Subido por Sara El khanouche

Primera Guerra Carlista: Análisis Histórico y Consecuencias

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Dos opciones enfrentadas.
En 1833, tras la muerte de Fernando VII, se reactivó la dinámica de guerra y revolución que
caracteriza el proceso de disolución del Antiguo Régimen en España. Los sectores absolutistas
partidarios de Carlos María Isidro, hermano del difunto rey, iniciaron una insurrección armada
para impedir la consolidación del trono isabelino. Esta derivó en una guerra civil, que no fue
una simple cuestión dinástica, sino un conflicto de gran contenido social e ideológico.
Los carlistas se agrupaban ideológicamente bajo el lema Dios, Patría y Rey,) que representaba
los intereses del legitimismo absolutista (Altar y Trono), la preeminencia social de la Iglesia, el
mantenimiento de las estructuras económicas del Antiguo Régimen y la conservación de un
sistema foral particularista frente a la centralización política liberal. La sublevación se
desplegó por zonas rurales del País Vasco, Navarra, parte de Cataluña, Aragón y Valencia.
Contó con el respaldo social de sectores contrarios al liberalismo aunque por diversos motivos:
miembros del clero (desamortización), buena parte de la pequeña nobleza agraria
(desvinculación y mayorazgos), oficiales reaccionarios del Ejército, numerosos artesanos
arruinados (abolición de los gremios) y campesinos arrendatarios Parte del campesinado se
unió al carlismo ante el temor de verse expulsados de sus tierras por la reforma de la
propiedad liberal y los nuevos impuestos estatales. Su comportamiento refleja una resistencia
colectiva frente a las innovaciones en virtud de un pasado idealizado. La causa isabelina contó
con el apoyo de la alta nobleza, de los funcionarios reformistas y de un sector de la jerarquía
eclesiástica) Sin embargo, la dinámica de guerra y los problemas económicos obligaron a
ampliar esta base social comprometiendo a la burguesía (adquisición de bienes
desamortizados) y a los sectores populares (participación en la Milicia Nacional) a cambio de
reformas en el régimen político. La guerra se convertiría en un acelerador del cambio político
El conflicto también presentó una dimensión internacional en una Europa dividida entre
absolutistas y liberales. Los carlistas recibieron el apoyo de potencias contrarrevolucionarias
como Rusia, Prusia, Austria y Nápoles. Mientras que los liberales recibieron la ayuda de Francia
y el Reino Unido con las que firmaron la Cuádruple Alianza de 1834, que evidenciaba el interés
de ambas potencias acreedoras por estabilizar los regímenes liberales.
El desarrollo del conflicto
Carlos María Isidro reivindicó sus derechos dinásticos en el Manifiesto de Abrantes, poco
después de la muerte de su hermano, y no tardaron en producirse insurrecciones armadas. Los
carlistas se hicieron fuertes en las zonas montañosas de Navarra y País Vasco y en zonas
aisladas de Valencia y Aragón, donde organizaron sus efectivos en partidas armadas. En 1834,
Carlos Maria Isidro se instaló en zona carlista y logró organizar un pequeño Estado y formar
un ejército al mando de Zumalacárregui.
La guerra se desarrolló en las siguientes etapas:
Entre 1833 y 1835, se produjo la estabilización y avance del ejército carlista, hasta la muerte del
general Zumalacárregui en 1835 durante el asedio de Bilbao, donde los carlistas perdieron a su
mejor organizador y estratega. En esta se delimitaron las áreas y zonas de influencia. Entre
1835 y 1837, aprovechando el momento más crítico de la regencia, los carlistas organizaron
expediciones militares para romper su aislamiento. En 1836, el ejército carlista extendió su
actividad hasta Andalucía y, en 1837, una expedición real encabezada por Don Carlos llegó a las
puertas de Madrid con la intención de pactar con la regente, pero fue rechazada por las
tropas liberales, En ambas expediciones quedó patente el escaso apoyo de la población civil
fuera de sus zonas de influencia. De nuevo, fracasó un intentó de tomar Bilbao gracias a la
victoria del general isabelino Baldomero Espartero en la batalla de Luchana. Entre 1837 y 1839
se desarrolló la ofensiva isabelina bajo el mando de Espartero, que constató la debilidad del
carlismo y la escisión carlista entre los transaccionistas de Maroto y los intransigentes o
apostólicos de Cabrera. Finalmente, Maroto acordó con Espartero la firma del Convenio de
Vergara en 1839. El acuerdo preveía el mantenimiento de los fueros en las provincias vascas y
Navarra, así como la integración de la oficialidad carlista en el ejército real. A partir de 1839,
solo las partidas de Cabrera continuaron resistiendo en la zona del Maestrazgo hasta su
derrota en 1840, que supuso la retirada hacia Francia y el exilio del pretendiente carlista.
Consecuencias de la guerra
Las consecuencias de la guerra se pueden dividir en:
Demográficas. El número de muertos se contabiliza entre 150000 y 200000, en un país de 13 millones de
habitantes, con episodios de crueldad en forma de represalias y venganzas que sembraron el terror en la
población. Políticas. La guerra consolidó la división del liberalismo español en moderados y progresistas y,
al mismo tiempo, situó en el liderazgo de ambas tendencias políticas a los militares que protagonizaron los
principales pronunciamientos del periodo hasta 1874. Económicas. La guerra incrementó la deuda,
condicionó los objetivos de la desamortización y dificultó el desarrollo industrial.
El régimen del Estatuto Real
Ante la insurrección carlista, la regente María Cristina y el Consejo de gobierno encabezado
por Cea Bermúdez, un absolutista tímidamente reformista, concedieron una amnistía a los
liberales y, al mismo tiempo, buscaron un acuerdo dinástico. En realidad, pretendían mantener
la línea política anterior de reformas administrativas y cambios "sin innovaciones peligrosas".
Entre las reformas destacó la nueva división territorial en 49 provincias por Javier de Burgos
(1833). Sin embargo, en 1834, con un país en guerra y con la necesidad de sumar apoyos, la
regente tuvo que aceptar la inclusión en el gobierno de liberales moderados como Martínez de
la Rosa, y promulgar un Estatuto Real. Se trataba de una carta otorgada para formar unas
Cortes estamentales con dos cámaras que no tenían atribuciones legislativas ni de soberanía,
sino un carácter consultivo y subordinado al monarca. El sufragio se limitaba a una minoría de
la población (0,15%), que pagaba una contribución estipulada o reunía determinadas
capacidades. El sistema político del Estatuto Real consolidó la división entre liberales
moderados, partidarios de una transición reformista, y liberales progresistas, partidarios de
recuperar la obra legislativa de las Cortes de Cádiz.
El acceso de los progresistas al poder
El detonante final de la crisis del régimen del Estatuto fueron las revueltas ciudadanas del
verano de 1835, que se manifestaron en forma de protestas, motines y quemas de conventos
(Zaragoza, Barcelona, Valencia, Málaga, Madrid...), además del incendio de la fábrica Bonaplata
en Barcelona, que anticipaba la nueva conflictividad industrial. El malestar propició de nuevo
la formación de juntas revolucionarias de signo progresista que demandaban cambios reales y
la reactivación del programa de reformas de 1812 y 1823. Para ampliar el apoyo liberal y
establecer la autoridad y el orden público, la regente nombró un nuevo gobierno, encabezado
por un liberal progresista, Juan Álvarez Mendizábal. El primer objetivo era militar, derrotar al
carlismo, y para ello convocó una quinta de 100.000 hombres. El segundo era político,
transformar el Estado en un sentido liberal, reformando el Estatuto Real. El tercero, económico,
impulsar una reforma agraria con la aprobación de los decretos de desamortización de tierras
eclesiásticas y la supresión de las congregaciones religiosas. El ambicioso programa de
cambios provocó que María Cristina, atendiendo a las voces contrarias a las medidas,
destituyera a Mendizábal y entregará el gobierno a los moderados. Para los progresistas, esta
decisión suponía la vuelta al punto de partida y, en el verano de 1836, se inició en Andalucía un
amplio movimiento revolucionario en favor de la Constitución de 1812. Las revueltas y motines,
con la consiguiente formación de juntas, se extendieron por toda la Península y un motín de
sargentos en La Granja obligó a la regente a aceptar la Constitución de 1812. El progresista
Calatrava fue llamado a formar gobierno, con Mendizábal como ministro de Hacienda.
El desmantelamiento del Antiguo Régimen
En el corto periodo de tiempo de los gobiernos progresistas de Mendizabal (1835-1836) y
Calatrava (1836-1837) se desmantelaron las estructuras económicas del Antiguo Régimen y se
implantó un régimen liberal, constitucional y una monarquía parlamentaria.
El nuevo gobierno convocó elecciones, que dieron una mayoría progresista. Las nuevas Cortes
redactaron una nueva Constitución (1837), más breve que la de 1812 y que dejaba al margen una
serie de cuestiones que se regularían posteriormente por leyes orgánicas (la electoral, la de
imprenta o la de ayuntamientos). Esto tenía el objetivo de que la Constitución fuese aceptada
por las distintas opciones liberales (progresistas y moderados). La Constitución de 1837 reunía
los principios básicos del progresismo, como la soberanía nacional, una amplia declaración de
derechos de los ciudadanos y algunos principios moderados, como la introducción de una
segunda cámara de designación real (el Senado), la soberanía compartida, la concesión de
amplios poderes a la Corona y la financiación del culto católico.
La liberalización del sistema económico
El nuevo sistema liberal impulsó una reforma agraria orientada a introducir nuevas relaciones
de trabajo y mercado capitalistas y a institucionalizar los principios de la propiedad privada y
la libre disponibilidad de la tierra. Tres fueron los componentes esenciales de la reforma
agraria: La abolición de los señoríos, ya iniciada en las Cortes de Cádiz, eliminó definitivamente
la jurisdicción señorial y favoreció que la tierra pasase a manos de los antiguos señores como
propiedad privada. La desvinculación de mayorazgos permitió a la nobleza poder vender
libremente las tierras que hasta entonces estaban unidas a perpetuidad a una familia o
institución. La desamortización de bienes del clero regular (1836) y secular (1841) fue precedida
de la disolución de las órdenes religiosas, excepto las dedicadas a la enseñanza y a la
asistencia sanitaria, y su patrimonio fue incautado por el Estado. Los bienes nacionalizados
fueron vendidos en subasta pública y adquiridos con dinero o con vales de deuda pública.
La desamortización de Mendizábal perseguía tres objetivos: obtener recursos para abastecer
al ejército liberal, disminuir el déficit de Hacienda y forjar una clase de propietarios defensores
del régimen liberal. Este proceso se completó con la abolición de los diezmos, de los privilegios
de la Mesta y de los gremios, que consolidaron la libertad de contratación y la libertad de
industria. La eliminación de las aduanas interiores estableció la libertad de comercio, que
favoreció la creación de un mercado nacional. (ver tema sobre desarrollo agrario e
industrialización.
La vuelta al poder de los moderados (1837-1840)
Aprobada la Constitución, se convocaron nuevas elecciones (octubre de 1837), que ganaron los
moderados. En esta etapa de gobierno, que se alargó hasta diciembre de 1840, se asentaron
algunos de los principios de actuación del liberalismo moderado. Por un lado, el recurso
permanente a suspender el funcionamiento de la Constitución, gobernar de forma autoritaria
mediante decretos y restringir las libertades. También se frenó la desamortización y se
pretendió limitar la libertad de prensa y disminuir el peso de la Milicia Nacional.
Por otro lado, se acentuó la centralización política con el proyecto de Ley de ayuntamientos
(1840), que otorgaba a la Corona la facultad de nombrar a los alcaldes de las capitales de
provincia y reforzaba el control gubernativo sobre las instituciones municipales. A pesar del
consenso constitucional de 1837, existieron siempre dos modelos enfrentados de concepción
del gobierno municipal: electivo, el progresista, y centralista, el moderado. El caciquismo
posterior demostraría que no era una cuestión menor.
En este contexto, los progresistas se sintieron expulsados del sistema y reiniciaron un nuevo
ciclo de revueltas ciudadanas (1835,1836 y 1840) que provocaron la formación de juntas en
ciudades como Madrid o Barcelona. La regente Maria Cristina dio su apoyo a los moderados,
pero el enfrentamiento se resolvió a favor de los progresistas, que tuvieron en el general
Espartero, símbolo de la victoria frente al carlismo, un defensor de su programa. Maria Cristina, obligada a renunciar a la regencia, marchó al exilio (1840).
La regencia de Espartero (1840-1843)
Espartero disolvió las juntas y convocó elecciones que dieron la mayoría a los progresistas.
Una vez derogada la Ley de ayuntamientos, debía resolverse si la regencia sería única o de tres
personas, como defendían buena parte de los progresistas. Espartero optó por la regencia
única y gobernó con un marcado personalismo que le aisló de sectores progresistas críticos
con su gestión, como Olózaga. La regencia inicialmente permitió un impulso de las libertades,
también fueron elegidos los primeros concejales republicanos en ciudades como Sevilla,
Valencia y Barcelona. Desde el comienzo de su regencia, contó con la oposición de los militares
moderados financiados desde París por la regente Maria Cristina. En 1841, se produjo un
movimiento militar contra Espartero liderado por O'Donnell, que terminó con el fallido intento
de asalto al palacio y la represión de algunos de los generales participantes. En 1843, la
confluencia de la oposición progresista y los generales moderados derivó en el levantamiento
que llevaría al exilio a Espartero. La junta de Barcelona planteó formar una Junta Central para
poner en marcha reformas de contenido de- mocrático. Ante esa situación y la inconveniencia
de nombrar una nueva regencia, las Cortes adelantaron la mayoría de edad de Isabel II y la
proclamaron reina a los trece años. Tras el breve gobierno de Olózaga, los moderados se
hicieron con el poder.
Las bases del régimen moderado
Las elecciones de 1844 dieron la mayoría a los moderados, que formaron un gobierno presidido
por el general Narváez, quien impulsó una política basada en los principios del liberalismo
moderado o doctrinario. Su objetivo era clausurar la etapa revolucionaria e implantar un
régimen que garantizase la estabilización política a través de reformas institucionales
combinadas con férreas medidas represivas. Las nuevas Cortes aprobaron la Constitución de
1845, que acotaba el régimen de libertades en virtud del modelo censitario, y la Ley electoral de
1846 estableció un sufragio más restringido. Solo tenían derecho a voto los grandes
contribuyentes y las denominadas capacidades, personalidades destacadas de la cultura, la
administración, la Iglesia y el ejército. Los moderados buscaron mejorar sus relaciones con la
Iglesia, y paralizaron el proceso desamortizador y firmaron un Concordato con la Santa Sede
(1851), que reconocía a Isabel Il y aceptaba la obra desamortizadora previa, mientras que el
Estado se comprometia al sostenimiento de la Iglesia española con el presupuesto del culto y
del clero, el reconocimiento del catolicismo como religión oficial del país.
El desarrollo del Estado liberal moderado
El moderantismo pretendió consolidar la estructura del Estado liberal bajo los principios de
centralismo, uniformidad y jerarquización a través de varios objetivos:
Centralizar y jerarquizar la administración a partir de las leyes de administración local y
provincial de 1845, que instituyó un sistema jerárquico de control: gobernadores civiles,
diputaciones y ayuntamientos. Se puso especial atención en el control del poder municipal, al
disponer que los alcaldes de los municipios de más de 2000 habitantes y de las capitales de
provincia serían nombrados por la Corona, mientras que el gobernador civil designaría a los
de los municipios menores. Se reducía así el papel que los municipios habían tenido en la
movilización política a través de las juntas y la Milicia Nacional. Implantar un sistema electoral
basado en los distritos uninominales, que permitian el control del voto rural, y en la labor del
gobernador, convertido en correa de transmisión del Gobierno. Todo ello favoreció la
manipulación constante de los resultados electorales por parte del Gobierno. Crear un orden
jurídico unitario con la aprobación del Código Penal de 1848 y el proyecto de Código Civil en
1851. También se inició la reforma de la Administración pública con una Ley de funcionarios que
regulaba su acceso. Racionalizar y aumentar los ingresos de la Hacienda Pública con la
reforma fiscal. Asegurar el mantenimiento del orden público, para lo que se sustituyó, en 1844,
la Milicia Nacional por la Guardia Civil, un cuerpo armado con fines civiles pero estructura
militar.
La crisis del moderantismo
En oposición al régimen moderado, entre 1847 y 1849 se reactivó el carlismo, con partidas
guerrilleras en el Pirineo ca- talán a favor de Carlos VI (hijo de Carlos María Isidro), que inició la
segunda guerra carlista. El ciclo revolucionario de 1848 se dejó sentir en las barricadas de
mayo en Madrid, Sevilla y Barcelona ante las que Narváez aplicó una dura represión. No
obstante, en 1849 surgió el Partido Demócrata, que defendió el sufragio universal y la libertad
de asociación, atrajo a sectores del progresismo. Entre 1852 y 1854, los diferentes gobiernos
fueron incapaces de frenar el desgaste moderado al conocerse casos de corrupción
vinculados a contratos del ferrocarril. En este contexto, los puritanos, el grupo más cercano al
progresismo, y sectores del ejército optaron por el pronunciamiento.
La revolución de 1854
El monopolio del poder moderado y una nueva crisis de subsistencia desembocaron en la
revolución de 1854. El fracaso en Vicálvaro del pronunciamiento militar del general O'Donnell,
gestado dentro del moderantismo, obligó a buscar un mayor apoyo social a través del
Manifiesto de Manzanares, que recogía demandas progresistas como la reforma de la Ley
electoral. El cambio se hizo irreversible e Isabel II aceptó un gobierno presidido por el
progresista Espartero y con O'Donnell al frente del Ministerio de Guerra. La convocatoria de
Cortes constituyentes con la Ley electoral de 1837 permitió una amplia mayoría a progresistas y
unionistas. Las nuevas Cortes aprobaron un proyecto de Constitución (1856) que la Corona no
llegó a sancionar.
La nueva legislación económica
El gobierno progresista impulsó importantes reformas que dieron lugar a una etapa de
desarrollo y expansión económica. Las Cortes aprobaron una nueva Ley de Desamortización
civil y eclesiástica (1855), obra de Pascual Madoz, que afectó especialmente a la propiedad
municipal de uso colectivo (bienes de propios y comunes). Con su venta y privatización se
consiguieron recursos para Hacienda y se desarrolló la agricultura de mercado en beneficio
de la nueva burguesía agraria y en detrimento de los pequeños campesinos. También se
aprobó la Ley General de Ferrocarriles (1855), que regulaba e incentivaba la construcción de
líneas ferroviarias, y ofrecía amplias ventajas fiscales y subvenciones a las empresas
constructoras. Todo ello atrajo a inversores extranjeros, sobre todo franceses y británicos
Los problemas sociales
El descontento social derivó en un grave clima de conflictividad social. Los trabajadores
pedían la mejora de los salarios y la reducción de la jornada laboral
Aunque el gobierno adoptó medidas conciliadoras, provocaron la primera huelga general el 2
de julio de 1855, que se extendió por las zonas industriales de Cataluña.
En los primeros meses de 1856, la conflictividad se extendió también en el medio rural y se
produjeron importantes levantamientos campesinos en Castilla que se propagaron por muchas
ciudades del país, con motines e incendios de fincas y fábricas.
La crisis del Bienio Progresista
Ante la conflictividad social de 1856, O'Donnell promovió duras medidas represivas que
provocaron el enfrentamiento con Espartero. La intervención directa de la reina nombrando a
O'Donnell presidente del Gobierno hizo que un grupo de diputados progresistas y demócratas,
apoyados por la Milicia Nacional, presentaran una moción de censura a O'Donnell y la solicitud
para que la reina sancionara la Constitución. La respuesta fue la represión, cañoneando
incluso el Congreso de los Diputados.
Finalmente, desarmada también la Milicia en ciudades como Zaragoza y Barcelona, se impuso
la facción del ejército afecta a O'Donnell, que puso fin al Bienio: cerró las Cortes, suprimió la
Milicia, destituyó ayuntamientos y diputaciones y anuló la libertad de prensa. El golpe
contrarrevolucionario había triunfado.
La reacción moderada
Tras el golpe de 1856, la reina nombró de nuevo presidente a Narváez, con el objetivo de volver
al moderantismo más con- servador y autoritario. Las elecciones de 1857 dieron mayoría
moderada e inauguraron una breve legislatura (1857-1858) que permitió la promulgación de la
Ley de Instrucción Pública del ministro Moyano (1857). La continuación del ciclo de malas
cosechas dio lugar a movilizaciones de demócratas, republicanos y grupos de jornaleros
demandando trabajo y salarios dignos.
El gobierno unionista de O'Donnell (1858-1863)
En junio de 1858, la reina volvió a confiar el gobierno a O'Donnell, líder de la Unión Liberal, un
partido nacido durante el bienio de la confluencia de sectores moderados y progresistas. Las
nuevas Cortes surgidas de las elecciones de 1858 mostraron la mayoría unionista. El nuevo
gobierno liberalizó la Constitución de 1845.
Hasta 1866 fueron años de expansión económica y de incremento de los recursos de Hacienda,
que en buena medida se gastaron en una activa política exterior. España participó en
operaciones militares que pretendían rehacer su imagen como potencia colonial, fomentar el
nacionalismo español y contentar a importantes sectores del ejército. De este modo, se llevaron
a cabo varias campañas de carácter internacional:
La expedición a Cochinchina (1858-1863) en colaboración con Francia.
Las campañas militares de Marruecos (1859-1860) estuvieron motivadas por disputas
fronterizas, capitalizadas por O'Donnell y el progresista Prim. La intervención en México (1862)
se realizó junto a franceses y británicos para exigir al gobierno mexicano el cobro de las
deudas atrasadas. Españoles y británicos acabaron retirándose por desavenencias con los
franceses.
La crisis final del sistema (1863-1868)
La radicalización del autoritarismo desde 1863 y el fuerte intervencionismo de la reina,
refrendado por la gran influencia de las distintas camarillas que buscaban el favor real o
gubernamental, provocaron una gran inestabilidad política.
Los progresistas, demócratas y republicanos responsabilizaron a Isabel II de su exclusión y del
mal funcionamiento de las instituciones, y se decidieron por el pronunciamiento como única
vía de acceso al poder. En 1866, la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil se
convirtió en una revuelta popular en Madrid y fue duramente reprimida.
El gobierno de Narváez cerró las Cortes y adoptó una estrategia defensiva de represión ante la
inestabilidad política y económica. La situación empeoró a raíz de la crisis de subsistencias de
1866, que provocó el aumento de los precios y el descontento popular. Progresistas y
demócratas firmaron el Pacto de Ostende para acabar con la monarquía de Isabel II, formar un
gobierno provisional y convocar Cortes Constituyentes por medio del sufragio universal
masculino.
La gloriosa revolución de 1868
En el descontento social que llevó a la revolución de 1868 confluyeron la crisis política del
régimen isabelino, el descrédito de la mo- narquía y una crisis económica que se manifestó en
forma de:
Crisis financiera, originada por la escasa rentabilidad de las inversiones ferroviarias, lo que
provocó un descenso de las cotizaciones de la bolsa y arrastró a bancos y al resto de las
empresas.
Crisis industrial, originada por la subida del precio de la materia prima del sector textil y por la
caída de la demanda, lo que provocó el cierre de empresas y el aumento del paro.
Crisis de subsistencias, provocada por una sucesión de malas cosechas que dio lugar al
encarecimiento del precio del trigo.
El movimiento revolucionario se inició en septiembre de 1868 con la sublevación de la escuadra
en Cádiz, al mando del brigadier Topete, quien, junto a Prim y Serrano firmó el Manifiesto
"España con honra". La dualidad de poderes inicial se resolvió cuando la Junta de Madrid
aceptó el nombramiento de un Gobierno provisional encabezado por Prim, con cinco
progresistas y cuatro unionistas, y con el general Serrano como nuevo regente del reino.
El Gobierno provisional y la Constitución de 1869
El cambio político se orientó a través de una serie de reformas que se orientaron en torno a
dos ejes:
Democratizar el régimen liberal mediante el sufragio universal masculino y la ampliación de las
libertades básicas de reunión. Liberalizar la economía e impulsar el librecambio. Para paliar la
crisis económica se creó la peseta que proporcionó estabilidad a la economía.
Las elecciones de enero de 1869, mediante sufragio universal masculino, dieron lugar a unas
Cortes Constituyentes que elaboraron una nueva Constitución, que contenía dos novedades
básicas:
Un catálogo amplio de derechos y libertades del ciudadano, que recogía las libertades de
culto, enseñanza, reunión y asociación, la abolición de la pena de muerte. La adopción de la
monarquía democrática: limitaba los poderes de la Corona y reforzaba la soberanía nacional a
través del poder legislativo. El poder ejecutivo quedaba en manos del gobierno, responsable
ante las Cortes, y se dotó de independencia al poder judicial.
La monarquía de Amadeo de Saboya (1871-1873)
Proclamada la Constitución, las Cortes establecieron una regencia que ratificó a Prim y Serrano
en sus cargos e inició la búsqueda de un nuevo rey. El elegido fue Amadeo de Saboya, un
hombre con una concepción democrática de la monarquía e hijo de Victor Manuel II, el rey
unificador de Italia. Su candidatura fue votada en Cortes y proclamado rey en enero de 1871,
pocos días después del asesinato de Prim, su principal valedor y aglutinador de la coalición
monárquico-democrática que le daba apoyo. Esta coalición pronto se fragmentaría en el
Partido Constitucionalista, liderado por Sagasta, y el Partido Radical, de Ruiz Zorrilla,
provocando una gran inestabilidad gubernamental. Además de la fragmentación de sus
partidarios y de una fuerte oposición, Amadeo I tuvo que enfrentarse a graves problemas:
Estallaron dos guerras: un alzamiento carlista (1872-1876) y el conflicto colonial en Cuba. La
oposición de los republicanos derivó en movimientos insurreccionales. El incipiente movimiento
obrero se extendió. Las élites tradicionales se aglutinaron en torno al liberalismo con- servador
liderado por Antonio Cánovas del Castillo, que defendía el regreso de los Borbones en la
persona de Alfonso XII. La conjunción de conflictos simultáneos, la fuerte oposición política en
ambos extremos ideológicos y la incapacidad de encauzar los problemas por los distintos
gobiernos convenció a Amadeo de Saboya de renunciar al trono, el 10 de febrero de 1873.
La proclamación de la I República
Tras la abdicación de Amadeo de Saboya, unas Cortes en su mayoría monárquicas decidieron
proclamar la República con 258 votos a favor y 32 en contra. La I República se inauguró con un
gobierno compuesto por el Partido Radical de Ruiz Zorrilla, que tenía mayoría en las Cortes, y
los federales, de cuyas filas salió el primer presidente, Estanislao Figueras. Se decidió mantener
la vigencia de la Constitución de 1869, sin los artículos monárquicos, hasta que unas nuevas
Cortes constituyentes organizaran la nueva forma de Estado.
En un contexto de confrontación se rompió el gobierno de coalición y Figueras procedió a
formar uno nuevo, netamente republicano.
Las distintas concepciones republicanas
La I República comenzaba en medio de tensiones políticas. Para los monárquicos era una
salida de emergencia, mientras que en el republicanismo se confrontaban dos concepciones:
Los radicales y republicanos unitarios, liderados por Manuel Ruiz Zorrilla y Emilio Castelar,
defendían una república unitaria.
Los republicanos federales, encabezados por Pi y Margall, defendían una república federal con
ampliación de derechos democráticos. Dentro del federalismo, los llamados "benévolos" eran
partidarios de emprender las reformas gradualmente y del respeto a la legalidad a partir de
unas Cortes Constituyentes. Planteaban la federación "desde arriba". Los "intransigentes"
querían acelerar los cambios mediante insurrecciones populares y pactos municipales y
regionales entre cantones o comunas, planteando la federación "desde abajo".
El intento de república democrática y federal
En junio se formó un nuevo gobierno presidido por Pi y Margall con el objetivo prioritario de
elaborar una nueva Constitución y activar las reformas sociales. La propuesta de Constitución
Republicana Federal de 1873 seguía la de 1869 con relación a la implantación de la democracia y
al reconocimiento de amplios derechos y libertades, y su novedad consistía en presentar una
concepción federal del Estado. Diseñaba una nueva división territorial que estructuraba la
nación española como una federación de 17 Estados, entre ellos Cuba y Puerto Rico, que
organizaba el poder a nivel municipal, regional y federal, otorgando a cada uno de los Estados
regionales su propia constitución y una amplia autonomía económico-administrativa.
Los problemas de la República
La Primera República tuvo que enfrentarse desde sus inicios a graves problemas que
paralizaron la acción del gobierno:
El primero fue la intensificación de los conflictos preexistentes que fueron la insurrección
carlista y la insurrección cubana. El segundo y más grave problema llegó a causa de la
impaciencia del republicanismo intransigente, las sociedades obreras, las milicias urbanas y
los campesinos andaluces. El tercero fue el aislamiento internacional. Salvo Estados Unidos y
Suiza, ninguna potencia reconoció la República española, a la que veían como un régimen
revolucionario que podía poner en peligro la estabilidad de una Europa mayoritariamente
burguesa y conservadora.
Pi y Margall, al frente del gobierno, dimitió ante la disyuntiva de tener que acabar por las
armas con la revuelta. Fue sustituido por Salmerón, quien abandonó el gobierno en
septiembre, por su desacuerdo con la aplicación de los tribunales militares contra los
nacionalistas. Para sustituirle se nombró a Emilio Castelar, republicano unitario, quién llevó a
cabo un segundo viraje, gobernando por decreto al margen de las Cortes. Ante ello, los
republicanos federales provocaron su caída mediante una moción de censura
La liquidación de la República
El definitivo viraje de la República se produjo cuando el poder pasó a una coalición de
unionistas y progresistas, encabezada por el general Serrano, quien impuso un régimen
autoritario: disolvió las Cortes, suspendió las garantías constitucionales, aplicó la censura de
prensa, ilegalizó a los federales. Enfrentado a los republicanos, pretendía incorporar a los
conservadores, pero la mayoría de los monárquicos habían optado por el retorno de los
Borbones.
El 29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos encabezó un pronunciamiento en
Sagunto que proclamó rey de España a Alfonso XII.
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