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En realidad, el fin de este libro creo está cumplido, ya que no era
otro que el de acercar una vida, la de Victoriano Juaristi Sagarzazu, tan
rica y llena de facetas, al plano consciente de una sociedad, la navarra,
que hace tiempo la olvidó, para mí incomprensiblemente, dada su gran
contribución a su desarrollo en los tiempos anteriores a la Guerra Civil
y su indudable relevancia intelectual, motivos más que sobrados para
que no hubiera sido de esta manera pese a lo cortos de memoria que
solemos ser los españoles. Las páginas que anteceden, un recopilatorio
a partir de sus propias notas y escritos, amén de los testimonios de muchos de los que de una manera u otra fueron partícipes de su vivir o
simplemente lo rozaron, incluso no estando de acuerdo con él, que en
muchas ocasiones se adelantó a su tiempo, de la misma forma que en
otras erró como suele pasarles a todos los humanos que intentan salirse del camino trillado, creo lo dicen todo. Y aunque es seguro que muchas cosas se habrán quedado en el tintero, en ocasiones por desconocimiento –nunca se puede llegar a saber todo sobre nadie–, a veces por
no abundar en demasía, lo cierto es que pienso que su andadura ha
quedado contada de una forma lo suficientemente aproximada como
para poder sacar conclusiones sobre ella, y servir como el homenaje que
Pamplona y Navarra le debían.
Desde luego, no sé si de no haber existido don Victoriano, o simplemente de no haber venido a vivir a Pamplona, la ciudad y nuestra
comunidad hubieran sido exactamente como son hoy, aunque doy por
seguro que sí, ya que ninguno somos indispensables y las sociedades,
solamente de manera muy ocasional, evolucionan a partir del genio de
una sola persona, llámense Galileo, Newton, Edison, Fleming, Marconi o como quiera que se llamen; el caso de Leonardo da Vinci es una
buena muestra de ello, la sociedad no estaba preparada para que sus inventos pudieran calar en ella y hacerla evolucionar extemporáneamen205
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SALVADOR MARTÍN CRUZ
te. Pero sí me atrevo a decir que de haberse quedado en Irún, haberse
afincado en San Sebastián o en Madrid, como hubiera sucedido de ganar las oposiciones a la cátedra madrileña de cirugía en 1916-17, la
vida de aquel Pamplona y aquella Navarra provincianas con la que se
fue a encontrar a su llegada a la ciudad en 1919 hubiera perdido uno
de sus más importantes protagonistas y animadores y, por lo menos entonces, en aquellos veinte años en los que la ciudad vivió un momento
cultural sin precedentes, seguro que no hubiera sido la misma.
Entiendo que si dentro de todo lo que fue su vivir hubiera que destacar algunas de sus virtudes, estas serían sin duda alguna su voluntad,
su vocación por saber y su capacidad para el trabajo. Es más, creo que
solamente ellas pueden llegar a explicarnos cómo aquel niño de extracción humilde, que aprendió a hablar en español en la escuela primaria,
sin especial tradición cultural ni más medios que aquellos de los que
podía disponer alguien que tuvo que recurrir a una beca para poder realizar los estudios de bachillerato y universidad, llegase a ser uno de los
más importantes médicos del país, poseedor de una de las cabezas mejor y más ampliamente “amuebladas” de toda España, a la par que uno
de sus hombres inquietos, preocupado por todo y siempre dispuesto a
incendiar con sus ideas a los demás.
Gregorio Marañón, en una de sus cartas personales, llega a decirle:
“Es Usted uno de los pocos hombres animadores de España, hombre
espuela...”1. Esa fue otra de sus grandes virtudes, la capacidad de contagiar y arrastrar a los demás tras sus propias inquietudes; poniendo en
marcha iniciativas como la Sociedad de Fomento de Irún, la revista El
Bidasoa, la llamada Escuela paisajista del Bidasoa, la Academia Médicoquirúrgica de Navarra o el Ateneo Navarro, todo lo cual tiene una clara
y definitiva lectura, su preocupación por las gentes que le rodeaban, ya
que fueron precisamente ellas sus destinatarias, algo que también iba a
quedar de manifiesto en su proyección sanitaria como higienista y, por
supuesto, en el resto de su amplia actividad médica.
Muchas veces me ha dado por pensar a lo largo de estos últimos meses sobre la extraña química que pudo un día surgir entre don Victoria1
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Carta en archivo familiar sin fecha, posiblemente del año 1934.
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no, vital, extrovertido, generoso y alegre y Pío Baroja, que era casi todo
lo contrario, pero que sin duda, fue uno de sus buenos amigos, como lo
fueron todos los Baroja, como ellos mismos se encargaron de contar, al
igual que tantas de las gentes nombradas a lo largo de las páginas de este
libro y que, como también se ha visto en ellas, trascienden a ese entorno inmediato suyo constituido por Guipúzcoa y Navarra, a las que tanto amó. La verdad es que conforme más he pensado en ello más he ido
a dar con esas perlas de su personalidad que son su liberalidad, su bondad y su fino sentido del humor, algo que sorprende cuando se conoce
un poco la historia de nuestro país, tan banderiza y llena de locos fundamentalistas como poco dada a la tolerancia y a la coexistencia. De la
misma manera que me hubiera gustado conocer su opinión sobre esos
temas que tanto encrespan a la sociedad española de hoy: la eutanasia,
el aborto, los matrimonios entre personas de un mismo sexo, la corrupción, la creación, a partir del vascuence, de una lengua, el euskera, en mi
manera de pensar creada con más voluntad política de separar que de facilitar la relación entre los unos y los otros, la disgregación de España en
un nuevo reino de taifas, lógicamente a la luz de lo que es nuestro vivir
y entender la vida como gentes del siglo XXI, pero dado que no soy
amigo de extrapolaciones imposibles, como he dicho anteriormente,
creo innecesario meterme en un terreno tan resbaladizo como absolutamente carente de sentido en un libro como este, destinado a contar la
vida de un personaje y no a elucubrar sobre lo que hubiera pensado o
dejado de pensar si hubiese vivido en nuestro tiempo y no en el suyo.
Al final, uno termina casi preguntándose –no se rían, por favor,
porque casi es para echarse a llorar– si don Victoriano no sería un alienígena, y es que cuando se consideran esas virtudes antedichas, se piensa en su magnífica preparación para todo y su enorme capacidad de
trabajo, se valora el mundo de sus múltiples actividades y se tienen en
cuenta su bondad natural y su preocupación por los demás, de verdad
que dan ganas de pensar en ello, sobre todo si se tiene en cuenta la mediocridad del país que le tocó vivir, una de sus grandes preocupaciones
y uno de los motivos constantes de su desazón, y lo poco fieles que hemos sabido ser a ejemplos como el suyo.
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