Subido por Profe Diana Torres

Ensayo de Sociopolítica. Aprender ciencias para vivir mejor: La educación como motor de cambio social

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APRENDER CIENCIAS PARA VIVIR MEJOR: LA EDUCACIÓN COMO MOTOR DE CAMBIO SOCIAL.
A lo largo de la historia, los desarrollos científicos han sido pilares fundamentales en la
evolución de la humanidad. Desde la invención de la rueda y el descubrimiento del fuego hasta
los avances en manipulación genética y tecnología espacial, cada hito científico ha transformado
la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos con nuestro entorno. Como expresó
Simonetta (2003): Durante los últimos tres siglos, las ciencias naturales se han vuelto cruciales
para el desarrollo de la civilización, y su impacto en nuestras vidas es cada día mayor.
En un mundo cada vez más complejo y lleno de desafíos, como el cambio climático, la
contaminación, y la crisis energética, la formación en ciencias naturales se torna fundamental ya
que si la educación es el cimiento sobre el cual se construye el futuro de una sociedad, es
indudable que se requiere una educación en ciencias que no solo proporcione a los estudiantes
las herramientas necesarias para comprender fenómenos naturales, sino que también fomente
un pensamiento crítico y habilidades de resolución de problemas que son esenciales para
abordar las problemáticas contemporáneas. Por lo tanto, es imperativo que el sistema educativo
implemente metodologías innovadoras, que empoderen a los futuros líderes y ciudadanos para
enfrentar las exigencias de un futuro incierto.
Durante muchísimo tiempo, la educación se caracterizaba por un enfoque
predominantemente expositivo y memorístico, donde los docentes eran los principales
depositarios del conocimiento. Este modelo, enraizado en una pedagogía tradicional, priorizaba
la transmisión directa de información y la evaluación de aprendizajes a través de exámenes
estandarizados. Los estudiantes, en gran medida, eran considerados receptores pasivos de
información. Sin embargo, con el advenimiento de la modernidad y la posterior transición hacia
la postmodernidad, la enseñanza ha evolucionado hacia un enfoque más activo y participativo.
En la modernidad, en la enseñanza de las ciencias naturales se comenzó a valorar la
experimentación, el pensamiento crítico y la aplicación de conocimientos en contextos reales,
fomentando un aprendizaje más significativo (Encinas, 1995). En contraste, la postmodernidad
promueve una visión inclusiva y multidimensional del aprendizaje, enfocándose en la
interconexión entre disciplinas, la personalización del aprendizaje y el desarrollo de
competencias que preparen a los estudiantes para un mundo diverso y complejo, como expresa
Velazquez (2016) “[La postmodernidad] aspira que el conocimiento científico se convierta en
sentido común” (p.68). Así, metodologías como el aprendizaje basado en proyectos (ABP), se
presentan como una respuesta efectiva a estas demandas contemporáneas, promoviendo la
colaboración, la creatividad y la resolución de problemas en el aula de ciencias.
Es innegable la necesidad de transformación de la escuela, pues como expresan González
y Sanz (2016):
“La escuela debe perseguir: fomentar la Curiosidad del niño por aprender, potenciar la
libertad de pensamiento y el pensamiento crítico y asentarse sobre los valores de
cooperación, trabajo en equipo, respeto y autonomía personal. Y, todo ello, en una
atmósfera de afecto” (p. 3).
Los sistemas educativos contemporáneos enfrentan una serie de desafíos que deben
abordarse para satisfacer las demandas de la modernidad y la postmodernidad. En primer lugar,
es esencial cambiar el enfoque hacia el desarrollo de competencias como el pensamiento crítico
y la creatividad, integrando además la tecnología como una herramienta importante en el
aprendizaje, lo que requiere que tanto planes de estudio como metodologías pedagógicas se
actualicen. La creciente diversidad cultural en las aulas demanda prácticas inclusivas que
respeten y reflejen las realidades multiculturales, mientras que la necesidad de educación
personalizada llama a adaptar los métodos de enseñanza a las distintas formas y ritmos de
aprendizaje de los estudiantes.
Asimismo, la inclusión de la sostenibilidad en el currículo educativo es vital para
concienciar a las nuevas generaciones sobre la responsabilidad global hacia el medio ambiente
(Lara et al., 2023). Además, es imprescindible repensar los métodos de evaluación para que sean
más cualitativos y holísticos, y promover la colaboración entre instituciones, educadores y
comunidades, creando redes que enriquezcan el proceso educativo (Burns, 2015). Abordar estos
desafíos es primordial para formar ciudadanos comprometidos y capaces de transformar su
entorno.
El proceso de enseñanza-aprendizaje de las ciencias naturales enfrenta un conjunto único
de desafíos, profundamente interconectados con las demandas de la modernidad y la
postmodernidad y requiere de cambios para alcanzar los objetivos que la educación actual exige;
se ha convertido en un reto para los sistemas educativos actuales, pues se requiere formar
ciudadanos capaces de comprender y participar críticamente en los asuntos científicos que
afectan su entorno familiar, social, ecosistémico, como se ve reflejado en el planteamiento de las
metas de formación en ciencias naturales propuestas en 2006, por el Ministerio De Educación
Nacional Colombiano en los Estándares Básicos de Competencia, según las cuales se requiere
desarrollar la capacidad de valorar críticamente la ciencia y favorecer el desarrollo del
pensamiento científico, para aportar a la formación de hombres y mujeres miembros activos de
una sociedad; la enseñanza de las ciencias en Colombia parece combinar aspectos de ambas
visiones: la estructura y el progreso característicos de la modernidad, y la crítica, la ética y la
diversidad de enfoques de la postmodernidad. Esto refleja un enfoque educativo contemporáneo
que busca equilibrar la formación en competencias científicas con una conciencia crítica y social.
A medida que los sistemas educativos intentan adaptar la enseñanza de las ciencias
naturales al contexto y necesidades de nuestra era, es esencial reconsiderar cómo se imparte
esta disciplina. Uno de los desafíos más significativos es el cambio en las competencias requeridas
por la sociedad actual. Las habilidades de pensamiento crítico, creatividad e innovación son ahora
esenciales para abordar problemas complejos en campos como la biología, la química y la física.
Esto implica, como primer paso, reformular los planes de estudio de ciencias para que no solo se
enfoquen en la memorización de conceptos, sino que fomenten la aplicación práctica del
conocimiento a través de experimentos y proyectos colaborativos. Al introducir métodos
pedagógicos que prioricen estas habilidades, los estudiantes pueden convertirse en pensadores
autónomos, capaces de analizar y resolver desafíos científicos contemporáneos.
Otra de las necesidades que se puede observar en las aulas de clase, es la necesidad de
transversalizar la enseñanza. Al integrar las ciencias naturales con otras áreas del conocimiento,
como las humanidades, las ciencias sociales y las matemáticas, se fomenta un aprendizaje más
holístico y contextualizado que permite a los alumnos comprender mejor las interrelaciones
entre los diferentes sistemas que configuran nuestra realidad. Esta aproximación no solo
enriquece el curriculum académico, sino que también potencia el desarrollo del pensamiento
crítico, la creatividad y la capacidad de resolución de problemas desde una perspectiva integral
(Nicot y Mustelier, 2017). Por ejemplo, al estudiar el cambio climático, los estudiantes no solo
analizan los datos científicos, sino que también exploran sus implicaciones éticas, sociales y
económicas, cultivando así una conciencia global y una responsabilidad compartida hacia el
medio ambiente. Al transversalizar la enseñanza de las ciencias naturales, se prepara a los
educandos para convertirse en ciudadanos informados y activos, capaces de contribuir de
manera efectiva a la construcción de un futuro sostenible y equilibrado, que teniendo en cuenta
la grave problemática ambiental que vivimos, se hace urgente.
La metodología de aprendizaje basado en proyectos (ABP) se erige como una herramienta
poderosa para promover una educación transversalizada en las ciencias naturales, ya que
permite a los estudiantes abordar temas complejos desde múltiples perspectivas y disciplinas. En
lugar de centrarse en la memorización de hechos aislados, el ABP implica la realización de
proyectos que requieren la aplicación de conocimientos de diversas áreas, facilitando así la
conexión de conceptos científicos con contextos reales y relevantes (Mayor, 2016). Por ejemplo,
un proyecto sobre la conservación de un ecosistema local puede incluir investigaciones científicas
sobre la biodiversidad, análisis de implicaciones socioeconómicas, exploraciones del arte y la
cultura de la comunidad, y reflexiones éticas sobre la responsabilidad ambiental. Esta
metodología no solo fomenta el trabajo colaborativo y el pensamiento crítico, sino que también
ayuda a los estudiantes a desarrollar habilidades prácticas y transferibles, al tiempo que se
sienten más motivados y comprometidos con su aprendizaje. Al incorporar el ABP en la
enseñanza de las ciencias naturales, se crean entornos educativos dinámicos que reflejan y
responden a la complejidad del mundo actual.
Una herramienta muy discutida e incluso polémica es el uso de la tecnología en el aula;
para muchos es un elemento clave que facilita a los estudiantes desarrollar una visión global de
los problemas biológicos, químicos y medioambientales, permitiéndoles comprender estos
desafíos no solo desde un contexto local, sino también global. Herramientas como plataformas
de aprendizaje en línea, simuladores interactivos, aplicaciones de recolección de datos y recursos
multimedia permiten a los educadores integrar información de diversas fuentes y perspectivas,
enriqueciendo así el proceso de aprendizaje (de Carvalho y Periotto, 2014). Por ejemplo, los
estudiantes pueden utilizar herramientas digitales para investigar la contaminación en su
comunidad y, al mismo tiempo, comparar esos datos con estudios de casos de otras partes del
mundo, identificando patrones y tendencias globales. La tecnología también les permite
conectarse y colaborar con otros estudiantes de diferentes países, fomentando un intercambio
de ideas y soluciones creativas. De esta manera, la educación se convierte en un vehículo para la
conciencia global, empoderando a los estudiantes para actuar frente a problemas ambientales
de manera informada y efectiva, y promoviendo la formación de una ciudadanía global
comprometida con la sostenibilidad.
Con la integración de la tecnología en el aula también se plantea la necesidad de que los
estudiantes desarrollen habilidades en alfabetización digital. Por ejemplo, al utilizar software de
modelado molecular o aplicaciones interactivas para estudiar fenómenos físicos, los alumnos no
solo asimilan conceptos, sino que también aprenden a manejar herramientas críticas que les
serán útiles en su vida académica y profesional. Además, es fundamental que la educación
científica aborde pensamientos postmodernistas las implicaciones éticas del uso de la tecnología,
como el ciberespionaje en investigaciones o el impacto ambiental de los nuevos descubrimientos.
El auge de la tecnología en la educación ha generado un debate significativo sobre el
equilibrio entre su utilización y los peligros del uso excesivo de las pantallas en el desarrollo
mental de los niños, como se puede observar en libros como los escritos por la Psiquiatra Marian
Estapé en el que plantea que si bien las herramientas digitales pueden enriquecer el aprendizaje
y proporcionar recursos accesibles, su uso desmedido puede tener repercusiones negativas,
como la disminución de la atención, problemas de socialización y dificultades en el desarrollo de
habilidades críticas como la creatividad (Estapé, 2024). Por ello, es fundamental reflexionar sobre
hasta qué punto se debe ceder a la tecnología en las aulas y cuándo es necesario mantener
metodologías tradicionales que fomenten la creatividad y la interacción humana, esenciales para
un aprendizaje significativo.
Las metodologías educativas tradicionales, que suelen involucrar el aprendizaje práctico,
el trabajo en grupo y la exploración del entorno, son cruciales para estimular el pensamiento
creativo y las habilidades interpersonales en los estudiantes. Al mismo tiempo, estas prácticas
ofrecen un contrapeso al uso excesivo de dispositivos electrónicos, permitiendo que los alumnos
experimenten aprendizajes más tangibles y se involucren activamente en su proceso educativo.
Por lo tanto, una integración equilibrada de la tecnología, en la que se reconozcan y mitiguen sus
riesgos, junto con la preservación de métodos pedagógicos que fomenten la creatividad y las
habilidades sociales, podría ofrecer un enfoque más holístico y efectivo en la educación
contemporánea.
En este sentido, el desafío radica en encontrar la sinergia adecuada entre ambos
enfoques, asegurando que los estudiantes no solo sean competentes en el entorno digital, sino
que también desarrollen un pensamiento crítico y creativo que les permita navegar tanto en el
mundo real como en el virtual. Al abordar estos temas, se promueve un modelo educativo más
integral y adaptado a las necesidades del contexto actual, que forme a individuos capaces de
enfrentarse a los retos que presenta el siglo XXI.
La diversidad cultural y social en las aulas también requiere un compromiso para la
enseñanza de las ciencias naturales. La globalización y la migración han dado lugar a un alumnado
multicultural, y es esencial que los educadores reconozcan esta diversidad al diseñar actividades
de aprendizaje. Por ejemplo, al estudiar el cambio climático, los maestros pueden fomentar
debates que incluyan perspectivas de diferentes culturas y contextos sociales, abordando así
cómo el cambio ambiental afecta desproporcionadamente a diferentes comunidades. De esta
manera, se promueve la inclusión y se enriquece el aprendizaje, permitiendo a los estudiantes
ver la ciencia no solo como un conjunto de teorías, sino como un campo relevante y aplicable a
sus realidades.
Otro desafío es la necesidad de una educación personalizada, que reconozca las
diferencias individuales en los estilos y ritmos de aprendizaje. En las ciencias naturales, esto
puede lograrse mediante la implementación de enfoques diferenciados que se adapten a las
necesidades de cada estudiante. Por ejemplo, se pueden ofrecer proyectos de investigación que
permitan a los alumnos elegir temas que les apasionen dentro de la disciplina, fomentando así
un mayor compromiso y motivación. Además, este enfoque personalizado puede ayudar a
aquellos que luchan con ciertos conceptos al proporcionar apoyo adicional y recursos
complementarios.
La educación en ciencias naturales también debe incorporar un enfoque en la
sostenibilidad, vital en el contexto de una crisis ambiental global. Los educadores tienen la
responsabilidad de enseñar a los estudiantes sobre prácticas sostenibles y la importancia de la
justicia social en la ciencia. Integrar proyectos que investiguen el uso sostenible de los recursos
naturales o la conservación de la biodiversidad permite a los alumnos comprender mejor su
responsabilidad global y cómo sus acciones pueden afectar al medio ambiente. Así, la educación
científica no solo se convierte en una herramienta de conocimiento, sino en un catalizador para
el cambio y la conciencia ambiental.
Finalmente, la evaluación del aprendizaje en ciencias naturales debe evolucionar para
reflejar la complejidad de los nuevos enfoques pedagógicos. Los métodos de evaluación
tradicionales, que tienden a centrarse en exámenes estandarizados, a menudo no capturan el
verdadero entendimiento y la capacidad de los estudiantes para aplicar su conocimiento. La
implementación de evaluaciones cualitativas, como proyectos de investigación, presentaciones
y trabajos en grupo, puede ofrecer una visión más holística del aprendizaje y el progreso de los
alumnos.
Sin embargo, existen barreras significativas para alcanzar estos objetivos cuando se
utilizan metodologías tradicionales. Estas barreras pueden incluir la rigidez de los planes de
estudio, la falta de formación y preparación de los docentes para implementar enfoques
innovadores, y la resistencia al cambio tanto en las instituciones educativas como en los propios
educadores y padres. Las metodologías tradicionales, que a menudo se centran en la
memorización y la transmisión de información de manera unidireccional, no siempre son
efectivas para cultivar las habilidades necesarias en el ámbito laboral contemporáneo ni para
responder a las demandas de una sociedad cada vez más diversa.
Además, el uso exclusivo de metodologías tradicionales puede llevar a una desconexión
entre el aprendizaje en el aula y la realidad del mundo exterior, limitando la capacidad de los
estudiantes para aplicar sus conocimientos en situaciones prácticas (Martín y Padula, 2018). Por
lo tanto, es fundamental promover una cultura educativa que favorezca la experimentación y la
innovación, proporcionando a los docentes las herramientas y el apoyo necesarios para
transformar sus prácticas y adaptarse a los desafíos de la postmodernidad.
La utilización de metodologías innovadoras en el ámbito educativo es esencial para
alcanzar los logros esperados en un contexto postmoderno, caracterizado por la complejidad, la
diversidad cultural, y el rápido avance tecnológico. En este marco, se hace necesario replantear
las prácticas pedagógicas y adaptarlas a las necesidades de los estudiantes actuales, quienes
requieren un aprendizaje más dinámico, interactivo y personalizado.
A través de la combinación de metodologías innovadoras con una visión crítica de las
prácticas tradicionales, se puede aspirar a crear un entorno educativo más inclusivo y efectivo,
capaz de preparar a las nuevas generaciones para enfrentar los retos y aprovechar las
oportunidades que se presentan en un mundo en constante evolución. La inversión en recursos,
formación docente y un liderazgo comprometido con la innovación son pasos cruciales para
garantizar que todos los estudiantes tengan acceso a un aprendizaje significativo y relevante.
La necesidad de inversión en tecnologías y materiales didácticos en las escuelas del tercer
mundo o en países en vías de desarrollo es un aspecto fundamental para cerrar la brecha
educativa y garantizar un aprendizaje equitativo (Farfan et al., 2015). Sin el acceso adecuado a
recursos tecnológicos y didácticos, los estudiantes en estas regiones enfrentan desventajas
significativas que limitan su potencial y su capacidad para competir en un mundo cada vez más
globalizado y tecnológico incrementando la brecha digital.
Invertir en tecnologías adecuadas no solo implica proporcionar dispositivos electrónicos,
sino también asegurar que se cuente con la infraestructura necesaria, como conectividad a
Internet y acceso a plataformas de aprendizaje en línea; así como la capacitación de los docentes
en el uso de las nuevas tecnologías ya que, en el caso de Colombia, a pesar de los esfuerzos del
gobierno nacional para la compra de computadores, tabletas, tableros digitales, entre otros, en
algunas instituciones estos equipos se deterioran por la falta de uso. Estas inversiones son
esenciales para permitir a los educadores implementar métodos de enseñanza innovadores y
para que los estudiantes puedan acceder a una educación enriquecida con recursos multimedia
y colaborativos.
En este sentido, es imperativo que los gobiernos y las organizaciones internacionales
reconozcan la importancia de la inversión en educación y prioricen la asignación de recursos para
equipar a las escuelas en estas áreas. Solo a través de un compromiso real con el desarrollo de
tecnologías y materiales didácticos adecuados, se podrá empoderar a los estudiantes de estas
comunidades, permitiéndoles prosperar y convertirse en agentes de cambio en su entorno. Así,
se contribuirá a construir un futuro más justo y equitativo, donde la educación se convierta en
un motor de desarrollo sostenible y transformación social.
En conclusión, la enseñanza de las ciencias naturales se enfrenta a desafíos significativos.
Para preparar a los estudiantes no solo para comprender, sino para ser agentes de cambio en su
entorno, es vital que los sistemas educativos aborden estos desafíos de manera innovadora y
adaptativa. Incorporar competencias críticas, integrar la tecnología, valorar la diversidad, ofrecer
una educación personalizada, enfocarse en la sostenibilidad y desarrollar métodos de evaluación
apropiados son pasos clave para transformar la enseñanza de las ciencias naturales en un
contexto moderno y postmoderno. Es innegable que la gran mayoría de las instituciones
educativas continúan empleando enfoques pedagógicos tradicionales que resultan insuficientes
para cultivar las competencias requeridas en la contemporaneidad. Esto se refleja en los
decepcionantes resultados que los estudiantes obtienen en las pruebas Saber, un instrumento
de evaluación implementado por el gobierno colombiano con el fin de medir las competencias
de los alumnos en el área de ciencias naturales. Es importante señalar que solo un reducido
número de instituciones educativas logra alcanzar niveles satisfactorios, inclusive niveles básicos.
Por ello se requiere una transformación de planes de estudio y la didáctica en la
enseñanza de las ciencias naturales. Los desafíos que enfrentan los educadores y estudiantes en
la modernidad y postmodernidad requieren enfoques innovadores que se adapten a las
demandas del siglo XXI. Es aquí donde la metodología de aprendizaje basado en proyectos (ABP)
se presenta como una herramienta valiosa. A través de proyectos relevantes, los estudiantes
pueden abordar cuestiones contemporáneas, como la sostenibilidad y la ética en la ciencia,
conectando su aprendizaje con desafíos globales y sociales. Además, el ABP fomenta un
ambiente de aprendizaje inclusivo y diverso, donde las distintas perspectivas y experiencias de
los alumnos se convierten en un recurso enriquecedor.
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