El Guardián de los Colores Había una vez, en un pequeño pueblo olvidado por el tiempo, un niño llamado Theo que vivía con su madre en una casa de tejados rojos y paredes de piedra. A diferencia de los demás niños, Theo no jugaba a correr por los campos ni a saltar de árbol en árbol. No, Theo tenía un don muy peculiar: podía ver los colores de las emociones. En su pueblo, la vida parecía monótona. El cielo siempre estaba gris, como si las nubes nunca quisieran dejar de cubrirlo, y las personas rara vez sonreían. Aunque todo parecía en su lugar, algo faltaba. Theo, con su habilidad única, veía lo que los demás no: las emociones de las personas se reflejaban en colores invisibles para ellos, pero muy vivos para él. El miedo de la gente aparecía como un tono rojo oscuro, la tristeza como un azul frío, y la felicidad como un brillante amarillo. Pero había algo que lo perturbaba: en el aire flotaba una capa gris, más densa que todo lo demás, que se apoderaba de los corazones de los habitantes. Un día, mientras paseaba por el mercado, Theo vio a un anciano con una capa de colores brillantes que caminaba entre las calles del pueblo. El anciano parecía ignorar la capa gris que envolvía todo a su alrededor. Intrigado, Theo decidió seguirlo a una pequeña colina fuera del pueblo. “¿Por qué no tienes miedo de la capa gris que está por todas partes?” le preguntó Theo al anciano. El hombre sonrió y se sentó sobre una roca. “Porque soy el Guardián de los Colores. Mi tarea es devolver los colores perdidos al mundo, y para eso, primero debo enseñar a los demás a verlos. El gris que ves es el miedo, la duda y la falta de esperanza de la gente. Pero no te preocupes, Theo. Tú también eres un Guardián. Has nacido con el don de ver los colores, y eso te convierte en un líder. Solo tú puedes devolverle la luz a tu pueblo.” Theo, con los ojos llenos de asombro, le preguntó cómo podía hacerlo. “Primero, debes entender que los colores no solo están en los ojos. Están en el corazón. Cada persona tiene el poder de cambiar el color de su vida, pero a veces olvidan cómo hacerlo. Tú, Theo, necesitas ayudarles a recordar”, explicó el anciano. Esa noche, cuando Theo regresó al pueblo, decidió probar lo que había aprendido. Se acercó a las personas que conocía y les habló con amabilidad, invitándoles a recordar los momentos felices de su vida. Poco a poco, las emociones de las personas comenzaron a cambiar. El miedo se desvaneció, y el gris empezó a despejarse. Theo veía cómo, a medida que la gente hablaba entre sí y compartía historias de amor, amistad y esperanza, los colores empezaban a florecer nuevamente. El siguiente día, Theo organizó una gran fiesta en el centro del pueblo, donde todos fueron invitados a compartir lo que les hacía felices. Durante la celebración, el pueblo comenzó a reír, a bailar y a hablar de sus sueños y deseos. A medida que lo hacían, el aire comenzó a llenarse de colores brillantes. El gris se disolvió por completo, reemplazado por un vibrante arcoíris de emociones. El anciano, que observaba desde lejos, sonrió satisfecho. “Lo has hecho bien, Theo. El pueblo ahora está lleno de vida y esperanza. El verdadero poder de los colores está en el corazón de cada persona, y tú les ayudaste a ver eso.” Desde ese día, Theo se convirtió en el Guardián de los Colores del pueblo. Ya no era necesario que la gente viviera bajo el manto gris de la desesperanza, porque había aprendido a llenar su vida de colores brillantes y cálidos. Y siempre que alguien olvidaba cómo encontrar los colores dentro de sí mismo, Theo estaba allí para recordárselo. Fin.