Subido por andreaelizabethmedina

1 año Texto Mito Mitología

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El texto
El hombre, desde que es hombre, ha intentado explicar el mundo en el que se encuentra.
Unos de los procesos necesarios para entender es clasificar.
Desde los principios de la historia, las personas han clasificado todo lo que los rodea: separaron
el mundo vivo del no vivo; los planetas de las estrellas; las frutas de las verduras; los colores cálidos
de los colores fríos; el transporte aéreo del terrestre; las películas de acción de las románticas; la
música clásica del jazz; e incluso dentro del jazz ha separado el jazz tradicional del smooth jazz… y
la lista es interminable.
De la misma manera, lo ha hecho con las palabras, con el sentido, con la información, con sus
ideas… entonces, clasificó los textos.
La palabra texto viene de la palabra latina, "textus", que significa
“tejido”. El texto es, entonces, un tejido de oraciones ordenadas que
forman una unidad portadora de sentido y significación.
Otra definición de texto la encontramos en el diccionario de la Real
Academia Española: el texto es: Enunciado o conjunto coherente
de enunciados orales o escritos. Y en esta escueta y útil definición
se encuentra la primera clasificación del texto: la distinción entre el
texto oral y el escrito.
En primer lugar, el hombre separó los textos orales de los textos escritos.
Los primeros son cualquier texto que se transmite de forma oral y que abarcan desde los relatos
tradicionales que eran transmitidos por narradores, hasta el diálogo que pudimos haber tenido esta
mañana con alguno de nuestros familiares; también podemos incluir a las canciones cantadas y los
discursos escolares; las charlas de recreo (o las de clase); etcétera.
Los segundos son cualquier texto que se transmite de forma escrita.
En este grupo se encuentran desde las entradas del cine y los carteles de los mercados, hasta
las geniales novelas de caballería; desde las cartas de amor hasta los cuentos de terror de Edgar
Allan Poe; desde los diccionarios hasta las instrucciones para utilizar una licuadora.
Durante este año trabajaremos con todo tipo de textos, tanto orales como escritos. Los
analizaremos, los mediremos, los asimilaremos, los exprimiremos, los morderemos, los
sacudiremos…
Pero antes que nada, los clasificaremos:
Imaginemos por un instante que podemos ver todos los textos escritos que hemos leído a lo
largo de nuestra vida, más los que nos faltan por leer. Imaginen los camiones llenos de carteles,
cartas, folletos, novelas, cuentos, poesías, manuales, revistas, diarios, los perfiles de facebook,
y las cadenas de mails que tenemos que reenviar a nuestros amigos (no olvides de agregar este
texto que estamos leyendo)… ahora imaginemos también que podemos ver todos los textos que
hemos escuchado, todas las conversaciones que hemos compartido con nuestros amigos, todos
los cuentos que nos contaron, incluso los chistes que nos han hecho reir… ¿Cuál crees que ha
hecho una montaña de texto más grande?
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Bien, ya separamos los orales de los escritos. ¿Y ahora?
Cualquier criterio que nosotros adoptemos nos dará distintas clasificaciones. Por ejemplo: podríamos
separar todos los textos que tengan la palabra “cuchillo”. Entonces en una misma montaña de textos
podríamos tener todos los cuentos de caballeros y de dragones, muchos textos mitológicos, relatos
franceses de espadachines como Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas; e incluso recetas de
cocina y carteles de supermercado. Esto daría como resultado una clasificación bastante desordenada;
recordemos que clasificamos para poder entender.
Al leer esta definición de texto y esta primera clasificación, se nos puede venir a la cabeza un torbellino
de ideas e imágenes que incluso están formando un texto. Pero no os preocupéis. Los estudiosos del
área ya se han encargado de lo más difícil; aunque hay que aclarar que el tema de la clasificación de los
textos no es uno del cual ya no se discuta, por el contrario, son varios los teóricos que siguen analizando
y definiendo este “portador de sentido”.
Este trabajo apunta a que podamos saber qué es lo que vamos a estudiar y analizar, por eso mismo,
solo atenderemos al texto como una construcción literaria escrita. Ojo, no solamente estudiaremos los
textos literarios, por el contrario, el estudio del TEXTO será nuestro "norte" durante todo nuestro estudio,
pero, para empezar trabajaremos con los textos literarios.
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Teoría de los géneros literarios
Siguiendo con nuestro afán por tratar de agrupar los textos para poder estudiarlos y
aprender con mayor claridad, separaremos a los literarios o ficcionales en tres grandes
grupos que llamaremos "géneros".
Estos géneros son: narrativo, dramático y lírico.
Podemos definir a los géneros como agrupaciones de obras literarias basadas
teóricamente tanto en la forma exterior (extensión de la obra, forma en la que se presenta
el texto visualmente), como en la forma interior (intensiones del autor, actitud, tono).
Hay que tener en cuenta que esta teoría de los géneros es solamente un orden que
damos a los textos literarios y que podemos encontrar textos que tienen características de
dos o incluso de los tres géneros.
Nosotros estudiaremos los tres grandes géneros literarios atendiendo las características
que presenta cada uno de ellos para poder analizarlos individualmente y verlos en un todo
textual, interactuando juntos.
Empecemos a repasar:
TEXTOS ORALES QUE
USAMOS FRECUENTEMENTE
TEXTOS ESCRITOS QUE
USAMOS FRECUENTEMENTE
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El género
narrativo
Género narrativo
Es aquel que se basa en el relato o referencia de hechos, acontecimientos o sucesos.
La situación narrativa supone, por lo tanto, la existencia de un narrador que cuenta a un auditorio,
o a un lector, algo que ha sucedido. La función del narrador ha variado en el transcurso de los
tiempos. En la primitiva épica, el juglar o rapsoda cantaba o recitaba hechos heroicos.
Con la literatura escrita, el relator se convierte en una figura creada por la ficción del autor y con
la cual no siempre se identifica.
Por otra parte, en el hecho narrado se ven y se pueden estudiar diversos elementos: los
personajes, el espacio, el tiempo y, sobre todo, las acciones y acontecimientos.
Finalmente, toda narración está dirigida a un interlocutor, aunque el escritor no lo tenga presente.
En nuestro siglo, las formas narrativas predominantes son el cuento y la novela. Expresan hoy
lo que en otros tiempos fue patrimonio de la epopeya, de la crónica, del mito, de las memorias, del
folclore y de las leyendas heroicas. Todas estas formas constituyen la raíz generadora de las dos
especies narrativas actuales de mayor difusión.
Protoliteratura
El género narrativo es el género natural del hombre. Nosotros continuamente narramos sucesos
en el tiempo: cuando contamos qué hicimos el fin de semana, cómo nos fue en la escuela, o cuánto
nos divertimos en tal o cual situación, narramos historias.
Esta forma natural encuentra sus raíces más antiguas en los relatos míticos y en las leyendas.
Toda cultura cuenta con sus relatos míticos y su conjunto de leyendas, propios de esa determinada
nación.
Nosotros, argentinos, en el principio del S. XXI encontramos nuestra protoliteratura en la mitología
griega y romana; y también en las leyendas de los primeros pobladores de nuestro territorio.
El Mito
El mito es una narración cuyo origen se halla en lo religioso. Cuenta sucesos ocurridos en un
tiempo remoto e indeterminado y, generalmente, en lugares imprecisos.
Este tipo de relatos con carácter religioso responden a preguntas tales como: cuáles son los
orígenes del universo, de la vida o de la muerte, o cómo se explican fenómenos naturales (el paso
de las estaciones, el ciclo del sol y la luna, por ejemplo).
En sus orígenes, los mitos se transmitieron en forma oral, de generación en generación, pero
más tarde, historiadores y poetas los fijaron por escrito. A quienes recogen estos escritos se los
llama mitógrafos.
Por pertenecer a la tradición oral y por circular en distintas regiones y épocas, existen diferentes
versiones de un mismo mito.
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Teseo y Ariadna
por jóvenes para quienes sería el último viaje. Los
habitantes miraban pasar el cortejo; algunos gemían,
otros mostraban el puño a los emisarios del rey Minos
que encabezaban la siniestra fila.
Pronto, la tropa llegó a los muelles donde había
una galera de velas negras atracada.
-Llevan el duelo- explicó el rey-. Ah… hijo mío…
si regresas vencedor, no olvides cambiarlas por velas
blancas. ¡Así sabré que estás vivo antes de que atraques!
Teseo se lo prometió; luego, abrazó a su padre y se
unió a los atenienses en la nave.
Una noche, durante el viaje, Poseidón, el dios de los
mares, se apareció en sueños a Teseo. Sonreía.
-¡Valiente Teseo!- le dijo- Tu valor es el de un dios.
Es normal: eres mi hijo con el mismo título que eres
de Egeo…
Teseo oyó por primera vez el relato de su fabuloso
nacimiento.
-¡Al despertar, sumérgete en el mar! - le recomendó
Poseidón. Encontrarás allí un anillo de oro que el rey
Minos ha perdido antaño.
Teseo emergió del sueño. Ya era de día. A lo lejos ya
se divisaban las riberas de Creta.
Entonces, ante sus compañeros estupefactos, Teseo
se arrojó al agua. Cuando tocó el fondo, vio una joya
que brillaba entre los caracoles. Se apoderó de ella,
con el corazón palpitante. De modo que todo lo que le
había revelado Poseidón en sueños era verdad: ¡él era
un semidiós!
Este descubrimiento excitó su coraje y reforzó su
voluntad.
Cuando el navío tocó el puerto de Cnosos, Teseo
divisó entre la multitud al soberano, rodeado de su
corte. Fue a presentarse:
Aquella noche, Egeo, el anciano rey de Atenas,
parecía tan triste y tan preocupado que su hijo Teseo
le preguntó:
-¡Qué cara tienes, padre…! ¿Acaso te aflige algún
problema?
-¡Ay! Mañana es el maldito día en que debo, como
cada año, enviar siete doncellas y siete muchachos
de nuestra ciudad al rey Minos, de Creta. Esos
desdichados están condenados…
-¿Condenados? ¿Para expiar qué crimen deben,
pues, morir?
-¿Morir? Es bastante peor: ¡serán devorados por el
Minotauro!
Teseo reprimió un escalofrío. Tras haberse
ausentado durante largo tiempo de Grecia, acababa de
llegar a su patria; sin embargo, había oído hablar del
Minotauro. Ese monstruo, decían, poseía el cuerpo de
un hombre y la cabeza de un toro; ¡se alimentaba de
carne humana!
-¡Padre, impide esa infamia! ¿Por qué dejas
perpetuar esa odiosa costumbre?
-Debo hacerlo- suspiró Egeo-. Mira, hijo mío,
he perdido, tiempo atrás, la guerra contra el rey de
Creta. Y desde entonces le debo un tributo: cada año,
catorce jóvenes atenienses sirven de alimento a su
monstruo…
Con el ardor de la juventud, Teseo exclamó:
-En tal caso, ¡déjame partir a esa isla! Acompañaré
a las futuras víctimas. Enfrentaré al Minotauro, padre.
Lo venceré. ¡Y quedarás libre de esa horrible deuda!
Con estas palabras, el viejo Egeo tembló y abrazó
a su hijo.
-¡Nunca! Tendría demasiado miedo de perderte.
Una vez, el rey había estado a punto de envenenar a
Teseo sin saberlo; se trataba de una trampa de Medea,
su segunda esposa, que odiaba a su hijastro.
-No. ¡No te dejaré partir! Además, el Minotauro
tiene fama de invencible. Se esconde en el centro de
un extraño palacio: ¡el laberinto! Sus pasillos son
tan numerosos y están tan sabiamente entrelazados
que aquellos que se arriesgan no descubren nunca la
salida. Terminan dando con el monstruo… que los
devora.
Teseo era tan obstinado como intrépido. Insistió,
se enojó, y luego, gracias a sus demostraciones de
cariño y a su persuasión, logró que el viejo rey Egeo,
muerto de pena, terminara cediendo.
A la mañana, Teseo se dirigió con su padre al
Pireo, el puerto de Atenas. Estaban acompañados
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Escrutó en la oscuridad y lamentó que le hubieran
quitado su espada. Una silueta blanca se destacó en
la sombra. Un ruido familiar de agujas le indicó la
identidad del visitante:
-No temas nada. Soy yo: Ariadna.
La hija del rey fue hasta la cama, donde se sentó.
Tomó la mano del muchacho.
-¡Ah, Teseo- le imploró-, no te unas a tus
compañeros! Si entras en el laberinto, jamás saldrás
de él. Y no quiero que mueras…
Por los temblores de Ariadna, Teseo adivinó qué
sentimientos la habían empujado a llegar hasta él esa
noche. Perturbado, murmuró:
-Sin embargo, Ariadna, es necesario. Debo vencer
al Minotauro.
-Es un monstruo. Lo detesto. Y, sin embargo, es mi
hermano…
-¿Cómo? ¿Qué dices?
- Ah, Teseo, déjame contarte una historia muy
singular…
La muchacha se acercó al héroe para confiarle:
-Mucho antes de mi nacimiento, mi padre, el rey
Minos, cometió la imprudencia de engañar a Poseidón:
le sacrificó un miserable toro flaco y enfermo en
vez de inmolarle el magnífico animal que el dios le
había enviado. Poco después, mi padre se casó con
la bella Pasífae, mi madre. Pero Poseidón rumiaba su
venganza. En recuerdo de la antigua afrenta que se
había cometido contra él, le hizo perder la cabeza a
Pasífae y la indujo a enamorarse… ¡de un toro! ¡La
desdichada llegó, incluso, a mandar a construir una
carcasa de vaca con la cual se disfrazaba, para unirse
al animal que amaba!
-¡Qué horrible estratagema!
-La continuación, Teseo, la adivinas- concluyó
Ariadna temblando. Mi madre dio nacimiento al
Minotauro. Mi padre no podía decidirse a matar a ese
monstruo; pero quiso esconderlo para siempre de la
vista de todos. Convocó al más hábil de los arquitectos,
Dédalo, que concibió el famoso laberinto…
Impresionado por este relato, Teseo no sabía qué
decir.
-No creas -agregó Ariadna- que quiero salvar al
Minotauro. ¡Ese devorador de hombres merece mil
veces la muerte!
-Entonces, lo mataré.
-Si llegaras a hacerlo, nunca encontrarías la salida
del laberinto.
Un largo silencio se produjo en la noche. De
repente, la muchacha se acercó aún más al joven y
le dijo:
-¿Teseo? ¿Si te facilitara el medio de encontrar la
salida del laberinto, me llevarías de regreso contigo?
–Te saludo, oh poderoso Minos. Soy Teseo, hijo
de Egeo.
-Espero que no hayas recorrido todo este camino
para implorar mi clemencia –dijo el rey mientras
contaba con cuidado a los catorce atenienses.
-No. Solo tengo un anhelo: no abandonar a mis
compañeros.
Un murmullo recorrió el entorno del rey.
Desconfiado, este examinó al recién llegado.
Reconociendo el anillo de oro que Teseo llevaba en el
dedo, se preguntó, estupefacto, gracias a qué prodigio
el hijo de Egeo había podido encontrar esa joya.
Desconfiado, refunfuñó:
-¿Te gustaría enfrentar al Minotauro? En tal caso,
deberás hacerlo con las manos vacías: deja tus armas.
Entre quienes acompañaban al rey se encontraba
Ariadna, una de sus hijas. Impresionada por la
temeridad del príncipe, pensó con espanto que pronto
iba a pagarla con su vida. Teseo había observado
durante un largo tiempo a Ariadna. Ciertamente, era
sensible a su belleza. Pero se sintió intrigado sobre
todo por el trabajo de punto que llevaba en la mano.
-Extraño lugar para tejer- se dijo.
Sí, Ariadna tejía a menudo, cosa que le permitía
reflexionar. Y sin sacarle los ojos de encima a Teseo,
una loca idea germinaba en ella…
-Vengan a comer y a descansar -decretó el rey
Minos-. Mañana serán conducidos al laberinto.
Teseo se despertó de un sobresalto: ¡alguien había
entrado en la habitación donde estaba durmiendo!
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El héroe no respondió. Por cierto, Ariadna era
seductora, y la hija de un rey. Pero él había ido hasta
esa isla no para encontrar allí una esposa, sino para
liberar a su país de una terrible carga.
-Conozco los hábitos del Minotauro -insistió- Sé
cuáles son sus debilidades y cómo podrías acabar
con él. Pero esa victoria tiene un precio: ¡me sacas
de aquí y me desposas!
-De acuerdo. Acepto.
Ariadna se sorprendió de que Teseo aceptara tan
rápidamente. ¿Estaba enamorado de ella? ¿O se
sometía a una simple transacción? ¿Qué importaba?
Le confió mil secretos que le permitirían vencer
a su hermano al día siguiente. Y el ruido de su voz
se mezclaba con el obstinado choque de sus agujas:
Ariadna no había dejado de tejer.
Frente a la entrada del laberinto, Minos ordenó a
los atenienses:
-¡Entren! Es la hora…
Mientras los catorce jóvenes aterrorizados
penetraban uno tras otro en el extraño edificio,
Ariadna murmuró a su protegido:
-¡Teseo, toma este hilo y, sobre todo, no lo sueltes!
Así, quedaremos ligados uno con el otro.
Tenía en la mano el ovillo de la labor que no
la abandonaba jamás. El héroe tomó lo que ella le
extendía: un hilo tenue, casi invisible. Si bien el rey
Minos no adivinó su maniobra, comprendió que a ese
muchacho y a su hija les costaba mucho separarse.
-¿Y bien, Teseo –se burló-, acaso tienes miedo?
Sin responder, el héroe entró a su vez en el
corredor. Muy rápidamente, se unió a sus compañeros
que vacilaban ante una bifurcación.
-¡Qué importa!- les dijo. -Tomen a la derecha.
Desembocaron en un corredor sin salida,
volvieron sobre sus pasos, tomaron el otro camino
que los condujo a nueva ramificación de varios
pasillos.
-Vayamos por el del centro. Y no nos separemos.
Pronto emergieron al aire libre; a los muros
del laberinto habían seguido infranqueables
bosquecillos.
-¿Quién sabe?- murmuró uno de los atenienses-.
¿Y si el destino nos ofreciera la posibilidad de no
llegar al Minotauro… sino a la salida?
Ay, Teseo sabía que no sería así: ¡Dédalo había
concebido el edificio de modo tal que se terminaba
llegando siempre al centro!
Fue exactamente lo que se produjo. Hacia la
noche, cuando sus compañeros se quejaban de la
fatiga y del sueño, Teseo les ordenó de pronto:
-¡Detengámonos! Escuchen. Y además… ¿no
oyen nada?
Los muros les devolvían el eco de gruñidos
impacientes. Y en el aire flotaba un fuerte olor a carroña.
-Llegamos -murmuró Teseo-. ¡El antro del monstruo
está cerca! Espérenme y, sobre todo, ¡no se muevan de
aquí!
Partió solo, con el hilo de Ariadna siempre en la
mano.
De repente, salió a una explanada circular parecida
a una arena. Allí había un monstruo aún más espantoso
que todo lo que se había imaginado: un gigante con
cabeza de toro, cuyos brazos y piernas poseían
músculos nudosos como troncos de roble. Al ver entrar
a Teseo, mugió un espantoso grito de satisfacción
voraz. Bajo las narinas, su boca abierta babeaba.
Debajo de su cabeza bovina y peluda, apuntaban unos
cuernos afilados hacia la presa. Luego, se lanzó hacia
su futura víctima golpeando la arena con sus pezuñas.
El suelo estaba cubierto de osamentas. Teseo
recogió la más grande y la blandió. En el momento
en que el monstruo iba a ensartarlo, se apartó para
asestarle en el morro un golpe suficiente para liquidar
a un buey… ¡pero no lo bastante violento para matar a
un Minotauro!
El monstruo aulló de dolor. Sin dejarle tiempo de
recuperarse, Teseo se aferró a los dos cuernos para
saltar mejor encima de los hombros peludos. Así
montado, apretó las piernas alrededor del cuello de su
enemigo y, con toda su fuerza, ¡las estrechó! Privado
de respiración, el monstruo, furioso, se debatió. ¡Ya no
podía clavar los cuernos en ese adversario que hacía
uno con él! Pataleó, cayó y rodó por el suelo. A pesar
de la arena que se filtraba en sus orejas y en sus ojos,
Teseo no soltaba la prenda, tal como Ariadna se lo
había recomendado.
Poco a poco, las fuerzas del Minotauro declinaron.
Pronto, lanzó un espantoso mugido de rabia, tuvo un
sobresalto… ¡y exhaló el último suspiro! Entonces,
Teseo se apartó de la enorme cosa inerte. Su primer
reflejo fue ir a recuperar el hilo de Ariadna.
El silencio insólito y prolongado había atraído a sus
compañeros.
-Increíble… ¡Has vencido al Minotauro! ¡Estamos
a salvo!
Teseo reclamó su ayuda para arrancar los cuernos
del monstruo.
-Así -explicó-, Minos sabrá que ya no queda tributo
por reclamar.
-¿De qué serviría? Por cierto, nos hemos salvado.
Pero nos espera una muerte lenta: no encontraremos
jamás la salida.
-Sí -afirmó Teseo mostrándoles el hilo- ¡Miren!
Febriles, se pusieron en marcha. Gracias al hilo,
volvían a desandar el largo y tortuoso trayecto que
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los había conducido hasta el Minotauro. A Teseo le
costaba calmar su impaciencia. Se preguntaba qué
dios benévolo le había dado esa idea genial a Ariadna.
Pronto, el hilo se tensó: del otro lado, alguien tiraba
con tanta prisa como él.
Finalmente, luego de muchas horas, emergieron
al aire libre. El héroe, extenuado, tiró los cuernos
sanguinolentos del Minotauro al suelo, cerca de la
entrada.
-¡Teseo… por fin! ¡Lo has logrado!
Loca de amor y de alegría, Ariadna se precipitó
hacia él. Se abrazaron. La hija de Minos echó una
mirada enternecida al enorme ovillo desordenado que
Teseo, todavía, tenía entre las manos.
-A pesar de todo- le reprochó sonriendo-, hubieras
podido enrollarlo mejor…
El alba se acercaba. Acompañados por Ariadna,
Teseo y sus compañeros se escurrieron entre las calles
de Cnosos y llegaron al puerto.
-¡Perforen el casco de todos los navíos cretenses!ordenó.
-¿¡Por qué!?- se interpuso Ariadna, asombrada.
-¿Crees que tu padre no va a reaccionar? ¿Qué va
a dejar escapar con su hija al que mató al hijo de su
esposa?
-Es verdad- admitió ella-. Y me pregunto qué
castigo va a infligir a Dédalo, ya que su laberinto no
protegió al Minotauro como lo esperaba mi padre.
Cuando el sol se levantó, Teseo tuvo un sueño
extraño: esta vez, fue otro dios, Baco, el que se le
apareció.
-Es necesario- ordenó- que abandones a Ariadna
en una isla. No se convertirá en tu esposa. Tengo para
ella otros proyectos más gloriosos.
-Sin embargo- balbuceó Teseo-, le he prometido…
-Lo sé. Pero debes obedecer. O temer la cólera de
los dioses.
Cuando Teseo se despertó, aún vacilaba. Pero al
día siguiente, la galera debió enfrentar una tormenta
tan violenta que el héroe vio en ella un evidente signo
divino. Gritó al vigía:
-¡Debemos detenernos lo antes posible! ¿No ves
tierra a lo lejos?
-¡Sí! Una isla a la vista… Debe ser Naxos.
Atracaron allí y esperaron que los elementos se
calmaran.
La tormenta se apaciguó durante la noche. A la
madrugada, mientras Ariadna seguía durmiendo sobre
la arena, Teseo reunió a sus hombres. Ordenó partir lo
antes posible. Sin la muchacha.
-¡Así es!- dijo al ver la cara llena de reproches de
sus compañeros.
Los dioses no actúan sin motivo. Y Baco tenía
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buenas razones para que Teseo abandonara a Ariadna:
seducido por su belleza, ¡quería convertirla en su
esposa! Sí, había decidido que tendría con ella cuatro
hijos y que, pronto, se instalaría con él en el Olimpo.
Como señal de alianza divina se había prometido,
incluso, regalarle un diamante que daría nacimiento a
una de las constelaciones más bellas…
Claro que Teseo ignoraba las intenciones de ese
dios enamorado y celoso. Singlando de nuevo hacia
Atenas, se acusaba de ingratitud. Preocupado, olvidó
la recomendación que su padre la había hecho…
Apostado a lo alto del faro que se erigía en la
entrada del Pireo, el guardia gritó, con la mano como
visera encima de los ojos:
-¡Una nave a la vista! Sí… es la galera que vuelve
de Creta ¡Rápido, vamos a advertir al rey!
Menos de tres kilómetros separan a Atenas de su
puerto. Loco de esperanza y de inquietud, el viejo rey
Egeo acudió a los muelles.
-¿Las velas?- Preguntó alzando la cabeza hacia el
guardia-. ¿Puedes ver las velas y decirme cuál es su
color?
-Ay, gran rey, son negras.
El viejo Egeo no quiso saber más. Loco de dolor,
se arrojó al mar y se ahogó.
Cuando la galera atracó, acababan de conducir el
cuerpo del viejo Egeo a la orilla. Teseo se precipitó
hacia él. Adivinó enseguida lo que había ocurrido y
se maldijo por su negligencia.
-¡Padre mío! ¡No… estoy vivo! ¡Vuelve en ti, por
piedad!
Pero era demasiado tarde: Egeo estaba muerto. La
tristeza que invadió a Teseo le hizo olvidar de golpe
su reciente victoria sobre el monstruo. Con amargura,
el héroe pensó que acababa de perder a una esposa y
a un padre.
-¡A partir de ahora, Teseo, eres rey!- dijeron los
ateniense, inclinándose.
El nuevo soberano se recogió sobre los restos de
Egeo. Solemnemente, decretó:
-¡Que este mar, a partir de ahora, lleve el nombre
de mi padre adorado!
Y a partir de ese día funesto, en que el vencedor
del Minotauro regresó de Creta, el mar que baña las
costas de Grecia lleva el nombre de Egeo.
Mientras tanto, Ariadna se había despertado en
la isla desierta. En el día naciente, vio a lo lejos las
velas oscuras de la galera que se alejaba. Incrédula,
balbuceó:
-¡Teseo! ¿Es posible que me abandones?
Siguió el navío con los ojos hasta que se lo tragó
el horizonte. Comprendió, entonces, que nunca
volvería a ver a Teseo. Sola en la playa de Naxos,
dio libre curso a su pena; gimió largamente sobre la
ingratitud de los hombres.
Luego, Ariadna reencontró sobre la arena su
labor abandonada.
Retomó las agujas. Y en espera de que se
realizara el prodigioso destino que ella ignoraba,
puso nuevamente manos a la obra.
Tejía a la vez que lloraba.
En Mitos Clasificados. Ed. Cántaro. 2006.
Buenos Aires, Argentina
Actividad
6. ¿Cómo logra salir del laberinto Teseo con
sus compañeros?
7. ¿Por qué Teseo abandona a Ariadna
camino a su hogar?
8. ¿Por qué se suicida Egeo, el padre de
Teseo?
9. Resumir los acontecimientos del mito entre
cinco y diez núcleos narrativos.
10. Dentro de este mito, encontramos la
explicación de un nombre propio. Indicar cuál es
y por qué se elige ese nombre.
Resolver:
1. ¿Por qué se deben llevar atenienses para
alimentar al Minotauro?
2. ¿Por qué decide Teseo ir a Creta?
3. ¿Qué significa que Teseo era un “semidiós”?
¿Cómo lo descubre?
4. Explicar el nacimiento del Minotauro.
5. ¿Por qué Ariadna ayuda a Teseo? Justificar
con fragmentos del texto.
Los personajes en los mitos
Los personajes de los mitos son dioses, criaturas fantásticas y héroes.
Los dioses son seres sobrenaturales e inmortales antropomórficos que tienen grandes poderes.
Pero no solo se asemejan a los hombres en su forma, sino también por sus actitudes, pasiones
y sentimientos. En casi todas las culturas, los dioses se identificaban con los elementos de la
naturaleza como el sol, la luna, el mar y con temas primordiales tales como el amor, la sabiduría,
la guerra y la muerte.
Las criaturas fantásticas pueden ser monstruos, como Escila o Polifemo, o seres mitad animal
mitad persona, como las sirenas.
Los héroes son seres humanos de origen noble o semidioses, es decir, nacidos de la unión de
un dios y una persona. Estos personajes se destacan por alguna virtud especial, como la fuerza o
la astucia, que los diferencia del resto. Pueden estar acompañados por seres humanos comunes
que los asisten en sus aventuras.
Por otro lado, cabe destacar el hecho de que el hombre, en la mitología, se encuentra con un
trato directo con los dioses.
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Clasificación
Al conjunto de relatos de un pueblo se lo llama mitología e incluye todos los tipos de mitos que
conforman su cultura.
Según el tema y el fenómeno que se propongan explicar, los mitos se clasifican en distintos tipos.
Los mitos cosmogónicos dan cuenta de la aparición del universo y de los seres humanos. Estos
relatos tienen, en culturas muy diferentes, elementos en común, como la explicación de que todas
las cosas surgen a partir de un caos original. Por ejemplo, en el mito de Prometeo y Pandora
podemos leer el surgimiento del mundo para la cultura griega.
Las teogonías, mitos relacionados con la creación de los dioses y presentan, en cambio, diferentes
versiones, que dependen de los diferentes pueblos. En algunos mitos, los dioses preexisten a lo
creado; en otros, surgen a partir de la creación o de la unión de otros dioses.
Los mitos heroicos narran las hazañas de los héroes, en las que también participan los dioses,
como ocurre en el mito de Teseo y Ariadna.
Dédalo e Ícaro
Dédalo era el arquitecto, artesano y el inventor más hábil que vivía en Atenas. Aprendió su arte de la
mismísima diosa Atenea. Era famoso por haber construido el laberinto de Creta e inventar naves que viajaban
bajo el mar. Se casó con una esclava del palacio de Atenas, llamada Náucrate y tuvo dos hijos llamados Ícaro
y Yápige.
Su sobrino Talos era su discípulo, gozaba del don de la creación, era la clase de hijo con que Dédalo soñaba.
Sin embargo, pronto resultó más inteligente que el mismo Dédalo, porque con solo doce años de edad inventó
la sierra, inspirándose en la espina de los peces. Sintió mucha envidia de él tras compararlo con su hijo.
Una noche subieron al tejado y desde allí, divisando Atenas, veían las aves e imaginaban distintos mecanismos
para volar. Ícaro se marchó cansado, y después de engañar Dédalo a Talos, lo mató, empujándolo desde lo alto
del tejado de la Acrópolis. Al darse cuenta del gran error que había cometido, para evitar ser castigado por los
atenienses, huyó con su hijo a la isla de Creta, donde el rey Minos los recibió muy amistosamente y les encargó
muchos trabajos.
El rey Minos, que había ofendido al rey Poseidón, recibió como venganza que la reina Pasifae, su esposa,
se enamorara de un toro. Fruto de este amor nació el Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro.
Durante la estancia de Dédalo e Ícaro en Creta, el rey Minos les reveló que tenía que encerrar al Minotauro.
Para lograrlo, ordenó a Dédalo construir un laberinto formado por muchísimos pasadizos dispuestos de una
forma tan complicada que fuese imposible encontrar la salida. Pero Minos, para que nadie supiera cómo salir
de él, encerró también a Dédalo y a su hijo Ícaro.
Estuvieron atrapados durante mucho tiempo. Desesperado por salir, se le ocurrió a Dédalo la idea de fabricar
unas alas, con plumas de pájaros y cera de abejas, con las que podrían escapar volando de Creta.
Antes de salir, Dédalo le advirtió a su hijo Ícaro que no volara demasiado alto, porque si se acercaba al sol,
la cera de sus alas se derretiría y tampoco demasiado bajo porque las alas se le mojarían, y se harían demasiado
pesadas para poder volar.
Empezaron el viaje y al principio Ícaro obedeció sus consejos, volaba al lado suyo, pero después comenzó
a volar cada vez más alto y, olvidándose de los consejos de su padre, se acercó tanto al Sol que se derritió la
cera que sujetaba las plumas de sus alas. Cayó al mar y se ahogó. Dédalo recogió a su hijo y lo enterró en una
pequeña isla que más tarde recibiría el nombre de Icaria.
Después de la muerte de Ícaro, Dédalo llegó a la isla de Sicilia, donde vivió el resto de sus días en la corte
del rey Cócalo.
12
Actividad
1: ¿Quién era Dédalo?
2: ¿Qué significa la frase: "(...) gozaba del don de la
creación (...)"?
3: ¿Cuál es el sentimiento que experimenta Dédalo
con Talos?
4: ¿Hacia dónde escapan Dédalo e Ícaro?, ¿por qué
deben hacerlo?
5: ¿Por qué Minos encerró en el laberinto a Dédalo e
Ícaro?, ¿qué contradicción encontramos con la versión
de su historia en el mito de Teseo y Ariadna?
6: ¿Cómo logran escapar?, ¿qué sucede con Ícaro?,
¿cómo termina Dédalo?
7: Los mitos griegos enseñaban normas morales, es
decir, dictaban qué estaba bien y qué estaba mal. ¿Qué
crees que se enseña en este mito?
13
Hércules o Heracles
Un día, compadecido Zeus, el padre omnipotente,
de los males que sufrían los infortunados mortales,
reflexionó y dijo:
-Quiero engendrar, para la salud de los hombres
y de los dioses, un héroe magnífico. Él los alejará
de todos los peligros que los amenazan, y su virtud
y fuerza heroicas serán la salvaguardia del mundo.
Dicho esto, descendió Zeus una noche a la
ciudad de Tebas. Moraba allí, en magnífico palacio,
la reina Alcmena, que descollaba entre todas las
mujeres de fecundo seno por la belleza de sus ojos
y la noble grandeza de su elevada estatura. Su real
esposo, Anfitrión, estaba entonces guerreando. Para
lograr acercarse a Alcmena sin despertar sospechas,
el rey de los inmortales tomó los rasgos del mismo
Anfitrión y se presentó como tal dueño al portero de
palacio. Los criados, creyendo que veían de nuevo
a su jefe, acudieron más que de prisa, lo rodearon
e introdujeron en las habitaciones de su esposa.
Alcmena concibió del soberano del Olimpo, y sin
reconocerlo, al potente Heracles.
Pero desde el mismo punto de su nacimiento, el
niño atrajo sobre sí la enemistad de Hera. En efecto,
apenas hubo salido de las fecundas entrañas de su
madre, la reina de los dioses, en una noche oscura,
envió dos serpientes al palacio; Heracles estaba
enteramente sumido en profundo sueño.
Penetraron por la puerta abierta los dos horribles
reptiles y se deslizaron, a la luz del fuego de sus
ojos, hasta llegar al escudo que servía de cuna al
divino infante. Ya los dos monstruos silbando iban
a clavar la aguja de sus dardos emponzoñados en
las mejillas del niño y se disponían a ahogarlo,
cuando Heracles, despertándose de pronto, asió con
la tenaza de sus manos las dos espantosas serpientes
y apretó con tal fuerza las gargantas henchidas de
veneno, que estranguló a ambas a la vez.
Tal fue la primera hazaña de este corajudo e
invencible héroe. Tenido como hijo de Anfitrión,
crecía el vástago de Zeus y de Alcmena, merced a
los cuidados de su madre, como arbolillo en riente
vergel. Pero Zeus, como padre cuidadoso, velaba
por él desde la cumbre del sagrado Olimpo. Un día
quiso, obligando a una gran diosa a amamantarlo,
conferirle el don de la inmortalidad y el vigor
indefectible de los dioses. Con tal fin envió a Hermes
a buscar a la criatura. Cuando volvió con ella el
14
divino mensajero, Zeus tomó al niño y lo acercó a
los senos de Hera, dormida. El recién nacido mamó
copiosamente. Una vez saciado, se volvió y sonrió
a su padre: pero había sorbido y chupado con tal
fuerza, que la leche de la diosa continuó fluyendo.
Las blancas gotas que cayeron en cielo formaron la
Vía Láctea, y las que descendieron hasta la tierra
dieron origen a los grandes lirios.
Cuando sus años ya lo permitieron, su madre
le dio una educación esmerada. Linos, hijo del
hermoso Apolo, le enseñó la ciencia de las letras.
Eumolpo lo adiestró en modular la voz y en cantar
paseando los dedos por las cuerdas sonoras de la
armoniosa lira. Eurito, en fin, le enseñó el arte de
tener hábilmente el arco y de dar en el blanco con
segura flecha. Fue el decurso de esta formación
magnífica cuando el potente Heracles, cuyo natural
era intrépido y generoso, se hizo reo por primera
vez de una muerte involuntaria. Se cuenta que
un día Linos, su maestro de letras, para probar la
sabiduría de su joven discípulo, le dio a escoger,
de un montón de volúmenes, el libro que prefiriese.
Heracles, que nació glotón, gran comedor y con
tan voraz apetito que había más tarde engullir
sin empacho un buey entero, eligió un tratado
cuyo título era El perfecto cocinero. Irritado por
tal elección, Linos prorrumpió en acres censuras
contra la desenfrenada voracidad que atormentaba
a su discípulo y llegó hasta amenazarlo.
Heracles, creyendo que era un caso de legítima
defensa, y preso a la vez de repentina y violenta
cólera, tomó el primer objeto que tuvo a mano,
una cítara, y rompió el instrumento en la cabeza
de su profesor, matándolo. Para castigarlo por
tal muerte, Anfitrión envió a Heracles a vivir con
los pastores que guardaban sus ricos y pingues
rebaños en altas montañas. Allí, los ejercicios de
la caza desenvolvieron su cuerpo adolescente y
comunicaron a sus flexibles miembros prodigiosa
fuerza. A los dieciocho años mató un león que
devastaba la comarca.
De regreso de su gloriosa caza, Heracles se topó
con los heraldos que, procedentes de Orcómenes,
iban a reclamar a los tebanos un tributo de cien
bueyes, como reparación de su antiguo delito. Sin
vacilar, los atacó el hijo de Alcmena. Les cortó la
nariz y orejas, les ató las manos a la espalda y los
envió a su país, diciéndoles que ese era el pago del
tributo. Ergino, rey de Orcómenes, al saber esta
nueva, equipó un ejército y marchó contra Tebas.
Pero Heracles, vistiendo la armadura que le regaló
Atenea, se puso al frente de ardoroso grupo de
guerreros. Desviando el curso de un río, ahogó en
una planicie a la caballería enemiga, persiguió a
Ergino y lo mató a flechazos.
su pesada maza y chillando, se fue en persecución
de la fiera. El león, atemorizado, se refugió en un
antro que tenía dos entradas. El hijo de Alcmena
tapó una y penetró en la otra.
El monstruo, entonces, con la crin erizada y
rugientes las fauces, se aprestó al asalto. Heracles,
envuelto en su rojo manto, se defendió disparando
con una mano su flecha acerada, y levantando
con la otra la terrible maza, la descargó contra el
broncíneo cráneo de la indomable fiera.
Fue tan violento el golpe, que la maza se partió
en dos pedazos. Medio muerto el animal, se
tambaleaba. Tirando entonces las armas, Heracles
se enzarzó en la peligrosa lucha cuerpo a cuerpo.
Con sus vigorosos brazos enlazó a la fiera,
apretándola con tal fuerza contra su vasto pecho,
que logró arrancarle la vida.
Cuando lo hubo ahogado, Heracles desolló al
animal y se cubrió con su piel leonada, a guisa de
coraza impenetrable de hierro.
2º El segundo trabajo impuesto a Heracles
consistió en matar a la hidra de Lerna. Este dragón
enorme, cuyo cuerpo de reptil ostentaba nueve
cabezas, moraba en la fangosa y mefítica laguna de
Lerna. Cuando salía de su madriguera devastaba la
campiña y devoraba los ganados. Su aliento estaba
emponzoñado, y cualquiera que lo respirase moría
de a poco.
En la lucha contra este azote de la campiña
de Argos, Heracles contó con la ayuda de su
fiel compañero Yolao. Él fue el auriga, en esta
expedición, del carro del héroe. Llegados a ambos a
las márgenes de la luna, Heracles, para obligar a la
hidra a salir, disparó entre las cañas una granizada
de flechas. Luego, cuando al fin el monstruo se dejó
ver, erguidas todas las cabezas, el héroe se acercó
y, a mazazos, quiso aplastarlas; pero de la sangre
de cada cabeza magullada renacían dos, y así la
lucha venía a ser interminable. Entonces, Heracles
apeló a Yolao. Este celoso servidor prendió en
seguida fuego a un bosque contiguo, y con teas fue
quemando las cabezas renacientes e impidiendo
que se desarrollaran. Cuando ya la hidra no tuvo
más que una sola cabeza, Heracles la cortó y
sepultó bajo un peñasco. El monstruo era ya sólo
un inmenso cadáver.
Antes de marcharse, el hijo de Alcmena empapó
las flechas de ponzoña de la terrible bestia, y así
dispuso de flechas envenenadas.
3º Euristeo ordenó en seguida a Heracles
Heracles y Megara
Los doce trabajos
Para recompensar al autor de tan gran victoria,
el rey de Tebas concedió al héroe la mano de su
propia hija, Megara.
De esta unión nacieron muchos hijos. Todos
murieron prematuramente, víctimas de las propias
manos paternales. Heracles, en efecto, en un acceso
de locura, los mató, juntamente con la madre,
asaetándolos despiadadamente. Después de haberse
manchado con la sangre de sus hijos, Heracles se
arrepintió del crimen; marchó a Delfos a consultar
a Apolo, preguntándole qué era preciso hacer para
purificarse de aquel delito. El oráculo le ordenó que
saliera para Tirinto, y allí se pusiera durante doce
años al servicio del rey Euristeo. Heracles obedeció.
Pero cuando Euristeo, príncipe débil y medroso, vio
junto a sí a ese héroe magnífico, tembló ante la idea
de que un día el valiente semidiós le arrebatara el
poder. Para deshacerse del importuno advenedizo,
y con la esperanza de que sucumbiría. Euristeo
impuso al corajudo hijo de Alcmena, una tras otra,
todas las tareas más difíciles que imaginar se puede.
Heracles salió vencedor de todas las pruebas, y las
altas gestas que llevó a cabo entonces se llaman los
“Doce trabajos de Heracles”, y son los siguientes:
1º Euristeo pidió primero al héroe que le trajese
la piel del león de Nemea. Esta terrible fiera era el
espanto de los bosques y los valles de la Argólida.
Eran tales sus rugidos, que cuando los oían
labriegos y pastores se encerraban y agazapaban,
pálidos y medrosos, en el recinto de sus chozas.
Heracles, asiendo con una mano el arco y el carcaj
y con la otra la nudosa maza, se fue al encuentro de
aquel temible destructor de rebaños.
Al verlo, disparó contra él, una tras otra, todas
sus flechas mortales. Pero el enorme animal era
invulnerable: su piel era tan dura, que el agudo
hierro no hacía mella y las flechas caían vanas en el
césped o rebotaban en el duro suelo. Indignado ante
el fracaso del primer ataque, Heracles, blandiendo
15
que le trajese viva la cierva del monte Cerineo.
Ahora bien: esta prodigiosa cierva, consagrada a
Artemisa, tenía cuernos de oro y pies de bronce.
Nadie pudo jamás alcanzarla, por ser infatigable
en la carrera. Así, la caza de Heracles, puesto a
perseguirla, hubo de durar un año. Arrastrando al
cazador tras ella, la cierva llegó de un tirón hasta
la comarca de los Hiperbóreos. Allí, el animal,
fatigado, volvió sobre sus pasos y anduvo en
sentido inverso el camino antes recorrido. En un
momento de su carrera, como titubease la cierva
en pasar un río crecido por las lluvias, Heracles
ganó terreno, se abalanzó sobre ella y, tomándola
por los cuernos, se la cargó viva a la espalda y
vino a ponerla disposición de Euristeo.
4º Apenas hubo regresado Heracles al palacio
de su señor, recibió la orden de ir al encuentro del
jabalí de Erimanto. Debía capturar y traer viva la
terrible alimaña, que sólo abandonaba su cubil para
llevar la ruina a los hermosos campos de la idílica
Arcadia. El héroe partió con su maza y sus flechas,
sus armas habituales. Después de dar una batida por
toda la maleza y de escrutar innumerables sotos,
Heracles llegó a descubrir al salvaje animal. Lo
cazó entonces despiadadamente, lo persiguió sin
Para mirar en casa...
descanso por altas montañas cubiertas de nieve, lo
cansó, lo agotó y lo obligó, por fin a guarecerse,
jadeante, en un estrecho desfiladero sin salida.
Heracles se hizo con el jabalí y volvió trayéndolo
sobre su robusta espalda.
5º Vivían en medio de una marisma cubierta de
zarzales y maleza, y en las márgenes de un lago
llamado Estinfalo, unos pájaros monstruosos que,
resguardados de los mismo lobos, se alimentaban
con carne humana. Estos hijos de Ares, el dios
feroz de la guerra, tenían en el pico, las garras y las
alas bronceadas. Sus plumas eran como dardos de
acero, que les servían para matar a los caminantes
y pacer sus restos. Heracles tomó sobre sí la
carga de echar de aquellos marjales la volatería
voraz que, amén de aniquilar hombres y rebaños,
devastaba jardines y emporcaba cosechas. Para
obligarlos a salir de su inabordable refugio, el
héroe magnífico utilizó sus címbalos. Apostado en
la montaña contigua, armó con estos instrumentos
tal estrépito, que los pájaros volaron a bandadas y
pudo el valeroso arquero abatirlos y exterminarlos.
6º El sexto trabajo que Euristeo asignó al
valeroso hijo de Alcmena fue la lucha contra el
toro de Creta. Heracles no había de matarlo, sino
acosarlo, atraparlo y llevarlo vivo a Micenas.
Mino, rey de Creta, prometió un día ofrecer al
dios de los mares lo que este dios hiciera surgir
de las olas. Poseidón suscitó un soberbio toro,
tan bello realmente, que Minos, no aviniéndose
a sacrificarlo, creyó cumplir su voto eligiendo
en sustitución otra víctima de menos realce.
Irritado Poseidón por tal deslealtad, enfureció
al animal, el cual vino a ser el terror del país.
Heracles, en cumplimiento de las órdenes de su
amo, desembarcó en Creta. En cuanto vio al bruto,
cayó sobre él, lo tomó por los cuernos y lo obligó
a doblar los corvejones; y luego, sujetándolo con
fuerte red, se lo echó a la espalda y lo llevó a través
del mar hasta depositarlo a los pies de Euristeo.
7º Euristeo impuso enseguida a Heracles la
repugnante tarea de limpiar en un día los estables
de Augías, rey de la Élida Este príncipe poseía
innumerables rebaños. Treinta años hacía que no
limpiaban sus establos, en que se aglomeraban
más de tres mil bueyes, y así se extendía por
los alrededores nauseabundo olor del estiércol
allí amontonado. Para llevar a cabo esta tarea,
Heracles abrió un boquete en un muro del establo,
desvió el curso del Alfeo e hizo pasar el torrente
Disney realizó una famosa versión del
mito de Hércules, pero ha hecho varios
cambios.
Ahora que conocen una versión de
mitógrafo, ¿identificás cuáles son esas las
diferencias?
* Armá una lista de elementos mitológicos
de la película "Hércules" de Disney.
* Señalá cuáles son los correctos y cuáles
son los incorrectos a partir de lo visto en
clase.
16
de sus ondas rápidas y cristalinas a través de las
cuadras.
8º Diomedes, hijo del cruel Ares, era rey de un
pueblo de salvajes. Poseía yeguadas que vomitaban
fuego y llamas, y a las cuales daba como pasto
los extranjeros que la tempestad arrojaba a sus
playas. Heracles, encargado por Euristeo de llevar
esas yeguadas a Micenas, se embarcó con algunos
amigos, arribó a Tracia y se encaminó a las cuadras
de Diomedes.
Allí, después de derribar a los criados que
cuidaban de la caballeriza, el hijo de Alcmena tomó
a Diomedes y lo echó en los pesebres de bronce
para que sirviera de pasto a sus propias caballerías,
suplicio igual al que hiciera sufrir a tan numerosos
náufragos. En cuanto devoraron las carnes de su
amo, Heracles desató los caballos y los condujo al
palacio de Euristeo.
9º En otra ocasión, como Admeta, la hija de
Euristeo, desease el magnífico y soberbio cinturón
que poseía Hipólita, reina de las Amazonas, el
príncipe, para complacer a su hija, encargó a
Heracles que fuese a buscarlo. Cuando el héroe, con
numerosa compañía, llegó al país de las Amazonas,
encontró a mujeres guerreras que combatían a
caballo, disparando el arco o blandiendo un hacha,
y vivían, según referencias, en las lejanas costas
del mar Negro, formando un pueblo sin hombres.
Hipólita, su hermosa reina, lo recibió al principio
muy bondadosamente y prometió darle su cinturón.
Pero la enemiga de Heracles, Hera, la diosa del
trono de oro, disfrazada de amazona, provocó
la indignación de aquellas vírgenes guerreras
diciéndoles que Heracles venía a arrebatarles
su reina. Lucha terrible estalló contra él. Gran
número de amazonas sucumbió en la refriega. La
misma reinó murió a manos de Heracles, y el héroe
pudo así fácilmente quitarle el precioso cinturón y
ofrecérselo a Admeta, la hija de su señor.
10º Como décima prueba, Euristeo exigió
que Heracles le trajese los toros rojos de Gerión.
Este gigante colosal, cuyos enormes flancos se
ramificaban entre cuerpos, habitaba en una isla
del remoto Occidente y poseía un rebaño de toros
rojos, custodiados por monstruoso boyero y por un
perro de tres cabezas. Para obedecer la nueva orden,
Heracles partió para la región donde el sol se pone,
siguiendo la costa africana. Llegó al estrecho que
separa a Europa de África y erigió dos columnas,
una en cada continente, para conmemorar su paso.
17
Se las llamó después las Columnas de Hércules.
Allí, como el Sol, demasiado ardoroso,
molestase a Heracles, el héroe tendió su arco y
disparó contra él dos flechas. Asombrado el Sol
de esta audacia, para apaciguar al valiente hijo de
Alcmena y facilitarle la continuación del viaje, le
prestó la amplia copa de oro que, cuando desciende
del cielo, lo transporta, a través del océano y de la
noche, hasta la ribera desde donde remonta al cielo
para comenzar de nuevo a iluminar al mundo.
Heracles se embarcó en esta copa y llegó sin
dificultad al término de su viaje. Ya en tierra, el
hijo de Almena pasó la noche en la cima de una
montaña para acechar el ganado; pero el perro
vigilante que defendía los rojos bueyes lo olfateó
y, ladrando, se abalanzó contra él para devorarlo.
El héroe lo mató de un mazazo. El boyero, que
acudió con presteza, sufrió la misma suerte. En
fin, después de rematar a flechazos al formidable
Gerión, Heracles volvió a embarcarse, con todo el
rebaño, en la amplia copa que sirve de navío al Sol.
Para llegar a su punto de partida, Heracles
atravesó múltiples comarcas. Cuando llegó a
orillas del Ródano, se vio atacado por los habitantes
que poblaban aquellas riberas, envidiosos de la
belleza de sus bueyes. Fueron allí tan resueltos
y numerosos sus enemigos, que el héroe tuvo
necesidad de agotar su aljaba, y hasta fue herido
gravemente, viéndose en situación muy apurada.
Imploró entonces el socorro de su padre, y Zeus
llovió sobre los agresores de su hijo una granizada
de su padre, y Zeus llovió sobre los agresores de su
hijo una granizada piedras. Desde ese día la vasta
planicie quedó cubierta de pedruscos, y se dice que
ese es el origen de los guijarros de la Crau.
Heracles, abandonando la Galia, atravesó Italia,
Iliria y Tracia; pero cuando ya creía tocar el fin de
sus penas, un tábano, enviado por Hera, enloqueció
al ganado y lo dispersó por altas montañas. El hijo
de Alcmena pudo trabajosamente reunir la mayor
parte; pero el que no pudo recuperar y llevar a
Micenas quedó en los bosques y se hizo salvaje.
11º Apenas Heracles regresó de esta lejana
expedición, recibió de nuevo el encargo de
encaminarse hacia los parajes contiguos al punto
donde desaparece el sol. Allí debía tomar, para
traerlas a Micenas, las manzanas de oro del jardín de
las Hespérides. Estas hijas de la estrella de la tarde
habitaban, en efecto, un parque maravilloso, cuyos
árboles estaban en todas las estaciones cargados de
áureos frutos. Dócil al mandato recibido, Heracles
tomó el camino de Occidente; pero no sabía dónde
encontrar la misteriosa morada de las hijas de la
tarde. Después de haber vagado largo tiempo,
llegó cierto día a las márgenes del Erídano.
Allí, graciosas ninfas le aconsejaron que fuese
a ver a Nereo, el viejo profeta de los mares,
conocedor de tales secretos. Heracles atendió
la advertencia. Habiendo encontrado a Nereo
dormido en la margen, el héroe lo encadenó y lo
forzó a revelarle el refugio en que se ocultaban las
bellas Hespérides. Para espantar a Heracles, Nereo
se transformó sucesivamente en león, en serpiente,
en llamas. Nada logró.
El hijo de Alcmena no soltó su presa sin tener
la cusa ganada. Cuando supo adónde había de
dirigirse; pasó a África, llegó hasta los confines
del mundo occidental y logró ver las áureas
puertas del jardín afortunado. Allí, no lejos de las
armoniosas Hespérides, desterrado por dura ley en
la extremidad de la tierra, un gigante formidable,
Atlas, sostiene con su cabeza y con sus manos
infatigables la bóveda inmensa del cielo.
Ahora bien: como un dragón de color
encendido guardaba la entrada del parque y
a nadie absolutamente permitía franquear las
temibles puertas, Heracles preguntó a Atlas cómo
se apoderar de las manzanas. El sostén del cielo
se ofreció a ir a tomarlas, siempre que el héroe
quisiera durante ese tiempo aguantar sobre su
sólida espalda el peso y equilibrio del firmamento.
El hijo de Alcmena aceptó, y mientras atlas se
ocupó en arrancar de los manzanos los dorados
frutos, Heracles sostuvo el peso de la bóveda
celeste. Cuando volvió el gigante, manifestó que
quería llevar personalmente este botín a Micenas.
Heracles fingió compartir la idea del pérfido Atlas.
grandes ríos de llamas y torrentes de cieno. Luego,
cuando llego a los pies del inflexible Hades,
expuso al soberano de los Infiernos el fin de su
viaje. Haces le permitió subir al Cerbero a la luz
del día, pero con la condición de adueñarse del
terrible guardián sin auxilio de arma alguna.
El cerbero rea un perro con tres cabezas, cuyos
flancos se atenuaban formando una cola de dragón.
Su voz, que parecía de sonoro bronces, estremecía
a cuando se le acercaban. Inerme, pues, Heracles,
y vestido tan sólo de su piel de león a guisa de
coraza, se presentó ante este monstruo, que aullaba
horriblemente; lo tomó por el cuello, precisamente
por el punto de confluencia de las tres cabezas, y
aunque mordido, lo apretó tan fuertemente, que
el perro, sintiéndose ya a ahogado, se avino a
seguirlo. Heracles entonces encadenó al esquivo
animal, lo sacó del abismo y fue a enseñárselo a
su amo Euristeo. Aterrorizado el príncipe, ordenó
que se devolviese aquel monstruo de horrorosos
ladridos al sombrío Tártaro.
Se cuenta que después de haber empleado ocho
años y un mes en la ejecución de los doce trabajos
que le impuso Euristeo, Heracles fue libertado de
la servidumbre a que fuera castigado. Este ilustre
guerrero se puso de nuevo a recorrer el mundo,
no para combatir a monstruos esta vez, sino para
luchar contra la injusticia de los hombres. Por
donde iba a castigaba los bandidos y prestaba el
apoyo generoso y siempre triunfante de su brazo a
los pueblos vejados por inicuos vecinos.
-Quiero que vayas a llevar personalmente a
Euristeo las manzanas que reclamo. Pero antes de
partir toma de nuevo un momento el cielo sobre
tus hombros; es preciso para hacerme un rodete
que proteja mi cabeza y amortigüe el peso de tan
grande carga.
Atlas, confiado, cayó en el lazo y cargó de
nuevo el cielo sobre sus hombros. Heracles, ya
libre, tomó las manzanas y, a todo correr, las llevó
a su amo Euristeo.
12º En fin, como última prueba, Euristeo
ordenó a Heracles que bajara a los infierno y le
trajera a Cerbero, el gran guardián de las puertas
subterráneas. Descendió, pues, acompañado de
Hermes, al abismo de los muertos. Atravesó
En La leyenda Dorada – Mitología Clásica de
Mario Meunier. Ed. Esfinge. 2005. Buenos Aires,
18
Prometeo y Pandora
La creación del mundo es un problema propicio para acuciar el más vivo interés en el hombre, su poblador.
Antes de que la tierra, el mar y el cielo fueran creados, todas las cosas mostraban un solo aspecto, al que
damos el nombre de Caos – una masa confusa e informe, que no era nada más que peso muerto, y en la cual,
sin embargo, dormitaba la simiente de las cosas-. Tierra, mar y aire se hallaban confundidos, de manera que la
tierra no era sólida, el mar no era líquido, y el aire no era transparente.
Según Hesíodo, del caos emergió Gea (la tierra). De generosas formas, dadora de sentido y orden, fue la
que creó un escenario seguro para los seres vivientes. Luego surgió Eros (el Amor universal). Del Caos en su
unión con Eros salieron Erebos (las tinieblas) y Nix (la personificación de la noche) Erebos y Nix engendraron
a Éter (la luz celeste) y Hemera (la luz terrestre).
Con la luz, Gea cobró personalidad, pero como no pudo unirse al vacío Caos, comenzó a engendrar sola
mientras dormía. Así surgió Urano (el cielo), un ser igual a ella y de igual extensión, quien en un abrazo eterno
se aseguró de que Gea fuera una morada celestial, segura y perdurable. Gea engendró también a las altas
montañas y a Ponto, el mar profundo.
Urano, influenciado por Eros, deseó unirse amorosamente a su madre y desde lo alto derramó una lluvia
fértil sobre sus hendiduras secretas, naciendo así las hierbas, flores y árboles y la fauna que se alimentó de
ellos.
Si bien existen otras leyendas sobre el origen del universo, aun las que la remiten a la voluntad de un
creador, el caso es que nos encontramos en un mundo sin Hombre. No se sabe si ese creador lo hizo con
materiales divinos o si en la tierra, recientemente separada del cielo, se escondían aún simientes celestiales.
Dícese que Prometeo tomó un poco de esta tierra y, amasándola con agua, creó al hombre a imagen de los
dioses. Le proporcionó una postura erguida, a fin de que, mientras los demás animales agacharan la cabeza y
miraran la tierra, él elevara la suya al cielo, y contemplara las estrellas.
Prometeo era uno de los Titanes, una raza de gigantes que habitaba la tierra anteriormente a la creación
del hombre. A él y a su hermano Epimeteo se les encomendó la tarea de hacer al hombre y de proveer a él y
a los demás animales de los medios necesarios para su conservación. Epimeteo se encargó de hacer esto, y
Prometeo debía examinar su trabajo, cuando estuviera concluido. Consiguientemente, Epimeteo procedió a
otorgar a los diferentes animales los diversos dones: coraje, fuerza, rapidez, sagacidad; alas a uno, garras a
otro, un caparazón córneo a un tercero, etc. Pero cuando le tocó el turno al hombre, que debía ser superior a
los demás animales, Epimeteo había sido tan pródigo con sus recursos que no le quedaba nada para otorgarle.
En su perplejidad recurrió a su hermano Prometeo, quien encendió su antorcha en la carroza del sol, y volvió
con fuego para el hombre. Este don convirtió al hombre en un rival invencible para los demás animales. Le
permitió hacer armas con las cuales subyugarlos; herramientas con las cuales cultivar la tierra; también para
calentar su vivienda, y así independizarse relativamente del clima; y finalmente para establecer las artes y para
acuñar monedas, que son el instrumento del intercambio y del comercio. La mujer aún no había sido creada.
La leyenda cuenta que la hizo Zeus, y se la envió a Prometeo y a su hermano para castigarlos por su presunción
al robar el fuego del cielo; y al hombre, por aceptar el presente. La primera mujer se llamó Pandora. Fue creada
en el cielo, y cada dios contribuyó con algo para perfeccionarla. Afrodita le dio belleza, Hermes persuasión,
Apolo música, etc. Armada así, se la transportó a la tierra, y allí fue ofrecida a Epimeteo, quien la aceptó con
placer, aunque prevenido por su hermano de que recelara de Zeus y sus regalos. Epimeteo tenía en su casa un
frasco, en el que estaban guardados ciertos elementos nocivos, que no había
tenido ocasión de usar al abastecer al hombre en su nueva morada. Pandora
fue presa de una vehemente curiosidad por saber qué contenía el frasco; y un
día le quitó el tapón y miró adentro. Inmediatamente se escapó un enjambre
de plagas para el desventurado hombre – tales como la gota, el reumatismo,
y cólicos para su cuerpo, y envidia, rencor y venganza para su mente- y se
dispersaron por todas partes. Pandora se apresuró a reponer la tapa, pero,
¡ay!, ya se había perdido todo el contenido del frasco, con excepción de una
sola cosa, que yacía en el fondo, y que era la esperanza.
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Otra versión dice que Pandora fue enviada por Zeus, de buena fe, para bendecir al hombre; que estaba
provista de una caja, la cual contenía sus regalos de casamiento, y en la que cada dios había puesto alguna
gracia. Pandora abrió la caja imprudentemente, y todos los bienes se escaparon, con excepción de la esperanza.
Una vez que estuvo el mundo así provisto de habitantes, tuvo lugar una primera edad de inocencia y
felicidad, denominada Edad de Oro. Prevalecían la verdad y la justicia, aunque no existían leyes que las
fijaran, ni magistrado que amenazaran o castigaran. No se había despojado aún a los bosques de sus árboles,
a fin de dotar de madera a las naves, ni se habían construido fortificaciones alrededor de las ciudades. No
existían espadas, lanzas, yelmos ni nada semejante. La tierra proporcionaba al hombre todo lo indispensable,
sin que este debiera esforzarse en arar y sembrar. La primavera reinaba ininterrumpidamente, las flores crecían
sin semillas, la corriente de los ríos era de leche y vino, y los robles destilaban miel amarilla.
A continuación sobrevino la Edad de Plata, inferior a la de oro, pero mejor que la de bronce. Zeus acortó
la primavera y dividió el año en estaciones. Entonces, en primer lugar, los hombres tuvieron que soportar
temperaturas extremas, y hubo necesidad de viviendas. Las primeras moradas fueron cuevas, regfugios de
hojas en los bosques y chozas hechas de ramas entrelazadas. No se cosechaba si antes no se había sembrado.
El labrador se veía obligado a plantar la semilla, y el buey laborioso a arrastrar el arado.
Luego acaeció la Edad de Bronce, de carácter más salvaje, y más presta a la lucha con armas, pero todavía
no del todo perversa. La peor y la más dura fue la Edad de Hierro. El crimen se propagó, inundándolo todo;
huyeron la modestia, la verdad y el honor, y sus lugares fueron ocupados por el fraude y la astucia, la violencia,
y el perverso afán de lucro. Entonces los marinos tendieron las velas al viento, y los árboles fueron arrancados
de los montes para servir de quilla a los barcos y turbar la faz del océano. La tierra, que hasta entonces había
sido cultivada en común, comenzó a ser dividida en parcelas. Los hombres no satisfechos con lo que producía
la superficie, debieron cavar en las entrañas de la tierra, y extraer el metal bruto. Los productos fueron el
dañino hierro y el oro, más pernicioso aún, que, al surgir la guerra, fueron usados como armas. El huésped ya
no estaba seguro en casa de su amigo; y yernos y suegros, hermanos y hermanas, maridos y mujeres, no podían
tenerse confianza. Los hijos deseaban que sus padres murieran, a fin de recibir la herencia; el amor familiar se
había empobrecido. La tierra, manchada por la matanza, fue poco a poco abandonada por los dioses, hasta que
quedó solamente Astrea, quien finalmente también partió.
Zeus, al comprobar el estado de las cosas, montó en cólera. Convocó a los dioses a una asamblea. Todos
obedecieron al llamado, y tomaron el camino que conducía al palacio celestial. El camino, que cualquiera
puede ver en una noche clara, se extiende a través de la faz del cielo, y se lo denomina Vía Láctea. A lo largo
del camino se encuentran los palacios de los dioses ilustres; la plebe de los cielos vive aparte, a ambos lados.
Zeus se dirigió a la asamblea, y expuso el espantoso estado de las cosas en la tierra, y concluyó por anunciarles
su intención de destruir a todos sus habitantes, y de producir una nueva raza, distinta de la primera, que sería
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más digna de vivir, y que rendiría mejor culto a los dioses. Dicho esto, tomó un rayo, y estuvo a punto de
arrojarlo a la tierra y destruirla por el fuego; pero, al considerar que un incendio tal podía traer el peligro de
que ardiera el cielo mismo, cambió su plan, y resolvió ahogar al mundo. El viento norte, que desparrama las
nubes, fue encadenado; se libertó al viento sur, el cual pronto cubrió toda la faz del cielo con una capa de
negras tinieblas. Las nubes, removidas en conjunto, estallaron con un estampido; cayeron torrentes de lluvia;
las mieses se echaron a perder; el trabajo de un año del labrador desapareció en una hora. Zeus, no satisfecho
con sus propias aguas, llamó a su hermano Poseidón para que lo ayudara con las suyas. Este soltó los ríos y
los derramó sobre la tierra. Al mismo tiempo, la sacudió con un terremoto, y atrajo el reflujo del océano sobre
las costas. Fueron arrastrados rodeos, rebaños, hombres y casas, y profanados los templos, con sus sacros
recintos. Si algún edificio se mantenía en pie, era sumergido, y sus torrecillas pronto yacían ocultas bajo las
aguas. Ya todo era mar, mar sin orillas. Aquí y allá permanecía algún individuo sobre uno que que otro pico
sobresaliente, y unos pocos, en botes, impulsaban los remos por donde hacía poco habían conducido el arado.
Los peces nadaban entre las copas de los árboles; el ancla era arrojada en el interior de un jardín. En donde
los graciosos corderos habían jugueteado hasta entonces, retozaban las torpes focas. El lobo nadaba entre las
ovejas, los rubios leones y los tigres se debatían en el agua. La fuerza no le servía de nada al jabalí, así como
tampoco al ciervo su rapidez. Los pájaros caían en el agua con las alas rendidas, al no encontrar tierra firme
para descansar. Aquellos seres vivos que fueran perdonados por el agua, parecían víctimas del hambre.
Solamente el Parnaso, de entre todas las montañas sobrepasó a las olas; y allí Deucalión, y su mujer Pirra,
de la estirpe de Prometeo- él un hombre justo y ella una fiel adoradora de los dioses-, hallaron refugio. Zeus,
cuando no viera a más sobrevivientes que esta pareja, y recordara sus vidas inofensivas y su conducta piadosa,
ordenó a los vientos del norte que barrieran las nubes, y descubrieran los cielos a la tierra y la tierra a los
cielos. Poseidón ordenó además a Tritón que hiciera sonar su concha para llamar a retirada a las aguas. Éstas
obedecieron, y el mar retornó a sus orillas, y los ríos a sus cursos. Entonces Deucalión se dirigió a Pirra de
esta suerte:
-¡Oh esposa mía!, la única mujer sobreviviente, unida a mí primero por los lazos de parentesco y matrimonio,
y ahora por un peligro común, ¡ojalá poseyéramos el poder de nuestro antecesor Prometeo, y pudiéramos
rehacer la raza que él creó en un principio! Pero ya que no lo podemos hacer, acudamos a aquel templo a fin
de inquirir a los dioses qué nos resta hacer.
Entraron al templo, que se hallaba desfigurado por el barro, y se aproximaron al altar, donde no ardía fuego
alguno.
Allí se arrodillaron sobre la tierra y rogaron a la diosa que les informara cómo podrían remediar su miserable
situación. El oráculo respondió:
-Salid del templo con la cabeza cubierta y las ropas sueltas, y arrojad tras vosotros los huesos de vuestra
madre.
Oyeron las palabras con asombro. Pirra fue la primera en romper el silencio:
-No podemos obedecer; no nos atrevemos a profanar los restos de nuestros padres.
Buscaron los parajes más frondosos del bosque y allí reflexionaron las palabras del oráculo. Finalmente
habló Deucalión:
-Si mi sagacidad no me engaña podemos obedecer el mandato sin proceder impíamente. La tierra es la gran
madre de todos; sus huesos son las piedras, y estas sí podemos arrojarlas detrás de nosotros. Creo que es esto
lo que quiere decir el oráculo. Por lo menos, no nos cuesta nada probarlo.
Se cubrieron los rostros, soltaron sus vestimentas y recogieron piedras, que arrojaron detrás de sí. Las piedras
(es maravillosos contarlo) comenzaron a ablandarse y a cobrar forma. Gradualmente fueron adquiriendo una
ruda semejanza con el aspecto humano, como un bloque a medio hacer en manos del escultor. La humedad
y el fango que había alrededor de ellas se convirtieron en carne; la parte pétrea se transformó en ósea; las
venas continuaron siendo venas, por lo que conservaron su nombre, y sólo cambiaron de uso. Las piedras que
fueron arrojadas por la mano del hombre se convirtieron en hombres y las que lo fueron por la de la mujer,
en mujeres. Nació una raza fuerte y bien adaptada al trabajo, tal como somos ahora, lo que indica claramente
nuestro origen. Prometeo ha sido uno de los temas predilectos de los poetas. Se lo representa como el amigo
de la humanidad, ya que fue él quien intervino en su favor cuando Zeus estaba irritado con los hombres, y
quien creó la cultura y las artes. Pero como, al hacer esto, transgredió la voluntad del dios, atrajo sobre sí su
enojo. Zeus lo hizo encadenar a una roca en el monte Cáucaso, donde un buitre le devoraba el hígado, que
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se renovaba tan pronto como era comido. Prometeo habría podido en cualquier momento poner fin a este
tormento, si hubiera querido someterse a su opresor, pues poseía un secreto que comprometía la estabilidad del
trono de Zeus, y, si lo hubiera revelado, habría recuperado inmediatamente el favor perdido. Pero él desdeñaba
hacer tal cosa. Por ese motivo se ha convertido en símbolo de la magnánima resignación en el sufrimiento
injusto, y de la fuerza de voluntad que resiste a la opresión.
En Mitos greco-romanos de Thomas Bulfinch. Editorial Esfinge.
2006. Buenos Aires. Argentina.
Actividades
1. Responder:
a. ¿Cómo surge la tierra? ¿Cómo surge el cielo, las tinieblas y la luz?
b. ¿Cuáles son las edades de la humanidad? Caracterizar de cada una de ellas.
c. ¿Qué deben hacer Deucalión y Pirra para continuar la raza humana?
d. ¿Cuál es el castigo que recibe Prometeo? ¿Por qué?
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2. Completar el siguiente cuadro:
Mito Griego
Antes de que existiera
la tierra.
Creación del Hombre.
Capacidades del
hombre entregada por la
divinidad.
Creación de la mujer.
Lo que la mujer
desencadena en la Tierra.
Primera etapa de la
humanidad.
Reacción divina ante la
perversión del hombre.
Sobrevivientes.
Renacimiento de la raza
humana.
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Génesis
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