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Lectura Identidad del adolescente

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10. Identidad del adolescente
José Labajos Alonso
10.1. INTRODUCCIÓN
La adolescencia es una realidad compleja en la que, aparte de los muchos
cambios y transformaciones físicos, culturales, familiares..., no se pueden olvidar los cambios realizados en el área de la personalidad. El peculiar modo de
sentir y de comportarse de la infancia, es seguido de una etapa de grandes
cambios psicológicos y sociales que le ponen en situación de tener que constituir su identidad personal, al mismo tiempo que tiene que hacer frente a nuevas formas de vida. En ciertas épocas, y en otras culturas, el paso de la niñez a
la vida adulta era relativamente simple; sin embargo, hoy día y en nuestra cultura, el proceso de convertirse en adulto es sumamente complejo. Y si en épocas anteriores el principal problema de la adolescencia era el de formar la personalidad, en los tiempos actuales, y tras los escritos de Erikson, el problema
clave de la adolescencia es el de la búsqueda de la identidad, o el de saber
quién es y cuál es su papel en la sociedad. El adolescente reconoce que no es lo
que era, e ignora lo que será. Y ante esta situación emprende una ansiosa búsqueda de su identidad personal. Quiere saber quién es y hacia dónde va.
Dos son las principales doctrinas explicativas de este fenómeno transicional adolescente: la psicoanalítica y la sociopsicológica. La primera, centrada
en el desarrollo psicosexual del individuo, ha tenido particularmente en
cuenta los factores psicológicos por los que el adolescente se aparta del comportamiento y de los modos emocionales infantiles que le unían a los padres
desde la infancia. Considera que el brote pulsional de la pubertad altera el
equilibrio psíquico alcanzado a finales de la infancia, ocasionando una conmoción interna, que unida al despertar de la sexualidad, le lleva a buscar objetos
amorosos fuera del medio familiar, rompiendo así los lazos emocionales familiares. Sería un segundo proceso de individuación en el que, mediante la desvinculación, pasaría de la dependencia del niño a la independencia del adulto
(Bloss, 1981). La corriente sociopsicológica, por el contrario, piensa que la crisis tiene su causa en la sociedad y en los acontecimientos que están fuera del
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individuo. El adolescente se encuentra sometido a presiones conflictivas del
exterior y a las expectativas que sobre él tienen las personas de su entorno inmediato. Tiene que aceptar el mundo tal como es, y no como le gustaría que
fuera. Y si desde niño ha ido aprendiendo los diversos papeles sociales que la
sociedad le ha ido adjudicando, ahora, en cambio, tiene la oportunidad de elegirlos y de escoger el modo de interpretarlos. Pero esta adopción de papeles
resulta más problemática que en cualquier otro período de la vida. La independencia propia de esta edad y los cambios a los que se ve sometido en razón de ocupar un puesto de trabajo, los conflictos entre papeles... es una
fuente de dificultad, y hacen de la adolescencia una fase de la vida generadora
de tensión.
10.2. CRISIS DE IDENTIDAD EN LA ADOLESCENCIA
a) Concepto: Tanto en el uso popular como en el científico la expresión
crisis de identidad es una expresión bastante imprecisa. En unas ocasiones se
refiere a algo amplio y aparentemente evidente por sí mismo, mientras que en
otras designa algo tan reducido que se pierde su significado general (Erikson,
1968, pág. 13). Dicha expresión fue utilizada por primera vez por Erikson durante la Segunda Guerra Mundial. Encontró que ciertos combatientes, que
eran atendidos en una clínica de rehabilitación, habían perdido la noción de
identidad consigo mismos y de continuidad histórica. Estaba afectado en ellos
el control central de sí mismos, del cual sólo la instancia interna de yo podía
ser responsable. Asimismo, constató esta misma pérdida de identidad del yo
tanto en jóvenes que sufrían conflictos graves, y cuya sensación de confusión
era debida más bien a una guerra dentro de ellos mismos, como en jóvenes rebeldes confusos y delincuentes destructivos que se hallaban en guerra con la
sociedad.
El concepto de crisis es utilizado en diversos campos de la ciencia, como el
de la sociología, la política, la economía, la medicina,... y, ahora también, en
el de la psicología. Y aunque comúnmente se ha entendido el término crisis
como algo fatal y catastrófico, no ha sucedido así en el campo de la medicina,
en el que dicho término tiene un sentido positivo, en cuanto que crisis es considerada como una situación de triunfo de los procesos defensivos del organismo sobre los elementos nocivos, de tal manera que una situación de crisis
es indicativa de salud, puesto que es la reacción superadora del trastorno.
Este sentido dado a la palabra crisis en el campo de la medicina nos aproxima
al modo actual de entender dicho concepto en las diferentes ciencias. Por ello,
en el campo de la psicología, lejos de entenderlo solamente como una situación crucial, incluye además la reorganización o estructuración del aparato
psíquico o de la personalidad en un momento dado. De tal manera que toda
crisis es maduradora y superadora de situaciones problemáticas, y tiene en sí
un potencial constructivo; y, por el contrario, su ausencia es considerada
como algo patológico o de mal augurio en cuanto a la reestructuración ulterior
del aparato psíquico (E. Kestemberg, 1980). Los períodos de efervescencia del
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yo y de conflictos no son estériles, como una locura pasajera o un mal necesario, sino que son los que permiten progresos rápidos y decisivos (Debesse,
1977); y de esta forma accede a una noción más interna y pensada de lo que es
él. Según esto, la crisis viene a ser como una toma de decisión o la reorganización en una dirección. Y ello es aplicable tanto en el campo de la política, de
la historia, de la economía,... como en el de la psicología; es decir, en todas
aquellas situaciones o conflictos que exijan tomar una decisión o hacer una
reorganización, como en el caso del adolescente. Así lo entienden M. Debesse
(1955), P. Male (1964) y E. Erikson (1968).
En la crisis de identidad se puede distinguir un doble aspecto: clínico y
normativo. Ambos presentan una sintomatología similar; pero se distinguen
porque las crisis de identidad patológicas tienen una propensión a autoperpetuarse, hay una creciente pérdida de energía defensiva y un aislamiento psicosocial, mientras que las crisis normativas son más transitorias, se da una abundancia de energía disponible que reactiva la ansiedad latente y provoca
nuevos conflictos, pero que también fundamenta nuevas y más amplias funciones del yo.
La crisis de identidad de la adolescencia es una crisis normativa, es decir,
una fase normal del desarrollo con un aumento de conflictividad, caracterizada por una aparente fluctuación de la fuerza del ego, así como por un elevado potencial de desarrollo (Erikson, 1968, pág. 140). Así pues, hay que entenderla como la forma diferente de sentir y vivenciar la propia realidad
individual en comparación con la realidad vivida durante la infancia. En ella
se pasa de una manera brusca de la niñez a la vida adulta; y este cambio de situación vital o la vivencia de esta transición es lo que produce un sentimiento
de despersonalización y de extrañeza de sí mismo. Ha cambiado su modo de
sentir y su referencia del mundo exterior. Él mismo no se reconoce, ni sabe
quién es. Las transformaciones somáticas y las correlativas implicaciones psicoafectivas que tienen lugar con la entrada del niño en la adolescencia, conmocionan su estructura psíquica e impulsan su desarrollo hacia una verdadera
crisis de identidad, experimentando en este momento una especie de efervescencia afectiva, que no comprenden, empezando así a cuestionarse, mediante
preguntas, su propia individualidad, a descubrir su yo, y a tomar conciencia
del mundo exterior como algo distinto de su yo interior (E. Fernandes, 1992,
págs. 45-46).
Para los psicoanalistas la crisis de identidad del adolescente viene provocada por factores internos, como:
— el desequilibrio psíquico producido por las distintas pulsiones que surgen en la adolescencia y el comportamiento inadecuado al enfrentarse con los
conflictos y tensiones internas;
— la ruptura de los vínculos familiares y la falta de modelos de identificación. Ha perdido la confianza básica en la familia, lo que hace que se sienta
extraño y angustiado en un mundo con el que no se siente convenientemente
identificado. Sus estructuras vitales han cambiado y trata de buscar nuevas
formas de vida, pero no las encuentra tan fácilmente. Los patrones y estructu175
ras que le ofrecen la familia y la sociedad no dan cabida ni satisfacen sus deseos de ser algo singular y único. En la crisis de identidad los roles familiares
no valen para vivir como adulto.
En cambio para los psicosociólogos vendría determinada por la sociedad y
por los acontecimientos que están fuera del individuo. Las causas del conflicto de papeles serían dos:
— El llamado conflicto de papeles o la necesidad de tener que hacer frente
a ciertos papeles sociales o de adoptar decisiones fundamentales respecto a su
vida: Roto el equilibrio infantil, se ve obligado a hacer frente a una serie de
problemas como la elección de una profesión, la relación con los padres, la sexualidad o el amor.
— La ambigüedad de status: La sociedad no tiene expectativas claramente
definidas acerca del adolescente. El comportamiento de los adultos es altamente ambiguo para el adolescente. Unas veces le exigen la obediencia de un
niño pequeño, y en otras esperan de él que se comporte con la autosuficiencia
e independencia de un adulto. La falta de un status bien definido que determine lo que un adolescente puede esperar de los demás y lo que los otros
pueden esperar de él, provoca cierta ansiedad, a la que cada uno reacciona según su propia estructura personal y según las circunstancias ambientales en
que se encuentra.
En opinión de algunos autores, hay que tener en cuenta dos cosas respecto
a la crisis de identidad adolescente: primera, que no se puede hablar de la crisis de identidad como de un acontecimiento único, sino que existen pruebas
de que los adolescentes sufren una serie de crisis; en un determinado momento un sector de contenidos puede mostrarse estable, mientras que otro se
encuentra sometido a una crisis muy intensa; segunda, que aunque las crisis
de la adolescencia sean más notorias que las de otras épocas, identificando
crisis con adolescencia, no se puede generalizar, ya que, según ciertos autores,
no es más de un treinta a treinta y cinco por ciento el porcentaje de jóvenes
que experimentan dicha crisis, tratando así de caracterizar esta etapa por sus
manifestaciones anormales más que por las normales. El hecho de que la crisis de identidad se plantee en nuestro tiempo con más crudeza que en otras
épocas, se debe, en opinión de muchos psicólogos, a que los jóvenes son
ahora mucho más conscientes de sus propios conflictos, y quieren resolverlos
según sus planteamientos infantiles.
b) Aspectos de la crisis de identidad: La crisis de identidad presenta dos
caras: una individual y otra social. La primera se caracteriza por la afirmación
del yo, y la segunda por la rebelión contra todo el sistema de valores de los
adultos.
1. Afirmación del yo: La constatación del propio yo, lleva ineludiblemente al adolescente a resaltar sus diferencias respecto a los demás. Descu176
briéndose como realidad íntima, el adolescente encuentra una razón para distinguirse y afirmarse en tanto que individuo (Debesse, pág. 117). Se considera
algo excepcional y único; aspira a no ser como las demás personas que conoce; se considera diferente; cree vivir una vida excepcional, imagina un destino fuera de lo común. El adolescente quiere ser él mismo, el centro de toda
verdad y de toda realidad. Sobreestima sus posibilidades y considera que en
su yo íntimo hay algo único y grandioso. En definitiva, desea ser original. Tal
afán de singularidad lo pone de manifiesto a través de:
— Una tendencia a la soledad. El adolescente siente un atractivo fascinante hacia la soledad. Busca aislarse; pero no para convertirse en un ser solitario, sino en cuanto es en la soledad donde conversa consigo mismo y desde
la que entiende y profundiza en la propia realidad. El alejamiento de los demás le permite concentrarse en el conocimiento de sí mismo. Es el momento
de las lecturas a solas, de los diarios íntimos, de las poesías, de las canciones...
a través de los cuales se pretende guardar celosamente la intimidad. Pero el
motivo esencial del aislamiento no es ocultar y preservar la intimidad, sino
el de considerarse diferente de los demás y de que posee cualidades que no se
dan en ningún otro. Creo ser la única de la promoción que reflexiona sobre mí
misma. Los otros parecen desprovistos de vida interior, decía una adolescente
(Debesse, pág. 120).
— Un excentricismo. Es otra forma de afirmación del yo. El gusto por lo
excepcional y raro y su comportamiento absurdo y extravagante ha hecho que
este período adolescente haya sido bautizado como la edad del escándalo. En
su deseo de singularizarse y de llamar la atención de los demás aprovechan
todas las oportunidades de la vida cotidiana. Sus rarezas y extravagancias están relacionadas principalmente con:
• El modo de vestir: la forma, el color, el modo de llevarlo, el peinado, el
calzado... son formas de singularizarse. De ahí el rechazo instintivo hacia
cualquier tipo de uniforme y su especial atractivo hacia formas de vestir un
tanto carnavalescas.
• Su comportamiento: son frecuentes también en los adolescentes ciertas
formas de comportamiento un tanto excéntricas. Poseen capacidad e ingenio
para llamar la atención con formas de conductas insólitas y desconcertantes.
Con su comportamiento excéntrico busca un doble objetivo: unas veces escandalizar a los demás, y otras proporcionarse la pequeña satisfacción personal de gozar de sus hazañas y su ingeniosidad.
• El lenguaje y la escritura. Para el adolescente tales actividades no son
medios de expresión, sino que los convierte en signos importantes de su yo.
Vienen a ser una forma más sutil de excentricidad que exige imaginación. Su
atracción por los neologismos, las frases expresivas, las antinomias, los juegos
de palabras, tacos, las palabras malsonantes..., es una muestra más, rompiendo los moldes convencionales del lenguaje, de su deseo de autoafirmación.
• La formación de grupos. El actual asociacionismo y la formación de pequeños grupos en los que se fijan unas actividades, unas formas de vestir o de
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peinar, unas insignias... no son otra cosa que un modo de afirmarse a sí mismos, a nivel colectivo, como distintos de los otros grupos y del resto de los
adultos.
2. Rebelión contra todo sistema de valores de los adultos: Manifestación
clara de la crisis adolescente es su forma de comportamiento social. La docilidad y conformidad habida durante la infancia contrasta ahora con una conducta irritable, agresiva y de descontento. Se muestra susceptible y arrogante
y adopta una actitud de constante rebeldía. Parece que tal fenómeno emerge
como una manifestación de una imperiosa necesidad de afirmación personal
frente a instituciones, formas de vida y sistema de valores de los adultos. La
familia, la sociedad, las costumbres, la religión, la moral... todo lo ve como
una constante amenaza a su yo. Por ello, ante todo principio establecido,
frente a toda autoridad y tradición el adolescente adopta una actitud de desconfianza y de desprecio.
Dos son las quejas principales por las que el adolescente se declara en contra del sistema y de la forma de vida de los adultos:
— Porque atentan contra su independencia: El adolescente no acepta la
autoridad de los padres ni la imposición de la sociedad. Quisiera no depender
de nadie, obrar a su gusto y vivir de sus propios recursos, pero siente su impotencia, reacciona contra todo el sistema.
— Por la falta de comprensión: En el adolescente ha despertado su yo;
tiene unas vivencias y aspiraciones que antes no tenía y, sin embargo, los
adultos siguen considerándole un niño.
10.3. FORMACIÓN DE LA IDENTIDAD EN LA ADOLESCENCIA
El problema de la identidad de la adolescencia es un tema ampliamente difundido y difícil de captar. La crisis de identidad, bajo sus diferentes formas,
desemboca en la formación de la identidad. Y ésta no la da la sociedad, ni
aparece con un fenómeno de maduración, sino que se debe adquirir a través
de esfuerzos individuales intensos. Es una tarea difícil, en cuanto es el momento en que rompe con el pasado, con los vínculos de la familia y de la tradición, y se le presenta un presente de muchos cambios sociales e imprevisibles.
a) Concepto de identidad: Hay que comenzar diciendo que la identidad
es uno de esos conceptos de los que tenemos una comprensión intuitiva, pero
que a la hora de definirlo resulta bastante difícil. El mismo Erikson reconocía
esta dificultad cuando intentó especificar todo los que deseaba incluir dentro
de su definición: Hasta ahora he utilizado el término de identidad casi deliberadamente, creo, con múltiples y diferentes connotaciones. En alguna ocasión parecía referirse a un sentimiento consciente de individualidad única; en otra, a
una aspiración inconsciente, a una continuidad de la experiencia y, por último,
a una solidaridad con los ideales de un grupo... Identidad, en un sentido vago,
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significa, desde luego, en gran parte, aquello que ha sido designado como el sí
mismo por distintos autores, ya en forma de concepto de sí mismo o en el de
fluctuante experiencia de sí mismo (Erikson, 1968, pág. 180).
De una manera general, la identidad es entendida como la versión privada
que la propia persona hace sobre el conjunto de características personales que
mejor la definen (Hopkins, 1987), como la vivencia que cada persona tiene de
sí misma, en la cual se experimenta como poseyendo una continuidad y una
uniformidad (Monedero, 1976). Para Erikson, identidad se refiere con frecuencia a algo enojosamente manifiesto, a una búsqueda más o menos desesperada o casi deliberadamente confusa, y que se encuentra localizado en el
núcleo del individuo y de la cultura comunitaria. Apoyándose en las expresiones de W. James (El yo auténtico es sentirse a sí mismo más íntimamente activo y viviente) y de Freud {conciencia clara de íntima identidad), la entiende
como el sentimiento subjetivo acerca de una vigorizante mismidad y continuidad (pág. 16). Pero creemos que lo más distintivo de la identidad es la diferenciación y la singularidad: De este modo es entendida como un sentimiento de
separación y de singularidad individual (Hopkins, 1987), la percepción de uno
mismo como algo distinto y separado de los demás, aunque comparta con
ellos los mismos valores e intereses, o como el sentimiento que un sujeto tiene
de su singularidad.
b) Elementos para la formación de la identidad: La elaboración de la
identidad comporta como elementos más significativos:
1. El establecimiento del concepto de sí mismo o la toma de conciencia
de sí mismo: Aunque el niño desde el comienzo de su existencia va construyendo la propia imagen, es la adolescencia la etapa en la que, de una manera
clara, toma conciencia de sí mismo. El yo empírico del niño es sustituido por el
yo reflexivo del adolescente; si el niño vivía en las cosas y en los acontecimientos sin otra conciencia de sí mismo que por las formas de comportamiento,
ahora el adolescente descubre que además del mundo exterior hay en él un
mundo interior insospechado: el de sus sentimientos, deseos y esperanzas.
Este yo interior del adolescente se convierte en centro de sus preocupaciones
y en objeto de sus meditaciones. Esta toma de conciencia de sí mismo en la
adolescencia, está principalmente condicionado por los factores siguientes:
— El nivel de autoestima: Las investigaciones realizadas al respecto confirman que durante la adolescencia hay una especial preocupación por su yo; y
hasta un ochenta por ciento de los adolescentes mantiene una imagen positiva
de sí mismos (Engels, 1956, Calson, 1965, Tomé, 1972, Monge, 1973), al
mismo tiempo que manifiestan una gran confianza en sí mismos, capacidad de
liderazgo, habilidad para causar buena impresión...; por el contrario, el otro
veinte por ciento que tiene una imagen negativa de sí mismos y un bajo nivel
de autoestima, presenta conductas depresivas y ansiosas, dificultad en las relaciones personales, sentimientos de incomprensión..., (Rosenberg, 1973,
pags. 48-65).
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— La imagen del propio cuerpo: Se constata que el adolescente se siente
más interesado por el aspecto físico y la apariencia corporal que por sus cualidades intelectuales y morales (Coleman, 1984, Fierro, Í985). La satisfacción
con el propio cuerpo se halla correlacionada positivamente hacia sí mismo,
mientras que la insatisfacción respecto a la estatura y el peso ejerce una influencia negativa respecto a la autoestima (Gunderson, 1956, Juorard y Secord, 1955).
— El ambiente familiar: Igualmente, recientes investigaciones han constatado que los adolescentes manifiestan tendencia a una autoestima más alta y a
una autoimagen más estable cuando sienten cerca la atención de sus padres; y
que ésta aumenta el nivel de autoestima en la medida en que son objeto de
una atención equilibrada y madura por parte de los padres (Rosenberg, 1973,
págs. 51-54).
— El ambiente o el contexto sociocultural: Los factores sociales determinan, en gran medida, el concepto o la imagen de sí mismo, puesto que la evaluación que uno hace de sí mismo no la hace en abstracto, sino en conformidad con los criterios y las condiciones de una sociedad particular. Por lo
mismo, no se puede dudar que el concepto que de sí mismo tiene el adolescente esté condicionado por una serie de factores sociales y culturales, como
el ambiente social, el status socioeconómico, la pertenencia a un grupo,... La
falta de organización y estructuración social en que se encuentra inserto modelan y determinan, en cierta medida, la imagen que de sí mismo tiene el adolescente.
2. Independencia y autonomía: La adolescencia marca también el paso
de una vida dependiente y de cuasiparasitismo a una vida autónoma. La adolescencia es el momento de romper amarras y lanzarse a la conquista de una
vida diferente de la del niño. Abandona el mundo cerrado de los primeros
años para lanzarse a la forma de vida y a las actividades de los adultos; toda
autoridad le resulta pesada y toda coacción insoportable. Quiere liberarse de
todas estas trabas. El adolescente quiere asegurar su autonomía frente al medio, y la consecución de unos fines fijados por él mismo.
Y en este proceso de autonomía personal y de independencia social tiene
un papel importante la emancipación de la familia. El niño ha necesitado el
afecto materno y el calor del hogar; pero ahora ese afecto y proteccionismo le
estorba en orden a dar el paso a una vida autónoma. La emancipación del
adolescente no siempre sucede sin problemas puesto que no todas las familias
favorecen esta autonomía. El adolescente no está en actitud de huida, sino de
búsqueda. No pretende marcharse de casa, sino vivir en ella de otra forma.
Necesita, por una parte, romper el apego materno, y, por otra, liberarse de la
imposición autoritaria del padre, así como más tarde necesitará también romper con el saber del maestro. El empeño de la madre por retener afectivamente al hijo y la insistencia del padre por imponer su autoridad son los dos
principales obstáculos en la consecución de la independencia y de la autonomía. El adolescente necesita: primero, que el afecto de la madre pase a otro
plano y no le quiera retener, pues esto le lleva o a una renuncia a su desarro180
lio personal, o a un rechazo y rebelión contra ella; segundo, que el padre renuncie a imponer su autoridad, pues ante tal situación, el hijo puede tomar alguna de estas opciones: bien renunciará a la consecución de su autonomía,
bien optará por la violencia en las relaciones familiares, o bien optará por la
huida ante la imposibilidad de luchar contra la imposición paterna.
Los estudios empíricos demuestran: primero, que las diversas formas de
disciplina parental se solucionan con la consecución de la autonomía, así
como un sentimiento de rechazo de los hijos hacia la familia; segundo, que,
por lo general, consiguen antes y mejor la independencia y la autonomía personal los hijos de padres liberales que los de padres autoritarios.
La emancipación respecto a la familia abre al adolescente otras vías de
acoplamiento a la sociedad. Va a ser en el grupo de amigos donde encuentre
ahora la acogida, comprensión y reconocimiento personal negado por los padres. Es el pequeño grupo de amigos, o la pandilla, con los que comparte la
vida tanto en el trabajo o el estudio como en el ocio y las diversiones, los que
van a ejercer ahora las importantes funciones de definición y regulación de
los valores. Sin embargo, aunque el grupo de amigos ejerza ahora las funciones que antes había ejercido el grupo familiar, el contraste entre los valores
dominantes del grupo y de la familia no es tan grande que se hagan incompatibles e irreconciliables, pues en los casos de conflicto no siempre opta por los
valores del grupo de iguales, sino que en los asuntos de modas, estilos o aficiones opta por las decisiones de los compañeros, y no por las de los padres;
pero en lo referente a proyectos de futuro y en las decisiones sobre su futuro
profesional opta por las decisiones y orientaciones de la familia, y no por las
del grupo de amigos.
3. Adopción de decisiones frente a la vida: La necesidad de poner orden
respecto a la nueva situación, por una parte, y la de ajustaría a las demandas
de la sociedad, por otra, hace que el adolescente tenga que plantearse en este
momento dos problemas principales:
— El ajuste a las demandas sociales propias de su sexo: Aparte de los problemas internos derivados de su maduración sexual, se encuentra con las exigencias de una sociedad que le pide una conducta propia de su condición sexual. El cumplimiento de esta demanda social va a depender del carácter de
las relaciones padres-hijo. Una relación afectuosa y llena de cuidados y atenciones por parte de los padres, produce una identificación positiva con el padre del propio sexo, y, por lo mismo, un modelo adecuado para una conducta
propia de su sexo. Con un buen modelo paterno o materno el adolescente o la
adolescente no sólo conseguirán una clara y adecuada percepción de su identidad sexual, sino que también cumplirán las exigencias de la sociedad respecto a dicha conducta. Los muchachos que han desarrollado una rigurosa
identificación de su papel sexual y han cumplido las expectativas de la sociedad, así como aquellos otros que solamente tuvieron unos moderados cuidados y atenciones y un moderado modelo de identificación sexual, tienen dos
ventajas: encuentran menos obstáculos en establecer un concepto positivo y
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una mayor confianza en sí mismos, y les cuesta menos trabajo establecer una
conducta propia de su sexo.
— La elección ocupacional: La elección y fijación de lo que quiere ser en
el futuro es un elemento más de la formación del yo o de la identidad. La
elección de la profesión es, ciertamente, un hecho complejo que se inicia en la
infancia, pero que tiene una importancia especial en la adolescencia. El niño
hace elecciones imaginarias y sueña con profesiones que le parecen apasionantes y que le permitirán vivir aventuras maravillosas; el adolescente, por el
contrario, inicialmente se siente atraído por las que tienen un mayor prestigio
social en el mundo del adulto; pero al final, y de manera más realista, termina
eligiendo alguna de aquellas profesiones en la que coincidan lo que le hubiera
gustado ser y lo que realmente las circunstancias le permiten ser.
La elección ocupacional del adolescente puede verse afectada, entre otros,
por los factores siguientes:
El status social de la familia: La clase social alta fija unas metas vocacionales y ocupacionales para sus miembros, y determina una serie de profesiones y
ocupaciones como propias de su clase social, dentro de las cuales han de elegir sus adolescentes. De tal manera que si el adolescente se determina por
una profesión de un rango inferior al que corresponde a su clase social, encuentra el rechazo y la desaprobación por parte de la familia, pues tales elecciones están fuera de las metas ocupacionales propias de la categoría social de
los padres.
Las posibilidades económicas: Aunque todos los adolescentes de las diferentes clases sociales desean las profesiones de mayor prestigio social, la elección de cada uno de ellos sí está ligada a la percepción de la clase social a la
que pertenecen y a las posibilidades económicas. Pueden tener un cierto idealismo en sus aspiraciones profesionales, pero son realistas a la hora de elegir.
Conscientes de las posibilidades económicas modifican sus aspiraciones adaptándolas a sus posibilidades económicas. Es menos probable que el hijo de
una familia de posición económica baja aspire a profesiones cuyos costes de
preparación no pueden pagarle los padres, que aquel otro a quien la familia le
proporciona abundantemente todos los medios.
La motivación de los padres: La elección de profesiones de reconocido
prestigio social por parte de adolescentes de la clase media y baja es claro que
viene determinada por el estímulo y el apoyo de los padres. Muchachos de
clase social media y baja que se ven incitados y firmemente apoyados por sus
padres, sienten un especial impulso y atractivo por lograr profesiones de prestigio social. Investigaciones hechas al respecto han confirmado que el nivel de
aspiraciones profesionales de los hijos está positiva y significativamente correlacionado con el grado de motivación y apoyo de los padres.
c) Formación de la identidad: Es opinión generalizada entre los estudiosos de la adolescencia considerar esta etapa del desarrollo como un período
de formación y consolidación de la identidad. Y respecto a este problema de
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formación y consolidación de la identidad del adolescente hay que tener en
cuenta cuatro cosas:
— Que no es un problema exclusivo de la adolescencia, sino una dimensión del desarrollo de la personalidad que se presenta de una forma especialmente aguda durante los años de la adolescencia. Es algo que de una manera
gradual y regular va realizando día a día y que tiene un momento especial en
la adolescencia. El adolescente hace un esfuerzo especial por dar sentido a sí
mismo y al mundo.
— Que el desarrollo de la identidad es un problema de cada generación
adolescente, y que consigue la identidad cuando descubre su destino en la
vida, es decir, cuando ha superado aquello en lo que los demás desearían
verle convertido y cuando ha alcanzado aquello en lo que él mismo había soñado que podía ser.
— Que en un sector de la juventud hay una exacerbada conciencia de
identidad, que parece destruir no sólo nuestras formulaciones acerca de la identidad, sino también nuestras creencias sobre el comportamiento. Hoy día los
adolescentes no sólo proclaman abiertamente su crisis de identidad, sino que
desean ser cualquier otra cosa que la sociedad les diga que no sean (Erikson,
1968, págs. 22-23).
— Que los adolescentes actuales encuentran unas dificultades particulares
para desarrollar una identidad coherente. La rapidez de los cambios sociales y
los continuos avances tecnológicos, por una parte, y la desconfianza en los valores y creencias de los adultos, por otra, hacen que los adolescentes se encuentren incapaces de resolver sus problemas de identidad.
En el proceso de convertirse en adulto tiene la máxima importancia la formación de la propia identidad. Y una de las aportaciones más destacadas de
los últimos tiempos respecto a los temas de la adolescencia y de la formación
de la identidad es la de Erikson. Inspirado en las doctrinas del psicoanálisis
freudiano,1 ha abordado el problema de la identidad desde la teoría general
del desarrollo humano. Considera la vida como una sucesión de ocho estadios
o etapas, asociadas cada una de ellas a una determinada tarea de naturaleza
psicosocial, de la que puede derivarse un resultado positivo o negativo. En
1. Aunque la teoría de Erikson presenta ciertas características del psicoanálisis ortodoxo, tiene
también diferencias tan notables como las siguientes: a) Pone el período decisivo de la formación de la
personalidad en la adolescencia y no en la primera infancia. Y, aun cuando los cuatro primeros estadios del modelo de Erikson mantienen características similares a las fases pregenitales freudianas,
Erikson las subordina a los intereses de la identidad de la adolescencia, b) Quita el énfasis dado por
Freud a la sexualidad y acentúa los aspectos psicosociales, de tal manera que habla de etapas psicosociales y no de etapas psicosexuales, a la vez que añade otras tres a las de Freud. c) El yo freudiano se
forma a partir de los impulsos innatos, mientras que la identidad adolescente eriksoniana se forma a
partir de los factores sociales: El psicoanálisis tradicional, dice Erikson, no puede captar suficientemente la identidad, ya que no ha desarrollado términos relativos al medio ambiente... Condición previa
para captar la identidad sería un psicoanálisis lo suficientemente sofisticado como para incluir el medio
ambiente (Erikson, 1968, pág. 21). d) El estudio de Freud se fundamenta en la personalidad neurótica,
mientras que Erikson lo hace en el estudio de una personalidad normal.
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torno a cada una de estas tareas se desarrolla una tensión psicológica que requiere que el individuo llegue a un tipo de superación. Los éxitos o los fracasos de cada una de estas etapas preparan los éxitos y fracasos de las siguientes; de manera que la identidad de la adolescencia se va conformando
mediante las resoluciones hechas en las etapas anteriores.
1. Etapas preparatorias de la identidad: Las etapas o estadios del desarrollo de la identidad de E. Erikson son los siguientes:
1.° Confianza frente a desconfianza: Abarca el primer año de la vida del
niño, se corresponde con la fase oral y está relacionada con los cuidados maternales. Su misión principal es la de establecer un sentimiento de confianza y
de combatir la desconfianza, es decir, la de formar en el niño un fundamental
y difuso sentimiento de que es digno de confianza, así como de impedir una
retirada al interior de sí mismo. El inicio del sentimiento de identidad se encuentra en la relación de la madre y del lactante, un encuentro caracterizado
por la confianza y el reconocimiento mutuos. Dicha confianza se encuentra
presente desde el comienzo de la vida, y viene a ser la piedra angular de la
personalidad. A la capacidad congénita del niño para mamar, se une la intención por parte de la madre de nutrirle, acogerle con cariño y darle cuanto necesita. El niño vive y ama a través de la boca; viene a ser una primera aproximación incorporativa a la vida. Pero además de la incorporación de alimentos,
el niño se hace también receptivo de todo aquello que a través de los sentidos
percibe como bueno. Es decir, vive un período incorporativo en el cual es receptivo de todo aquello que se le ofrece. Así entra en contacto con la modalidad más simple de la cultura, que es la de recibir y aceptar lo que le es dado.
Y al recibir lo que le es dado, él mismo desarrolla los fundamentos para conseguir ser el donante. Se identifica con él para ser una persona que se da. Mas
el niño también es vulnerable a esta confianza. Hay dos factores que pueden
poner en peligro tal confianza:
1.° El no proporcionarle el alimento y los estímulos adecuados: el niño
no sólo necesita que se le proporcione el alimento, sino que también se ha de
ofrecer a sus sentidos los estímulos adecuados en tiempo y en intensidad, ya
que de lo contrario su disposición receptiva podría transformarse en una difusa actitud defensiva. El niño aprende esta actitud receptiva de tomar, en la
medida en que la madre desarrolla y coordina sus métodos de dar.
2.° El apartamiento gradual de la madre y el destete: la gradual separación que la madre va teniendo respecto al niño para reanudar sus tareas domésticas y familiares, y la posterior separación de la lactancia, produce en el
niño una pérdida tan fundamental que tiene un sentimiento de que la relación
materna ha quedado destruida. Una pérdida drástica del habitual amor materno sin una adecuada sustitución por otra mujer de características maternas
similares a las de la madre, puede conducir a una depresión infantil aguda, o a
un leve, pero crónico, estado de aflicción de matiz depresivo.
184
Estas impresiones de haber sido privado y abandonado, dejan en el niño
un sedimento de desconfianza. De la calidad de las relaciones de la madre es
como el niño va elaborando las nociones básicas de confianza con otras personas, así como de las de privaciones maternas elabora también los patrones de
desconfianza con otras personas. Las madres crean un sentimiento de confianza en sus hijos mediante aquel género de administración que combina en su
calidad la sensitiva satisfacción de las necesidades individuales del hijo lactante
y un firme sentimiento de ser personalmente digna de confianza... Esto forma
en el niño la auténtica base de un componente del sentimiento de identidad; con
él se combinarán más adelante los sentimientos de estar perfectamente, de ser
uno mismo y de llegar a ser lo que otras personas confían que ha de ser uno.
2.° Autonomía frente a vergüenza y culpa: Abarca el segundo y tercer
año y se corresponde con la fase anal. Es la etapa en la que, aun siendo altamente dependiente, el niño comienza a experimentar su voluntad autónoma.
Su principal tarea está orientada hacia el comienzo de las decisiones autónomas y la superación de la vergüenza en los fracasos. El aprendizaje de los hábitos de limpieza, la utilización del yo y el tú, el no y el no quiero son los primeros intentos de afirmar su autonomía y de elaborar un sentido de sí mismo.
Por el contrario, los fallos en el autocontrol hace que se sienta avergonzado y
dude de poder hacer bien las cosas alguna vez. La formación de este sentimiento autónomo de libre voluntad de los hijos depende del sentimiento de
independencia personal de los padres. Y así como el sentimiento de confianza
del lactante es el reflejo de la de los padres, de modo similar el sentimiento de
autonomía viene a ser reflejo de la dignidad de los padres como seres autónomos.
Nuestra cultura ha creado unas formas de comportamiento respecto a la
analidad que, unido a la inmadurez del sistema muscular, provoca impulsos
contradictorios y conflictivos de retención y de eliminación, haciendo de esta
etapa una batalla por la conquista de la autonomía. Un sentimiento de autocontrol, sin pérdida de autoestima, es la fuente ontogenética de un sentimiento
de libre voluntad, mientras que un sentimiento de pérdida de autocontrol y de
excesivo control parental, produce una persistente propensión a la duda y la
vergüenza.
La alternativa a la autonomía es la vergüenza y la duda. La vergüenza presupone la conciencia de sí mismo y la duda la de ser dominado por la voluntad ajena. La no superación en este momento de la crisis de vergüenza y de
duda puede llevar, más tarde, al adolescente: a intentar liberarse de sí mismo,
a salirse con la suya o a una desafiante autonomía; a una duda transitoria de sí
mismo y de que todo lo vivido anteriormente, y que está atrás en el tiempo,
no cuenta para nada.
Esta etapa de la autonomía, en la que se da la primera emancipación de la
madre, tiene una peculiar contribución respecto a la identidad del adolescente, ya que el niño que se emancipa de la madre repite esta misma emancipación en la adolescencia, constituyéndose en un individuo independiente
que elige y guía su propio futuro.
185
3.° Iniciativa frente a culpa: Abarca de los tres a los seis años y se corresponde con la fase fúlica. Su principal objetivo es el de fomentar la voluntad de planear y acometer tareas, y el de evitar el peligro de un sentimiento
de culpa permanente. El desarrollo físico de esta edad, permite que el niño se
mueva y que se dé cuenta de que puede hacer lo que hacen los demás. Se ve a
sí mismo tan grande como los otros niños y haciendo lo que hacen ellos. Aparece en él una gran curiosidad por las características diferenciales de las cosas,
así como curiosidad y preocupación por las cuestiones relativas al sexo. Se
imagina tan capaz como su padre o su madre, y que se convertirá en padre
respecto a la relación con la madre, o en madre respecto a la relación con el
padre. Desarrolla las condiciones previas para una iniciativa masculina o femenina, que más tarde determinarán los aspectos positivos o negativos de su
futura identidad sexual. Comienza, también, a imaginar las posibles tareas a
realizar en el futuro, ensayando tareas que se asemejan a las de los adultos. El
ejemplo y los relatos de la vida pasada de los adultos ofrecen a los niños ideales fascinantes. A esta edad el niño se siente dichoso ayudando a su padre y,
además, está dispuesto a seguir a cualquier líder que le presente metas fascinantes a conquistar.
La mucha imaginación y los juegos aumentan su imaginación, dando lugar
a fantasías secretas que despiertan en él un sentimiento de culpa, cual si hubiera cometido grandes crímenes. La iniciativa trae consigo un cierta rivalidad
hacia aquellos que consiguieron primero la propia iniciativa.
La contribución de este estadio de iniciativa al ulterior desarrollo de la
identidad adolescente, consiste en liberar la iniciativa y los propósitos del
niño para misiones adultas que prometen un cumplimiento del propio caudal
de capacidades, y la firme convicción de que puede ser aquello que puede
imaginar que será. Pero es también evidente que la frustración le puede conducir al desencadenamiento de un ciclo de culpa y de violencia, debida a la
discrepancia entre los ideales infantiles y la realidad adolescente.
4.° Laboriosidad frente a inferioridad: Se extiende de los seis años a la
pubertad, coincide con la fase de latencia freudiana y tiene una relación especial con la experiencia escolar. Su principal tarea es la de sentirse capaz de hacer cosas y hacerlas bien, y de superar el sentimiento de inferioridad frente a
las distintas tareas escolares. Durante este período de tiempo el niño tiene
una enorme disposición de aprender y de hacerse mayor para compartir las
obligaciones y trabajos con otros. Gustan de imitar a los padres y las personas
representantes principales de las diferentes actividades. Aparece en ellos un
sentimiento de laboriosidad. Se sienten capaces de hacer cosas y de hacerlas
bien, y se muestran descontentos e insatisfechos si no las hacen. Si en la fase
anterior soñaba en convertirse en padre, ahora que es ya psicológicamente un
padre rudimentario, ha de comenzar a ser a modo de un trabajador y un potencial proveedor, antes de convertirse biológicamente en padre. Se adapta con facilidad a los instrumentos de trabajo y tiene perseverancia.
Sin embargo, este estadio tiene también un peligro de extrañamiento de sí
mismo y de las propias tareas escolares, es decir, tiene el peligro de un senti186
miento de inferioridad. Prefiere seguir siendo bebé en su casa, que niño mayorcito en el colegio; desea más estar con su mamá, que adquirir conocimientos. El niño rebaja el concepto de sí mismo a un estadio inferior y rechaza los
aprendizajes de la escuela. Esto puede venir producido bien porque la vida familiar no le ha preparado para el colegio, o bien porque nada de lo que ha
aprendido anteriormente le sirve en la nueva situación escolar que le ofrece el
aprendizaje de los papeles preparatorios para las realidades de la tecnología y
de la economía.
Este estadio escolar es sumamente decisivo desde el punto de vista social
para la formación de la identidad. En primer lugar, la laboriosidad supone hacer cosas conjuntamente con otros, y esto debe incluir el apoyo para que el
niño desarrolle un sentimiento de competencia, es decir, el libre ejercicio de
su inteligencia y de sus destrezas en la realización de tareas, lo que, por una
parte, le protege contra el sentimiento de inferioridad y, por otra, constituye
una base sólida para la cooperación participativa en la vida adulta productiva.
En segundo lugar, el sistema educativo llevado a cabo en las escuelas puede
desarrollar en el niño un inconmovible sentimiento del deber del que no
pueda desprenderse jamás, haciendo desdichada su vida y la de otras personas, o puede conducirle a la idea de que en la escuela no debe aprender nada,
sino que sólo tiene la obligación de hacer lo que quiera, es decir, que el niño
se sienta obligado a emprender diariamente la aventura de hacer cosas, que
no son fruto del juego y de la fantasía, sino de la realidad, lo cual desarrolla
en el niño un sentido práctico y lógico y un sentimiento de participación en el
mundo real de los adultos.
2. Identidad adolescente: La formación de la identidad adolescente se corresponde propiamente con la quinta etapa de Erikson, que denomina Identidad frente a confusión y cuyo objetivo principal es el del desarrollo de una
identidad que ofrezca una base firme para la vida adulta. El rápido crecimiento físico y la madurez sexual son los factores que alertan al niño de una
inminente vida adulta, de manera que ya desde el comienzo de esta etapa los
adolescentes se encuentran morbosamente y, con frecuencia, curiosamente
preocupados por lo que parecen ser a los ojos de los demás en comparación
con lo que ellos sienten ser, así como con la cuestión relativa a cómo conectar
los roles y capacidades anteriormente cultivados, con los prototipos ideales de
la actualidad (Erikson, 1968, pág. 110). Es en este momento cuando, por primera vez de manera consciente y preocupada, el adolescente se hace estas dos
preguntas: ¿quién soy yo? y ¿cuál es mi papel en la sociedad?
En esta búsqueda de la identidad las etapas anteriores han sido el fundamento y han preparado el camino para la conquista de la identidad adolescente. La confianza básica obtenida por el niño en su relación con la madre,
le sirve ahora para ver las personas y las ideas de las que puede fiarse; pero, al
mismo tiempo, tendrá miedo de fiarse demasiado. La autonomía de la niñez
le impulsó a determinarse por lo que se podía querer libremente, ahora le impulsa a buscar la oportunidad de decidir libremente acerca de actividades profesionales y estilos de vida futuros. Los roles que tuvo oportunidad de imagi187
nar durante el período de iniciativa, le han preparado para plantearse metas
imaginativas y aspiraciones no ilusorias, y el desempeño en la vida futura de
alguno de esos roles anteriormente imaginados; pero al mismo tiempo se
opone violentamente a todos los que ponen limitaciones a sus aspiraciones, e
intentará acallar su sentimiento de culpa por su ambición mediante acusaciones a otros. El sentimiento de laboriosidad de los años escolares despertará
ahora en el joven un sentimiento de competencia y una creencia de que es capaz de realizar cosas importantes para el mundo, sin tener en cuenta la remuneración y el status social que de ellas se puedan derivar; pero, al mismo
tiempo, algunos adolescentes prefieren no trabajar en cierto tiempo, antes
que seguir una carrera o realizar una profesión prometedora pero sin satisfacción personal.
De una manera general se puede decir que la identidad viene a ser fruto
de las identificaciones parciales con personas. La vida humana es, ciertamente, un proceso de absorción de. comportamientos, conductas y normas de
personas admiradas, imitadas y tomadas como modelo o patrón de comportamiento. Por ello, la identidad podría ser considerada como el resultado de la
apropiación, asimilación e interiorización de las distintas identificaciones procesadas por el propio individuo, mediante constantes y sucesivas interacciones
psicoafectivas, emocionales y sociales que hacen que tome conciencia de sí
mismo (E. Fernandes, 1991).
En los diferentes estadios de su desarrollo los niños se han ido identificando con aquellos aspectos parciales de las personas por los que eran más directamente afectados, ya se tratase de la realidad o de la fantasía. Sus identificaciones con los padres se centran principalmente en aquellos aspectos o
cualidades que sobrevaloran excesivamente, aspectos que son preferidos por
el niño no en razón de su aceptabilidad social, sino debido a su fantasía infantil. Estas identificaciones permiten al niño formar ciertas pautas de conducta
en una sociedad determinada, pautas que considera como su propia mismidad
y que le van proporcionando ciertas expectativas acerca de lo que será de
mayor.
Ahora bien, la identidad del adolescente es algo más que la suma de las
identificaciones de la infancia. Tales identificaciones tienden a quedar subordinadas a una Gestalt nueva, única, que es más que la suma de las partes;
viene a ser el resultado de la interacción fundida de las identificaciones de la
infancia con la propia individualidad, lo que permitirá que el adolescente presente una nueva configuración, afirme su individualidad, integre en su yo todas sus identificaciones y dé un nuevo sentido a su existencia. Erikson dice
que la identidad fijada para el final de la adolescencia está por encima de
cualquier identificación aislada con individuos del pasado, e incluye todas las
identificaciones de importancia, mas también las altera, a fin de constituir con
ellas una totalidad única y razonablemente coherente (Erikson, 1968, pág.
138). Y el proceso de identidad de la adolescencia sólo queda completo
cuando el individuo ha subordinado sus identificaciones infantiles a un nuevo
género de identificación, llevado a cabo mediante una absorbente sociabilidad, y en el aprendizaje competitivo entre compañeros de la misma edad, y
188
junto con ellos. Estas nuevas identificaciones fuerzan, con urgencia, al adolescente a elecciones y decisiones que tienden de modo creciente e inmediato a
compromisos de por vida.
3. Aspectos de la identidad: En la formación de la identidad, Erikson
enumera tres elementos que anticipan un futuro desarrollo de la identidad:
1. Polarización de las diferencias sexuales frente a confusión bisexual.
Considera imprescindible para la formación de la identidad la elaboración de
la masculinidad y de la femineidad en razón del propio sexo. Aunque de
forma leve y transitoria, algunos adolescentes sufren una situación en que no
se sienten a sí mismos como miembros de uno u otro sexo. Esto les hace víctima fácil de pandillas de homosexuales, pues para ellos resulta más soportable ser tipificados como algo, sea lo que sea, antes que aguantar una prolongada confusión bisexual. La confusión bisexual da lugar a una preocupación
sobre qué clase de hombre o de mujer es, o qué clase de ser intermedio puede
llegar a ser. Piensa que ser un poco menos de un sexo, significa ser mucho
más, o por completo, del otro. Si a esto se une algún acontecimiento social
que le marca como un desviado, puede desarrollar una profunda fijación,
y que una auténtica intimidad le pueda parecer peligrosa.
La cultura ha establecido tales diferencias psicosociales respecto a lo masculino y femenino que no sólo pueden dificultar el desarrollo de la propia
identidad sexual, sino que pueden cancelarlo y hacer que se entreguen a una
actividad genital precoz sin intimidad, o hacer que se centren en fines sociales, artísticos o intelectuales quedando así en una indiferenciación genital respecto al sexo contrario.
2. Liderazgo y adhesión frente a confusión respecto a autoridades: Otro
paso adelante y otro elemento más respecto a la formación de la identidad y a
la función de convertirse en adulto es aprender a ejercer el liderazgo y a obedecer. Cuando un joven no puede obedecer ni impartir órdenes, ha de resignarse a un aislamiento.
3. Compromiso ideológico frente a confusión de valores. La identidad no
se puede comprender sin un compromiso ideológico. La sociedad presenta al
adolescente, de una forma más o menos explícita, una ideología o un sistema
de valores. Le dibuja el panorama de la sociedad con sus metas, peligros,
perspectivas de futuro. Sin un compromiso ideológico el joven padecerá una
confusión de valores.
4. Estadios o niveles de identidad: La teoría de la identidad de Erikson
despertó tal interés que ciertos investigadores se han dedicado a confirmarlo
empíricamente (J. E. Marcia, 1966; J. M. Donovan, 1975). A través de una entrevista a universitarios, Marcia aborda el problema de cómo afrontan los
adolescentes los problemas ocupacionales e ideológicos; y basándose, al igual
que Erikson, en la presencia o ausencia de crisis (período de decisión entre
varias alternativas) y de compromiso (entrega a un trabajo o a un sistema de
valores), manifestada en sus respuestas, distingue cuatro niveles de identidad:
189
— Confusión de la identidad: Cuando el joven no ha experimentado aún
la crisis ni ha establecido compromiso alguno, ni hay indicios de establecerlo.
No sólo no se entrega a un trabajo o a una ideología, sino que ni siquiera
siente interés por ello, ni tiene planes de futuro.
— Identidad prematura o hipotecada: Cuando el joven se ha comprometido con unas ideas o creencias, debido en gran parte a elecciones realizadas
por otros, pero sin haber experimentado la crisis. Ha aceptado cómodamente
el plan de vida marcado por otra persona sin haber explorado personalmente
otras posibilidades. Es el caso de los hijos que toman decisiones ocupacionales o ideológicas influidos u obligados por los propios padres, sin haber tenido
antes oportunidad de experimentar otros roles.
— Moratoria: Cuando el joven se encuentra en un estado de crisis y aún
no se ha comprometido. Busca entre distintas alternativas que se le presentan,
con la intención de elegir o determinarse por una. El ejercicio fiel de alguna
de estas actividades juveniles suelen ser las iniciadoras de un posterior compromiso y del logro de la identidad.
— Logro de la identidad: Cuando el joven ha experimentado una crisis, la
ha resuelto por sus propios medios y se ha comprometido con una profesión o
alguna ideología. Aunque solamente una minoría de estudiantes universitarios manifiestan haber conseguido la identidad ocupacional, éstos sí manifiestan haber decidido sobre sus carreras profesionales y sobre sus posiciones
ideológicas después de un cuidadoso análisis de las alternativas disponibles.
5. Confusión de la identidad: En el proceso de autodefinición psicosocial
el adolescente se encuentra, de golpe y simultáneamente, con una serie de experiencias (trabajo, conducta sexual...) que exigen de él una elección selectiva y un compromiso. Esta multitud de papeles de la vida adulta y la incapacidad para hacer frente a esa identidad ocupacional no sólo le perturba, sino
que puede prolongar excesivamente y agravar de una manera aguda la normal crisis de la adolescencia. Según Erikson, la confusión de la identidad presenta las siguientes características:
— Una incapacidad para comprometerse en unas relaciones interpersonales por miedo a la pérdida de la propia identidad. Las normales formas adolescentes de relación interpersonal, como la amistad, el amor, el juego, la competición, la charla..., le producen la sensación de que la tentativa de compromiso
pudiese convertirse en una fusión interpersonal que llegase hasta el grado de
una pérdida de la identidad. Este miedo le puede conducir bien a un distanciamiento, repudiando, ignorando o destruyendo aquellas fuerzas o gentes que
parecen peligrosas para su identidad, o bien a unas relaciones interpersonales
estereotipadas y formalizadas, o bien, tras reiteradas y esporádicas tentativas y
desalentadores fracasos, a buscar intimidad con las parejas o compañeros menos adecuados. Pues cuando falta un sentimiento firme de identidad, incluso las
amistades y los asuntos se convierten en tentativas desesperadas de delinear los
borrosos contornos de la identidad (Erikson, 1968, pág. 144).
— Una pérdida de la perspectiva temporal o un desinterés por el tiempo
190
como dimensión de la vida: El adolescente simultáneamente se siente muy joven y muy viejo, mas sin posibilidad de recuperación de la juventud. Además,
este problema va asociado a una angustia de convertirse en adulto y a una incredulidad acerca de que el tiempo pueda hacer que las cosas cambien; así
mismo, tiene un temor a que esto pueda suceder; vive en una permanente
contradicción e inseguridad. En los adolescentes con pérdida de perspectiva
temporal se hace presente también un deseo de morir como una tentativa
para comenzar de nuevo. Pero tal deseo tan solo es realmente suicida en aquellos casos en los que ser suicida resulta una ineludible elección de una identidad
en sí (Erikson, 1968, pág. 146).
— Una incapacidad para el trabajo en serio bien por incapacidad para concentrarse sobre las tareas a realizar o bien por una autodestructiva preocupación por alguna actividad particular. Cualquier trabajo supone un compromiso; y, como defensa contra éste, el individuo, o bien puede encontrar
imposible concentrarse, o bien puede emprender frenéticamente una actividad, excluyendo todas las demás. Esta forma de confusión tiene el peligro de
afectar el sentido de adecuación del adolescente, y, en casos extremos, puede
producir una parálisis para el trabajo, dificultando así una identidad ocupacional. Los estudiantes que experimentan tal confusión ni sienten interés ni se
entregan a ninguna ocupación ni ideología.
— La elección de una identidad negativa u hostilidad frente a los roles
ofrecidos por la familia. Los padres no sólo tienen determinadas, a nivel inconsciente, las futuras profesiones de sus hijos, sino también el que sigan los
roles profesionales paternos; y, además, les exigen la entrega a dichas actividades antes de que hayan alcanzado el desarrollo necesario para la aceptación
de estos compromisos. Ante esto, no es extraño que el adolescente se determine por una identidad opuesta a la deseada como más adecuada por sus padres y las personas de su entorno. Y lo hace mediante una desdeñosa y presuntuosa hostilidad. Cualquier rol que se le ofrezca puede ser rechazado con
agrio desdén por parte del adolescente.
La elección de una identidad negativa puede presentarse bajo las formas
de un extrañamiento respecto a los orígenes nacionales o étnicos y, también, de
una identidad perversamente basada en identificaciones o roles anteriormente
presentados como indeseables o peligrosos (fugas, actos delictivos...), pero
todo ello no es otra cosa que una tentativa desesperada de recuperar el dominio de una situación en la que se excluyen los elementos de una identidad positiva, y una defensa contra los ideales excesivos exigidos por padres patológicamente ambiciosos.
Durante la confusión de la identidad el adolescente experimenta también
una serie de fuerzas regresivas que Erikson califica de síntomas parciales de
la confusión de la identidad, que empujan al adolescente hacia atrás, hacia la
infancia, y que reavivan viejos conflictos infantiles. Tales fuerzas son:
— La confusión temporal o una desconfianza respecto al tiempo. Es un fenómeno que se da en todos los adolescentes, en uno o en otro estadio de la
191
adolescencia, pero que sólo presenta una forma patológica en alguno de ellos.
Es una pérdida de la perspectiva y de las expectativas de futuro y una clara
regresión a la primera infancia, cuando el tiempo no existía. Y así como en el
lactante la experiencia del tiempo surge a partir de la tensión que le produce
la puntual o retrasada satisfacción de las necesidades, de igual modo la confusión temporal, en los casos extremos únicamente, hace también que para el
adolescente toda demora sea una decepción, toda espera una experiencia de
impotencia, toda esperanza un peligro, todo proyecto una catástrofe. Por el
contrario, en su forma normal y transitoria, conduce rápida o gradualmente a
perspectivas que permiten y exigen un intenso e incluso fanático compromiso
de futuro, o una rápida sucesión de diversos futuros posibles (Erikson, 1968,
pág. 157).
— La conciencia de identidad: Es una dolorosa forma de autoconciencia
que consiste en una discrepancia entre el concepto o la imagen que tiene
de sí mismo como persona autónoma y lo que puede parecer a los ojos de
los demás. La desaparición o el debilitamiento de la autoestima produce
un narcisista y esnob desdén del juicio ajeno, o una desafiante desvergüenza
frente a las críticas, mecanismos de defensa de su vacilante seguridad frente a un sentimiento de duda y de vergüenza (Erikson, 1968, pág. 158). Así
como en la infancia dudaba de la confianza que le merecerían los padres,
ahora en la adolescencia duda de la fiabilidad de la infancia y de la confianza que le merece todo el mundo social. Esta dolorosa forma de autoconciencia es, normalmente, un fenómeno transitorio, que resulta compensado por un sentimiento de independencia de la familia y de seguridad en sí mismo, y que le lleva a comprometerse con una identidad autónoma.
— La fijación de roles: Es un compromiso libre respecto a un rol o la experimentación de roles por parte del adolescente. Tal compromiso presenta
una conexión, en la realidad, en la fantasía o en el juego, con la etapa de iniciativa y de culpa. Las regresiones por debajo de esta etapa toman como única
forma de iniciativa la actitud autoderrotista de una completa negación de ambiciones (Erikson, 1968, pág. 159). La expresión normal de una iniciativa libre
de culpa es una experimentación con roles sujetos a códigos no escritos de las
subsociedades de adolescentes.
— Una parálisis de la actividad laboral: Viene producida por un sentimiento profundo de incapacidad o de falta de dotes o de cualidades. Tal sentimiento no refleja una auténtica falta de posibilidades, sino más bien puede
expresar: que se han planteado unos ideales inalcanzables, que el entorno social no dispone de un puesto adecuado a las cualidades, o que desde el comienzo de la vida escolar se ha inducido al niño a una especialización antes de
desarrollar la identidad. Todo ello impide que a través del juego y del trabajo
realice el aprendizaje de su identidad laboral. Para la consecución de la identidad laboral, el joven debe haber disfrutado antes de un aprendizaje y debe
tener también una confianza en sí mismo de que podrá hacer algo importante.
Esto, precisamente, se encuentra muy debilitado en aquellos que, por uno u
otro motivo, no sienten estar participando de la identidad tecnológica de la
192
época, bien porque sus dotes no les han permitido establecer contacto con las
metas productivas de la edad de las máquinas, bien porque pertenecen a una
clase social que no interviene en la marcha del progreso (Erikson, 1968,
página 160).
6. Moratoria psicosocial: La complejidad y dificultad del logro de la identidad requieren un retraso de las obligaciones y compromisos adultos, para
que el adolescente tenga tiempo de experimentación de roles que le permita
la elección de uno de ellos. Tras un corto abandono de la infancia, el adolescente no es aún capaz de asumir las obligaciones de la vida adulta, y necesita
un tiempo para sí mismo en el que pueda pensar, imaginar y experimentar
con su identidad. Y a este período de demora o de aplazamiento de compromisos sociales adultos es a lo que Erikson ha denominado moratoria psicosocial. Lo considera de máxima importancia con respecto al proceso de formación de la identidad (Erikson, 1968, pág. 135). Sus características distintivas
son: una permisividad selectiva por parte de la sociedad y una provocativa
tendencia al juego por parte del adolescente. La demora de los compromisos
sociales adultos le permite dedicarse a experimentar distintos papeles, y, a
través de dichas actividades, descubrir qué clase de persona desea ser. Tal período conduce con frecuencia a un profundo compromiso, muchas veces transitorio, por parte de los jóvenes, pero que termina siendo confirmado por parte
de la sociedad (Erikson, 1968, pág. 135).
Las distintas sociedades y las culturas han institucionalizado una cierta
moratoria, dedicada al aprendizaje de los valores de la sociedad, al aprendizaje profesional y a la aventura. La moratoria psicosocial permite al adolescente:
— Conocer su perspectiva temporal, es decir, ver su entroncamiento con
el pasado y su proyección hacia el futuro, y que ambas perspectivas pueden
ser integradas.
— Conseguir un conocimiento de sí mismo a través de los demás. Los juicios que los demás hacen sobre sus acciones le ayudan a superar las dudas sobre sus capacidades y a sentirse y conocerse a sí mismo.
— Experimentar nuevos roles, ya que puede intentar y experimentar distintas ocupaciones de los adultos, pero sin comprometerse.
— Anticipar su futuro trabajo. Su sentido de laboriosidad puede aplicarlo
a la selección y realización de los trabajos más acordes con sus capacidades
personales.
— Clarificar su identidad sexual. El período de moratoria le proporciona
la posibilidad de resolver sus anteriores conflictos y preocupaciones a través
de unas relaciones heterosexuales.
— Desarrollar un personal sistema de valores que le permita tomar decisiones para el resto de su vida.
La consecución de todo esto no es algo automático, sino que exige un
tiempo de reflexión y de lucha. Y solamente consigue saber quién es y qué
193
quiere ser, aquel que haya aprovechado la moratoria en el ejercicio de experimentación de las actividades y valores de los adultos.
La moratoria no es preciso que sea conscientemente experimentada. Muchos jóvenes pueden sentirse profundamente comprometidos, sin darse
cuenta de que aquello que tomaban tan en serio y como algo definitivo, no
era más que algo transitorio.
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