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12-FALLOS-QUE-ASESINAN-TU-RELATO

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12 FALLOS DE
PRINCIPIANTE QUE
ASESINAN TU RELATO
Diana P. Morales
Directora de Portaldelescritor
PRÓLOGO DE LA AUTORA
He escrito este ebook tras más de 20 años
dedicándome a la enseñanza en talleres literarios.
Una de las cosas que más me ha sorprendido en este
tiempo es comprobar, año tras año, cómo los relatos que
presentaban a mis talleres, o que leía al ser jurado de
premios literarios adolecían de las mismas debilidades.
A veces estaban escritos por principiantes, pero en
otras ocasiones también por personas que llevan unos años
trabajando relatos.
Sé que muchas veces te puedes preguntar: ¿por qué
no gano un premio, si me presento a muchos? O ¿por qué no
me seleccionan para una revista o para una antología?
La respuesta puede estar en este ebook.
Y, además, puedes ser MUY sencilla de resolver.
Espero que este manual te ayude a dar con la clave
para mejorar la escritura de tus relatos.
Por supuesto, siempre tienes a tu disposición
nuestros talleres literarios o nuestros informes de lectura
personalizados en Portaldelescritor.com donde podemos
revisar tu relato al detalle y ver si estás aplicando bien las
técnicas que explico en este ebook.
Pero este es un magnífico lugar para empezar.
Vamos a ello.
Diana P. Morales
QUIÉN SOY
Muy brevemente, te
cuento, por si no lo
sabes, que soy
escritora, profesora
de escritura desde
1997, y directora de
Portaldelescritor.com
He ganado más de
una docena de
premios literarios, el
último, el premio
Ignotus de 2020 por
mi novela “Voces en
la ribera del mundo”.
Soy una fanática de las historias: libros, cine, series…
desde pequeña cuando, después de que mis padres
apagaran la luz de mi cuarto, encendía una linterna
bajo las sábanas y seguía leyendo.
Mis padres eran profesores y de ahí me viene la pasión
por enseñar lo que sé. Más de cuatro mil personas se
han formado en mis talleres o mentorías.
En 2005 empecé a dirigir Portaldelescritor.com, una
web de servicios para autoras/es que ahora es como
una gran familia. Nos tienes para lo que necesites.
PARTE 1:
4 FALLOS EN LA
REDACCIÓN
FALLO Nº1: FALTAS DE ORTOGRAFÍA
Increíble pero cierto: incluso hoy, en la época de los
diccionarios online y los correctores de word, muchos relatos
se presentan a talleres, premios y editoriales con faltas de
ortografía.
Aunque un buen texto siempre será un buen texto,
con faltas o sin ellas, la realidad es que encontrar faltas de
ortografía frecuentes deja muy mala impresión, y puede
hacer que el jurado de un premio o el lector de una editorial
aparten el relato sin darle otra oportunidad.
Pasarle el corrector del word es obligado al
terminar un relato. Consultar –ya sea en un diccionario
habitual o en uno online– aquellas palabras o términos sobre
los cuales tengamos alguna duda, es también la mejor de las
costumbres para un escritor que empieza.
Las faltas más habituales son las relacionadas con
las TILDES (acentos ortográficos). Existen muchos
manuales de gramática donde consultar cuándo se debe
acentuar una palabra, y también páginas online.
Acordaos de acentuar también las mayúsculas: el
truco de “las mayúsculas no se acentúan” era válido cuando
teníamos doce años, pero no ahora. Un texto literario tiene
que presentarse dignamente redactado, y éste es el menor de
los problemas de un relato, y uno de los que tiene más fácil
solución.
Muchas otras faltas tienen que ver con homónimos:
palabras que se pronuncian igual pero se escriben de forma
distinta, como “mi coche” y “para mí”; “frío” y “frio” o “sobre
todo” y “sobretodo”.
Es tu deber aprender a manejar las palabras
correctamente, al igual que mi abuelo, que era carpintero,
sabía utilizar perfectamente el martillo, la sierra y los clavos,
para contruir mesas sólidas y puertas llenas de detalles.
FALLO Nº2: PÁRRAFOS DEMASIADO LARGOS
¿Qué es un párrafo?
Según el diccionario un párrafo es una de las
divisiones de un texto escrito, que está marcada por una
letra mayúscula al comienzo y un punto y aparte, al final.
Los párrafos, en la escritura de ficción, sirven sobre
todo a dos fines: por un lado, imprimen pausas a la narración
(si se lee el texto en voz alta, la pausa es mayor que la de un
punto), dando al lector el segundo que necesita para digerir
lo leído; por otro lado, un párrafo contiene una idea más o
menos completa, que marca un avance determinado en la
acción del personaje o descripción del cuento.
Podemos verlo claramente en el comienzo de “El
guardián sobre el centeno”:
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que
querrán saber es dónde nací, cómo fue todo se rollo de mi infancia, qué
hacían mis padres antes le tenerme a mí, y demás puñetas estilo David
Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero
porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si
yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son
muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no,
pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a
contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de
una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de
que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí reponerme un
poco.
A D. B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano.
Vive en Hollywood: Como no está muy lejos de este antro, suele venir a
verme casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa
cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un
«jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas
millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado.
Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un
escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha
escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor
de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene
un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su
dinero. Es una historia estupenda. Ahora D. B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo
nombren.
Empezaré por el día en que salí de Pencey, que es un colegio
que hay en Agerstown, Pennsylvania. Habrán oído hablar de él. En todo
caso, seguro que han visto la propaganda. Se anuncia en miles de revistas
siempre con un tío de muy buena facha montado en un caballo y saltando
una valía. Como si en Pencey no se hiciera otra cosa que jugar todo el
santo día al polo.”
(J. D. Salinger, El guardián entre el centeno)
En el primer párrafo, el protagonista nos explica la
forma en la que va a narrarnos los hechos de la novela; en el
segundo nos habla de su hermano; en el tercero, comienza la
historia y nos habla de su colegio.
Atención a los párrafos largos
Muchas veces, la escritora principiante no usa las
divisiones de párrafos, o las divide anárquicamente; pero,
sobre todo, el fallo más común en la escritura de relatos es el
uso de párrafos demasiado largos.
Ya seis o siete líneas (en una página de Word de
unas treinta líneas) dan un párrafo de longitud tirando a
larga. Un párrafo de más de 12 ó 15 líneas ya se ve
demasiado largo.
Ojo: estoy hablando de líneas en una PÁGINA DE
WORD, es decir, en la típica página tamaño A4 que aparece
cuando estamos escribiendo un texto en el ordenador.
En un libro, o en un ebook como este, que es más
pequeño, siempre van a resultar más líneas. Por ejemplo, el
primer párrafo de “El guardián entre el centeno” tiene 7
líneas en Word, pero en un libro impreso van a aparecer 12.
En cambio, cuando usas párrafos más cortos, éstos
ayudan a aligerar el texto al primer vistazo del lector (que,
si lo encuentra todo junto, se asusta ante tamaña longitud),
e imprimen pausas más grandes a la narración (esto también
se puede comprobar leyéndolo en voz alta).
Y, sobre todo, separan las diversas ideas del texto,
las diversas acciones, ayudando a clarificar la trama de
nuestro relato.
No se trata de una cuestión matemática: la división
en párrafos está muy relacionada, como hemos visto, con el
propio argumento, y también con el ritmo que queremos dar
al relato.
Si es un relato en el que las cosas transcurren de
forma lenta, perezosa, detallista, los párrafos pueden ser más
largos. Si, por el contrario, queremos dar la sensación de
que lo que sucede en el relato es rápido o violento,
deberemos utilizar párrafos lo más cortos posibles.
FALLO Nº3: FRASES DEMASIADO LARGAS, CON
MUCHAS COMAS… Y CONFUSAS
Desde pequeños nos inculcan –por medio de
lecturas y análisis literarios- la idea de lo que es un texto
“literario”.
Generalmente, por desgracia, los libros que nos
ponen como ejemplo de buena literatura son aquellos que
tienen un estilo muy complejo, con una redacción recargada.
Normalmente hacen uso de frases larguísimas, llenas de
oraciones subordinadas que, milagrosamente –gracias al
arte de estos autores y autoras- se entienden y resultan, a la
vez, bellas y emotivas.
Quien empieza a escribir, con esta idea en la cabeza,
lo primero que hace muchas veces es intentar emular a estos
libros de quiénes sólo escuchó alabanzas en sus primeras
lecturas, y a quienes considera los más “literarios”.
Pero existen muchos estilos en literatura: existen
grandes obras maestras con un estilo sencillo y directo, más
natural, como el mismo “El guardián entre el centeno”.
Y, además, aunque nuestro objetivo fuera la
escritura en un estilo muy complejo y barroco, siempre
debemos empezar por el principio, por la sencillez, para
llegar a lo complejo. Jamás se nos ocurriría, en nuestras
primeras clases de ballet, emular a los grandes bailarines
que levantan en el aire a sus compañeras mientras realizan
complicados saltos.
Empezaríamos por los primeros pasos, la primera y
la segunda posición, y sólo pasaríamos a pasos más
complicados tras dominar los primeros.
De esta forma, es consejo habitual en los talleres
literarios buscar la sencillez a la hora de redactar las frases,
siguiendo la máxima de Jean Cocteau:
“El buen escritor es el que dice las cosas complicadas de un
modo sencillo. El mal escritor es el que dice con complicación las cosas
triviales.”
Atención a las frases muy largas
Nos encontramos con un problema de frases muy
largas cuando encontramos muchas frases en el texto de
más de tres o cuatro líneas.
En muchas ocasiones son frases distintas, que
deberían estar separadas por puntos, y están separadas por
comas.
Frases tan largas no ayudan a la naturalidad: la
naturalidad es eso que hace que, al leer un relato, nos
parezca estar oyendo a esa persona contando su historia
y, por tanto, ésta nos resulte más creíble.
Frases tan largas, sin embargo, suenan teatrales,
poco convincentes, además de ser mucho más complicadas
de redactar. Incluso cuando están impecablemente
redactadas, las frases largas resultan un poco confusas
porque perdemos el hilo del comienzo y tenemos que
releerlas.
Sería muy sencillo separar estas frases en dos o tres,
de forma que, sin variar un ápice la historia, ni lo que se
dice, ni cómo se dice, quede más natural y más agradable de
leer.
Por supuesto, puede haber autores que buscan las
frases largas como recurso estilístico (éstas imprimen un
ritmo más lento a la narración, por ejemplo); pero si ése no
es nuestro caso, debemos empezar por las frases más breves.
Coma, tras coma, tras coma = zzzz
Leed este texto extraído de uno de nuestros talleres:
“Aquel era un bonito día de primavera, uno de esos en
los que apetece salir a pasear y gozar del placer que te brinda la
naturaleza, Laura viendo todo esto desde la ventana de su
habitación decidió salir a dar un paseo, poniéndose un calzado,
cómodo, salió a la calle dispuesta a caminar por los senderos del
monte, contenta, feliz, pensando en sus cosas, el día se estaba
terminando, ella seguía caminando sin darse cuenta de las horas
que pasaban”
Seguro que habéis notado que se hace difícil de leer,
confuso, y que las frases piden una pausa larga.
Esto es por la falta de puntos.
Muchos escritores que empiezan no distinguen
entre la necesidad de un punto o de una coma y, ante la
duda, llenan todas las frases de comas, y alargan las
oraciones (como maticé antes, por esa idea de que una frase
más larga, suena más “literaria”).
El primer consejo para cualquier escritor/a es que
lea en voz alta su relato, dejando una pausa breve para las
comas y una más larga (exageradamente larga, para notar
en seguida cualquier anomalía), para los puntos.
Con esta forma sencilla podemos ver si las comas y
puntos están bien puestos. (Mejor aún es si pedimos a otra
persona que nos lea nuestro propio relato en voz alta).
FALLO Nº 6: LENGUAJE ARTIFICIOSO
Como decía antes, una de las tendencias más habituales es
intentar escribir con un lenguaje extremadamente
elaborado: frases largas, sí, pero también expresiones
complicadas, muchos adjetivos, gerundios…
El resultado suele ser un texto que, por un lado,
puede ser complicado de leer. Pero, sobre todo, que no suena
natural, que suena forzado.
Imagina que vas a una fiesta y te pones un precioso
vestido; después, unos zapatos nuevos; un peinado de
peluquería. También pendientes, dos collares, tres pulseras,
las uñas largas pintadas de rojo, dos anillos –uno en cada
mano. Y, por supuesto, toda la cara maquillada de forma
abundante y con pestañas postizas.
¿Tú qué crees, no se te notaría que estás intentando
ir arreglada?
DEMASIADO.
Se nota la sobreabundancia de elementos.
Se nota que te estás esforzando.
Eso echa para atrás. También en literatura.
Lo que apreciamos en literatura es un texto bellamente
escrito –sí- y con alguna frase compleja de cuando en
cuando… pero que se lea de forma clara. Y que suena
natural, como si la autora o el autor te lo estuvieran leyendo
al oído.
Que sea un hermoso complemento a la historia
(unos bonitos pendientes, una pulsera), PERO con
equilibrio, y, preferiblemente, que no resalte más que la
historia en sí.
Coco Chanel decía: “Viste vulgar y solo verán el vestido;
viste elegante, y solo verán a la mujer”. Esa máxima también
nos sirve para escritura.
Este es uno de los elementos que más trabajamos en
los talleres online de relato de Portaldelescritor.com. El
estilo con el que narras, que debe ser fluido, claro, debe
leerse a la primera. Incluso si tu estilo es lírico o preciosista:
debe poder entenderse a la primera y no interrumpir la
narración.
Me centro aquí en dos elementos que lastran
muchos relatos que leo: la sobreabundancia de gerundios, y
la de adjetivos.
CABALGANDO A LOMOS DE UN
GERUNDIO QUE VAMOS SOBREUTILIZANDO
El gerundio pertenece al grupo de las formas no
personales del verbo. Se llaman así porque no indican
claramente qué persona lleva a cabo la acción (si es uno, dos,
un “tú” un “él, ella”...) En este grupo aparecen también los
infinitivos y los participios.
En el caso del gerundio podemos decir que expresa
duración del proceso, es decir, un proceso no
terminado.
“Ya estamos llegando al lugar de la cita”
Es, sin embargo, uno de los tiempos verbales que
peor se usan habitualmente en el lenguaje escrito. Esto es
así por contagio del lenguaje burocrático que tiende a
utilizarlos incorrectamente. Existen tres reglas básicas que
evitan su mal uso gramatical:
Primero, debemos asegurarnos de que el sujeto del
gerundio coincide con el sujeto de la oración principal.
“Cortázar escribe improvisando como un músico de jazz”
En esta frase se interpreta que Cortázar escribe y,
además, improvisa. Para ambos verbos, el sujeto es el
escritor Julio Cortázar.. Un uso incorrecto sería:
“Elena se encontró con los escritores emborrachándose.”
En este caso Elena se encuentra con los escritores,
pero Elena no se estaba emborrachando, sino ellos. Lo
correcto sería decir:
“Elena se encontró con los escritores que se estaban
emborrachando.”
Un segunda pista para saber si estamos utilizando
correctamente este tiempo verbal es la acción del gerundio
debe realizarse al mismo tiempo (o antes) que la acción
del verbo principal.
Así, es incorrecto decir:
“Escribieron la carta dejándola sobre la mesa”.
El hecho de dejar la carta sobre la mesa es una
acción posterior a la acción del verbo principal, escribir; al
contrario que en este caso, donde el gerundio está utilizado
de forma corrrecta:
“Cogieron la gripe caminando bajo la lluvia sin paraguas”.
Este uso sí es correcto porque ambas acciones se
realizan al unísono. Como truco, si utilizamos el adverbio
MIENTRAS... deduciremos fácilmente si los dos verbos se
dan de forma simultánea:
“Cogieron la gripe, MIENTRAS caminaban bajo la lluvia”
EL OMINOSO
Y REPETIDO ADJETIVO
SOBREUTILIZADO
Ya lo decía el poeta Vicente Huidobro: “El adjetivo, cuando
no da vida, mata”. Hay que utilizarlos cuando son
imprescindibles para la descripción y –especialmente- cuando
el matiz que otorgan al sustantivo crea una diferencia
fundamental.
Por ejemplo, cuando Félix Grande dice: “Mi recién
conocida Loba / no nos pidamos groseras garantías”, ese
adjetivo modifica de manera radical el significado del
sustantivo.
En cambio, si hubiera dicho “no nos
pidamos firmes garantías” el adjetivo prácticamente sobraría,
ya que se da por supuesto que las garantías, por el simple
hecho de ser garantías, son firmes.
Se trataría entonces de un epíteto (como “blanca nieve”,
“oscura noche” o “larga carretera”) y es de los primeros
adjetivos de los que hay que huir, ya que no aportan
información y suenan pretenciosos.
(Obviamente, si tienes ya bastante experiencia y estás
escribiendo un relato con un lenguaje lírico, un epíteto de
cuando en cuando puede ser un recurso legítimo)
Además, un epíteto coloca una LUPA sobre el sustantivo,
destacándolo sobre los demás.
El problema llega cuando incluimos adjetivos que
preceden a los sustantivos muy a menudo y más aún si
aparecen por parejas.
En este caso, lo que provocamos es:
-Una sensación de estilo «forzado» y ampuloso. Es mejor
utilizarlos con cuentagotas y siempre combinados con
adjetivos calificativos.
-Provoca también que, al colocar esa «lupa» sobre muchos
momentos de la narración, intentando destacar tantos no
se destaque ninguno.
Imagina que, en un campo verde, hay una amapola.
La distinguirías en seguida por su color rojo, ¿verdad? Pero
si estuviera en medio de un campo de fresas… sería más
difícil.
Lo mismo ocurre -ya que estamos- con las descripciones.
Si describimos al detalle cada pequeño elemento que aparece,
tu lector/a siente que todos son importantes (y seguro que
no es así). Además, cuando haya algo verdaderamente
importante, le pasará desapercibido, pues no habremos
sabido dejarle claro en qué fijarse.
Un ejemplo real de epíteto sobre utilizado en mis talleres:
“Andrés descendió las estrechas y húmedas escaleras que bajaban
al angosto y oscuro sótano. Sus verdes ojos brillaron”.
Bastaría con eliminar una pareja (por ejemplo «bajaban al
sótano») o cambiar uno de los epítetos por un calificativo
(«descendió las escaleras estrechas y húmedas»)
PARTE 2:
CINCO FALLOS EN EL
ARGUMENTO
Y
LA
TRAMA
“No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra
adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras frases tienen
tanta importancia como las tres últimas”
Horacio Quiroga
FALLO 1: EL CONFLICTO TARDA EN
LLEGAR O DIRECTAMENTE NO HAY CONFLICTO
“El trabajo del escritor no consiste en extraer respuestas o
conclusiones a la vida. Si el relato se responde a sí mismo, a sus
problemas, a sus conflictos, es más que suficiente”
Raymond Carver
El conflicto es el problema al que el protagonista
deberá enfrentarse a lo largo del relato. Puede ser un
conflicto externo –por ejemplo, llega a su casa y encuentra
que sus llaves no abren la puerta- o puede ser un conflicto
interno, es decir, relativo a sus sentimientos – la chica que le
gusta es la novia de su mejor amigo.
Este problema inicial del cuento es lo que hace
que el lector se interese por el relato, es el que crea el
dilema de la trama y el que hace nacer la pregunta que es
motor de todas las historias:
“¿Qué le pasará al personaje ahora? ¿Logrará
resolver su problema?”
Por eso podemos decir que la esencia de un relato
es su conflicto, y que éste debe aparecer cuanto antes,
mejor.
Un relato es un género muy breve, que el lector
espera terminar de una sola sentada, por lo que el interés del
problema de tu protagonista debe cautivarle desde el
comienzo mismo.
Si podemos conocer el conflicto en las primeras
líneas, mejor que mejor: así el lector quedará “enganchado” a
las historia desde el principio. Un ejemplo puede ser este
cuento de Alberto Moravia:
“Era inevitable: cada vez que Carlo conseguía una chica
su amigo Rigamonti se la soplaba”
En un cuento de longitud normal (entre cuatro y
doce páginas), para hacernos a una idea, lo ideal es que el
problema de tu protagonista aparezca en la primera
página.
NO HAY CONFLICTO
Un cuento no se sostiene porque simplemente
ocurran cosas. Podríamos tener un texto en el que el
protagonista vaya a comer, encuentre a un viejo amigo,
charlen… Pero si no hay un problema para tu protagonista
–aunque sea sutil, como la soledad de ese personaje- la
historia no arrancará.
Tu lector/a se encontrará a sí mismo leyendo y
preguntándose “¿Cuándo empieza el relato?” porque, como
decíamos, el relato es el problema del protagonista y cómo
intenta resolverlo.
Esto lo encontramos muchísimo en los talleres
online de relato de Portaldelescritor.com.
Por ejemplo, en este texto extraído de allí, o
podemos ver cómo no hay conflicto y, por tanto, apenas
hay interés:
(Se incluye el texto tal cual, con las faltas de
ortografía que tenía, lo que, lógicamente, no ayuda)
-¿Sos Alberto Flores, mi viejo amigo de la
infancia?
-¡Si y vos sos Carlos!
-¡Que gusto encontrarte Carlos!, ¿Pero que hacés
aquí en Argentina?, ¡Con razón no te veíamos por ningún
lado!
-Vivo en este hermoso fin del mundo desde hace
treinta años, me casé aquí y ejerzo mi profesión, tengo una
clínica y poco a poco les voy transfiriendo el mando a mis
hijos porque los dos son también médicos. Pero vos Alberto,
que tanto te gustaba el comercio ¿A qué te dedicas?,
¡Contame!.
-Bueno mi querido Carlos, si tenés tiempo te invito
a que vamos a una confitería y allí hablamos, porque este
clima para tu sensibilidad fresco, yo lo siento frío, ¡vicios de
mi vida mediterránea en Córdoba y su tiempo!-Encantado vamos al Gran Hotel, tendré que
hacer una llamada telefónica y me libero de todo yugo,
¡Aníbal mi viejo amigo, me imagino que tu vida a sido un
novela de éxitos y romances! Pintabas para eso.
-¿Tomas café Carlos?
-¡No para mí cortado!
-Bueno Alberto me muero de curiosidad contame
de tu vida en Córdoba, ¿Qué has hecho? ¿Te casaste?
¿Tenés hijos? ¿A que te has dedicado?
-Mi querido Carlos, ¡Agarrate!, soy político, desde
hace diez años me decidí, ¡Yo antes siempre criticaba pero
nunca hice nada por arreglar la cosas!, ¡Ahora creo haber
acertado el camino y estoy contento, hago algo por la gente!-¿Económicamente estoy además mejor que nunca!
¿Cuál es el problema en este inicio?
Si todo lo que le va ocurriendo al protagonista es
bueno, o esperado (recibe una buena noticia, se la cuenta a
su familia, todos la reciben bien, van a cenar, pasan una
noche estupenda), el relato se hace cansino.
Es el problema lo que hace que tu lector/a se
interese y desee seguir pasando páginas.
FALLO 2: ESTAMOS EN UN MICRORRELATO.
EL CONFLICTO ES COMO UNA ADIVINANZA,
O SOLO HAY CONFLICTO.
Esto suele ser bastante duro para escritores que
empiezan, pues existe el mito de que, cuanto más
ingenioso es un relato, mejor es. De ahí la existencia de
relatos en los que avanza la trama y no sabemos lo que le
ocurre al personaje: le vemos preocupado, realizando
acciones que no comprendemos (haciendo llamadas, por
ejemplo, cuyo significado se nos escapa), y no sabemos lo
qué le ocurre… hasta la sorpresa del desenlace.
Es un error plantear el conflicto de un relato como
si fuera una adivinanza, que no se descubre hasta el final.
Precisamente el conflicto es aquello que el lector
debe saber cuanto antes, puesto que es lo que le incita a
seguir leyendo, a intrigarse por el "qué pasara después". Si
no tiene ni idea de lo que está pasando, sencillamente,
abandonará la lectura en la mayor parte de los relatos.
EXCEPCIÓN: esto funciona muy bien en los
MICRORRELATOS. Pero ahí ya no estamos hablando de
cuentos de varias páginas, sino de pocas líneas. Por lo
general, suelen tener como máximo 12 líneas.
En ese caso, si tu cuento dura unas pocas líneas, sí
que es una buena opción esconder el problema de tu
protagonista y revelarlo, como una sorpresa, al final: llega
tan pronto, que, en solo un par de minutos tu lector/a
tendrá la solución y no se sentirá aburrido o cansado de no
saber qué ocurre.
En algunos casos, hay quien empieza a escribir un
relato sin decirnos QUIÉN O QUÉ es el personaje principal.
A veces se trata de un perro, u otro animal. A veces es una
planta, o incluso el alma.
Espera que el lector se intrigue con la identidad del
protagonista y disfrute con la sorpresa final. Y, de nuevo,
podría ser así en un relato hiperbreve (menos de 12 líneas),
pero no con un relato común.
Porque al no saber de qué objeto, animal o ser se
está hablando es muy difícil visualizar la historiaCuando
leemos un relato, siempre VEMOS -con nuestra
imaginación- lo que está ocurriendo, como si fuera una
película en nuestra cabeza, y esa visión es la que, en parte,
nos ayuda a emocionarnos y a intrigarnos con la historia.
SÓLO HAY CONFLICTO, ES UN RELATO
HIPERBREVE
Cuando hablamos de relatos nos referimos a
composiciones en prosa que tengan de 2 a 12 páginas (en
letra tamaño 12, interlineado uno y medio de word);
historias en las que de tiempo a trabajarse una estructura
clásica de relato (planteamiento, nudo, desenlace).
Sin embargo, a veces nos encontramos relatos de
una o dos páginas que tienen una buena estructura. Un
conflicto (o problema del personaje) que aparece en las
primeras líneas (por ejemplo, un hombre está enamorado de
una mujer que le deja sin habla). En el nudo, se describe el
problema más en profundidad. En el desenlace, conocemos el
porqué de ese amor imposible (en realidad es su hermana, a
la que no conocía).
En realidad, el verdadero problema del protagonista
no se ha conocido hasta el final: esto quiere decir que
estamos dentro del relato hiper-breve, que se basa en la
descripción minuciosa del conflicto (es decir, todo lo que nos
cuentas es CUÁL ES EL PROBLEMA del protagonista)
con sorpresa final (el origen real del conflicto).
Un ejemplo podría ser este relato de uno de
nuestros talleres:
El marido
Sí, era su marido. Pero hubiera preferido ser el hombre
de sus sueños.
Alfonso Sevillano
Un cuento no hiper-breve comenzaría con el
conflicto (es decir, en seguida nos enteraríamos de que el
protagonista, un hombre casado, cree que no es el hombre
de los sueños de su mujer) y comenzaría su andadura a
partir de ahí. ¿Qué hace ese hombre? ¿Planea hacérselo
saber, aunque su amor sea imposible? ¿Quiere decírselo?
¿Decide convertirse en ese hombre soñado? ¿Intenta dejar
de amarla? ¿Cómo reacciona ella?
FALLO 3: EL NUDO ES MUY CORTO O SE
RESUELVE MUY FÁCILMENTE
“La naturaleza del cuento reside en el movmiento, un cuento
debe presentar una progresión dramática. Para que exista un cuento,
independientemente del tema y de la forma, debe existir el movimiento”
Jose María Merino
El nudo es la parte más larga del relato (para
hacernos una idea aproximada, debería ocupar como mínimo
el 50% de nuestro cuento), y es la parte en la que se
desarrolla la mayor parte de la acción.
Es aquí cuando tu protagonista intenta resolver su
problema, o huir de él, mediante acciones tanto externas
(coger un coche, romper un cuadro, robar unos papeles,
abandonar un empleo, irse de viaje, divorciarse), como
internas (decidirse, recordar, comprometerse a algo, odiar
repentinamente, enamorarse, olvidar algo…).
En su camino hacia la resolución del conflicto, el
protagonista se encontrará con:
 Obstáculos: Son problemas que tu
protagonista debe superar, tanto externos
(Sandra tiene que llegar al clase y hay un gran
atasco), como internos, provocados por su
propia personalidad (A Sandra le gusta Alberto,
un compañero de clase; pero es tímida y no se
atreve a hablar con él)
 Complicaciones: Son los obstáculos
que surgen a raíz de una mala decisión de tu
protagonista. Por ejemplo, Sandra intenta
acercarse a ese chico a través de un amigo
común, Pau, y Alberto piensa que a ella le gusta
Pau.
 Contraintenciones:
Ocurren
cuando otro personaje se interpone en el camino
de tu protagonista. Puede hacerlo queriendo
(Genoveva, celosa de la protagonista, extiende
el rumor de que efectivamente, Sandra está
colada por Pau), o sin querer (a Genoveva le
gusta Pau y le invita al cine).
Generalmente, cuánto más difícil se le pone la cosa a
tu protagonista, más interés tendrá el lector, más
ardientemente se preguntará: “¿Conseguirá salir de ésta? ¿Y
ahora qué va a hacer?”
Tu lector/a va avanzando por el relato cuando
encuentra ese conflicto, ese dilema que tiene el protagonista,
y va viendo cómo se enfrenta a él, cómo lo resuelve o intenta
resolverlo. Ahí es donde se enganchará más a la historia y
no podrá dejar de leer.
A no ser… que todas esas dificultades se resuelvan
demasiado rápidamente.
Si todo le va saliendo bien durante párrafos y
párrafos… pues, la historia no tiene gracia.
Tu lector/a es exigente; para mantener la tensión
del relato es necesario que:
1)
Que el conflicto principal no se resuelva
demasiado rápido. Recuerda que el nudo
debería ser, como mínimo, el doble de
largo que el planteamiento.
2)
Que los obstáculos no se solucionen
enseguida y demasiado fácilmente. Si no,
no habrá tensión, ya que los problemas le
desaparecen casi por arte de magia.
Por decirlo de otra forma: el nudo es la parte más
larga del relato, y se conforma con una serie de intentos del
protagonista de resolver su problema.
Intentos, que, continuamente, fracasan, excepto quizá- el último, si queremos que el cuento tenga un “happy
end”.
FALLO 4: EL DESENLACE NO TIENE QUE
VER CON EL CONFLICTO
El clímax es el momento final –y culmen- del nudo:
es el momento en el que el/la protagonista se encuentra con
el mayor de los obstáculos para alcanzar su objetivo,
cuando parece que no va a conseguir salir con bien de ésta.
En El Señor de los Anillos, ejemplo que poníamos antes, el
clímax sería el momento en el que Frodo se proclama Señor
de los Anillos. En ese momento, todo indica el fracaso del
protagonista. Depende de nuestras intenciones que el
protagonista supere o, por el contrario, sea superado por ese
último obstáculo.
El desenlace, entonces, tiene básicamente dos
opciones: el protagonista resuelve el conflicto (o consigue
huir de él), o el protagonista no lo resuelve.
Pero a veces no sucede ni lo uno ni lo otro. Y ese
fallo lo vemos muchísimo en los talleres online de relato de
Portaldelescritor.com.
Te explico.
Leamos el argumento de este cuento que nos
encontramos en uno de nuestros talleres:
Dalia, una mujer muy hermosa está moribunda en
un hospital en el año 1995. Después, la historia entra en
flashback.
15 años antes, Dalia es una joven hermosa que
trabaja de maestra y es secuestrada a la salida de su casa.
Una pareja la retiene, le ponen esposas y la amenazan con la
pistola: quieren que escuche una “propuesta de trabajo”.
La llevan a una gran mansión, y allí le explican. Es
una agencia de contratación de personas famosas para
llevarlas a fiestas, etc… Ella duda, sobre todo por la forma en
que la han prácticamente “secuestrado”, pero al final acepta
trabajar para ellos.
Esto ocupa 6 páginas del cuento.
En la última página del cuento, se nos cuenta cómo
la modelo pasa varios años felices en la agencia, y, después, en
las últimas líneas, se nos dice que se hizo adicta a la heroína y
finalmente, en el presente, moría de SIDA.
¿Cuál es el problema?
Tenemos un conflicto en el relato: una joven modelo
que es secuestrada (y un posible final, la mujer en el
hospital).
El conflicto va desarrollándose con sus obstáculos
(esposas, pistola, propuesta, mansión…). Sin embargo, el
desenlace (la muerte de ella) no tiene nada que ver con
el conflicto (el secuestro): es consecuencia de las drogas,
que son un elemento que aparece en los últimos párrafos del
relato.
En un relato en el que el conflicto es, por ejemplo:
"Gema no sabe si dejar su trabajo para casarse con un hombre que
vive en otro país", durante el nudo ocurrirán cosas que le
hagan pensar que lo mejor es quedarse con el trabajo, y
después, parecerá decidida por el matrimonio, hasta que, al
final, en el desenlace, Gema se decide por lo uno o por lo
otro (o encuentra una manera de quedarse con las dos cosas,
o pierde ambas).
En cualquier caso, tanto lo que ocurre en el nudo,
como lo que ocurre en el desenlace debe estar
directamente relacionado con el conflicto principal del
relato, que no abandona a tu lector/a en casi en ningún
momento del cuento.
Otra variante de este fallo es que, en el relato de
Gema, cuando está a punto de conseguir una de esas cosas
(el hombre que ama, el trabajo de sus sueños)… de repente,
la atropella un autobús.
Esto sucede en la vida, desde luego. Pero en
literatura no suele funcionar.
La gente no lee relatos ni novelas para que se
parezcan a la vida, por lo general. Lo que les gusta de la
literatura es que todo avanza en una dirección, que todo
tiene un sentido. Algo que, a veces, echamos en falta en la
vida.
Evita, por tanto, las casualidades y las salidas fáciles
para tu cuento.
FALLO 5: DEUS EX MACHINA, CUANDO NO
SABES CÓMO TERMINAR UN CUENTO Y
RECURRES A TRUCOS
No son pocas las ocasiones en las que el autor
principiante o aficionado se queda atascado en un problema
de trama: ha conducido al protagonista a lo largo del relato,
salvando –o enredándose en- los obstáculos… hasta que
finalmente advierte que no hay manera de llegar al
desenlace que tenía previsto.
Pongamos otro ejemplo extraído de un taller
literario: el joven Ernesto se encuentra de viaje por
Marruecos cuando es testigo de un asesinato. Como en todo
relato detectivesco, el protagonista intentará averiguar
quién es el asesino. Después de conocer a los principales
sospechosos –un empresario español, un espía marroquí y
una hermosa joven, Fátima- y de sopesar las pruebas (la
daga asesina, que no tenía huellas; una nota que daba cuenta
de la relación de la víctima con el empresario, y un indicio
de que había tenido una relación con Fátima), llega el
momento de la conclusión final.
Y, en ese momento, se presenta a una señora, la
exmujer de la víctima, a la que el susodicho hacía, además,
chantaje.
Y da una nueva prueba (una factura) que muestra
que contrató a Fátima para matarle.
Bien. El relato tiene intriga, tiene un buen
planteamiento, buenos personajes… la trama es sólida y el
final, inesperado (todos esperamos que el protagonista y
Fátima se enamoren).
¿Cuál es, entonces, el problema?
Ni más ni menos que engañar al lector.
Presentarle una solución “caída del cielo”, que es la
traducción libre que se da hoy a la expresión latina “deus ex
machina”. Con este nombre se denominaba a la repentina y
artificial intervención de los dioses en alguna trama
“humana” de las tragedias latinas. Cuando, en lugar de
resolverse por los medios habituales, el autor hacía que
algún dios simpatizara (o se enemistara) con el protagonista
y lanzara un rayo que ponía fin inmediato a la trama.
Hoy en día no suelen aparecer dioses lanzadores de
rayos en muchos relatos, pero sigue existiendo el afán por
conseguir el desenlace deseado de cualquier manera posible.
“Dickens y Dostoievski me enseñaron que la mujer que
aparece en la página 2 debía reaparecer en la página 5 para que el
relato fuese una construcción sin cabos sueltos (...) Creo, en suma,
que la literatura es una especie de deporte, un juego con reglas que
el lector ya conoce, y en las cuales no hay que estafarle nunca; si la
obra engaña al lector, se engaña a sí misma.”
Antonio Prometeo Moya
Hay que imaginar el relato como un puzle: darle
todas las piezas tu lector/a, para, al final, simplemente
encajarlas formando una figura.
Si queremos que el cuento tenga un desenlace
sorpresivo (como en la mayoría de los relatos de detectives,
por ejemplo) siempre hay que jugar con las piezas del puzle
que ya hemos dado a tu lector/a. Nunca debe aparecer una
nueva pieza, sorpresa, que tu lector/a no conociera, pues
entonces sentirá que le estás engañando.
PARTE 3:
3 FALLOS EN LA
COHERENCIA Y LA
VEROSIMILITUD
El cuento profesional, ese que nos absorbe mientras
lo leemos, nos deja un rato pensativos cuando lo
terminamos, y al que guardamos un pequeño lugar en
nuestra memoria, es un cuento en el que la ficción resulta
tan real que es como si hubiéramos presenciado toda la
trama con nuestros propios ojos.
Esa sensación de realismo, por supuesto, está muy
relacionada con la verosimilitud de los personajes, la fuerza
del conflicto, el desarrollo lógico de la trama y la redacción
adecuada.
Pero hay algo más, algo fundamental que no es tan
fácil de medir, y es la sensación de que el cuento es un
mundo en sí. Los personajes tienen detalles vívidos,
personales. Los ambientes tal vez no están descritos con
muchas palabras, pero podemos verlos si cerramos los ojos.
Los momentos escogidos por el autor para detenerse y
observar, paso a paso, lo que ocurre, son los momentos clave
de la historia.
Pequeños elementos que forman parte del mismo
juego: dar personalidad, y, por tanto, veracidad a nuestra
historia.
FALLO 1: NO HAY DIÁLOGO… O LO
EVITAS SIEMPRE QUE PUEDES
En
los
talleres
online
de
relato
de
Portaldelescritor.com me he encontrado muchas veces a
personas que no se atreven a dar el paso de lanzarse al
diálogo entre los personajes.
En vez de eso, resumen estos diálogos con frases
como “ella le explicó lo que ocurría y él enfadó...”.
Es una actitud, hasta cierto punto, natural, ya que el
diálogo es uno de los recursos más difíciles de la literatura
en prosa. Pero su dificultad está directamente relacionada
con las ventajas que proporciona, con lo que añade al
cuento, y de ahí la importancia de incluirlos en nuestros
relatos.
¿Cuáles son sus ventajas?
1. Incluir diálogo aligera el “peso” del texto, relaja
la vista del lector de los párrafos largos.
2. El diálogo atrae la vista de tu lector/a como un
imán. Sabe que ahí sucede algo importante.
3. Nos muestra a los personajes tal y como son. En
ese sentido, hace lo que te comentaba antes: es
concreto, no es abstracto. Dibuja “la película” de
tu relato en la mente de tu lector/a con claridad
y con verosimilitud.
Cojo el ejemplo de antes y ya verás lo que quiero decir: “ella
le explicó lo que ocurría y él se enfadó”.
Esa frase podría ser un diálogo como este:
—Cariño —dijo Gloria— he tenido que salir después del
trabajo porque mi jefa me ha encargado también un juicio de
desfalco a última hora. Entenderás que no puedo negarme, están a
punto de hacerme socia del bufete.
—Pues no, no lo entiendo —Rafa se sentó, apretando los
puños, irritado—, te estás deslomando en ese trabajo y ese ascenso
no llega nunca. ¿Es que no lo ves?
Pero también “ella le explicó lo que ocurría y él se enfadó”
podría ser un diálogo como este:
—Rafa, perdona, por favor —dijo Gloria, mordiéndose
el labio, nerviosa— he tenido que salir después del trabajo porque
mi jefa me ha encargado también un juicio de desfalco a última
hora. No he podido negarme, yo…
—¡¿Y a mí qué cojones me importa tu puta jefa?! —Rafa
arrojó su vaso contra la pared—, lo que me importa es que no
estás nunca en casa, joder.
¿Ves como el diálogo es importante? Nos define a
los personajes, nos define sus reacciones, nos define su
relación. Nos da detalles concretos de lo que está sucediendo
–y eso lo hace todo más creíble y verosímil. Sentimos que
estamos allí, sufrimos con los personajes y con sus
problemas.
Por eso, no evites los diálogos.
FALLO 2: TODO SON RESÚMENES
Uno de los aspectos a veces más olvidados en el arte
de narrar un relato, y, sin embargo, imprescindible, es el
ritmo con el que el relato avanza, con el que los
acontecimientos de suceden. El ritmo es la sensación –de
rapidez, lentitud – con la que el relato hace llegar la historia
a tu lector/a.
El ritmo se vertebra sobre tres elementos: la escena,
la descripción y el resumen.
Las tres tienen que ver con la sensación del tiempo
que damos a la historia narrada.
La escena es contar lo que ocurre a tiempo real,
como si lo estuviéramos presenciando como anónimos
espectadores.
El diálogo que mostraba en el epígrafe anterior es
una escena. Lo vemos segundo a segundo, mientras ocurre,
delante de nuestros ojos.
De hecho, todos los diálogos son escenas.
El resumen acelera el tiempo de lo narrado. En una
línea o pocas líneas transcurre un lapso largo de tiempo.
Por ejemplo, nuestra frase anterior: “ella le explicó
lo que ocurría y él se enfadó”. Leemos en tres segundos algo
que ha tenido lugar durante minutos, u horas (la discusión
de ambos).
La descripción es la detención del tiempo, durante el
intervalo suficiente para mostrar, al detalle, lo que
describimos. Es como dar a pausa una película y fijarnos en
el vestido de ella, en cómo lleva el pelo, en la cartera de
cuero en la que trae los informes, o en la cocina en la que
ambos están sentados.
Las escenas es conveniente reservarlas para los
momentos fuertes de la trama, de los que el lector extrae
detalles relevantes cada segundo. Son también los
momentos en los que aparecen los diálogos, en los que
vemos a los personajes hablando unos con otros.
Tiempo real: “Adela entró en la habitación, titubeante;
abrió un cajón, revolvió en él sin encontrar nada. Forzó el baúl
con una palanca: allí estaban las cartas. Llamó por el móvil a
Pablo:
-Las he encontrado-dijo. Y colgó. Se sentó en la cama y
empezó a leerlas.. ”
El principal fallo con respecto al ritmo en el
relato que suelo encontrar es la falta de escenas en el
relato: al no aparecer ninguna -o casi ninguna- escena a
tiempo real, el relato parece se convierte en un compendio
de resúmenes y descripciones.
Por ello, pierde veracidad.
Por decirlo de alguna forma, un relato contado en
resúmenes es como una película que te cuenta tu amiga al
salir del cine.
Nos enteramos del argumento, sí, pero no nos
emocionamos porque no la hemos visto con nuestros
propios ojos. Falta la emoción que proporciona la visión de
los detalles vívidos y concretos, de lo que ocurre en la
trama.
FALLO 3: NO SE “VE” NADA. SI NO LO VEO
NO LO CREO
“Hay que imaginarse con gran exactitud todo lo que uno quiere
contar y describir, representárselo tan exactamente que uno lo vea
realmente en la imaginación hasta los menores detalles. Esto, por
supuesto, no quiere decir que haya que describirlo todo hasta los menores
detalles. O sea, que hay que imaginarse mucho más de lo que después hay
en el texto escrito.”
Michael Ende
Muchos escritores y escritoras aficionados tienden a
la descripción abstracta de lugares, de sentimientos, o a
explicar, en lugar de mostrar las cosas con datos plásticos y
concretos.
Todo se describe en términos vagos, imprecisos,
abstractos. Por medio de generalidades (“su trabajo, sus
amigas, sus preocupaciones”), en lugar de cosas precisas (“su
aburrido trabajo en la venta de enciclopedias; su amiga Sara,
a la que conoce desde los seis años y que siempre cree tener
la razón; su principal preocupación: llegar a fin de mes y que
su familia no se dé cuenta de sus apuros económicos”).
Hay que proveer a tu lector/a de detalles precisos
que nos hagan llegar hasta esos mundos, y esos personajes,
compartir su drama.
Por eso, cuando se trata de escribir prosa, la primera
regla fue definida por Henry James, autor de “Otra vuelta de
Tuerca” o “Retrato de una dama”:
No me lo cuentes, muéstralo.
También en literatura una imagen vale más que cien
palabras.
¿Qué quiere decir esto?
Que un relato puede asegurar que “Elena estaba
triste”, y el lector generalmente se lo creerá, porque es la
voz narradora quien lo dice y no tiene más remedio que
confiar en su palabra.
Pero no porque el lector lo esté viendo, lo esté
viviendo.
Billy Wilder –el genial director de películas como
“El apartamento”, “Sabrina” o “Con faldas y a lo loco”- solía
decir que “al espectador hay que darle dos y dos, y dejar que sea él
mismo quien sume cuatro”.
Esto también se puede aplicar a la ficción escrita: lo
mejor es dar los datos a tu lector/a para que sea él/ella
quien se dé cuenta - por lo que el Elena hace, por lo que
dice, por lo que deja de hacer o decir- de que está triste.
Un buen ejercicio es imaginar todo el cuento como
si fuera UNA PELÍCULA DE CINE.
Imagina que estás viéndolo todo en una pantalla de cine.
Describir qué se ve (por ejemplo, una pareja en un coche,
qué hacen, qué dicen, por donde pasa el coche...) y describir
cuál es el diálogo que tienen esos personajes, esas frases que
hacen que un espectador de cine, te des cuenta de que esa
pareja, por ejemplo, está pasando por un mal momento.
Una variante de lo anterior es centrarse, casi
exclusivamente, en describir sentimientos, a menudo
abstractos:
Ponemos un ejemplo extraído de un texto de
nuestros talleres:
“... estoy cansada de tu falta de ambición, Mi
corazón no se conmovió. Toda la furia contenida en
siete años de convivencia apareció, La soledad ha
conquistado mi corazón. La aventura siempre fue su
virtud, pero mi pereza pudo más. ”
En este mare magnum de los sentidos, es difícil
concentrarnos en la historia. Basta fijarse que en cuatro
frases aparecen siete sentimientos diferentes, todos
abstractos: ambición, furia, soledad, pereza, aventura,
virtud…
Como decíamos antes, no basta ENUNCIAR lo que
sienten los protagonistas. Ojalá fuera así de fácil, pero no lo
es. Tu lector/a necesita personajes lo más reales, lo más
tangibles y concretos que sea posible. Y lo mismo con los
lugares, las situaciones, etc..
Por eso, de cada sentimiento que se quiera mostrar
de un personaje, necesitaremos, al menos, una escena o un
detalle concreto que nos demuestre que el personaje,
efectivamente, siente pereza, duda, ambición, furia, etc… Si
queremos demostrar que el personaje siente furia… ¿por
qué no situarlo en un arranque de rabia, ante un amigo, por
ejemplo rompiendo algún objeto querido contra el suelo?
O, mejor aún, buscar alguna imagen o escena que
sea más propia del personaje y de su universo.
Un buen ejercicio para calibrar tanto la visibilidad
del relato, como su nivel de abstracción sería subrayar en
nuestro cuento todas aquellas palabras concretas. Es
decir, aquellas palabras que podemos VER si cerramos los
ojos.
En el ejemplo de antes no hay ninguna, pero sí
podemos ver un extracto más acertado de otro cuento del
taller, que describe también un momento en el que hay
sentimientos a flor de piel, pero en mitad de una escena en la
que dos adolescentes se dan un primer beso:
“-Shhh- chistó Alex, antes de que ella tuviera siquiera
tiempo de reaccionar. Se abrió paso por entre la maleza,
apartándose del camino. Nerea le siguió. A los pocos metros, él se
detuvo: volviéndose hacia ella, la empujó suavemente contra uno de
los troncos y la besó en la boca con seguridad y rapidez. La chica
se dejó llevar.
Mientras el viento hacía vibrar las hojas a su alrededor,
Alex -¡Alex!- le sujetaba la cintura con una mano y le pasaba la
otra mano por la nuca, besándola lenta y decididamente.
Acompasaron sus respiraciones, incluso la forma en que se movían.
Nerea pensó fugazmente que alguien podría verles… pero no le
importó. Incluso le gustó la idea. Ojalá su amiga Silvia estuviera
allí. ”
En este texto hay abundantes acciones visibles
(abrirse paso, seguir, empujar suavemente, besar, sujetar la
cintura, pasar la mano por la nuca, acompasar las
respiraciones…) y objetos o lugares tangibles, que se
imaginan al cerrar los ojos (la maleza,, el camino, el tronco, las
hojas vibrando por el viento…). Pero además en este pequeño
extracto se desgranan muchas sensaciones de la
protagonista (Nerea) sin necesidad de ser enunciadas
directamente por el autor.
La emoción de lo que le está pasando y la
admiración que siente por ese chico quedan resumidas en
una exclamación (Mientras el viento hacía vibrar las hojas a su
alrededor, Alex -¡Alex!- le sujetab
a la cintura con una mano).
Pero, a pesar de eso, notamos que no hay pasión en
ese beso (La chica se dejó llevar) y que Nerea está más
ocupada imaginando la envidia que otras sentirán de ella
que en las emociones que ese beso le despierta (Nerea pensó
fugazmente que alguien podría verles… pero no le importó.
Incluso le gustó la idea. Ojalá su amiga Silvia estuviera allí.).
Te incluyo un extracto de la autora norteamericana
Anne Tyler, de su novela «Ejercicios respiratorios»
«Maggie y Peter Moran tenían que ir a un funeral
a Deer Lick, Pennsylvania. La amiga de infancia de
Maggie acababa de perder a su marido. Deer Lick se
hallaba situado junto a una estrecha carretera rural,
unas noventa millas al norte de Baltimore, y el
funeral estaba previsto para el sábado a las diez y
media de la mañana; así que Peter calculó que
tendrían que ponerse en marcha alrededor de las
ocho. Esto le puso de mal humor. (No pertenecía al
tipo de hombre madrugador.)
Además tenían el coche en el taller. Necesitaba
muchas reparaciones y lo más pronto que podrían
recogerlo era el sábado mismo a primera hora, a las
ocho en punto. Ella y Serena eran amigas de toda la
vida. O de casi toda la vida: cuarenta y dos años,
desde el primer curso con la Srta. Kimmel.«
La autora nos inunda de datos concretos de unos
personajes, gracias a los cuales podemos ver al
personaje de manera precisa (como si fuera una
película) y entendemos, mejor que con cualquier
afirmación, esa amistad de Maggie y Serena, que no son
«muy amigas» sino «desde hacía casi 42 años desde el
primer curso con la srta Kimmel». Maestría pura.
Todo lo entendemos a través de los detalles y lo
sentimos como algo que no tiene más remedio que
ser real.
He señalado en negrita todos los detalles concretos:
teóricamente, no son necesarios para entender la
historia de Maggie y Peter.
No son necesarios para la trama principal, pero son
necesarios para que esta tenga sabor, realismo,
credibilidad. Para que tenga VIDA.
Esta es una de las mayores lecciones que puede
aprender alguien que desea escribir relatos de forma
semiprofesional (o profesional).
Toma buena nota.
Espero que este ebook te haya sido muy útil,
Diana P. Morales
Directora de portaldelescritor
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