SARRIA-PORTOMARÍN

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Mi Camino (de Santiago)
Sarria-Portomarín
Esta noche no ha habido ronquidos ni peregrinos
ruidosos; alguna ventaja tenía que tener dormir en
habitación doble. Nada más bajar las escaleras allí
está el bar y el café mañanero así que todo han
sido facilidades.
El bar, situado al final de la calle por la que los
peregrinos salen del pueblo, seguramente es el
único abierto a esas horas y por eso está abarrotado con muchas caras nuevas como consecuencia
de haber hecho casi dos etapas en una jornada.
Tambien el taxista encargado del transporte de
mochilas se toma su café con un chorrito de orujo
para entonarse, matar el gusanillo que se dice.
Esto de llevarle la mochila al peregrino es el servicio con más éxito de todos los que le ofrecen.
Tras el café, entre luces y con neblina augurio de
otro buen día, comienza la andadura por una pequeña subida para, una vez superada y tras cruzar
la vía del tren, llegar en seguida a Barbadelo que
dispone de albergue y algunos servicios. Algunos
peregrinos que han pasado la noche en un cobertizo cercano al albergue aún siguen dormiendo; no
se sabe si lo han hecho porque no había sitio ó por
solidaridad con el perro que los acompaña.
El perfil del camino es fácil; en Galicia no encontrará el peregrino grandes subidas sino un terreno
ondulado que no exige esfuerzos concretos sino
continuados; estas ondulaciones no son otra cosa
que divisorias de aguas de los numerosos cauces
que discurren por Galicia. A pesar de esa facilidad
son menos los caminantes que los clientes del bar
¿dónde están?. No hay que ser malpensado pero
ganaría quien apostase que están a bordo de algún
medio de transporte.
Se avanza rápido, siempre por corredoiras, para ir
acercándose al mojón que indica a todos los peregrinos que sólo faltan cien kilómetros para llegar
a Compostela.
Los vándalos que han pasado antes por allí han
dejado su huella sobre el mojón a la espera de las
brigadas de limpieza. Una pena pero el Camino es
una síntesis de la vida; si en las poblaciones hay
pintadas el Camino no iba a ser la excepción.
Tambien sobre el asfalto se pueden ver otras con
el lema agua para todos; para algunos todo vale
para reivindicar lo que sea. Lo que el peregrino no
ha visto es ninguna del trasvase no.
Tras la obligada foto de rigor de nuevo a caminar
buscando ahora un rincón soleado para hacer una
parada: descansar, reponer fuerzas, desprenderse
de la ropa de abrigo y, sobre todo, darle una tregua a la espalda.
En suave subida atravesando bosques de castaños
se va a llegar a la llamada terra chá (tierra llana);
una zona de campos de labor, soleada y de fácil
andadura.
A lo lejos ya se atisba Portomarín, final de la etapa del día, situado en la margen derecha del Miño
en donde destaca la vieja iglesia templaria de S.
Juan que fue trasladada piedra a piedra, desde su
antigua ubicación, con motivo de la construcción
del embalse de Belesar que anegó el antiguo pueblo.
Llama la atención del peregrino el bajo nivel de
las aguas que permite ver el viejo puente; ello se
debe, según las explicaciones que le dan, a que
todos los años se procede al vaciado del embalse a
final del verano y el posterior llenado a mediados
del otoño.
Tras cruzar el río sólo queda subir a lo alto del
pueblo en el que está situado el albergue.
La fila de los que esperan la hora de la apertura (a
las 13 horas) es numerosa; algunos de los que se
quedaron tomando tranquilamente su café ya están en la fila. Milagros del Camino.
Este albergue es de nueva planta, bastante funcional pero con algunas deficiencias menores que,
subsanadas, harían más agradable la estancia del
peregrino. Por ejemplo, un mayor número de la-
vaderos supondría menor tiempo de espera. Sin
embargo, es un acierto que haya servicios y duchas separados para hombres y mujeres lo que
hace más rápido el uso de los mismos.
La búsqueda de un establecimiento para el almuerzo no presenta problemas dada la abundancia
de los mismos y la similitud en los precios (6,57,5€).
El peregrino se decide por uno situado frente a la
iglesia de S. Juan y se instala en una mesa entre
sol y sombra aprovechando el día tan soleado. El
menú es bueno acompañado por una jarra de cerveza, de capacidad aproximada de una pinta, a la
que llaman box sin que el peregrino consiga explicarse el motivo de esta denominación. Cosas veredes.
Resulta muy agradable pasear por las calles de
este pueblo de vida tranquila, sólo mínimamente
alterada por los peregrinos, edificado en lo alto de
la colina para sustituir al anegado y con hermosas
vistas sobre el valle del Miño.
En un parquecito sobre el río se puede descansar,
disfrutar de la conversación y de la tarde tan estupenda mientras se observa la llegada de los últimos biciperegrinos, muy cansados, que echan pie
a tierra para superar la última subida.
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nos han sido alojados en el antiguo, situado en
frente.
La visita a la iglesia es obligada tanto en el interior como por el exterior en el que se pueden observar aún los números puestos en su día sobre las
piedras para poder hacer el traslado y la posterior
reconstrucción.
Ha sido una jornada de poco más de veinte kilómetros que ha permitido al peregrino recuperarse
del atracón del día anterior. Llega la hora del merecido descanso. Mañana será otro día.
En los años en que se construyó el embalse nadie
hablaba de impacto ambiental ni de porcentajes
para obras culturales y, sin embargo, el nuevo
pueblo ha quedado bien integrado en el paisaje y
la vieja iglesia templaria se salvó; ganas de hacer
bien las cosas, como todo en la vida. Aunque
permitir el estacionamiento de vehículos alrededor de la iglesia no parece lo mejor para resaltar la
belleza del monumento. Alcaldadas.
Así, entre unas cosas y otras, va pasando la tarde
y llega la hora de volver al albergue que ha puesto
el cartel de completo por lo que algunos peregri-
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