Follet, Ken - La caída de los gigantes

Anuncio
im pulsar la nave en una dirección u otra, pero nunca intentando ir directamente contra
él.
Olga suspiró.
- Me habría encantado estudiar esas cosas, pero mi padre no me deja ir a la
universidad. Gus sonrió.
- Supongo que cree que aprenderías a fumar cigarrillos y a beber ginebra.
- Y a algo peor, no me cabe duda -dijo ella. Era un comentario subido de tono para
una mujer soltera, y el rostro de él debió de delatar su sorpresa, pues ella añadió-: Lo
siento, te he incomodado.
- En absoluto. -De hecho, se sentía cautivado. Con la voluntad de que siguiera hab
lando, le preguntó-: ¿Qué estudiarías si pudieras ir a la universidad?
- Historia, creo.
- Adoro la historia. ¿Alguna época en particular?
- Me gustaría entender mi propio pasado. ¿Por qué tuvo que marcharse de Rusia mi
padre? ¿Por qué Estados Unidos es mucho mejor? Debe de haber motivos para estas
cosas.
- ¡Exacto!
A Gus le emocionaba que una joven hermosa compartiera su curiosidad intelectual.
De pronto se imaginó a ambos como una pareja casada, en el vestidor después de una
fiesta, charlando sobre acontecimientos del mundo mientras se preparaban para
acostarse, él en pi jama, sentado y contemplándola mientras ella se quitaba
pausadamente las joyas y se des nudaba… Luego la miró a los ojos; tuvo la impresión
de que ella había adivinado lo que tenía en la cabeza y se sintió azorado. Intentó pensar
en algo que decir, pero se había quedado mudo.
En ese momento llegó el conferenciante, y el público guardó silencio.
Disfrutó de la charla más de lo que había esperado. El orador había preparado
transpar encias Autochrome a color de algunos lienzos de Tiziano, y su linterna mágica
las proyectaba sobre una gran pantalla blanca.
Cuando la conferencia acabó, quiso seguir hablando con Olga, pero no pudo hacerlo.
Chuck Dixon, un hombre a quien conocía de la escuela, se acercó a ellos. Chuck poseía
un encanto natural que Gus envidiaba. Tenían la misma edad, veinticinco años, pero
Chuck lo hacía sentir como un colegial torpe.
- Olga, tienes que conocer a mi primo -dijo Dixon con aire jovial-. Te ha estado mir
ando desde el otro extremo de la sala. -Dedicó una sonrisa cordial a Gus-. Siento
privarte de una compañía tan cautivadora, Dewar, pero, ya sabes, no puede ser solo tuya
toda la tarde. -Rodeó a Olga por la cintura con un brazo en un gesto posesivo y se la
llevó.
Gus se sintió despojado. Tenía la sensación de haber congeniado tan bien con ella…
Para él, esas primeras conversaciones con una chica solían ser las más arduas, pero con
Olga le había sido fácil charlar. Y entonces Chuck Dixon, que en la escuela siempre
había sido el último de la clase, se alejaba con ella con la misma desenvoltura con que
habría co gido una copa de la bandeja de un camarero.
Mientras Gus buscaba con la mirada a algún conocido, se le acercó una chica tuerta.
La primera vez que vio a Rosa Hellman -en una cena benéfica para la Or questa
Sinfónica de Buffalo, en la que tocaba el hermano de esta- creyó que ella le guiñaba un
ojo. En realidad, tenía un ojo cerrado permanentemente. Por lo demás, su rostro era
hermoso, lo que hacía que su defecto fuera más llamativo. Además, siempre vestía con
elegancia, como en una actitud desafiante. Ese día llevaba un canotier de paja
extrañamente ladeado, pese a lo cual seguía estando guapa.
276
Descargar