Subido por Juan manuel Flórez Arias

Pobreza energética en islas colombianas: Un análisis

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1. Primera entrega
La luz perdida: cuando el sol se apagó en las islas
Por años, los habitantes de isla Múcura, Isla Fuerte y Santa Cruz usaron el fuego y
los combustibles fósiles como energía. Hace una década, sus vidas cambiaron con
la instalación de paneles solares, pero el sistema colapsó poco después por falta de
capacitación por parte del Estado. Hoy los paneles son casi adornos, las islas pasan
meses a oscuras y se iluminan pocas horas con diesel. Esta es una historia sobre
pobreza energética y cómo puede perpetuarse a pesar de la transición hacia
alternativas renovables.
Por: Juan Manuel Flórez Arias
Mary Esther Sotomayor era una niña que no pensaba en la luz. A los 10 años dejó
su casa con alumbrado eléctrico en Tolú y se fue a vivir con su familia a una isla
llamada Panda, un punto de paso de pescadores con ranchos improvisados en el
que los días terminaban con el último rayo de sol.
La noche era un tiempo desconocido. A las seis de la tarde, cuando la claridad
comenzaba a ceder, las dos familias que habitaban la isla —la de Mary Esther y la
de otro pescador— se reunían en sus ranchos y se preparaban para dormir. Sus
únicos recuerdos de la noche siendo niña son esas primeras horas, cuando comían
en torno a un fuego encendido con fósforos y palos, tan pequeño que no alcanzaba
a verse fuera del rancho.
“El cuerpo humano es de costumbres y el mío se acostumbró a eso. Era feliz en la
isla en la noche, alumbrándonos con fósforos o mechones. Pero ahora me
acostumbré a la luz y cuando no la tengo en la noche, me ahogo por el calor sin un
ventilador”, recuerda.
Tiene 54 años y ha pasado casi toda su vida en islas no conectadas al sistema
eléctrico. En isla Múcura, donde vive desde los 13 años, conoció primero la
televisión que los interruptores de luz: las lanchas de comerciantes llevaban
televisores pequeños a blanco y negro que funcionaban con baterías.
A Mary Esther le encantaba Topacio, la telenovela venezolana de los ochenta, cuya
protagonista era una joven ciega de una familia pobre. Después de cada episodio,
apagaba el televisor para conservar la batería. Pero eventualmente esta se
descargaba. Entonces debía embarcarla en lanchas para que se cargara en Tolú.
Durante días, esperaba sin saber cómo seguía la historia y si se revelaba el gran
secreto de la trama: Topacio era la hija de una familia rica y había sido cambiada al
nacer. Cuando regresaban las lanchas y el televisor volvía a encenderse, Mary
Esther completaba con su imaginación las partes de la telenovela que no había
llegado a ver.
Vivir sin luz permanente es un intento constante por rellenar las partes que faltan. El
propio mapa de la energía en Colombia está lleno de parches oscuros que indican
que el 53 por ciento del territorio son zonas no interconectadas. Es decir, más de la
mitad del área total del país está por fuera del entramado de antenas,
transformadores y cables creado desde los años sesenta para garantizar que cada
vez que alguien en una zona conectada encienda un interruptor reciba luz.
“Es como una colmena de abejas en las que cada una pone todos los días su
ventana de miel. Si alguna se llega a enfermar, habrá otra abeja que ponga esa
ventana. La colmena y las abejas nunca paran”, se lee en un documento de la
empresa Celsia que explica el sistema interconectado.
Isla Múcura y el resto de islas del archipiélago de San Bernardo están fuera de esa
promesa de luz infinita. Como en la mayoría de las zonas no interconectadas, viven
una forma de escasez poco visible: la pobreza energética; es decir, la incapacidad
de una comunidad para tener el servicio de energía que necesita. No hay
mediciones públicas precisas, pero un estudio privado de 2023 encontró que
768.000 colombianos no cuentan con este servicio público en ningún momento del
día y 5,9 millones tienen luz por horas y con recortes.
Durante años, la única forma de luz en estos lugares ha sido el fuego. En las islas
usaban mechones de trapo encendidos con gasolina en empaques de conservas o
leche en polvo. Eran como linternas de lata. Una en cada habitación y otra en el
centro de la casa. “Moverse en la noche era como andar en un laberinto”.
También era vivir con el riesgo de un tropiezo que propagara el fuego. En Santa
Cruz del Islote, la isla vecina de Múcura, un mechón fue el origen de un incendio
hace cincuenta años del que todos allí han escuchado alguna vez. La brisa del mar
alimentó las llamas y las hizo saltar de un techo de palma a otro en unos minutos,
bajo la mirada aterrada del niño Freddy de Hoyos Berrick, hoy de 62 años.
Freddy corrió por los pasadizos estrechos del Islote en busca de las monjas que
estaban allí de visita, esquivando a sus vecinos que se apuraban a huir en sus
lanchas. Tomó por el hábito a la primera monja que encontró y le pidió que apagara
el fuego. “Yo creía que ellas eran Papá Dios”.
Solo quedó una casa en pie. Pero los habitantes volvieron a levantar el pueblo con
la misma tenacidad con la que, cien años antes, se inventaron una isla en medio del
mar. Santa Cruz del Islote es una isla artificial: una hectárea de tierra ganada en una
zona baja del mar con piedra, coral y concreto, en la que no hay un solo árbol, y que
se ha mantenido por la voluntad profunda de sus habitantes de vivir en medio del
océano. La misma voluntad que, años después, los hizo intentar embarcar en
lanchas su propia energía.
Cuando el sol iluminó la noche
Luego del incendio, llegaron las primeras plantas eléctricas que funcionaban con
gasolina o acpm, pero solo podían pagarlas los más adinerados: el combustible y
cualquier reparación estaban a hora y media en lancha hasta Tolú, con los costos
que eso implica. A cambio brindaban una luz que no se había conocido allí, sin las
penumbras de los mechones y las velas, que convertía las casas de los pocos
dueños en plazas públicas involuntarias, puntos de reunión de los isleños cada
noche.
En Múcura solo había plantas privadas. En el Islote, en cambio, empezó a funcionar
desde 1999 una planta comunitaria entregada por el presidente Andrés Pastrana,
con la que tenían tres horas de energía en la noche.
La planta era administrada por una habitante del Islote, Rocío Barrios, quien durante
su vida ha acumulado vocaciones inexistentes en las islas. Ha sido enfermera,
aunque le tiene miedo a la sangre; guardia de convivencia, para solucionar los
conflictos que surgían en una comunidad sin estación de policía; y hace 17 años,
después de un daño grave en la planta de acpm que los dejó sin luz varios días,
asumió la administración de la energía en el Islote.
Fue ella la que instauró una acción popular en 2012 para reclamarle al Estado llevar
a las islas derechos básicos como agua, salud y energía. Eso las puso en la agenda
del Instituto de Planificación de Soluciones Energéticas (IPSE), la entidad del
Ministerio de Minas encargada de implementar proyectos en zonas no
interconectadas. Un año después, durante el primer gobierno de Juan Manuel
Santos, el IPSE le presentó a Rocío y a los líderes de otras dos islas del
archipiélago, Múcura e Isla Fuerte, una solución: iluminarlas con la luz del sol.
Instalarían un sistema de paneles solares para cada isla, combinado con plantas
eléctricas a base de diésel. La idea era que los paneles suministraran la energía en
la mañana y una franja de la noche, unas 19 horas, y las plantas eléctricas el resto
de horas hasta el amanecer. Juntos, ofrecían por primera vez un día completo de
energía. “Podrán purificar el agua, poner en marcha proyectos productivos,
almacenar pescado y otras labores”, dijo el entonces director del IPSE, Carlos
Eduardo Neira, cuando anunció el proyecto en octubre de 2013.
La promesa era una energía que no necesitaba cruzar el mar y caía del cielo con los
rayos del sol: en las islas lo vieron como un milagro imposible. “Primero muerto yo,
antes de ver eso”, solía decir el tío de Rocío Barrios. La noche en la que el pueblo
se iluminó por primera vez con el sistema del IPSE, los vecinos vieron a Rocío
correr por los callejones intrincados, muerta de la risa, y su grito que resonaba en
todo el Islote: “¡Tío, no te mueras!”.
A Mary Esther Sotomayor no le bastó con quedarse en Múcura contemplando los
postes del alumbrado público, ni las casas brillantes de las que salían vecinos
aplaudiendo. Tomó una lancha y se embarcó en medio de la noche para contemplar
desde lejos toda la isla iluminada. Había visto cientos de veces la imagen
panorámica de Múcura desde el mar. Pero no conocía ese tejido de puntos
resplandecientes en el que se había convertido su isla por obra de la luz. En tierra
firme, los habitantes del pueblo más cercano, Rincón del Mar, se sorprendieron
durante las primeras noches al ver la claridad en el horizonte.
Mary Esther Sotomayor sintió como si se ampliara el día: el sueño la encontraba
cerca de la medianoche, arrullada por el sonido de un televisor encendido sin un
límite de batería.
Los electrodomésticos empezaron a llegar por decenas. Los isleños volvían de cada
viaje a tierra firme con ventiladores, licuadoras, televisores de 48 pulgadas, radios
eléctricas, bafles, planchas para el pelo; decenas de artefactos para iluminar,
ventilar, amplificar, enfriar y calentar: todas las formas en las que podían probar el
milagro de la energía. Antes de la instalación del sistema del IPSE, en Santa Cruz
del Islote había solo cuatro neveras y seis congeladores para 800 habitantes. Hoy
las neveras suman 78 y los congeladores son más de 100.
Pero el milagro de los paneles solares no era infinito. Daniel Medina, el ingeniero
que hizo los diseños del sistema para las islas, y que ha trabajado con proyectos
similares del IPSE en otros lugares de Colombia, recuerda que una vez le
preguntaron cuánta energía consume un usuario en una zona no interconectada. Él
se rió y respondió: “Toda la que le pongan”.
La forma de evitarlo es regular. En las islas esa responsabilidad fue de las
cooperativas comunitarias que recibieron la infraestructura instalada por el IPSE.
Rocío Barrios era la presidenta de la cooperativa de Santa Cruz del Islote y se pasó
los primeros meses desde la llegada de la luz yendo de casa en casa tratando de
contener el colapso.
En cada visita comprobaba todas las formas en las que se les escapaba la energía:
dos congeladores para una misma casa, bombillos sin interruptores que pasaban la
noche encendidos, cables unidos con bolsas. Rocío aconsejaba, ofrecía opciones.
Cuando no funcionaba trataba de asustarlos: “Esos paneles y esa planta son muy
grandes. Si no se manejan bien son peligrosos. Arreglen esos cables o alguien
puede salir electrocutado”.
Apenas la escuchaban. Se habían organizado para exigirle energía al Estado, pero
no podían operar un sistema que no entendían.
Una investigación de la Universidad Politécnica de Madrid, contratada por el propio
IPSE, concluyó que la preparación que esa entidad dio a los líderes de las islas fue
insuficiente. “La capacitación se realiza usualmente en una jornada. Se ha
comprobado que este periodo tan limitado no es suficiente para la comprensión del
sistema”, dice el texto publicado en 2020.
Antes de que llegaran a comprenderlo, el sistema comenzó a fallar. Primero fueron
las baterías, que perdieron la capacidad de guardar la energía del sol. Daniel
Medina explica que las baterías de plomo ácido como las instaladas allí están
diseñadas para conservar siempre un porcentaje de lo que recogen. “Son como un
tanque de agua que no puede vaciarse completamente. Si eso pasa, pierden años
de vida”. En los primeros años, se llenaron y se vaciaron completamente tan
seguido que pronto las 19 horas de energía que podían proveer los paneles se
volvieron 12, luego 8, luego 5, luego 4.
En las islas sintieron como si les hubieran recortado los días. Las casas se volvieron
museos de electrodomésticos apagados y los congeladores piscinas de agua tibia
que no alcanzaba a enfriar cuando prendían la planta eléctrica en las noches. Llegó
al punto en el que muchos apenas recordaban los paneles que seguían allí
apuntando al sol.
Fue entonces cuando un desconocido desembarcó en las islas.
Los aventureros de la energía
Pedro Antero Rhenals, profesor de educación física en Lorica, llegó a Santa Cruz
del Islote en mayo de 2021 y se ofreció a administrar la energía. Tres años antes,
junto a su esposa Dalia Páez, había fundado la empresa Soling del Sinú con un
capital de 10 millones de pesos y un objeto social tan amplio que le permitía, al
mismo tiempo, “la gestión, venta e instalación de energía eléctrica” y “la
construcción de todo tipo de edificios residenciales”.
Al final, Pedro y Dalia se decidieron por la energía. “En esa época estábamos
buscando a ver en qué emprendíamos y nada salía. Yo soy una mujer muy creyente
y dije: ‘Dios, que venga el negocio que tú quieras’. Y ahí me enteré de la energía
solar. Algunos se burlaban de mí porque no soy ingeniera. Pero para eso
contratamos ingenieros”, cuenta Dalia Páez, técnica en administración y quien hoy
es la representante legal de Soling del Sinú.
Al principio ofrecieron el servicio de decoración de empresas con lámparas solares y
reflectores de colores e instalaron paneles fotovoltaicos individuales en fincas de
Córdoba y Sucre. El siguiente paso fue ponerse en el radar del IPSE. “Yo me
visionaba llevando plantas solares a las islas y buscando proyectos con el
ministerio. Pero para eso teníamos que prestar servicio en una comunidad sin
energía”, recuerda Dalia.
Como exploradores que marcan sus objetivos en un mapa, Dalia y su esposo
llegaron a Arenal, en el sur de Bolívar, y hablaron con el alcalde para administrar los
paneles instalados en algunas casas del municipio. Después de conseguirlo, la
siguiente meta era Santa Cruz del Islote. Rocío Barrios, sobrepasada por las rondas
de consejos y advertencias inútiles por las casas de sus vecinos, aceptó la
propuesta ambiciosa de Pedro y Dalia. Ellos nunca habían administrado un sistema
centralizado de paneles ni una planta de las dimensiones del Islote. “Yo me fui de
loca para allá. Dios me ha ido abriendo las puertas del camino”, dice.
Pocos en el Islote se enteraron. La mayoría, de hecho, ni siquiera había llegado a
entender lo que era el IPSE, ni que era parte del gobierno. Vieron desembarcar
primero a los funcionarios estatales y luego a los esposos de Lorica con los mismos
ojos con los que antes habían visto a los contrabandistas que les vendían
televisores: viajeros que se detenían en ese punto del mar para ofrecerles algo que,
de otra forma, no podían tener.
Cuando el IPSE regresó al Islote en octubre de 2021, durante el gobierno de Iván
Duque, encontró a un profesor de educación física y a su esposa a cargo del
sistema de energía. Con algunas inversiones propias, Soling del Sinú había
aumentado de tres a ocho las horas de energía en Santa Cruz del Islote. Pedro y
Dalia tenían el apoyo de algunos en la comunidad y su objetivo era ampliar el
alcance de Soling del Sinú para administrar los sistemas de las tres islas.
José David Insuasti, entonces director del IPSE, recuerda que vio “una empresa
uniformada, con elementos limpios y una comunidad alegre”. Insuasti, que debía
formalizar a través de un contrato la operación de los sistemas del IPSE, decidió no
cambiar lo que parecía funcionar. En septiembre de 2022, aunque había otras
empresas interesadas y con más experiencia, como Helios Energía, de Barranquilla,
el gobierno entregó oficialmente la operación del sistema en las islas a Soling del
Sinú por 10 años.
Durante un año, Soling del Sinú envió reportes al IPSE en los que señalaba su buen
manejo, la satisfacción de los isleños y sus mantenimientos constantes, con
menciones ocasionales al deterioro de los equipos. En agosto de 2023, en su último
informe de mantenimiento sobre isla Múcura, reportó que “se realizó una inspección
detallada de todas las baterías para identificar posibles problemas como fugas,
daños físicos, identificando cualquier batería que presente problemas”.
Un mes después, todas las baterías estallaron.
La segunda oscuridad
Mary Esther Sotomayor sintió como si la golpearan desde abajo de la tierra. El
estruendo agrietó el suelo y desmoronó el concreto debajo de la estufa de su
cocina. “Dios mío, dónde fue”, pensó. Salió a la calle de tierra con la idea de que
una pipeta de gas había estallado dentro de una de las casas, calculando cuántos
vecinos heridos encontraría, pero lo que vio fue el humo proveniente del edificio de
las de baterías y el líquido verde que escurría por los escalones bajo la puerta
metálica, en cuya cabecera había instalada una placa de mármol con la inscripción:
“Energía Limpia”.
Las 45 baterías del sistema solar de isla Múcura estallaron al tiempo. Los dos
operarios que encendían diariamente el sistema corrieron desde esquinas distintas
del pueblo pensando cada uno que el otro estaba dentro de la planta y había sido
alcanzado por las esquirlas de vidrio. Se encontraron ilesos en la puerta. “Si alguno
hubiera estado adentro no salía vivo”, dice Mary Esther Sotomayor.
La explosión fue el 19 de octubre de 2023 y dejó fuera de funcionamiento el sistema
de paneles fotovoltaicos de isla Múcura. El sol, que durante años les había dado
energía, se volvió de pronto un peso. Los niños del pueblo comenzaron a estudiar
en medio del sofoco de los salones sin ventiladores y en los días más calurosos los
profesores decidieron sacar los pupitres y dar clases al aire libre.
En noviembre, el IPSE verificó el daño en la isla. Le pidió a Soling del Sinú disponer
los residuos y reponer los equipos. Han pasado más de 150 días desde la explosión
y los restos chamuscados de las baterías siguen allí, cubiertos por cintas amarillas y
rojas con el mensaje: “Peligro. No pase”. Ni públicamente, ni en la respuesta a un
derecho de petición, el IPSE ha detallado la causa de la explosión.
A Dalia Páez, la representante legal de Soling del Sinú, la tomó desprevenida: “Le
cuento que nos tiene sorprendidos. No fue falta de mantenimiento, siempre
mandábamos el agua para la batería. Hubo un ingeniero que dijo que las baterías
cumplieron su ciclo. No sé qué fue. Se recalentó, se sobrecargó y explotaron”.
Hay muchas reacciones que pueden hacer estallar una batería de plomo ácido: un
cortocircuito en los botones de conexión, el uso de herramientas no aisladas o la
acumulación de hidrógeno en un cuarto mal ventilado. Desde agosto, Soling del
Sinú había identificado que las baterías estaban en una infraestructura cerrada y
con exceso de sal en el aire, pero no ofreció una solución al respecto.
Casi al mismo tiempo de la explosión en Múcura, la planta de diésel del Islote
colapsó y, con el deterioro acumulado de los paneles, la isla se apagó por completo.
Las noches volvieron a ser tan oscuras como en la época de los mechones. Incluso
más, porque los isleños no recordaban cómo era vivir sin luz. Fue como cuando
alguien baja de repente el interruptor en un cuarto iluminado: los ojos tardan en
orientarse en la penumbra.
Desde entonces, Freddy de Hoyos Berrick se sienta en una silla de su cabaña al
oeste del Islote y observa la puesta del sol. “Ayer se escondió un poco más a la
derecha, ese rojo vergajo”. Ha sido su forma de duelo diario. El atardecer dejó de
ser un trámite y se volvió el anuncio de las próximas 12 horas de oscuridad.
Durante 122 noches, incluidas la pasada Navidad y el Año Nuevo, más de 1000
personas permanecieron sin luz ni energía en Santa Cruz del Islote. Los hostales
cerraron porque los turistas dejaron de hospedarse allí y las personas apenas salían
de sus casas por miedo a tropezar en los callejones oscuros. Al final del día las
familias se reunían a conversar sin llegar a verse los rostros, mientras escuchaban a
lo lejos el retumbar de los bafles en la isla de Tintipán, donde se alojan los turistas,
iluminados por plantas privadas.
Ese suele ser el destino de los proyectos de energía en esa mitad del país no
integrada al sistema eléctrico. Cuando José David Insuasti pasó por el IPSE, reportó
que de las 95 empresas que prestaban servicio en las zonas no interconectadas, 87
tenían planes de mejoramiento de la Superintendencia de Servicios Públicos. Eso
significa que la Contraloría encontró que incumplían con aspectos de la prestación
del servicio y la Superintendencia tuvo que tomar acciones correctivas.
La promesa de las energías renovables por sí misma no cambia esa desigualdad, a
pesar de los discursos políticos. “Estos paneles son un ejemplo de cómo salvarnos”,
dijo el presidente Gustavo Petro el pasado 13 de febrero, en la inauguración de la
granja solar más grande de Colombia, instalada en La Loma, Cesar. Petro volvió a
hacer énfasis en la transición energética como una de las mayores prioridades de su
gobierno. “Es urgente reemplazar toda energía fósil por energía limpia. Tiene sus
bemoles técnicos, pero es el camino que tiene que tomar Colombia de manera
inmediata”.
En el caso de las islas, fueron justamente esos bemoles técnicos, más la falta de
supervisión y acompañamiento por parte de los funcionarios de gobiernos
anteriores, los que convirtieron a los paneles en adornos aparatosos y a las baterías
de isla Múcura en ruinas chamuscadas. Daniel Medina, el ingeniero que diseñó el
sistema en el archipiélago, ha visto esa historia en otras zonas no interconectadas
por falta de acompañamiento estatal: cuando la esperanza de la luz se cumple
brevemente y luego se pierde. “Es terrible. Muchas personas han llegado a decir
que es mejor que no les hubieran enseñado eso nunca”.
Rocío Barrios no es una de esas personas. Sigue creyendo en “una luz grande” que
llegue hasta las islas a través del océano. “El sueño de muchos es un cable que
llegue desde tierra firme por debajo del mar”, dice. Dibuja en su imaginación el
recorrido de una línea submarina: de Punta e Piedra a Isla Palma, de Palma a
Mangle, de Mangle a Tintipán, de Tintipán al Islote y del Islote a Múcura.
“Quedaríamos conectados, con energía todo el día”, agrega con una sonrisa. El sol
inmenso del mediodía se refleja en su rostro cuando abandona las ensoñaciones y
vuelve a ser la mujer pragmática de siempre: “Lo mejor es poner más paneles. Aquí
el sol sí es bueno. El sol nunca nos falla”.
2. Segunda entrega
El desastre de Santos, Duque y Petro con los proyectos de energía en las islas
Los últimos tres gobiernos de Colombia han financiado proyectos para llevar energía
a Isla Fuerte, Múcura y Santa Cruz del Islote, pero tras las fotos de inauguración ha
habido apagones, inversiones millonarias insuficientes, y una empresa sin
experiencia apoyada por los gobiernos pese a sus fallos. Mutante viajó a las islas e
investigó el tema.
Por: Juan Manuel Flórez Arias
En la elegante sala de juntas en Bogotá del Instituto de Planificación de Soluciones
Energéticas (IPSE) hay una foto enmarcada de una isla con paneles solares. Esos
paneles, que sirven de decoración y propaganda en un muro, en realidad llevan
meses sin producir energía. El IPSE, adscrito al Ministerio de Energía, es el
encargado de llevar luz a 2 millones de colombianos que habitan en zonas
desconectadas del país. Pero, al menos en el Caribe, no está cumpliendo del todo
con su misión. El sistema que instaló en Santa Cruz del Islote falló y la isla estuvo a
oscuras durante 122 noches, hasta febrero de este año.
Mutante investigó los proyectos que el IPSE ha financiado desde hace diez años en
Santa Cruz del Islote y otras dos islas caribeñas, Múcura e Isla Fuerte, y encontró
que los últimos tres gobiernos (Santos, Duque y Petro) han prometido soluciones
que duran tan poco como el flash de la foto oficial.
El gobierno de Santos inauguró el sistema de energía, pero no dio suficiente
capacitación a los habitantes de las islas para manejarlo, lo que acortó su vida útil.
Luego, el gobierno de Duque gastó casi 2.000 millones de pesos en una
repotenciación en las islas mal planteada, que falló menos de dos años después.
Además, en un proceso lleno de vacíos, escogió a una empresa sin experiencia
(Soling del Sinú) para operar la energía en las islas. La consecuencia de esa mala
repotenciación fue el estallido de todas las baterías del sistema solar de Isla Múcura
en octubre de 2023 y el colapso que dejó a oscuras a Santa Cruz del Islote.
Pese a eso, mientras las islas estaban sin energía, el gobierno de Gustavo Petro,
cuyo discurso es de cambio total frente a los errores de gobiernos anteriores y tiene
entre sus prioridades lograr la transición energética, le dio otro contrato a Soling del
Sinú. Y el director actual del IPSE, Danny Fernando Ramírez, le dijo a Mutante que
planea una inversión de 10.000 millones de pesos para equipos que seguirán bajo la
gestión de la empresa cuestionada.
Una repotenciación millonaria destinada a fallar
Por ley, las alcaldías son las primeras responsables de que las personas tengan
servicios públicos, pero Cartagena lleva años desentendida de su responsabilidad
en las tres islas que le pertenecen administrativamente. En 2018, el Tribunal
Administrativo de Cundinamarca le ordenó a la Alcaldía hacer un proyecto de
energía en el Islote “en un plazo no superior a dos años”. La sentencia fue
incumplida.
“Nosotros dejamos un proyecto avanzado, no sé en qué estado se encuentre. Lo
estaba trabajando el IPSE, lo puede consultar con ellos”, le dijo a Mutante el
exdirector de Servicios Públicos de la Alcaldía de Cartagena, Hugo Cabarcas, que
estuvo en la administración de William Dau (2020-2023).
La misión del IPSE es llevar proyectos de energía al 53 % del territorio nacional que
está fuera del sistema interconectado de energía. Desde 2013, el gobierno de Juan
Manuel Santos invirtió cerca de 8.000 millones de pesos para instalar sistemas
híbridos (paneles solares y plantas diésel) que prometían 24 horas de energía para
las islas.
Los problemas empezaron justo después de la instalación del sistema en 2016,
porque no se previó quién iba a operarlo. Alexandra Moreno, consultora experta en
energías renovables, explica que en las zonas no interconectadas “no hay muchas
empresas que quieran proponerse para operar, porque las condiciones son muy
difíciles en esos lugares”.
Actualmente, algunos proyectos con fondos públicos exigen tener una empresa
operadora escogida de antemano. Hace diez años, sin embargo, no se tenían estas
precauciones y la solución fue que cada isla creó una cooperativa comunitaria
encargada de administrar sus sistemas de energía.
Sin embargo, como contamos en un artículo anterior, la capacitación del IPSE a
estas cooperativas no fue suficiente. Y, sumado a la inacción de Cartagena, la
consecuencia fue que para 2018, cuando llegó Iván Duque a la Presidencia, los
sistemas estaban deteriorados antes de cumplir su vida útil.
El gobierno contrató una repotenciación del sistema en las tres islas: Isla Fuerte con
503 familias usuarias, Múcura con 64 y Santa Cruz del Islote con 161. La obra
incluía la compra de nuevas plantas de diésel y la reposición de algunas baterías
solares de Múcura e Isla Fuerte, que habían perdido su capacidad de almacenar
energía. La obra costó 1.980 millones de pesos y fue inaugurada en 2021 por el
entonces director del IPSE, José David Insuasti, hoy gerente de la empresa
prestadora de servicios públicos Emcali.
Sin embargo, estaba condenada a fallar desde su planeación por la decisión de
combinar baterías nuevas con algunas desgastadas desde 2016.
En el sector de las energías renovables es conocido que un sistema de baterías
funciona igual que su eslabón más débil. Como las baterías más viejas no pueden
soportar la misma carga, las nuevas tienen que trabajar de más y terminan por
dañarse antes de lo esperado, tal como explica en detalle esta investigación del
Instituto Tecnológico de Karlsruhe del año 2016.
Los efectos de esa mala repotenciación en las islas se vieron pronto. En octubre de
2023, apenas dos años después del mejoramiento del gobierno, las 45 baterías del
sistema solar de Isla Múcura estallaron y los paneles quedaron inservibles. Hoy el
sistema de Isla Fuerte está inactivo, justamente, por el desgaste de las baterías.
¿Por qué el IPSE, que cuenta con equipos de profesionales para evaluar
técnicamente los proyectos, planteó una repotenciación parcial del banco de
baterías? Un empresario del sector, que pidió no ser citado para dar su opinión
libremente, dijo que es una práctica recurrente de esa entidad: “Hace años que el
IPSE mide su impacto en la cantidad de usuarios a los que llega. Podría gastar 100
pesos en soluciones completas para 20 personas, pero prefiere gastarlo en pañitos
de agua tibia para 50”.
El proceso con vacíos para elegir a Soling del Sinú
Además de los problemas de la repotenciación, durante el gobierno de Iván Duque
se eligió, en un proceso con muchos vacíos, una nueva empresa para manejar los
sistemas de energía en las islas que ha presentado múltiples fallos. Se trata de
Soling del Sinú, fundada en 2018 por Dalia Páez, técnica en administración, y su
esposo Pedro Rhenals, profesor de educación física en un colegio de Lorica,
Córdoba.
Al momento de crear la empresa, ninguno tenía experiencia en energías renovables.
“Estábamos buscando a ver en qué emprendíamos y nada salía. Ahí me enteré de
la energía solar”, le dijo a Mutante Dalia Páez, representante legal de Soling del
Sinú. La indecisión se puede comprobar en el objeto social original de la empresa,
que le permitía al mismo tiempo “la gestión, venta e instalación de energía eléctrica”
y “la construcción de todo tipo de edificios residenciales”.
Al revisar la cronología que llevó a una empresa recién fundada y sin suficiente
experiencia a operar los sistemas de energía en las tres islas, Mutante encontró una
secuencia de eventos que sugieren que Soling del Sinú fue favorecida por el IPSE.
En mayo de 2021, Dalia Páez y su esposo desembarcaron en Santa Cruz del Islote,
se presentaron a la comunidad e hicieron un acuerdo con ellos para administrar el
sistema de energía. Páez le dijo a Mutante que llegó a esa isla por una sugerencia
informal de un funcionario del IPSE, cuyo nombre dice no recordar. “Fue alguien que
conocí en Arenal, Bolívar, que me preguntó si no me interesaba tomar la operación
en Múcura y el Islote”.
En septiembre de 2021, el caso de las islas llegó a medios nacionales porque la
más grande de las tres, Isla Fuerte, llevaba años sin energía por mala gestión de la
cooperativa comunitaria que operaba el sistema: Cooserpucci. El exdirector del
IPSE, José David Insuasti, pidió públicamente a Cartagena cambiar el operador de
energía en las islas.
“Estamos trabajando para sacar a Cooserpucci. Hemos venido promoviendo cómo
podemos buscar mejores operadores. Lamentablemente, no tenemos un aliado
estratégico en Isla Fuerte”, le dijo Insuasti a W Radio en septiembre de 2021.
En octubre de 2021, Insuasti inauguró la fallida repotenciación en Santa Cruz del
Islote junto al ministro de Energía Diego Mesa. A su lado, sonriendo, estaban los
fundadores de Soling del Sinú, que hasta ese momento no tenían oficialmente un
contrato para operar los sistemas del IPSE.​
En enero de 2022 empezó el proceso para escoger una empresa que operara
oficialmente los sistemas recién repotenciados del IPSE. Según la ley de servicios
públicos, podían participar otras empresas. Insuasti dice que hubo varias
interesadas, pero solo una, aparte de Soling, llegó a presentarse: Helios Energía,
una empresa de Barranquilla que para ese momento ya operaba en otras diez
zonas no interconectadas y atendía cerca de 10.000 usuarios. Soling del Sinú, en
cambio, solo atendía oficialmente los 250 de Arenal, Bolívar.
En febrero de 2022, el IPSE escogió a Soling del Sinú y le entregó oficialmente los
equipos de las tres islas con un acta provisional, a la espera de firmar el contrato.
José David Insuasti, exdirector del IPSE, le dijo a Mutante en una primera entrevista
que la principal razón por la que eligió a Soling era porque era la única empresa con
un Certificado de Prestación del Servicio de Energía ante el ente territorial
(Cartagena), un requisito para cualquier operador. “La dificultad que tuvimos en
encontrar más nombres que Soling fue que Cartagena no recibía a nadie más. Nos
tocó Soling porque era el único habilitado”, agregó Insuasti.
Pero eso no coincide con lo que dice Soling del Sinú.
En uno de sus informes al IPSE, de enero de 2023, la empresa reporta: “Iniciamos
desde febrero del 2022 el trámite de la Certificación de Existencia y Prestación del
Servicio ante la Alcaldía de Cartagena, proceso que fue retrasado por dicha Alcaldía
y en el cual hubo intervención por parte del IPSE y la Superintendencia de Servicios
Públicos, expidiendo el certificado el 19 de agosto de 2022”.
Ver documento de Soling del Sinú
Es decir, para febrero de 2022, cuando el IPSE la eligió, Soling del Sinú no estaba
certificada ante Cartagena. Y no solo eso, fue el propio IPSE el que ayudó a la
empresa a certificarse, tal como señala el documento, y fue confirmado a Mutante
por la representante legal, Dalia Páez: “Nos demoraron para firmar ese certificado,
tuvo que venir el IPSE, el Ministerio de Minas, y el alcalde nos firmó”.
Al preguntarle por segunda vez a Insuasti, este dijo: “Seguramente fue error mío. No
tenía tan claro ese documento”.
Argumentó que en la normatividad nacional no hay condiciones claras para elegir a
una empresa que opera sistemas en ZNI. Y, cambiando su explicación inicial, dijo
que el principal criterio fue que Soling tenía el apoyo de las comunidades de las
islas. “La mayoría de empresas que operan hoy en las ZNI son empresas que no
tienen las condiciones para hacerlo. Lastimosamente, la regulación hoy vigente de
ese modelo ha premiado la escogencia de la comunidad sobre cualquier otro
criterio”, dijo Insuasti.
Durante su administración, sin embargo, sí se evaluaron otros criterios. De hecho,
se elaboró un cuadro comparativo entre las dos empresas que competían por el
contrato. El documento, fechado el 4 de febrero de 2022, evalúa tres criterios:
experiencia, solidez financiera y requisitos jurídicos. Los criterios, que no incluyen la
certificación ante Cartagena, fueron decididos por el IPSE, pues en efecto no hay
una normativa específica para sistemas centralizados en ZNI.
Ambas empresas, Helios y Soling, cumplieron los requisitos jurídicos y de
experiencia: el IPSE pidió como mínimo un año en la prestación de servicios de
energía. La competencia la ganó Soling por el requisito financiero. Algo curioso, al
tratarse Helios de una empresa más grande, con más años en el sector de las ZNI y
que certificó un margen operacional (eficiencia en el manejo de gastos) del 86 %,
mientras que Soling del Sinú presentó una eficiencia de 16 %.
Ver cuadro comparativo completo
El argumento del IPSE fue que Helios tenía una rotación de cartera (el tiempo que
tarda una empresa en cobrar todo lo que le deben terceros) de 634 días. Para el
IPSE, esa demora, que según el propio documento se puede explicar por los
tiempos que tardan los subsidios del combustible, ponía en riesgo la liquidez de
Helios para gastos como reparaciones en las tres islas.
Hay al menos dos grandes vacíos en esa interpretación:
1.​ El IPSE dijo en febrero de 2022 que Helios era una empresa poco sólida
financieramente. Pero dos meses antes, en noviembre de 2021, le había
dado un contrato para operar por diez años una infraestructura de energía
mucho más grande que la de las tres islas. Es un sistema híbrido en
Nazareth, La Guajira, que tiene un valor de 20.902 millones de pesos,
mientras que los de las islas se evalúan en 8.570 millones de pesos.
2.​ Soling ha demostrado no tener la liquidez que le atribuía el IPSE. En una
visita en marzo de 2023, la Superintendencia de Servicios Públicos confirmó
que Soling del Sinú “habría realizado una reunión en diciembre de 2022 con
los usuarios donde habría manifestado dificultades de liquidez por lo que
acordaron ‘dar un abono, pero la operación de las plantas y todo el manejo
siguió en cabeza de SOLING’. La comunidad también indicó que dicho aporte
‘no era algo obligatorio, a ningún usuario se le suspendió el servicio’ y que ‘es
un abono voluntario y es un anticipo a la factura’”. Este reporte de la
Superintendencia coincide con los testimonios que le dieron a Mutante
habitantes de Isla Múcura e Isla Fuerte.
El gobierno Petro sigue la línea de Duque
El contrato que le entregó a Soling del Sinú la operación de las islas por diez años
(hasta 2032) fue firmado cuando no había director del IPSE en funciones. Fue el 19
de septiembre de 2022, días después de la salida de Insuasti del cargo y una
semana antes de la posesión de Javier Campillo, el primer director durante el
gobierno Petro. La firma la puso la subdirectora de contratos, Lisbeth Villa, que
había llevado el proceso hasta entonces y se mantuvo en la entidad en el nuevo
gobierno, hasta enero de este año.
Poco después de llegar al cargo, en septiembre de 2022, Javier Campillo empezó a
detectar los problemas de Soling del Sinú. Hay dos testimonios que lo afirman. El
primero es el de José David Insuasti: “A finales de 2022 se evidencia que Soling
estaba incumpliendo y sé que el nuevo director estaba iniciando un proceso para
quitarle la infraestructura y entregársela a otra empresa”, dice Insuasti.
El segundo testimonio es el de la representante legal de Soling del Sinú, Dalia Páez:
“El doctor José Insuasti me ayudó mucho. En cambio, cuando entra el director
Campillo, me fue mal. Empezaron a atacarme. Querían sacarme de la operación.
Hubo reuniones, llevaban abogados y veían cómo podían tumbarme el contrato. Yo
tenía un infiltrado en el IPSE que me lo contó. Alguien que ya no está en la
empresa”. Dalia Páez no quiso decir el nombre de este “infiltrado” que tenía en el
IPSE.
Mutante le escribió durante dos semanas a Javier Campillo y le envió las preguntas
concretas sobre por qué quiso cambiar a Soling del Sinú, pero no hubo respuesta.
En cualquier caso, el proceso para cambiar a Soling del Sinú nunca se concretó. Y,
en octubre de 2023, Campillo fue nombrado viceministro de Energía. Su sucesor en
el IPSE, Danny Fernando Ramírez, respalda a la empresa operadora.
“Antes de Soling del Sinú la situación era crítica, era peor. Yo puedo cambiar a
Soling del Sinú y empeorar la situación. Hay que poner todos los elementos sobre la
mesa, no solo que se dañaron unas baterías que ya habían cumplido su vida útil.
Hay que ver dentro de lo que hacen, lo que pueden, qué hacen bien y no
precipitarse”, le dijo Ramírez a Mutante.
El nuevo director del IPSE atribuye los fallos recientes, como el estallido de las
baterías en Isla Múcura y el colapso de todo el sistema en Santa Cruz del Islote
durante cuatro meses, al desgaste de los equipos, pese a que algunos de estos
habían sido recientemente repotenciados. Además, hay videos grabados por la
comunidad de Isla Múcura de noviembre de 2022, casi un año antes del estallido de
las baterías, que muestran señales de mal funcionamiento, y que no fueron
corregidas a tiempo por la empresa ni por el IPSE.
La confianza de la actual dirección del IPSE en Soling del Sinú es tanta que, el 26
de diciembre de 2023, mientras Santa Cruz del Islote estaba completamente a
oscuras, le entregó a la empresa de Dalia Páez otro contrato por diez años para
operar los sistemas de energía solar en los municipios de San Martín de Loba
(Bolívar) y Valencia (Córdoba).
La explicación de Ramírez, director del IPSE, es que desde la administración
anterior había un proceso para darle a Soling esa infraestructura. “Normativamente
no hay nada que diga que porque tengamos un inconveniente en una zona no se
puede tener en cuenta a la empresa para otro proyecto”, dijo Ramírez.
En el Presupuesto General de la Nación está prevista una nueva repotenciación
para las islas, que costaría 10.000 millones de pesos. Según Ramírez, incluye un
proceso social para establecer una comunidad energética en Isla Fuerte; es decir,
que la comunidad se apropie de la generación de energía. Ese proceso pedagógico
no está previsto en las otras dos islas. Y en cualquier caso, Soling del Sinú
mantendrá la operación del sistema del IPSE hasta 2032.
Aunque la bandera del gobierno de Gustavo Petro es un cambio en la transición
energética para hacerla justa, en el caso de las tres islas está aplicando la misma
fórmula que Iván Duque: respaldar a una empresa con múltiples fallos e invertir
millones de pesos en mantenimientos parciales que, durante una década, solo han
servido para las fotos que adornan las oficinas en Bogotá.
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