúpido ante una extranjera, a la que aparentemente desprecia. Debemos ver en esto un modo de enseñar Jesús a sus apóstoles: a ellos como a nosotros, tras conocer un poco a Jesús, está manera de comportarse del maestro ante esta mujer debió de extrañarles, de parecerles injusta, inhumana, así, Jesús les muestra como el despreciar al otro por ser extranjero es algo injusto e inhumano, y, sobre todo, cuando el extranjero, como es el caso de esta mujer, es alguien necesitado, humilde, que nos pide ayuda. Jesús concede a esta mujer lo que le pide, porque Dios no puede dejar de escuchar, de acoger, de amar, al otro, al extranjero. Ahora podemos preguntarnos, ¿y yo, como seguidor de Jesús, como acojo, miró y me preocupo del extranjero? Es más fácil manifestarse en contra de los bombardeos en Gaza que manifestarse para que los niños, hijos de inmigrantes sin papeles en España, tengan acceso pleno y gratuito a la educación y a la sanidad en España. Que Dios nos bendiga y ayude. José Luis.