Follet, Ken - La caída de los gigantes

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La mayor parte del regimiento abandonó Brest por tren. No les habían asignado
vagones de pasajeros, sino que iban apretujados a bordo de un furgón para el ganado.
Gus arrancó las risas de los hombres traduciendo el letrero que aparecía en el lateral de
uno de los vagones: «Cuarenta hombres u ocho caballos». Sin embargo, el batallón de
ametralladoras disponía de sus propios vehículos, de modo que Gus y Chuck fueron por
carretera a su cam pamento al sur de París.
En Estados Unidos habían hecho prácticas de la guerra de trincheras con fusiles de
madera, pero ahora tenían armas y munición de verdad. Por su condición de oficiales, a
Gus y a Chuck les habían hecho entrega de una pistola semiautomática Colt M1911 con
cargador de siete balas. Antes de abandonar el país, se habían deshecho de sus gorros de
piel como los que llevaba la policía montada y los habían sustituido por gorras más
prácticas con un ribete distintivo que recorría toda la prenda. También tenían cascos de
acero con la misma forma de cuenco para la sopa que los británicos.
En ese momento, unos instructores franceses de uniforme azul los estaban entrenando
para luchar en colaboración con la artillería pesada, una táctica que el ejército de
Estados Unidos no había necesitado hasta entonces. Gus sabía hablar francés, por lo que
no tardaron en asignarle las tareas de enlace. Las relaciones entre ambas nacionalidades
eran buenas, aunque los franceses se quejaban de que el precio del coñac había subido
en cuanto habían llegado los soldaditos.
La ofensiva alemana había proseguido con éxito a lo largo de todo el mes de abril.
Ludendorff había avanzado con tanta rapidez en Flandes que el general Haig declaró
que los británicos se hallaban entre la espada y la pared, una frase que provocaba
escalofríos entre los norteamericanos.
Gus no tenía ninguna prisa por ver la acción, pero a Chuck lo devoraba la
impaciencia en el campo de entrenamiento. ¿Qué narices estaban haciendo, quería saber
él, ensayando batallas de pacotilla cuando deberían estar enfrentándose en luchas
reales? La sección más cercana del frente alemán se hallaba en la ciudad de Reims, al
nordeste de París, famosa por su champán; pero el oficial al mando de Gus, el coronel
Wagner, le dijo que los servicios de espionaje de los aliados estaban seguros de que no
habría ofensiva alemana en ese sec tor.
Aunque con esa predicción, los servicios de espionaje de los aliados se equivocaban
de medio a medio.
II
Walter se sentía exultante. Las bajas eran muy numerosas, pero la estrategia de
Ludendorff estaba funcionando. Los alemanes atacaban en los puntos más débiles de la
línea enemiga, con penetraciones rápidas y dejando los principales focos de resistencia
para más adelante. Pese a algunas maniobras defensivas muy inteligentes por parte del
general Foch, el nuevo comandante en jefe de los ejércitos aliados, los alemanes estaban
ganando territorio con mucha más rapidez que en cualquier otro momento desde 1914.
El mayor problema era que el avance se detenía cada vez que los soldados alemanes
se topaban con provisiones de alimentos. Se paraban allí y se ponían a comer, sin más, y
a Walter le resultaba imposible obligarlos a seguir adelante hasta que tenían el estómago
lleno. Era una estampa muy curiosa ver a los hombres sentados en el suelo, sorbiendo
huevos crudos, atiborrándose de pastel y jamón al mismo tiempo, o bebiéndose botellas
enteras de vino, mientras una lluvia de proyectiles caía a su alrededor y las balas
surcaban el aire por encima de sus cabezas. Sabía que a otros oficiales les ocurría lo
mismo; algunos optaban por amenazar a sus hombres con sus pistolas, pero ni siquiera
eso los persuadía para soltar la comida y ponerse en marcha.
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