El absentismo escolar tolerado (La Opinión, 16/05/09) JOSEFINA PÉREZ RODRÍGUEZ-PATIÑO El juez de menores de Granada Emilio Calatayud explica a quien le quiera oír, que los menores no sólo tienen derechos, sino también algunos deberes, como obedecer a sus padres y contribuir con las cargas familiares. Si no exigimos su cumplimiento –insistía el juez hace poco en el Centro Cultural Puertas de Castilla– no es tanto por defecto del legislador, como por dejación de autoridad por parte de quienes la deben ejercer. Tomemos nota. Los estudiantes de secundaria, y entre ellos los alumnos de Bachillerato, tienen una serie de derechos reconocidos por la ley de educación (LOE, 2006), pero también unos cuantos deberes básicos: estudiar, seguir las directrices del profesorado, respetar las normas y el material y, como es de cajón, asistir a clase con puntualidad. Los deberes, cuando son justos y razonables, recogen las condiciones para que puedan ejercerse los derechos. La necesidad de ir a clase para alcanzar los objetivos de formación previstos en esta etapa educativa está fuera de duda, más allá de casos excepcionales. El sistema prevé además modalidades no presenciales de estudio del bachillerato en el caso de que la disponibilidad para ir a clase no sea completa. Por tanto en los institutos se debe llevar a cabo, y así se hace, el control de la asistencia: los profesores pasan lista, anotan las faltas en el sistema informático, mensualmente se elabora un parte que se entrega a los alumnos, estos lo dan a sus padres y devuelven el recibí firmado. Los alumnos también aportan justificantes de las faltas y los profesores toman nota para que estas ausencias queden diferenciadas de aquellas que no tienen excusa. Les aseguro que muchas energías y mucho tiempo se vierten en seguir todo este procedimiento. Cuando un alumno o alumna no asiste regularmente a clase, no se le puede hacer una evaluación continua de su rendimiento como a los demás y tiene que someterse a exámenes específicos, más difíciles, puesto que debe responder de todos los contenidos del programa. A ninguno le gusta llegar a ese punto, por lo que miden muy bien el número de faltas que se pueden permitir. Hasta hace un par de años cada centro fijaba en su reglamento el número de faltas injustificadas con el que se perdía el derecho a la evaluación continua. Por ejemplo, en asignaturas de 3 horas semanales era habitual permitir hasta 12 faltas injustificadas. No hace falta decir que los alumnos y sus padres se preocupaban bastante por justificar debidamente estas ausencias. Pero el 1 de julio de 2006, la Consejería de Educación (y Cultura, que era entonces) dictó una orden para garantizar la objetividad en la evaluación y en su artículo 4 estableció lo siguiente: “El porcentaje de faltas de asistencia, justificadas e injustificadas, que originan la imposibilidad de aplicación de la evaluación continua se establece en el 30% del total de horas lectivas de la materia.” Sí, han leído ustedes bien: un 30% de ausencias, que equivale prácticamente a faltar un trimestre justificada o injustificadamente. De un plumazo se ha abierto la mano para que los chicos de 16 a 18 años se administren 12 semanas sin clase a lo largo del curso. ¿Qué haríamos cualquiera de nosotros si nuestra empresa nos permitiera faltar 6 días cada mes a 1/2 El absentismo escolar tolerado (La Opinión, 16/05/09) nuestro trabajo sin descontarnos nada? Nos tomaríamos esos días libres, igual que están haciendo ahora tantos alumnos de bachillerato, amparados en la incomprensible laxitud de la norma que regula su deber de asistir a clase. La penosa contabilidad de faltas se sigue haciendo en los institutos, mientras un número llamativamente alto del alumnado acumula lagunas de formación en la creencia errónea de que lo no obligatorio no es necesario. Al final los resultados acaban poniendo las cosas en su sitio: llega el suspenso, la repetición de curso, el fracaso y el abandono. No andan nuestras cifras de resultados en educación tan sobradas para que nos permitamos no controlar una de las condiciones que generan fracaso: el absentismo escolar. Urge que la Consejería de Educación (Empleo y Formación ahora) rectifique esta absurda norma y exija a los jóvenes murcianos el cumplimiento de su deber de asistir a clase con puntualidad. Ellos nos lo van a agradecer porque aprobarán sin tanta dificultad, sus padres tendrán un buen argumento para exigirles responsabilidades, el profesorado volverá a encontrar sentido a la tarea de pasar lista y la administración educativa obtendrá mejor rendimiento del dinero que invierte. Todos ganaremos. Josefina Pérez Rodríguez-Patiño Miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia 2/2